"Ventana abierta"
Aleteia
HOY CELEBRAMOS AL APÓSTOL
SANTIAGO
Patrón de España y muy querido en
América Latina
El apóstol Santiago, primer apóstol mártir,
viajó desde Jerusalén hasta Cádiz (España).
Sus predicaciones no fueron bien recibidas, por
lo que se trasladó posteriormente a Zaragoza. Aquí se convirtieron muchos
habitantes de la zona.
Estuvo predicando también en Granada, ciudad en
la que fue hecho prisionero junto con todos sus discípulos y convertidos.
Santiago llamó en su ayuda a la Virgen María,
que entonces vivía aún en Jerusalén, rogándole lo ayudase. La Virgen le
concedió el favor de liberarlo y le pidió que se trasladara a Galicia a
predicar la fe, y que luego volviese a Zaragoza.
Santiago cumplió su misión en Galicia y regresó
a Zaragoza, donde corrió muchos peligros.
Una noche, el apóstol estuvo rezando
intensamente con algunos discípulos junto al río Ebro, cerca de los muros de la
ciudad, pidiendo luz para saber si debía quedarse o huir.
Él pensaba en María Santísima y le pedía que
rogara con él para pedir consejo y ayuda a su divino Hijo Jesús, que nada podía
entonces negarle.
De pronto, se vio venir un resplandor del cielo
sobre el apóstol y aparecieron sobre él los ángeles que entonaban un canto muy
armonioso mientras traían una columna de luz, cuyo pie, en medio de un rayo
luminoso, señalaba un lugar, a pocos pasos del apóstol, como indicando un sitio
determinado.
Sobre la columna, se le apareció la Virgen
María. Santiago se levantó del lugar donde estaba rezando de rodillas, y
recibió internamente el aviso de María de que debía erigir de inmediato una
iglesia allí; que la intercesión de María debía crecer como una raíz y
expandirse.
María le indicó que, una vez terminada la
iglesia, debía volver a Jerusalén. Santiago se levantó, llamó a los discípulos
que lo acompañaban, que habían oído la música y visto el resplandor.
Les narró lo demás, y presenciaron luego todos
cómo se iba desvaneciendo el resplandor de la aparición. En el lugar de la
aparición, se levantó lo que hoy es la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, un
lugar de peregrinación famoso en el mundo entero.
Esa gran iglesia no fue destruida en la guerra
civil española (1936-1939), puesto que las bombas que se lanzaron no
explotaron, pudiéndose hoy en día verse expuestas en el interior de la
Basílica.
Santiago partió de España, para trasladarse a
Jerusalén, como María le había ordenado. En este viaje visitó a María en Éfeso.
María le predijo la proximidad de su muerte en
Jerusalén, y lo consoló y lo confortó en gran manera. Santiago se despidió de
María y de su hermano Juan, y se dirigió a Jerusalén, donde al poco tiempo fue
hecho prisionero.
Fue llevado al monte Calvario, fuera de la
ciudad. Durante el recorrido, estuvo predicando y aún fue capaz de convertir a
algunas personas.
Cuando le ataron las manos, dijo: «Vosotros
podéis atar mis manos, pero no mi bendición y mi lengua».
Un tullido que se encontraba a la vera del
camino, clamó al apóstol que le diera la mano y lo sanase. El apóstol le
contestó: «Ven tú hacia mí y dame tu mano». El tullido fue hacia Santiago, tocó
las manos atadas del apóstol e inmediatamente sanó.
Josías, la persona que había entregado a
Santiago, fue corriendo hacia él para implorar su perdón. Este hombre se
convirtió a Cristo.
Santiago le preguntó si deseaba ser bautizado.
Él dijo que sí, por lo que el apóstol lo abrazó y le dijo: «Tú serás bautizado
en tu propia sangre». Y así se cumplió más adelante, siendo Josías asesinado
posteriormente por su fe.
En otro tramo del recorrido, una mujer se
acercó a Santiago con su hijo ciego para alcanzar de él la curación para su
hijo, obteniéndola de inmediato.
Una vez llegado al Monte Calvario, el mismo
lugar donde años antes fue crucificado nuestro Señor, Santiago fue atado a unas
piedras. Le vendaron los ojos y le decapitaron.
El
cuerpo de Santiago estuvo un tiempo en las cercanías de Jerusalén. Cuando se
desencadenó una nueva persecución, lo llevaron a Galicia (España) algunos
discípulos.
En siglos posteriores y hasta
el momento actual, numerosos fieles, principalmente de Europa, recorren
parcialmente el «Camino de Santiago» que les conduce a la tumba del Santo, con
el fin de pedir perdón por sus pecados.
Extraído del blog “Leamos la
Biblia”
San Santiago Apóstol.
Oíd mi voz, celtíberos generosos. Luego me
crucificaréis, — si es vuestro gusto, pues es preciso que beba el cáliz que mi
Señor y mi Dios me ha prometido. Os anuncio a ese Dios, que es único Dios
verdadero, el que hizo la tierra, el mar y las montañas. No tiene templo entre
los hombres, pero el empíreo es su morada. Desde él vio un día la miseria de su
heredad terrena; vio al poderoso bebiendo el sudor del débil; vio al esclavo
aplacando su sed con sus propias lágrimas; vio al vicio asentado con veste sacerdotal
sobre el ara de la virtud. Y para devolver la alegría al que llora, para
evangelizar a los pobres, para sacar a los presos de la cautividad, envió a su
Hijo vestido de nuestra propia carne; le envió menesteroso y desnudo, en el
dolor y en la tristeza, para enseñar a sufrir a los que sufren, y compadecerse
de los que no tienen consolador. Nació en un establo y murió en una cruz.
