"Ventana abierta"
Rincón para orar
Sor Matilde
RENUNCIAR A TODO PARA SER DISCÍPULO DE JESÚS
25 Caminaba con él mucha gente, y
volviéndose les dijo:
26 « Si alguno viene donde
mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a
sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío.
27 El que no lleve su cruz
y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío.
28 « Porque ¿quién de
vosotros, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los
gastos, y ver si tiene para acabarla?
29 No sea que, habiendo
puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a
burlarse de él, diciendo:
30 "Este comenzó a
edificar y no pudo terminar."
31 O ¿qué rey, que sale a
enfrentarse contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con 10.000 puede
salir al paso del que viene contra él con 20.000?
32 Y si no, cuando está
todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz.
33 Pues, de igual manera,
cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser
discípulo mío. (Lc. 14, 25-33)
Cuando uno desea seguir a Jesús, no puede llevar por
delante, como “preciado equipaje”, a su padre y a su madre; a su hijo o a su
hija; a sus hermanos o parientes. Cuando nos lanzamos “a lo más”, lo menos ha
de ir detrás de mí, ¡y a veces, a gran distancia de mí!... No dice que lo que
va detrás valga poco o no sirva de nada, sino que Jesús dice que si ambos
amores entran en conflicto, sin pensarlo, he de preferir el seguimiento de
Jesús a la adhesión “a la carne y a la sangre”…
Pero Jesús no para aquí: El sabe que el hombre mientras
vive en esta tierra, va a ser, tarde o temprano, visitado por la cruz. Ella
simboliza todas las dolencias del cuerpo o del alma… ¡Que son muchas!… Pues
éstas tienen que ser abrazadas para poder ser discípulo de Jesús… Él, cuando se
hizo hombre, las recibió todas por amor al Padre y a cada uno de nosotros. Como
buen médico, Jesús, tomó ante nosotros la bebida amarga de la Cruz para quitar
toda aprehensión a los que enfermos teníamos que “beber el cáliz hasta las
heces”…
Nuestro Señor, si repasamos su vida, vivió todas las
cruces imaginables: la pobreza, el destierro, la dureza del trabajo, ¡y esto
treinta años!… La soledad, el desprecio, las agresiones a su cuerpo y las muy
duras a su alma… Y después de ser triturado como harina, la ignominiosa “muerte
en cruz”… ¿Es que puedo yo equiparar “mis cruces” a la de Jesús, que son
aproximación a la real de Cristo?… Así que, cuando llegue la cruz, y no quiero
renunciar a ser seguidor de Jesús, tomémosla y cerrando los ojos pongamos
nuestras manos en las suyas para ser conducidos, con Él y como Él, por este
camino ¡que siempre nos será inédito!… Pero junto a Él, confiado y seguro,
porque es Él quien nos sostiene y consuela: “¡venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados y yo os aliviaré!”…
Jesús nos advierte que esta tarea vital se parece al
hombre que quiere construir una torre, mas previamente, se sienta para calcular
si con lo que tiene podrá afrontar los gastos para terminarla; o el rey que
presenta batalla a otro rey, y de nuevo se sienta para ver si podrá vencerle
con los hombres con los que cuenta y con los que tiene el enemigo… En los dos
casos, Jesús nos advierte que el asunto tiene sus raíces en la tierra, pero ha
de llegar a tocar el cielo… El ser discípulo de Jesús “no es tanto del que
quiere sino de quién Dios tiene misericordia”... Pero hay que pedir al Señor
que nuestros buenos deseos lleguen a hacerse realidad, tocando el cielo…
Por esto, nuestros cálculos, por muy certeros que sean,
son “cálculos humanos”: ¿Podré, no podré? Dios es quien mide nuestras fuerzas y
capacidades y siempre nos pedirá algo que previamente ya nos ha dado:
“¡Seguirle hasta el menosprecio de mí mismo!”… ¡Que no digo “desprecio”, sino
apreciar como lo menos, y no como lo más!…
Pero bien vista la cosa, el que ha experimentado esta
llamada: ¡¡Sígueme!! sabe que no es algo costoso, sino deleitable y en donde
uno no puede sino decir a Jesús: “¡Ya voy Señor, te seguiré adonde quiera que
vayas!”…
¡Dispongámonos siempre, con el deseo orante, a sucesivas llamadas de Jesús para
dejarlo todo por amor a Él!…
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