"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
SÁBADO DE LA TRIGÉSIMA SEGUNDA SEMANA DEL T.O. (2)
“Aunque ni temo a Dios ni me importan los
hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a
acabar pegándome en la cara”.
El Evangelio de hoy nos presenta la parábola
del “juez inicuo” (Lc 18,1-8). En esta parábola encontramos a una viuda que
recurría ante un juez para pedirle que le hiciera justicia frente a su
adversario. Y aunque el juez “ni temía a Dios ni le importaban los hombres”,
fue tanta la insistencia de la viuda que el juez terminó haciéndole justicia
con tal de salir de ella: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres,
como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome
en la cara” (Cfr. Lc 11,5-13).
Al terminar la parábola Jesús mismo explica el
significado de la misma: “Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no
hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os
digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre,
¿encontrará esta fe en la tierra?”
Esta parábola exhorta a todo el que sigue a
Jesús a confiar plenamente en la justicia divina, en que Dios siempre ha de
tomar partido con el que sufre injusticias o persecución por su nombre. Este
pasaje nos evoca aquel momento en que Dios, movido por la opresión de su
pueblo, decidió intervenir por primera vez en la historia de la humanidad: “Yo
he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de
dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por
eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios” (Ex 3,7-8).
La parábola nos invita, además, a orar sin
cesar (1 Tes 5,17), sin perder las esperanzas, sin desaliento, aun cuando a
veces parezca que el Señor se muestra sordo ante nuestras súplicas. El mismo
Lucas precede la parábola con una introducción que apunta al tema central de la
misma: “Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin
desanimarse, les propuso esta parábola”.
Nos enseña también a luchar sin desfallecer en
la construcción de Reino, sin importar las injusticias ni persecuciones que
suframos, con la certeza de que, tarde o temprano, en Su tiempo, Dios nos hará
justicia. Por eso nuestra oración ha de ser insistente, pero dejando en manos
de Dios el “cuándo” y el “cómo” vendrá en nuestro auxilio.
Por otra parte, Jesús habla de que Dios ha de
hacer justicia a “sus elegidos”. ¿Quiénes son los elegidos? “Los que han sido
elegidos según la previsión de Dios Padre, y han sido santificados por el
Espíritu para obedecer a Jesucristo y recibir la aspersión de su sangre” (1 Pe
1,1-2). Son aquellos que Él “ha elegido en Él, antes de la creación del mundo,
para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor” (Ef
1,4). Somos elegidos, o más bien, nos convertimos en elegidos cuando seguimos
el camino de santidad que Él nos ha trazado y que nos lleva a ser
irreprochables, POR EL AMOR. De nuevo el imperativo del Amor…
Terminamos con la pregunta final que Jesús plantea a los que le seguían, y que debemos plantearnos nosotros: Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?
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