Compañero de su vida, yo puedo dar testimonio de sus obras. En el país lejano
que riega el Jordán, conviví con Él y fui uno de sus amigos. Yo le vi poner su
mano sobre el cuerpo de una niña, marchito por la muerte, y devolverle en un
segundo la vida; yo le vi saciar el hambre de muchos miles de hombres con cinco
panes. Una mirada suya transformaba las almas; una palabra suya arrancaba a los
muertos de las hoscas murallas del sepulcro. Envuelto en su cándida túnica de
lino, con gesto de gracia y de dulzura, nos anunciaba el reino de su Padre; nos
mandaba amarnos los unos a los otros; nos hablaba de un Dios bueno, protector
de los que lloran, de los pacíficos, de los pequeños; castigador de los
soberbios, de los injustos, de los engañadores....»
Así hablaba el Apóstol de las Españas. Hablaba con vehemencia y con pasión. Era
la suya un alma de fuego, y a pesar de que los años y las fatigas iban doblando
su cuerpo, todavía conservaba la vehemencia de la juventud. Como su hermano
Juan, era audaz e impetuoso. Un día, bastó que Jesús les dijese una palabra
para que se consagrasen a Él con toda la violencia de su alma. Ni Juan ni
Santiago podían olvidar aquel momento: las riberas de Genezareth, doradas del
sol viejo; las garzas dibujando en la paz del aire y de las aguas su vuelo de
plata y de rosa; las casas de Cafarnaúm, empenachadas de humo azulado, y ellos
en la barca con su padre Zebedeo, remendando la jábega rota, envueltos en el
hálito del lago y en el perfume de los manzanos floridos. De repente, la
llegada del Profeta, y su mirada y su llamada: «Venid en pos de Mí; Yo os haré
pescadores de hombres», y siguieron a Cristo apasionadamente. Fueron dos
elegidos entre los elegidos. Juntamente con San Pedro, formaron un triunvirato
al lado de Jesús. Impetuosos y ardientes como el rayo, merecieron que el
Maestro les bautizase con el nombre de Boenerges, Hijos del Trueno. Tenían las
violencias de la tempestad. Ellos son los que, indignados de la conducta de los
samaritanos, que no habían querido recibir a Jesús, le hacen con la mayor
seriedad esta proposición: «¿Quieres que digamos que caiga fuego del Cielo y
los abrase?» Pero esta misma intolerancia es una prueba de su amor y de su fe.
Cuando, después de la Resurrección, los Apóstoles se reparten el mundo,
Santiago quiere la provincia más lejana, la más desconocida, la más misteriosa
para un sencillo habitante de las riberas de Genezareth; las regiones nebulosas
de Tarsis, adonde iban las naves de Salomón; el país situado en el confín de la
tierra, flotando sobre las olas rugientes del mar tenebroso. Sus habitantes son
altivos, ásperos, rebeldes al yugo extranjero. Toda la Iberia está sembrada de
huesos de las legiones romanas, y sus campos fueron regados con sangre de
cónsules y tribunos. El Hijo del Trueno necesita aventuras peligrosas: sombras
de naufragios, océanos ignotos, selvas impenetrables; necesita arrostrar el
tormento y la muerte. Nada sabemos de su itinerario hispánico. La tradición le
representa evangelizando a través de las vías romanas, recorriendo los valles
galaicos, subiendo a la meseta de los vácceos y los arévacos, atravesando los
campos del Ebro y del Duero. El anuncio de la buena nueva brota, como el óleo
santo, de sus labios; sus manos hacen saltar los prodigios, y su camino se
constela de maravillas. Aquí y allá algunos ojos lloran al oírle hablar,
algunos corazones se conmueven, y algunos ídolos ruedan hechos pedazos. Pero
son muchos los que ríen escépticos, como si dijesen:
«Un nuevo dios que nos viene del Oriente.» En poco tiempo han visto llegar
muchos dioses: los fenicios les trajeron a Molok y Astarté; los griegos, a
Apolo y Artemis; los romanos, a Júpiter y al César. Últimamente han venido los
predicadores de Isis, la egipcia de cabeza de vaca, y los predicadores de
Mitra, el señor del disco solar. Ninguno de estos intrusos vale más que las
antiguas divinidades: Mainake, la diosa que protege a los marinos; Ategina, la
dulce enfermera que sabe de medicina tanto como Esculapio; Endovélico, «el muy
bueno», que infunde valor a los guerreros cántaros, descubre el oro a los
pescadores del Sil y da las buenas cosechas a los agricultores de Clunia,
Deóbriga y Palancia.
Y he aquí que este judío viene hablando de un nuevo Dios oriental; un Dios que
ha sido crucificado por sus enemigos, y predica la mansedumbre y la pobreza, y
declara bienaventurados a los que aman la paz. Aquellos hombres, que se
embriagaban en el ardor guerrero, que prefieren la libertad a la vida, que
dejan en el campo los cuerpos de sus héroes para que las águilas y los buitres
lleven sus almas a los palacios radiantes del sol, contemplan atónitos al
extranjero, levantan los hombros y desfilan juntando y meneando los pulgares y
los índices de ambas manos, como si dijeran con este remedo burlón del pico de
la cigüeña:
«¡Este hombre está loco!»
