"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
VIERNES DE LA QUINTA SEMANA DEL T.O. (1)
Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá»
(esto es, «ábrete»).
El relato evangélico que contemplamos en la
liturgia para hoy (Mc 7,31-37) nos presenta el episodio de la curación del
sordomudo. Estando en territorio pagano, de regreso a Galilea (en las fronteras
del Líbano), le traen “un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden
que le imponga las manos”. Jesús, apartándolo a un lado, le introduce los dedos
en los oídos y le toca la lengua con saliva. Luego invoca al Padre (“mirando al
cielo”) y dice: “Effetá, que quiere decir ‘Ábrete’” (recordemos que Marcos escribe su relato
evangélico para los paganos de la región itálica; por eso pasa el trabajo de
traducir los arameismos). Nos dice la escritura que “al momento se le abrieron
los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad”.
Vemos en este episodio el cumplimiento de la
profecía de Isaías, cuando anunciaba al pueblo exiliado en Babilonia que sería
revestido con “el esplendor del Líbano”, y que los oídos de los sordos se
abrirían,… y la lengua de los mudos gritaría de alegría (Is 35,2.5-6). Este
milagro es un signo inequívoco de que la salvación ha llegado en la persona de
Jesús. Los presentes parecen reconocerlo cuando “en el colmo del asombro
decían: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. El
hecho de que el milagro se realice en territorio pagano (al igual que el
exorcismo que se nos presentaba en el pasaje que leíamos ayer) apunta, además,
a la universalidad de esa salvación.
Al milagro le sigue la petición de Jesús de
guardar silencio sobre el mismo (el llamado “secreto mesiánico”, típico del
evangelio según san Marcos), y la proclamación del mismo por todos los
presentes. Esta es la reacción típica de todo el que ha tenido la experiencia
de Jesús; no puede evitarlo, tiene que compartirla con todos.
En el rito del bautismo hay un momento que se
llama precisamente Effetá, en el cual el ministro traza la señal de la cruz sobre los oídos y boca
del bautizando mientras pronuncia la misma palabra aramea que le dijo Jesús al
“sordomudo” del Evangelio de hoy. Esto, para que sus oídos se abran para
escuchar la Palabra de Dios y sus labios se abran para proclamarla.
Antes a estas personas se les llamaba “sordomudos”, pero ahora se les llama “sordos”, pues se reconoce que su condición es un problema de audición. No hablan porque no pueden escuchar; viven aislados en un mundo de silencio. Así mismo nos pasa a nosotros cuando nos cerramos a la Palabra de Dios. Pero si nos tornamos hacia Él y permitimos que su Palabra sanadora penetre en nuestras almas, aún dentro de la sordera espiritual que hemos vivido, podremos escuchar ese Effetá potente y sonoro que nos librará de las cadenas del silencio espiritual. Y esa Palabra sanadora hará brotar agua en el desierto de nuestras vidas, haciendo que esa agua brote de nosotros como un torrente (Is 35,7), “salpicando” a todo el que se cruce en nuestro camino.
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