"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA QUINTA SEMANA DEL T.O. (1)
Por qué no caminan tus discípulos según las tradiciones de los mayores y comen el pan con manos impuras?
La lectura evangélica de hoy (Mc 7,1-13), nos
sitúa de lleno nuevamente en la pugna entre Jesús y los escribas y fariseos; la
controversia entre “cumplir” la Ley al pie de la letra, relegando el amor y la
misericordia a un segundo plano, como proponen los fariseos, y la primacía del
amor que predica Jesús.
La lectura comienza diciendo que “se acercó a
Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén”. Aquí Marcos
quiere enfatizar la diferencia entre Galilea y Jerusalén. Jesús ha desarrollado
su misión mayormente en el territorio de Galilea; allí ha calado hondo su
anuncio de Reino, allí ha obrado milagros y ganado adeptos. Por el contrario,
de Jerusalén siempre ha venido la crítica, la oposición virulenta a su mensaje
liberador. Allí vivirá su Pascua (Pasión, muerte y resurrección).
Los fariseos y escribas, con el propósito obvio
de desprestigiar o hacer desmerecer la persona de Jesús ante los presentes,
critican a Jesús y sus discípulos por no seguir los rituales de purificación
previos a sentarse a comer. El mismo Marcos describe el ritual de purificación
para sus lectores (recordemos que Marcos escribe su relato evangélico para los
paganos de la región itálica que no conocían las costumbres judías; por eso
también explica los arameismos con que salpica en ocasiones su relato): “Los
fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando
bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no
comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar
vasos, jarras y ollas”.
Jesús arremete contra el legalismo de los
fariseos: “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito:
‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El
culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos
humanos.’ Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición
de los hombres”. Está claro, los fariseos habían convertido el decálogo en un
complejo cuerpo de preceptos (la Mitzvá), compuesto por 613 mandamientos que todo judío venía obligado a cumplir.
De ahí que Jesús en un momento diga a los fariseos: “Atan pesadas cargas y las
ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni
siquiera con el dedo” (Mt 23,4). La hipocresía, el legalismo ritual vacío.
Jesús está claro, la tradición está basada en
el decálogo. Pero esa tradición, propia del pueblo judío, tiene que ceder ante
las exigencias del anuncio de la Buena Nueva del Reino a otros pueblos que no tienen
la misma cultura, las mismas tradiciones. No podemos establecer un abismo entre
lo “sagrado” y el mundo, pues estamos llamados a vivir y proclamar nuestra fe
en este mundo. Y esa fe está fundamentada en el amor y la caridad. La tradición
es secundaria y tiene que ceder ante estas.
No puede haber prácticas piadosas que
aprisionen las obras de misericordia corporales y espirituales. Pues como
escribía San Juan de la Cruz, “en el atardecer de nuestras vidas, seremos
juzgados en el amor”.
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