Cuentan que, al llegar a César Augusta, sintióse el apóstol envuelto en una
nube de mortal congoja. A la fatiga se juntaba el desaliento, y al desaliento
la melancolía de la nostalgia. También el Hijo del Trueno sentía la hora de la
carne, que hacía germinar el asco de la vida en el alma gigantesca del Apóstol
de las Gentes. De repente, una luz delante de él, y un susurro y una ráfaga de
aromas. No son las flores que crecen junto al Ebro, ni el cantar de las aguas
en el cauce profundo; es una aparición celeste, una mirada que él conoce muy
bien, que otras veces ha iluminado su corazón y ha encaminado su vida: es la Virgen
María, que le sonríe y le habla y le consuela... Dicen que en aquel momento
tuvo Santiago la visión de un glorioso porvenir. No había trabajado en vano:
regada con sus sudores, la semilla evangélica germinaría en aquellas almas
tercas, para producir frutos espléndidos de renunciamiento y de santidad. Su
corazón fulmíneo pasaría a inflamar al gran pueblo ibérico, levantándole hasta
la cumbre de los heroísmos cristianos.
En los primeros meses del año 44, el hijo del Zebedeo aparece de nuevo en
Jerusalén, y los libros santos van a recoger por última vez su nombre.
Protegido por Roma, el reyezuelo Herodes Agripa gobierna las regiones del
Jordán. A la flexibilidad de su raza, este nieto de Herodes el Grande juntaba
un arte maravilloso para intrigar e insinuarse en el espíritu de los amos del
Imperio. Un momento estuvo a punto de traicionarle su estrella. Un capricho de
Tiberio le lanzó desde la corte a la cárcel; otro de Calígula le subió de la
cárcel al trono. Rey de Galilea, de Judea, de Samaria y de la parte oriental
del Jordán, logra restablecer el Imperio de su abuelo Herodes el Grande. Más
por política que por convicción, tiene el celo del mosaísmo. Embellece a
Jerusalén, cuelga en el templo las cadenas de oro que le había regalado
Calígula como recuerdo de su cautividad, adopta actitudes místicas, ofrece el
diezmo del comino y la mostaza como el más puritano de los fariseos, se
presenta en el santuario con el canastillo de las primicias, llora de emoción
cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la Ley, y ofrece en un día
millares de víctimas. Los judíos están orgullosos de aquel príncipe, cuya
gloria empezaba a recordarles el esplendor del trono de David. Hay, sin
embargo, una sombra que inquieta el sueño de los ortodoxos: es la obstinación
de los discípulos del Crucificado, que se empeñan en introducir la división
dentro de Israel. Estimulado por los celadores de la Ley, Agripa decide acabar
con ellos. «En aquel tiempo—dicen los Actos—, Herodes hizo maltratar a algunos
de la Iglesia, y mandó degollar a Santiago, hermano de Juan.» El ardor del Hijo
del Trueno, su fogosidad, su entusiasmo, le señalaban entre todos al odio de
los perseguidores. Un día, Cristo le había preguntado:
«¿Puedes beber el cáliz que voy a beber Yo?» Y su respuesta fue digna de un discípulo
del Señor: «Puedo.» Y siguió la promesa del Salvador, que Santiago veía
constantemente sobre su cabeza, como una corona de oro: «Pues bien, beberás mi
cáliz.» Y le bebió sin temblar, el primero de los Apóstoles. En el siglo
segundo, los ancianos de Alejandría contaban que el delator del apóstol,
admirado de la firmeza con que confesaba su fe, se hizo discípulo de Jesucristo
y compartió con su víctima los horrores del martirio. Habiéndose encontrado con
el apóstol en el camino del suplicio, rogóle que le perdonase. Santiago se
detuvo, le abrazó y le dijo: «Que la paz sea contigo.» Unos instantes después
las dos cabezas rodaban por el suelo.
La persecución dispersa a los discípulos. Las rutas imperiales se iluminan,
holladas por los pies de los evangelizadores de la paz; la brisa de la fe lleva
a través de los pueblos las esencias del huerto de José de Arimatea. De Jope
sale una barca, y en ella siete marineros y un sarcófago; salta sobre las olas
blondas y azules, y el soplo de Dios la guía. Se alejan los olivares, las
cúpulas y las torres; pronto desaparece también la giba huesuda del Carmelo.
Entre el rumor del reino azul resuena el canto de los salmos, y el viento
empuja la barquilla a través de las aguas centelleantes, de isla en isla y de
promontorio en promontorio. Costas del Asia Menor, archipiélago helénico,
penínsulas mediterráneas; hasta las columnas de Hércules, protegidas por los
templos del Sol y de Venus marinera; hasta el mar oscuro por donde los navios
de Gades y Tarteso caminaban a las islas del estaño; hasta las rías gallegas,
que se visten de montes floridos y se constelan de conchas marinas con júbilo
de expectación. Allí es el fin de la tierra y el fin de la navegación. Los
siete marineros bajan el sarcófago, se adentran en la tierra, dan vista a las
torres de Iria, y cerca de allí esconden su tesoro. El Nela y el Miño aprenden
una nueva salmodia; arden los pinares célticos. Chispas de amor y luminarias de
fe. Los primeros creyentes de España vienen a buscarlas entre las cenizas de Santiago,
hijo del Zebedeo, uno de aquellos a quienes cupo una parte en la llama de las
doce lenguas.
Viene luego la persecución. Decretos de emperadores, interrogatorios y
martirios. Caen silenciosos sobre la tumba del apóstol y llueven olvidos. Es la
época dura en que la semilla enraíza en la profundidad de la tierra; hielo de
leyes romanas, vientos góticos y huracanes del desierto. Baja la inundación
bárbara, herejía y hierro; sube una luna roja, en guadaña, símbolo de sangre y
fuego. En la hora de la tribulación, España vuelve a acordarse de su apóstol.
El Hijo del Trueno va a ser el compañero de su lucha milenaria contra el Islam.
