"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA CUARTA SEMANA DEL T.O. (1)
¿No es éste el carpintero, el hijo de María,
hermano de Santiago y José y Judas y Simón?
“Vino a los suyos, y los suyos no le
recibieron” (Jn 1,11). Este versículo, tomado del prólogo del Evangelio según
san Juan, resume lo ocurrido en el pasaje evangélico que nos brinda la liturgia
para hoy (Mc 6,1-6).
Jesús regresa a su pueblo de Nazaret y, cuando
llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga. Era costumbre que se asignara
la responsabilidad de pronunciar la homilía a un varón de la comunidad. Jesús,
que se había marchado de Nazaret regresa de visita, y las noticias de su fama,
y sobre todo sus milagros, han llegado a oídos de sus antiguos vecinos. El
pasaje no nos dice qué les dijo Jesús en su enseñanza, pero lo que fuera les
dejó asombrados: “¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han
enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de
María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con
nosotros aquí?”
Ignoraron el mensaje y fijaron su atención en
el mensajero. Para los judíos Dios era un ser distante, terrible, inalcanzable.
Y el Mesías esperado había de ser una persona rodeada de esplendor, de
majestad. No podían concebir que aquél que había sido su vecino, que había
compartido su vida cotidiana con ellos durante treinta años, fuera el Mesías
esperado, y mucho menos que fuera el Hijo de Dios, Dios encarnado. “Y esto les
resultaba escandaloso”.
Una vez más vemos a Marcos enfatizando la
importancia de la fe: “No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos
enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe”. No es que
Jesús “necesite” de nuestra fe para obrar milagros, no se trata de una “condición”;
Él es omnipotente, no necesita de nadie. Pero la fe es necesaria para para
recibir el milagro en nuestras vidas.
Jesús “se extrañó de su falta de fe”. Muchas
veces, en nuestra labor apostólica nos frustramos, nos extrañamos, y hasta nos
escandalizamos ante la falta de fe que encontramos en aquellos a quienes
llevamos la Buena Noticia del Reino. Este pasaje nos debe servir de consuelo y,
a la vez, de estímulo para seguir adelante. Vemos a Jesús, la segunda persona
de la Santísima Trinidad, Dios encarnado, predicando Su Palabra, ¡y no le
hicieron caso!, ignoraron su mensaje. Cuando nos enfrentemos a una situación
similar, hagamos como Jesús, que continuó “recorriendo los pueblos de alrededor
enseñando”. Como Él dirá a sus discípulos en el Evangelio de mañana: “Si no los
reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta
el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos” (Mc 6,11).
Estamos llamados a sembrar la semilla del
Reino, pero tenemos que estar conscientes que esta no siempre caerá en terreno
fértil (Mc 4,3-9; Lc 8,4-8; Mt 13,1-9). Jesús nos invita a no desanimarnos,
porque muchos de los que escuchan nuestro mensaje “miran y no ven, oyen y no
escuchan ni entienden” (Mt 13,13; cfr.
Is 6,9).
Jesús nos está invitando a seguirle. Muchas
veces preferimos la recepción cálida de nuestra predicación por parte de un
grupo de “los nuestros” antes que enfrentar el rechazo o la burla de los no
creyentes. El papa Francisco nos invita a salir a la calle, a la periferia, a
misionar en nuestra propia tierra. Nadie dijo que era fácil. ¡Atrévete!
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