"Ventana abierta"
Archidiócesis de Sevilla
Isabel Cuenca
“TIENDE TU MANO AL POBRE”
Este es el lema para la próxima Jornada Mundial de los Pobres que la Iglesia celebrará el día 15 de noviembre. Esta frase que sirve de lema fue escrita unos doscientos años antes de Jesucristo en el libro del Eclesiástico. El autor de este libro, Sirac buscaba la sabiduría que hace a los hombres mejores para vivir en la realidad del momento que le había tocado. Era un momento difícil, como ahora, de dura prueba para el pueblo de Israel, y Sirac que era un hombre de profunda fe, se dirige a Dios para pedirle el don de la Sabiduría. Y Dios le responde: «Endereza tu corazón, mantente firme y no te angusties en tiempo de adversidad. Pégate a él y no te separes, para que al final seas enaltecido. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en la adversidad y en la humillación. Porque en el fuego se prueba el oro, y los que agradan a Dios en el horno de la humillación. En las enfermedades y en la pobreza pon tu confianza en él. Confía en él y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él. Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia y no os desviéis, no sea que caigáis» (2,2-7).
Posteriormente, en Mt 25,40 Jesús
nos enseña que hay que encontrar a Dios en cada una de las personas que sufren:
en el hambriento, el desnudo, el preso, el enfermo…
Nos lo dice también el papa en el mensaje:
“La oración a Dios y la solidaridad con los
pobres y los que sufren son inseparables. Para celebrar un culto que sea
agradable al Señor, es necesario reconocer que toda persona, incluso la más
indigente y despreciada, lleva impresa en sí la imagen de Dios. De tal atención
deriva el don de la bendición divina, atraída por la generosidad que se
practica hacia el pobre. Por lo tanto, el tiempo que se dedica a la oración
nunca puede convertirse en una coartada para descuidar al prójimo necesitado;
sino todo lo contrario: la bendición del Señor desciende sobre nosotros y la
oración logra su propósito cuando va acompañada del servicio a los pobres”.
Tender la mano es un signo: un signo que
recuerda inmediatamente la proximidad, la solidaridad, el amor. El papa nos
recuerda la cantidad de manos tendidas que hemos visto en esta época de
pandemia: mano del personal sanitario, el personal de la administración, del
farmacéutico, del sacerdote, del voluntario, de hombres y mujeres que trabajan
para proporcionar servicios esenciales y seguridad.
Y otras manos tendidas que podríamos describir
hasta componer una letanía de buenas obras. Todas estas manos han desafiado el
contagio y el miedo para dar apoyo y consuelo.
“Tiende la mano al pobre” es, por lo tanto, una
invitación a la responsabilidad y un compromiso directo de todos aquellos que
se sienten parte del mismo destino. Es una llamada a llevar las cargas de los
más débiles, como recuerda san Pablo: «Mediante el amor, poneos al servicio los
unos de los otros. Porque toda la Ley encuentra su plenitud en un solo
precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. […] Llevad las
cargas los unos de los otros» (Ga 5,13-14; 6,2).
Texto completo:
MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
IV JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES
Domingo
XXXIII del Tiempo Ordinario
15 de noviembre de 2020
“Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32)
“Tiende tu mano al
pobre” (cf. Si 7,32). La antigua sabiduría ha formulado estas
palabras como un código sagrado a seguir en la vida. Hoy resuenan con todo su
significado para ayudarnos también a nosotros a poner nuestra mirada en lo
esencial y a superar las barreras de la indiferencia. La pobreza siempre asume
rostros diferentes, que requieren una atención especial en cada situación
particular; en cada una de ellas podemos encontrar a Jesús, el Señor, que nos
reveló estar presente en sus hermanos más débiles (cf. Mt 25,40).
1. Tomemos en nuestras manos el Eclesiástico, también conocido
como Sirácida, uno de los libros del Antiguo Testamento. Aquí
encontramos las palabras de un sabio maestro que vivió unos doscientos años
antes de Cristo. Él buscaba la sabiduría que hace a los hombres mejores y
capaces de escrutar en profundidad las vicisitudes de la vida. Lo hizo en un
momento de dura prueba para el pueblo de Israel, un tiempo de dolor, luto y
miseria causado por el dominio de las potencias extranjeras. Siendo un hombre
de gran fe, arraigado en las tradiciones de sus antepasados, su primer
pensamiento fue dirigirse a Dios para pedirle el don de la sabiduría. Y el
Señor le ayudó.