Nos lo dice por primera vez un obispo heroico, Odoario, que reedifica a Lugo y
figura a la cabeza de los restauradores. Entre las iglesias que restaura, está
la de Villa de Avezano, junto al Mino. Es en 757 cuando se empieza a organizar
la Reconquista. Odoario avanza, funda y construye, él mismo nos lo dice, «en el
nombre de nuestro Señor Jesucristo y en honor de Santiago, a quien Tú, Señor,
quisiste ensalzar, estableciéndole por patrono nuestro». «Una y otra
vez—añade—vimos en este lugar grandes luces, y con este motivo. Dios puso en
nuestro corazón el deseo de edificar al apóstol una iglesia.» Las luces de
Avezano son el prólogo de las luces de Iria. Fue en 813. Donde llovieron
olvidos, llueven ahora luceros. Un ermitaño ve la estrella colgada sobre el
valle; los ángeles cantan entre los pinos; la cima de Pico Sacro se cubre de
escudos guerreros y de lanzas fulgurantes; el obispo Teodomiro remueve afanoso
la tierra; aparece el arca de cedro con las sagradas reliquias, y aquel lugar
se llamará para siempre el Campo de la Estrella.
La estrella en éxtasis sobre el bosque se convierte en polvo de luz astral, y
nace el camino de Santiago. Europa se estremece y emprende la marcha hacia la
tumba descubierta. Alfonso el Casto se arrodilla el primero, y tras él una
muchedumbre innumerable de reyes y de obispos, de menestrales y de guerreros,
de siervos y de señores. El alma anhelante de la cristiandad recorre esa ruta
durante siglos, con el bordón en la mano, la caperuza en la cabeza, el zurrón a
la espalda y el manto adornado de conchas y azabaches. El camino
francés—Roncesvalles, La Calzada, Burgos, León, Santiago—se ilumina de esperanzas,
florece de leyenda, se anima de charlas, se alegra de canciones, se inunda de
divinas misericordias que le transforman en torrente caudaloso de las luces
invisibles del Cielo. La cadena de la peregrinación se agita numerosa de un
lado a otro del mundo cristiano. Todas las lenguas y todos los trajes:
labriegos de las orillas del Danubio y rubios habitantes del Báltico; pares de
la corte de París y conquistadores normandos; ascetas del Oriente y artistas de
Lombardía; santos aureolados de fuego místico y penitentes que buscan el olvido
de sus crímenes. Pasa Raimundo de Tolosa, con sus caballeros y sus trovadores;
Leonor de Aquitania, con los esplendores de su belleza; San Hugo y Pedro el
Venerable, seguidos de sus cluniacenses; Luis de Francia, con todo el aparato
cortesano; San Francisco, acompañado de su pobreza; San Simeón, el monje
sirio,, de barba nevada y torrencial; San Gualberto y San Teobaldo; mensajeros
de la remota Germania; Raimundo Lulio, que humedece el suelo con su llanto
amoroso, y San Guillermo de Montevérgine, que arrastra las cadenas de su
penitencia.
La basílica compostelana, la más bella de todas las basílicas que levantó el
arte románico, recibe a todos los peregrinos en un abrazo cosmopolita.
«Allí—dice el guía de la peregrinación, el Códice Calixtino, que describe con
la más bella prosa del mundo las maravillas y emociones de la ruta—, allí,
coros de peregrinos, agrupados por sus nacionalidades, entonan cánticos al son
de las cítaras, ¡os tímpanos, las flautas, las violas y las chirimías. Unos
lloran sus pecados, otros leen los santos libros, otros reparten limosnas a los
paralíticos. El rumor se levanta hasta las nubes; la muchedumbre se mueve como
las olas del mar. Las gentes entran, salen, presentan sus dones. El que llega
triste, se retira alegre. Las puertas están siempre abiertas, y no se conoce lo
que es una noche oscura. Por allí pasan los pobres y los felices, los
caballeros y los peones, los ciegos y los mancos, los próceres y los
menestrales, los prelados y los abades. Unos caminan con los pies descalzos;
otros, cargados de hierro y plomo para las obras de la basílica; éstos, con una
cruz en la mano; aquéllos, distribuyendo su dinero a los menesterosos. Hay
quienes presentan los grillos y cadenas de que fueron librados por la virtud
del Apóstol; y todos llevan la llama de la fe en sus pechos y una plegaria
ferviente en los labios.»
Entre tanto, el Hijo del Trueno acompaña a los cruzados de la fe, preside la
obra de la Reconquista, cabalga entre los guerreros tremolando el estandarte de
la cruz, y al grito de «¡Santiago, y cierra, España!», las armas cristianas
avanzan triunfantes hacia el Sur. Hasta que llegue el momento en que el
pescador de Galilea, conocedor de mares y tormentas, guíe a las tres carabelas
de la reina Isabel en la aventura más sublime de la historia de los hombres.
SANTIAGO MAYOR, APÓSTOL
Fiesta: 25 de julio
www,corazones.org
Esta página es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
Oficio de lectura
Santiago es uno de
los doce Apóstoles de Jesús; hijo de Zebedeo. El y su hermano Juan fueron llamados por Jesús mientras estaban
arreglando sus redes de pescar en el lago Genesaret.
Recibieron de Cristo el nombre "Boanerges",
significando hijos del trueno, por su impetuosidad.
En los evangelios se relata que Santiago tuvo que ver con el milagro de la hija de Jairo. Fue uno de los tres
Apóstoles testigos de la Transfiguración y luego Jesús le invitó, también
con Pedro y Santiago, a compartir más de cerca Su oración en el Monte de los
Olivos.
