"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
JUEVES, DE LA QUINTA SEMANA DEL T.O. (1) MEMORIA DE NUESTRA SEÑORA DE LOURDES
Hoy celebramos la
memoria de Nuestra Señora de Lourdes. Dicha advocación mariana surge con motivo
de la aparición de Nuestra Señora, la Virgen María, a santa Bernardette Soubirous en
Lourdes, Francia en 1858. Además de los muchos milagros atribuidos a la
intercesión de la Virgen bajo esta advocación y relacionados con el lugar de
las apariciones, esta aparición se destaca por el hecho de que, en la
decimosexta aparición, el 25 de marzo, fiesta de la Anunciación del arcángel
Gabriel a la Santísima Virgen, esta se identificó a sí misma diciéndole a la
niña Bernardette: “Yo soy la Inmaculada
Concepción”. Apenas cuatro años antes, el papa Pío IX había
definido el dogma de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios, hecho que,
con los medios de comunicación limitados de la época, era totalmente
desconocido para los habitantes de aquella pequeña villa en los Pirineos.
El calendario litúrgico católico celebra la “Festividad de Nuestra Señora
de Lourdes” el día de la primera aparición, es decir, hoy 11 de febrero. Son
incontables las curaciones atribuidas a la intercesión de Nuestra Señora de
Lourdes, especialmente en peregrinos al santuario que allí se erigió. En 1992,
el papa Juan Pablo II instituyó la celebración de la “Jornada Mundial del
Enfermo” a realizarse el 11 de febrero de cada año, en la memoria litúrgica de
Nuestra Señora de Lourdes. Por eso hoy en muchas parroquias alrededor del mundo
se celebran misas por los enfermos.
Encomendémonos a la protección de Nuestra Señora de Lourdes y pidamos su
intercesión para que nos libre de toda enfermedad, especialmente aquellas que
afectan nuestro espíritu y nos impiden acercarnos a su Hijo.
El Evangelio de hoy (Mc 7,24-30) nos presenta el pasaje de la curación de
la hija de una mujer pagana. Su hija estaba poseída por un espíritu impuro y,
cuando la mujer se enteró que Jesús estaba cerca, enseguida fue a buscarlo y se
le echó a los pies, rogándole que echase el demonio de su hija. La reacción de
Jesús puede dejarnos desconcertados si no la leemos en el contexto y cultura de
la época: “Deja que coman primero los hijos. No está bien echarles a los perros
el pan de los hijos”. La mujer no se dejó disuadir por el aparente desplante de
Jesús: “Tienes razón, Señor: pero también los perros, debajo de la mesa, comen
las migajas que tiran los niños”. Como sucede en otras ocasiones, Jesús se
conmueve ante aquél despliegue de fe (¿Qué madre no pone en los pies de Jesús
los problemas y enfermedades de sus hijos?): “Anda vete, que por eso que has
dicho, el demonio ha salido de tu hija”.
Aquella mujer pagana creyó en Jesús y en su Palabra, y creyó que Jesús
podía curar a su hija. Por eso no se rindió y continuó insistiendo (Cfr. Lc 11,13; 18,1-8). De ese
modo “disparó” Su poder sanador. “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis;
llamad y se os abrirá” (Mt 7,7). Este pasaje es también un claro ejemplo de lo
que san Pablo dice a los romanos (Rm 10,12): “Toda diferencia entre judío y no
judío ha quedado superada, pues uno mismo es el Señor de todos, y su
generosidad se desborda con todos los que le invocan” (Rm 10,12).
Y tú, ¿tienes la fe de aquella mujer?
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