Desde las primeras páginas del libro, el Sirácida expone
sus consejos sobre muchas situaciones concretas de la vida, y la pobreza es una
de ellas. Insiste en el hecho de que en la angustia hay que confiar en Dios:
«Endereza tu corazón, mantente firme y no te angusties en tiempo de adversidad.
Pégate a él y no te separes, para que al final seas enaltecido. Todo lo que te
sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en la adversidad y en la humillación.
Porque en el fuego se prueba el oro, y los que agradan a Dios en el horno de la
humillación. En las enfermedades y en la pobreza pon tu confianza en él. Confía
en él y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él. Los que teméis al
Señor, aguardad su misericordia y no os desviéis, no sea que caigáis» (2,2-7).
2. Página tras página, descubrimos un precioso compendio de sugerencias
sobre cómo actuar a la luz de una relación íntima con Dios, creador y amante de
la creación, justo y providente con todos sus hijos. Sin embargo, la constante
referencia a Dios no impide mirar al hombre concreto; al contrario, las dos
cosas están estrechamente relacionadas.
Lo demuestra claramente el pasaje del cual se toma el título de este
Mensaje (cf. 7,29-36). La oración a Dios y la solidaridad con los pobres y los
que sufren son inseparables. Para celebrar un culto que sea agradable al Señor,
es necesario reconocer que toda persona, incluso la más indigente y despreciada,
lleva impresa en sí la imagen de Dios. De tal atención deriva el don de la
bendición divina, atraída por la generosidad que se practica hacia el pobre.
Por lo tanto, el tiempo que se dedica a la oración nunca puede convertirse en
una coartada para descuidar al prójimo necesitado; sino todo lo contrario: la
bendición del Señor desciende sobre nosotros y la oración logra su propósito
cuando va acompañada del servicio a los pobres.
3. ¡Qué actual es esta antigua enseñanza, también para nosotros! En efecto,
la Palabra de Dios va más allá del espacio, del tiempo, de las religiones y de
las culturas. La generosidad que sostiene al débil, consuela al afligido,
alivia los sufrimientos, devuelve la dignidad a los privados de ella, es una
condición para una vida plenamente humana. La opción por dedicarse a los pobres
y atender sus muchas y variadas necesidades no puede estar condicionada por el
tiempo a disposición o por intereses privados, ni por proyectos pastorales o
sociales desencarnados. El poder de la gracia de Dios no puede ser sofocado por
la tendencia narcisista a ponerse siempre uno mismo en primer lugar.
Mantener la mirada hacia el pobre es difícil, pero muy necesario para dar
a nuestra vida personal y social la dirección correcta. No se trata de emplear
muchas palabras, sino de comprometer concretamente la vida, movidos por la
caridad divina. Cada año, con la Jornada Mundial de los Pobres, vuelvo sobre
esta realidad fundamental para la vida de la Iglesia, porque los pobres están y
estarán siempre con nosotros (cf. Jn 12,8) para ayudarnos a
acoger la compañía de Cristo en nuestra vida cotidiana.
4. El encuentro con una persona en condición de pobreza siempre nos
provoca e interroga. ¿Cómo podemos ayudar a eliminar o al menos aliviar su
marginación y sufrimiento? ¿Cómo podemos ayudarla en su pobreza espiritual? La
comunidad cristiana está llamada a involucrarse en esta experiencia de
compartir, con la conciencia de que no le está permitido delegarla a otros. Y
para apoyar a los pobres es fundamental vivir la pobreza evangélica en primera
persona. No podemos sentirnos “bien” cuando un miembro de la familia humana es
dejado al margen y se convierte en una sombra. El grito silencioso de tantos
pobres debe encontrar al pueblo de Dios en primera línea, siempre y en todas
partes, para darles voz, defenderlos y solidarizarse con ellos ante tanta
hipocresía y tantas promesas incumplidas, e invitarlos a participar en la vida
de la comunidad.
Es cierto, la Iglesia no tiene soluciones generales que proponer, pero ofrece,
con la gracia de Cristo, su testimonio y sus gestos de compartir. También se
siente en la obligación de presentar las exigencias de los que no tienen lo
necesario para vivir. Recordar a todos el gran valor del bien común es para el
pueblo cristiano un compromiso de vida, que se realiza en el intento de no
olvidar a ninguno de aquellos cuya humanidad es violada en las necesidades
fundamentales.