Los Hechos de los Apóstoles relatan que éstos se dispersaron por todo el
mundo para llevar la Buena Nueva. Según una antigua tradición, Santiago el Mayor se fue a España.
Primero a Galicia, donde estableció una comunidad
cristiana, y luego a la ciudad romana de César Augusto, hoy conocida como
Zaragoza. La Leyenda Aurea de Jacobus de Voragine nos cuenta que las enseñanzas
del Apóstol no fueron aceptadas y solo siete personas se convirtieron al
Cristianismo. Estos eran conocidos como los "Siete Convertidos de
Zaragoza". Las cosas cambiaron cuando la Virgen Santísima se
apareció al Apóstol en esa ciudad, aparición conocida como la Virgen del Pilar.
Desde entonces la intercesión de la Virgen hizo que se abrieran extraordinariamente
los corazones a la evangelización de España.
En los Hechos de los
Apóstoles descubrimos fue el primer
apóstol martirizado. Murió asesinado por el rey Herodes Agripa I, el 25 de
marzo de 41 AD (día en que la liturgia actual celebra La Anunciación). Según
una leyenda, su acusador se arrepintió antes que mataran a Santiago por lo que
también fue decapitado. Santiago es conocido como "el Mayor",
distinguiéndolo del otro Apóstol, Santiago el Menor.
La tradición también relata que los discípulos de Santiago recogieron su
cuerpo y lo trasladaron a Galicia (extremo norte-oeste de España). Su
restos mortales están en la basílica edificada en su honor en Santiago de
Compostela. En España, Santiago es el más conocido y querido de todos los
santos. En América hay numerosas ciudades dedicadas al Apóstol en Chile,
República Dominicana, Cuba y otros países.
Santiago
y la Virgen María
Santiago Apóstol preparó el camino para la Virgen María en España y
también preparó su llegada al "Nuevo Mundo". El es el Apóstol de la
Virgen María, también es conocido como el Apóstol de la Paz.
En 1519, Cortes llegó a Veracruz, y en Lantigua construyó la primera
Iglesia dedicada a Santiago Apóstol en el continente Americano. También en
1521, cuando México fue conquistada, Cortes construyó una Iglesia en las ruinas
de los Aztecas que al igual fue dedicada a Santiago Apóstol. A esta Iglesia era
que Juan Diego se dirigía el 9 de diciembre de 1531, para recibir clases de
catecismo y oír la Santa Misa, ya que era la fiesta de la Inmaculada
Concepción.
En 1981, se reportó el comienzo de las apariciones de Nuestra Señora en
Medjugorie bajo el titulo "Reina de la Paz". Ya Santiago Apóstol se
había hecho presente. Unos años antes, se había construido una Iglesia en ese
lugar dedicada a Santiago Apóstol. Santiago siendo el Apóstol de la Paz, lleva
en sus manos las llaves para abrir la puerta que traería la paz a Medjugorie.
Santiago Apóstol ha preparado el camino para que el mundo reconozca a la
Virgen Santísima como "Pilar" de nuestra Iglesia.
La Basílica de Santiago de
Compostela:
Custodia de
los mortales Apóstol Santiago el Mayor.
Santiago, Primer Apóstol Mártir
Después de evangelizar España, Santiago regresó
a Palestina donde fue asesinado. Sus discípulos recobraron su cuerpo y lo
trasladaron a Galicia, en una barca milagrosa, guiada solamente por Dios. Se
cuenta que su cuerpo fue enterrado en el antiguo palacio de Lupa que fue
convertido en Iglesia.
Descubrimiento de la tumba del Apóstol
La tumba de Santiago Apóstol fue olvidada por
más de 800 años. Bajo el reinado de Alfonso II (789-842), un ermitaño llamado
Pelagio recibió en visión, conocimiento del lugar donde se encontraban los
restos del Apóstol. El campo donde yacía la tumba escondida se llenó de una luz
brillante y desde entonces se le conoce como "Compostela" (Campo de
Estrellas).
El hallazgo de la tumba ocurre en un momento
providencial. Los cristianos se encontraban abatidos bajo el imperio del Islam
y la fe cristiana corría el peligro de ser erradicada. La lucha por la
reconquista duró hasta el año 1492. Ese largo período de tiempo forzó a
los cristianos a una guerra de supervivencia en la que se apoyaban del auxilio
del Apóstol y de la Virgen Santísima.
El obispo de Iria Flavia, Theodomir, después de
investigaciones declaró que eran verdaderamente los restos y la tumba del
Apóstol Santiago. El Santo Padre, León XIII, en 1884, en forma de Bula Papal
confirmó que los restos en Santiago de Compostela pertenecían a Santiago
Apóstol.
Matamoros.
Santiago Apóstol llegó a ser conocido como el "Matamoros", matador de
los moros. Ese nombre se origina durante la Reconquista y da a entender que las
tropas Cristianas tenían al Apóstol como patrón.
En la actualidad comprendemos mejor que la
guerra no es contra seres de carne y hueso sino contra principados y
potestades, es decir contra Satanás y sus demonios. Santiago sigue siendo el
protector y guía de los Cristianos en la batalla actual por la fe.
Santiago de Compostela como lugar de
Peregrinación
En la edad media, todos los caminos conducían a
Santiago de Compostela. Jerusalén había sido conquistada por los moros y
los cristianos no podían peregrinar allí. Quedaban como principales
lugares de peregrinación Roma y Santiago de Compostela, la cuidad, localizada
en el extremo noroeste de España, y por lo tanto de Europa.
Todos los países Europeos tenían sus lugares
santos, pero en Santiago, el peregrinaje llegaba a un punto culmen. Hasta la
palabra peregrinación la asociaban con la cuidad de Santiago.
