"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE SAN ANDRÉS, APÓSTOL
Hoy la Iglesia celebra la Fiesta de san Andrés, apóstol. Andrés, oriundo
de Betsaida (Jn 1,44), discípulo de Juan y hermano de Simón-Pedro, fue uno de
los cuatro apóstoles originales (junto a Pedro, Santiago y Juan). El relato
evangélico que la liturgia dispone para esta Fiesta (Mt 4,18-22), nos narra la
vocación de estos primeros discípulos, que eran pescadores en el mar de
Galilea. En ocasiones anteriores hemos dicho que la palabra vocación viene del
verbo latino vocare,
que quiere decir llamar. Así, la vocación es un llamado, en este caso de parte
de Jesús.
Y los llamados de Jesús siempre son directos, sin rodeos, al grano. “Venid
y seguidme, y os haré pescadores de hombres”. Una mirada penetrante y una
palabra o una frase; imposible de resistir. Siempre que leo la vocación de cada
uno de los apóstoles trato de imaginar los ojos, la mirada de Jesús, y la
firmeza de su voz. Y se me eriza la piel. Por eso la respuesta de los
discípulos es inmediata y se traduce en acción, no en palabras.
Nos dice la lectura que Andrés y Simón, “inmediatamente dejaron las redes
y lo siguieron”. En cuanto a los hijos de Zebedeo nos dice la lectura que
“inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron”. Cabe señalar que
en el relato evangélico de Juan, Andrés vio y siguió a Jesús primero, y es él
quien va su hermano Simón Pedro y le dice: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn
1,41). Tan impactante fue la experiencia de aquél primer encuentro con Jesús,
que Juan recuerda la hora en que eso sucedió: “Eran como las cuatro de la
tarde” (Jn 1,39). En cuanto a estos últimos, vemos no solo la inmediatez del
seguimiento, sino también la radicalidad del mismo. Dejaron, no solo la barca,
sino a su padre también. “Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su
padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y
hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lc 14,26; Mt 10,37).
Dejarlo todo con tal de seguir a Jesús.
Mateo utiliza el lenguaje de la pesca en el escenario del mar de Galilea,
y la frase “pescadores de hombres” con miras al objetivo de su relato
evangélico, dirigido a los judíos que se habían convertido al cristianismo, con
el propósito de demostrar que Jesús es el mesías prometido en quien se cumplen
todas las profecías del Antiguo Testamento. Así, alude a la profecía de
Ezequiel, en la que se utiliza la metáfora del mar, la pesca abundante y la
variedad de peces (Ez 47,8-10) para significar la misión profética a la que
Jesús llama a sus discípulos, dirigida a convertir a todos, judíos y paganos.
Hoy Jesús nos llama a ser “pescadores de hombres”. Y la respuesta que Él espera de nosotros no es una palabra, ni una explicación o excusa (Cfr. Lc 9,59-61); es una acción, como la del mismo Mateo, quien cuando Jesús le dijo: “Sígueme”, “dejándolo todo, se levantó y lo siguió” (Lc 5,27; Mt 9,9; Mc 2,14).
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