5. Tender la mano hace descubrir, en primer lugar, a quien lo hace, que
dentro de nosotros existe la capacidad de realizar gestos que dan sentido a la
vida. ¡Cuántas manos tendidas se ven cada día! Lamentablemente, sucede cada vez
más a menudo que la prisa nos arrastra a una vorágine de indiferencia, hasta el
punto de que ya no se sabe más reconocer todo el bien que cotidianamente se
realiza en el silencio y con gran generosidad. Así sucede que, sólo cuando
ocurren hechos que alteran el curso de nuestra vida, nuestros ojos se vuelven
capaces de vislumbrar la bondad de los santos “de la puerta de al lado”, «de aquellos
que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios» (Exhort.
ap. Gaudete et exsultate, 7), pero de
los que nadie habla. Las malas noticias son tan abundantes en las páginas de
los periódicos, en los sitios de internet y en las pantallas de televisión, que
nos convencen que el mal reina soberano. No es así. Es verdad que está siempre
presente la maldad y la violencia, el abuso y la corrupción, pero la vida está
entretejida de actos de respeto y generosidad que no sólo compensan el mal,
sino que nos empujan a ir más allá y a estar llenos de esperanza.
6. Tender la mano es un signo: un signo que recuerda inmediatamente la
proximidad, la solidaridad, el amor. En estos meses, en los que el mundo entero
ha estado como abrumado por un virus que ha traído dolor y muerte, desaliento y
desconcierto, ¡cuántas manos tendidas hemos podido ver! La mano tendida del
médico que se preocupa por cada paciente tratando de encontrar el remedio
adecuado. La mano tendida de la enfermera y del enfermero que, mucho más allá
de sus horas de trabajo, permanecen para cuidar a los enfermos. La mano tendida
del que trabaja en la administración y proporciona los medios para salvar el
mayor número posible de vidas. La mano tendida del farmacéutico, quién está
expuesto a tantas peticiones en un contacto arriesgado con la gente. La mano
tendida del sacerdote que bendice con el corazón desgarrado. La mano tendida
del voluntario que socorre a los que viven en la calle y a los que, a pesar de
tener un techo, no tienen comida. La mano tendida de hombres y mujeres que
trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad. Y otras manos
tendidas que podríamos describir hasta componer una letanía de buenas obras.
Todas estas manos han desafiado el contagio y el miedo para dar apoyo y
consuelo.
7. Esta pandemia llegó de repente y nos tomó desprevenidos, dejando una
gran sensación de desorientación e impotencia. Sin embargo, la mano tendida
hacia el pobre no llegó de repente. Ella, más bien, ofrece el testimonio de
cómo nos preparamos a reconocer al pobre para sostenerlo en el tiempo de la
necesidad. Uno no improvisa instrumentos de misericordia. Es necesario un
entrenamiento cotidiano, que proceda de la conciencia de lo mucho que
necesitamos, nosotros los primeros, de una mano tendida hacia nosotros.
Este momento que estamos viviendo ha puesto en crisis muchas certezas. Nos
sentimos más pobres y débiles porque hemos experimentado el sentido del límite
y la restricción de la libertad. La pérdida de trabajo, de los afectos más
queridos y la falta de las relaciones interpersonales habituales han abierto de
golpe horizontes que ya no estábamos acostumbrados a observar. Nuestras
riquezas espirituales y materiales fueron puestas en tela de juicio y
descubrimos que teníamos miedo. Encerrados en el silencio de nuestros hogares,
redescubrimos la importancia de la sencillez y de mantener la mirada fija en lo
esencial. Hemos madurado la exigencia de una nueva fraternidad, capaz de ayuda
recíproca y estima mutua. Este es un tiempo favorable para «volver a sentir que
nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y
por el mundo [...]. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral,
burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad [...]. Esa
destrucción de todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos
con otros para preservar los propios intereses, provoca el surgimiento de
nuevas formas de violencia y crueldad e impide el desarrollo de una verdadera
cultura del cuidado del ambiente» (Carta enc. Laudato sí, 229). En definitiva, las graves crisis
económicas, financieras y políticas no cesarán mientras permitamos que la
responsabilidad que cada uno debe sentir hacia al prójimo y hacia cada persona
permanezca aletargada.
8. “Tiende la mano al pobre” es, por lo tanto, una invitación a la
responsabilidad y un compromiso directo de todos aquellos que se sienten parte
del mismo destino. Es una llamada a llevar las cargas de los más débiles, como
recuerda san Pablo: «Mediante el amor, poneos al servicio los unos de los
otros. Porque toda la Ley encuentra su plenitud en un solo precepto: Amarás
a tu prójimo como a ti mismo. [...] Llevad las cargas los unos de los
otros» (Ga 5,13-14; 6,2). El Apóstol enseña que la libertad que nos
ha sido dada con la muerte y la resurrección de Jesucristo es para cada uno de
nosotros una responsabilidad para ponernos al servicio de los demás, especialmente
de los más débiles. No se trata de una exhortación opcional, sino que
condiciona de la autenticidad de la fe que profesamos.