Muchos peregrinos
caminaban hacía la tumba de Santiago.
La ruta a Santiago se hizo tan famosa que
los pueblos y monasterios del camino adquirieron notoriedad.
Como muchas personas llegaban desde todas
partes de Europa, no existía un camino exacto... En Francia habían cuatro
lugares que se designaban como el comienzo del camino hacía Santiago de
Compostela. En España, estos caminos confluían en dos principales caminos, el
Camino Aragonés y el Camino Francés, siendo este último el mas famoso.
El Camino Francés sigue el antiguo camino
Romano, la Vía Traiana. Hay evidencia de que había una tradición de hacer
peregrinación por este camino ya en los tiempos Romanos para llegar 80
kilómetros más allá de Santiago de Compostela, hasta Finisterre, o el "fin
de la tierra", un lugar de muchas connotaciones místicas y mitológicas.
En la actualidad siguen utilizando los caminos
miles de peregrinos y, aunque las motivaciones que los mueven son diversas, es
impresionante observar la devoción de muchos de ellos. Los testimonios de
conversión y gracia abundan.
Según una venerada tradición, la Santísima
Virgen María se manifestó en Zaragoza sobre una columna o pilar, signo visible
de su presencia. Esta tradición encontró su expresión cultual en la misa y en
el Oficio que, para toda España, decretó Clemente XII. Pío VII elevó la
categoría litúrgica de la fiesta. Pío XII otorgó a todas las naciones
sudamericanas la posibilidad de celebrar la misma misa que se celebraba en
España.
El Pilar, lugar privilegiado de oración y de
gracia (Del Oficio Divino)
Historia de la Virgen del Pilar
La tradición, tal como ha surgido de unos
documentos del siglo XIII que se conservan en la catedral de Zaragoza, se
remonta a la época inmediatamente posterior a la Ascensión de Jesucristo,
cuando los apóstoles, fortalecidos con el Espíritu Santo, predicaban el
Evangelio. Se dice que, por entonces (40 AD), el Apóstol Santiago el Mayor,
hermano de San Juan e hijo de Zebedeo, predicaba en España. Aquellas tierras no
habían recibido el evangelio, por lo que se encontraban atadas al paganismo.
Santiago obtuvo la bendición de la Santísima Virgen para su misión.
Los documentos dicen textualmente que Santiago,
"pasando por Asturias, llegó con sus nuevos discípulos a través de Galicia
y de Castilla, hasta Aragón, el territorio que se llamaba Celtiberia, donde
está situada la ciudad de Zaragoza, en las riberas del Ebro. Allí predicó
Santiago muchos días y, entre los muchos convertidos eligió como acompañantes a
ocho hombres, con los cuales trataba de día del reino de Dios, y por la noche,
recorría las riberas para tomar algún descanso".
En la noche del 2 de
enero del año 40, Santiago se encontraba con sus discípulos junto al río Ebro
cuando "oyó voces de ángeles que cantaban Ave, María, gratia plena y vio
aparecer a la Virgen Madre de Cristo, de pie sobre un pilar de mármol". La Santísima Virgen, que aún vivía en
carne mortal, le pidió al Apóstol que se le construyese allí una iglesia, con
el altar en torno al pilar donde estaba de pie y prometió que "permanecerá este sitio hasta el fin
de los tiempos para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi
intercesión con aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio".
Desapareció la Virgen y quedó ahí el pilar. El
Apóstol Santiago y los ocho testigos del prodigio comenzaron inmediatamente a
edificar una iglesia en aquel sitio y, con el concurso de los
conversos, la obra se puso en marcha con rapidez. Pero antes que estuviese
terminada la Iglesia, Santiago ordenó presbítero a uno de sus discípulos para
servicio de la misma, la consagró y le dio el título de Santa María del Pilar, antes de regresarse a Judea. Esta
fue la primera iglesia dedicada en honor a la Virgen Santísima.
Muchos historiadores e investigadores defienden
esta tradición y aducen que hay una serie de monumentos y testimonios que
demuestran la existencia de una iglesia dedicada a la Virgen de
Zaragoza. El más antiguo de estos
testimonios es el famoso sarcófago de Santa Engracia, que se conserva en Zaragoza desde el siglo IV,
cuando la santa fue martirizada. El sarcófago representa, en un bajo relieve,
el descenso de la Virgen de los cielos para aparecerse al Apóstol Santiago.
Asimismo, hacia el año 835, un monje de San
Germán de París, llamado Almoino, redactó unos escritos en los que habla de la
Iglesia de la Virgen María de Zaragoza, "donde había servido en el siglo
III el gran mártir San Vicente", cuyos restos fueron depositados por el
obispo de Zaragoza, en la iglesia de la Virgen María. También está atestiguado
que antes de la ocupación musulmana de Zaragoza (714) había allí un templo
dedicado a la Virgen.
La devoción del pueblo por la Virgen del Pilar
se halla tan arraigada entre los españoles y desde épocas tan remotas, que la
Santa Sede permitió el establecimiento del Oficio del Pilar en el que se
consigna la aparición de la Virgen del Pilar como "una antigua y piadosa
creencia".
Numerosos milagros de la Virgen
En 1438 se escribió un Libro de milagros atribuidos a la Virgen del Pilar, que contribuyó al fomento de la devoción
hasta el punto de que, el rey Fernando el católico dijo: "creemos que
ninguno de los católicos de occidente ignora que en la ciudad de Zaragoza hay
un templo de admirable devoción sagrada y antiquísima, dedicado a la Sta.y
Purísima Virgen y Madre de Dios, Sta. María del Pilar, que resplandece con
innumerables y continuos milagros".
