De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA DÉCIMO SEPTIMA SEMANA DEL T.O. (2)
“¡Señor, ¿dónde
estás?, no nos ocultes tu rostro!”
El evangelio de hoy
(Mt 13,36-43) es la explicación que el mismo Jesús nos brinda de la parábola de
la cizaña que leyéramos el décimosexto domingo, y comentáramos en nuestra reflexión para ese día.
Como primera lectura, la
liturgia nos sigue presentando al profeta Jeremías (14,17-22). Este cántico de
Jeremías es una invocación desgarradora, una plegaria penitencial invocando la
ayuda y misericordia de Dios ante dos tragedias que enfrentaba el pueblo judío.
Por un lado, una sequía devastadora que llevaba varios años arropando al país,
con la consecuente hambruna y miseria, y por otro lado las guerras en las que
Yahvé parecía haber abandonado a su pueblo, con la inminencia de una invasión y
la subsiguiente deportación. Ante este cuadro Dios guarda silencio:
“desfallecidos de hambre; tanto el profeta como el sacerdote vagan sin sentido
por el país”. Tal parece que el grito colectivo es: “¡Señor, ¿dónde estás?, no
nos ocultes tu rostro!”
A ese grito desesperado le
sigue un acto de contrición: “Señor, reconocemos nuestra impiedad, la culpa de
nuestros padres, porque pecamos contra ti”. Finalmente hace lo que nosotros
solemos hacer, le reclamamos nuestros “derechos” bajo la alianza que nosotros
mismos hemos incumplido: “recuerda y no rompas tu alianza con nosotros”. El
profeta, a nombre del pueblo lo intenta todo, inclusive pedirle a Dios que, si
no por ellos, al menos por su propio prestigio, para que otros pueblos no
piensen que su Dios es “flojo”. Y en una oración que nos evoca la oración del
profeta Elías a Yahvé en el monte Carmelo que puso fin a una gran sequía, a
diferencia de los profetas de Baal que no pudieron (Cfr. 1 Re 18,20-46), Jeremías exclama:
“¿Existe entre los ídolos de los gentiles quien dé la lluvia? ¿Soltarán los
cielos aguas torrenciales? ¿No eres, Señor Dios nuestro, nuestra esperanza,
porque tú lo hiciste todo?”
El cuadro que nos presenta
Jeremías no dista mucho de nuestra situación actual, aunque en diferente
contexto. Nos sentimos atribulados por la pandemia que nos arropa y no parece
tener fin, con la consecuente estrechez económica que parece arropar al mundo
entero, todo ello unido a una violencia que parece seguir escalando fuera de
control, al punto que “tanto el profeta como el sacerdote vagan sin sentido por
el país”. Y muchos se preguntan dónde está Dios… Y le reclaman…
Pero somos nosotros los que
nos hemos alejado de Él, los que le hemos echado de nuestros hogares, nuestros
lugares de trabajo, nuestras escuelas, nuestras instituciones, nuestros
gobiernos, y hasta de nuestras iglesias. ¡Y tenemos la osadía de preguntar qué
nos pasa!
Parece que no entendemos, o no
queremos admitir, que ese aparente “silencio de Dios” es provocado por nuestro
alejamiento como pueblo. Todavía estamos a tiempo. Si nos convertimos y
volvemos al Señor, Él saldrá a nuestro encuentro, se echará a nuestro cuello,
nos besará y nos recibirá de vuelta en su Casa (Cfr.
Lc 11-32). Entonces comprenderemos que Él nunca nos ha abandonado, que las
“desgracias” que nos aquejan no son “castigos” suyos, sino de nuestra propia
hechura. De nosotros depende. Él está siempre ahí, esperando que le
reconozcamos. Y se nos abrirán los ojos de la fe; entonces seremos consolados y
fortalecidos hasta que todo termine, en Su tiempo…
Jesús, ¡en Ti confío!
No hay comentarios:
Publicar un comentario