"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA
FIESTA DE LA DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE SAN JUAN DE LETRÁN
“Quitad esto de aquí; no convirtáis en un
mercado la casa de mi Padre”.
Hoy celebramos la Fiesta de la Dedicación de la
Basílica de San Juan de Letrán, que constituye la sede de la Cátedra del Papa en su carácter de Obispo de
Roma, es decir, que es la catedral de Roma. La tradición de celebrar esta
Fiesta se remonta al siglo XII, y tiene como propósito honrar esa basílica que
es llamada “madre y cabeza de todas las iglesias de la Urbe y del Orbe”, por
ser, como hemos dicho, la “cátedra de Pedro”.
Las lecturas que la liturgia nos propone hoy,
abarcan toda la dimensión de lo que constituye el “templo” para nosotros los
cristianos. En el segundo texto que se nos propone como lectura (1 Cor
3,9c-11.16-17) Pablo nos recuerda que nosotros somos el verdadero templo de
Dios: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en
vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque
el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros”. “Vendremos a él, y
haremos morada en él” (Jn 14,23); “¿No sabéis que sois templo de Dios?”. No hay
duda de que Dios está en todas partes, por lo que su presencia no está
circunscrita a los templos edificados por manos humanas. Es algo que aprendemos
desde la catequesis infantil.
No obstante, ya desde el Antiguo Testamento
Dios enseña a su pueblo la importancia de separar una estructura sagrada para
congregarnos con el propósito de rendirle el culto de adoración que solo Él
merece (la palabra “sagrado” quiere decir “separado”). El mismo Jesús fue
presentado en el Templo (Lc 2,22-40), acudía al Templo para observar las
fiestas religiosas (Lc 2,41-42; Jn 2,13), y lo encontramos en innumerables
ocasiones enseñando en el Templo o en la sinagoga.
En el Evangelio que contemplamos hoy (Jn
2,13-22) se hace patente la importancia que Jesús le reconoce al Templo, y el
respeto que le merece, cuando cita el Salmo 69,10: “El celo de tu casa me
devora”. Este es el pasaje en que Jesús expulsa por la fuerza a los mercaderes
del templo, increpándolos por haber convertido “en un mercado la casa de [su]
Padre”. Pero al mismo tiempo reconoce que su cuerpo (del cual todos formamos
parte – Cfr. 1 Cor 10,17;
12,12-27; Ef 1,13; 2,16; 3,6; 4, 4.12-16; Col 1,18.24; 2,19; 3,15) es también
un templo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”.
“El celo de tu casa me devora”. Cada vez que
entro en un templo y me encuentro a todo el mundo “socializando” y hablando
nimiedades, y hasta murmurando contra otros hermanos, en presencia de Jesús
sacramentado, cuya presencia es reconocida por apenas dos o tres personas,
entiendo lo que sintió Jesús cuando volcó las mesas de los cambistas y expulsó
a los mercaderes. Entonces voy y me postro ante Él y pido por ellos, y ruego al
Señor que al verme, descubran Su presencia en el sagrario y cesen de convertir
su Casa en un mercado, que es precisamente lo que el nivel de ruido que se
percibe nos evoca.
Hoy, pidamos al Señor que nos permita reconocer nuestros cuerpos como templos suyos, respetándolos como tal, reconocer los templos de nuestra Iglesia como lugares sagrados en los que Él habita también, y comportarnos con el respeto que merecen.
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