El Gran milagro del Cojo de Calanda (1640) Se trata de un hombre a quien le
amputaron una pierna. Un día años más tarde, mientras soñaba que visitaba la basílica de la Virgen del Pilar,
la pierna volvió a su sitio. Era la misma pierna que había perdido. Miles
de personas fueron testigos y en la pared derecha de la basílica hay un cuadro
recordando este milagro.
El Papa Clemente XII señaló la fecha del 12 de
octubre para la festividad particular de la Virgen del Pilar, pero ya desde
siglos antes, en todas las iglesias de España y entre los pueblos sujetos al
rey católico, se celebraba la dicha de haber tenido a la Madre de Dios en su
región, cuando todavía vivía en carne mortal.
Tres rasgos peculiares que
caracterizan a la Virgen del Pilar y la distinguen de las otras:
1- Se trata de una venida extraordinaria de la
Virgen durante su vida mortal. A diferencia de las otras apariciones la Virgen
viene cuando todavía vive en Palestina: ¨Con ninguna nación hizo cosa
semejante", cantará con razón la liturgia del 2 de enero, fiesta de la
Venida de la Virgen.
2- La Columna o Pilar que la misma Señora trajo
para que, sobre él se construyera la primera capilla que, de hecho, sería el
primer Templo Mariano de toda la Cristiandad.
3- La vinculación de la tradición pilarista con
la tradición jacobea (del Santuario de Santiago de Compostela). Por ello,
Zaragoza y Compostela, el Pilar y Santiago, han constituido dos ejes
fundamentales, en torno a los cuales ha girado durante siglos la espiritualidad
de la patria española.
Simbolismo del pilar
El pilar o columna: la idea de la solidez del
edificio-iglesia con la de la firmeza de la columna-confianza en la protección
de María.
La columna es símbolo del conducto que une el
cielo y la tierra, "manifestación de la potencia de Dios en el hombre y la
potencia del hombre bajo la influencia de Dios". Es soporte de los
sagrado, soporte de la vida cotidiana. María, la puerta del cielo, la escala de
Jacob, ha sido la mujer escogida por Dios para venir a nuestro mundo. En ella
la tierra y el cielo se han unido en Jesucristo.
Las columnas garantizan la solidez del
edificio, sea arquitectónico o social. Quebrantarlas es amenazar el edificio
entero. La columna es la primera piedra del templo, que se desarrolla a su
alrededor; es el eje de la construcción que liga entre si los diferentes
niveles. María es también la primera piedra de la Iglesia, el templo de Dios;
en torno a ella, lo mismo que los apóstoles reunidos el día de pentecostés, va
creciendo el pueblo de Dios; la fe y la esperanza de la Virgen alientan a los
cristianos en su esfuerzo por edificar el reino de Dios.
Vemos en Ex 13, 21-22, que una columna de fuego
por la noche acompañaba al pueblo de Israel peregrino en el desierto,
dirigiendo su itinerario.
En la Virgen del Pilar el pueblo ve simbolizada
"la presencia de Dios, una presencia activa que, guía al pueblo de elegido
a través de las emboscadas de la ruta".
Liturgia Eucarística del Pilar:
Los textos utilizados son: en la primera lectura, 1 Crónicas 15, donde se
recuerda a la Virgen simbolizada por el arca de la alianza, la presencia de
Dios en medio de su pueblo, a través de María, lo cual es gozo para la Iglesia.
La segunda lectura (He 1, 12-14) y el evangelio (Lc. 11, 272-28) nos
hablan también de la presencia de la Virgen en la iglesia y de las alabanzas
que el pueblo le tributa. El prefacio celebra las maravillas que Dios ha
realizado en María, "esperanza de los fieles y gozo de todo nuestro pueblo".
Durante la oración colecta se pide por intercesión de la Virgen "fortaleza
en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor", así como en
la oración de las ofrendas, donde se muestra el deseo de "permanecer
firmes en la fe".
Antífona de entrada: se piensa en la Virgen como "la columna que
guiaba y sostenía día y noche al pueblo en el desierto", y en el salmo
responsorial se recuerda "el Señor me ha coronado, sobre la columna me ha
exaltado".
En el aleluya: "afianzó mis pies sobre la roca y me puso en la boca
una cántico nuevo".
Domina en la liturgia la idea de la presencia de María en la Iglesia y de
la firmeza que su intercesión y su devoción procura al pueblo de Dios.
El día 12 de octubre de 1492,
precisamente cuando las tres carabelas de Cristóbal Colón avistaban las
desconocidas tierras de América, al otro lado del Atlántico, los devotos
de la Virgen del Pilar cantaban alabanzas a la Madre de Dios en su
santuario de Zaragoza, pues ese mismo día, conocido hoy como el Día de la Raza,
era ya el día de la Virgen del Pilar.
Fiesta:
25 de julio
Audiencia General de S.S. Benedicto
XVI
21 de junio, 2006
Queridos hermanos y hermanas: Hoy hablamos del
apóstol Santiago. Las listas bíblicas de los Doce mencionan dos personas con
este nombre: Santiago, el hijo de Zebedeo, y Santiago, el hijo de Alfeo (cf. Mc
3, 17-18; Mt 10, 2-3), que por lo general se distinguen con los apelativos de
Santiago el Mayor y Santiago el Menor. Ciertamente, estas designaciones no
pretenden medir su santidad, sino sólo constatar la diversa importancia que
reciben en los escritos del Nuevo Testamento y, en particular, en el marco de la
vida terrena de Jesús. Hoy dedicamos nuestra atención al primero de estos dos
personajes homónimos.
