"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA TRIGÉSIMA PRIMERA SEMANA DEL T.O. (1) – MEMORIA DE SAN MARTÍN DE PORRES
He tenido la dicha de orar sobre la tumba de este gran santo en tres ocasiones.
En la lectura evangélica que nos propone la
liturgia para hoy (Lc 14,25-33), Jesús nos enumera tres condiciones para ser
discípulos suyos, estremeciéndonos con un lenguaje chocante, desconcertante, y
hasta hiriente.
Nos dice la escritura que Jesús se volvió a los
que le seguían y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre
y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e
incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío”. Esta traducción que utiliza la
liturgia es en realidad una versión “aguada” del lenguaje original que se
traduce como el que no “odia” a su padre y a su madre, etc.
Es obvio que Jesús quiere estremecernos, quiere
ponernos a pensar, quiere que entendamos la radicalidad del seguimiento que nos
va a exigir. Por eso no podemos interpretar ese “odiar” de manera literal; se
trata de un recurso pedagógico. No se trata de que rompamos los lazos afectivos
con nuestra familia. Lo que Jesús quiere de nosotros es una disponibilidad
total; que el seguimiento sea radical, absoluto; que ni tan siquiera la familia
pueda ser obstáculo para el seguimiento; ni tan siquiera el sagrado deber de
enterrar a los muertos (Lc 9,60).
Todavía no nos recuperamos del golpe inicial
cuando nos lanza la segunda condición para el discipulado: “Quien no lleve su
cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío”. ¡Uf! Esto de seguir a Jesús no
parece cosa fácil… Cabe señalar que en el momento en que Jesús pronuncia estas
palabras, la crucifixión para el que decidiera seguirle era una posibilidad
real. Quiere enfatizar que seguirle siempre implica un riesgo. En nuestro
tiempo no hay crucifixión, pero sí hay muchas “cruces” que tenemos que soportar
si decidimos seguir a Jesús. Y si somos verdaderos discípulos las llevamos y
soportamos con amor, y por amor a Jesús.
Hoy la Iglesia celebra la memoria de San Martín
de Porres. Y este Evangelio que nos propone la liturgia es muy apropiado para
celebrar la persona y la vida de tan insigne santo de la Orden de Predicadores
(Dominicos), que supo forjar su santidad desde la humildad y la humillación,
haciéndose de ese modo grande ante los ojos de Dios. “Porque todo el que se
enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Lc 14,11).
Jesús termina su enumeración de las condiciones
para seguirle con la renuncia total a todos aquellos bienes que puedan
convertirse en obstáculo: “el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser
discípulo mío”. El discípulo no solo “sigue” al maestro, sino que lo imita.
Jesús nació pobre, teniendo por cuna un pesebre y por vestimenta unos pañales
(Lc 2,7). Así mismo murió: clavado a una cruz y desnudo, teniendo como única
posesión una túnica que echaron a suerte entre los soldados romanos que le
crucificaron (Jn 19,23-24).
El mensaje de Jesús es sencillo y se resume en una sola palabra: AMOR. Pero se trata de un amor incondicional, el amor que siente el que está dispuesto a dejarlo todo para seguir al Maestro; el que está dispuesto a tomar su cruz para seguirlo, el que está dispuesto a dar la vida por sus amigos (Jn 15,13) …
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