El libro del Eclesiástico viene otra vez en nuestra ayuda: sugiere
acciones concretas para apoyar a los más débiles y también utiliza algunas
imágenes evocadoras. En un primer momento toma en consideración la debilidad de
cuantos están tristes: «No evites a los que lloran» (7,34). El período de la
pandemia nos obligó a un aislamiento forzoso, incluso impidiendo que pudiéramos
consolar y permanecer cerca de amigos y conocidos afligidos por la pérdida de
sus seres queridos. Y sigue diciendo el autor sagrado: «No dejes de visitar al
enfermo» (7,35). Hemos experimentado la imposibilidad de estar cerca de los que
sufren, y al mismo tiempo hemos tomado conciencia de la fragilidad de nuestra
existencia. En resumen, la Palabra de Dios nunca nos deja tranquilos y continúa
estimulándonos al bien.
9. “Tiende la mano al pobre” destaca, por contraste, la actitud de quienes
tienen las manos en los bolsillos y no se dejan conmover por la pobreza, de la
que a menudo son también cómplices. La indiferencia y el cinismo son su
alimento diario. ¡Qué diferencia respecto a las generosas manos que hemos
descrito! De hecho, hay manos tendidas para rozar rápidamente el teclado de una
computadora y mover sumas de dinero de una parte del mundo a otra, decretando
la riqueza de estrechas oligarquías y la miseria de multitudes o el fracaso de
naciones enteras. Hay manos tendidas para acumular dinero con la venta de armas
que otras manos, incluso de niños, usarán para sembrar muerte y pobreza. Hay
manos tendidas que en las sombras intercambian dosis de muerte para
enriquecerse y vivir en el lujo y el desenfreno efímero. Hay manos tendidas que
por debajo intercambian favores ilegales por ganancias fáciles y corruptas. Y
también hay manos tendidas que, en el puritanismo hipócrita, establecen leyes
que ellos mismos no observan.
En este panorama, «los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un
estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal
egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin
advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los
otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos,
como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe» (Exhort. ap. Evangelii gaudium 54). No podemos ser
felices hasta que estas manos que siembran la muerte se transformen en
instrumentos de justicia y de paz para el mundo entero.
10. «En todas tus acciones, ten presente tu final» (Si 7,36).
Esta es la expresión con la que el Sirácida concluye su
reflexión. El texto se presta a una doble interpretación. La primera hace
evidente que siempre debemos tener presente el fin de nuestra existencia.
Acordarse de nuestro destino común puede ayudarnos a llevar una vida más atenta
a quien es más pobre y no ha tenido las mismas posibilidades que nosotros.
Existe también una segunda interpretación, que evidencia más bien el propósito,
el objetivo hacia el que cada uno tiende. Es el fin de nuestra vida que
requiere un proyecto a realizar y un camino a recorrer sin cansarse. Y bien, la
finalidad de cada una de nuestras acciones no puede ser otra que el amor. Este
es el objetivo hacia el que nos dirigimos y nada debe distraernos de él. Este
amor es compartir, es dedicación y servicio, pero comienza con el
descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y movidos al amor.
Este fin aparece en el momento en que el niño se encuentra con la sonrisa de la
madre y se siente amado por el hecho mismo de existir. Incluso una sonrisa que
compartimos con el pobre es una fuente de amor y nos permite vivir en la
alegría. La mano tendida, entonces, siempre puede enriquecerse con la sonrisa
de quien no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece, sino que sólo se
alegra de vivir según el estilo de los discípulos de Cristo.
En este camino de encuentro cotidiano con los pobres, nos acompaña la
Madre de Dios que, de modo particular, es la Madre de los pobres. La Virgen
María conoce de cerca las dificultades y sufrimientos de quienes están
marginados, porque ella misma se encontró dando a luz al Hijo de Dios en un
establo. Por la amenaza de Herodes, con José su esposo y el pequeño Jesús huyó
a otro país, y la condición de refugiados marcó a la sagrada familia durante
algunos años. Que la oración a la Madre de los pobres pueda reunir a sus hijos
predilectos y a cuantos les sirven en el nombre de Cristo. Y que esta misma
oración transforme la mano tendida en un abrazo de comunión y de renovada fraternidad.
Roma, en San Juan de Letrán, 13 de junio de 2020, memoria litúrgica de san Antonio de Padua.
Francisco
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