"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA QUINTA SEMANA DEL T.O. (1)
“Escuchad y entended
todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de
dentro es lo que hace impuro al hombre. El que tenga oídos para oír, que oiga”.
Con esas palabras de Jesús, dirigidas a todos los que le rodeaban, comienza la lectura
evangélica que nos brinda la liturgia para hoy (Mc 7,14-23).
Esta lectura es continuación del Evangelio que leíamos ayer, en el que un
grupo de fariseos y escribas se había acercado a Jesús para criticarle que sus
discípulos no seguían los ritos de purificación exigidos por la Mitzvá para
antes de las comidas, específicamente las relativas a lavarse las manos de
cierta manera antes de comer.
Jesús critica el fariseísmo de aquellos que habían creado todo un cuerpo
de preceptos que llegaban inclusive a suplantar la Ley de Dios, imponiendo
sobre el pueblo unas cargas muy pesadas que ellos mismos no estaban dispuestos
a soportar (Cfr. Mt 23,4). Esos preceptos
mostraban una obsesión con la pureza ritual cuyo cumplimiento se tornaba en
algo vacío, que se quedaba en un ritualismo formal que no guardaba relación con
lo que había en su corazón. Por eso una vez más les tildó de “hipócritas”.
Hoy vemos cómo Jesús, una vez más “regaña” a sus discípulos cuando le
piden que les explique qué quería decir con sus palabras, llamándoles “torpes”
por no haber comprendido. No obstante, se sienta a enseñarles con paciencia:
“Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el
corazón, sino en el vientre, y se echa en la letrina” (Marcos nos dice que con
esto declaraba puros todos los alimentos). Y siguió: “Lo que sale de dentro,
eso sí mancha al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los
malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias,
injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad.
Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro”.
Lo cierto es que en ningún lugar del decálogo dice qué alimentos podemos
consumir ni cómo tenemos que purificar nuestras manos, brazos, etc. Lo que sí
dice es que no se puede fornicar, ni robar, ni matar, ni cometer adulterio,
codiciar, etc. Esas son las cosas que tornan al hombre impuro porque son fruto
de la maldad que sale de su corazón.
Una vez más Jesús nos recuerda que Dios no se fija en lo exterior al
momento de juzgarnos; Él, que “ve en lo oculto” (Mt 6,6), mirará la pureza o
impureza de nuestro corazón. A esa mirada nadie puede escapar… Pidámosle pues,
al Señor que nos conceda un corazón puro como el de un niño (Cfr.
Mt 18,4), de manera que de nuestro corazón no salga nada que pueda tornarnos
impuros. “Por sus obras los conoceréis” (Mt 7,15-20). ¿Quién dijo que el
fariseísmo había desaparecido?
Meditando sobre esta lectura, digamos a Dios con humildad: “Señor, dame un corazón puro que sea agradable a ti”.
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