El nombre Santiago es la traducción de Iákobos,
trasliteración griega del nombre del célebre patriarca Jacob. El apóstol así
llamado es hermano de Juan, y en las listas a las que nos hemos referido ocupa
el segundo lugar inmediatamente después de Pedro, como en el evangelio según
san Marcos (cf. Mc 3, 17), o el tercer lugar después de Pedro y Andrés en los
evangelios según san Mateo (cf. Mt 10, 2) y san Lucas (cf. Lc 6, 14), mientras
que en los Hechos de los Apóstoles es mencionado después de Pedro y Juan (cf.
Hch 1, 13). Este Santiago, juntamente con Pedro y Juan, pertenece al grupo de
los tres discípulos privilegiados que fueron admitidos por Jesús a los momentos
importantes de su vida.
Santiago pudo participar, juntamente con Pedro y Juan, en el momento de
la agonía de Jesús en el huerto de Getsemaní y en el acontecimiento de la
Transfiguración de Jesús. Se trata, por tanto, de situaciones muy
diversas entre sí: en un caso, Santiago, con los otros dos Apóstoles,
experimenta la gloria del Señor, lo ve conversando con Moisés y Elías, y ve
cómo se trasluce el esplendor divino en Jesús; en el otro, se encuentra ante el
sufrimiento y la humillación, ve con sus propios ojos cómo el Hijo de Dios se
humilla haciéndose obediente hasta la muerte.
Ciertamente, la segunda experiencia constituyó
para él una ocasión de maduración en la fe, para corregir la interpretación
unilateral, triunfalista, de la primera: tuvo que vislumbrar que el Mesías,
esperado por el pueblo judío como un triunfador, en realidad no sólo estaba
rodeado de honor y de gloria, sino también de sufrimientos y debilidad. La
gloria de Cristo se realiza precisamente en la cruz, participando en nuestros sufrimientos.
Esta maduración de la fe fue llevada a cabo en
plenitud por el Espíritu Santo en Pentecostés, de forma que Santiago, cuando
llegó el momento del testimonio supremo, no se echó atrás. Al inicio de los
años 40 del siglo I, el rey Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande, como
nos informa san Lucas, "por aquel tiempo echó mano a algunos de la Iglesia
para maltratarlos e hizo morir por la espada a Santiago, el hermano de
Juan" (Hch 12, 1-2). La concisión de la noticia, que no da ningún detalle
narrativo, pone de manifiesto, por una parte, que para los cristianos era
normal dar testimonio del Señor con la propia vida; y, por otra, que Santiago
ocupaba una posición destacada en la Iglesia de Jerusalén, entre otras causas
por el papel que había desempeñado durante la existencia terrena de Jesús.
Una tradición sucesiva, que se remonta al menos
a san Isidoro de Sevilla, habla de una estancia suya en España para evangelizar
esa importante región del imperio romano. En cambio, según otra tradición, su
cuerpo habría sido trasladado a España, a la ciudad de Santiago de Compostela.
Como todos sabemos, ese lugar se convirtió en
objeto de gran veneración y sigue siendo meta de numerosas peregrinaciones, no
sólo procedentes de Europa sino también de todo el mundo. Así se explica la
representación iconográfica de Santiago
con el bastón del peregrino y el rollo del Evangelio, características del
apóstol itinerante y dedicado al anuncio de la "buena nueva", y
características de la peregrinación de la vida cristiana. Por consiguiente, de
Santiago podemos aprender muchas cosas: la prontitud para acoger la llamada del
Señor incluso cuando nos pide que dejemos la "barca" de nuestras
seguridades humanas, el entusiasmo al seguirlo por los caminos que él nos señala
más allá de nuestra presunción ilusoria, la disponibilidad para dar testimonio
de él con valentía, si fuera necesario hasta el sacrificio supremo de la vida. Así, Santiago el Mayor se nos presenta como ejemplo elocuente de adhesión
generosa a Cristo. Él, que al inicio había pedido, a través de su madre,
sentarse con su hermano junto al Maestro en su reino, fue precisamente el
primero en beber el cáliz de la pasión, en compartir con los Apóstoles el
martirio.
Y al final,
resumiendo todo, podemos decir que el camino no sólo exterior sino sobre todo
interior, desde el monte de la Transfiguración hasta el monte de la agonía,
simboliza toda la peregrinación de la vida cristiana, entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, como dice el concilio Vaticano II. Siguiendo
a Jesús como Santiago, sabemos, incluso en medio de las dificultades, que vamos
por el buen camino.
EXTRACTOS
DEL DISCURSO DEL B. JUAN PABLO II
EN SU VISITA A SANTIAGO DE COMPOSTELA
9 de noviembre, 1982
"Por esto, yo, Juan Pablo, hijo de la
nación polaca que se ha considerado siempre europea, por sus orígenes,
tradiciones, cultura y relaciones vitales; eslava entre los latinos y latina
entre los eslavos; Yo, Sucesor de Pedro en la Sede de Roma, una Sede que Cristo
quiso colocar en Europa y que ama por su esfuerzo en la difusión del
cristianismo en todo el mundo.
Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te
lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma.
Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que
hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye
tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a
las genuinas libertades. Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de
Dios. No te enorgullezcas por tus conquistas hasta olvidar sus posibles
consecuencias negativas. Note deprimas por la pérdida cuantitativa de tu
grandeza en el mundo o por las crisis sociales y culturales que te afectan
ahora. Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para
el mundo. Los demás continentes te miran y esperan también de ti la misma respuesta
que Santiago dio a Cristo: «lo puedo».
CATEDRAL
DE SANTIAGO DE COMPOSTELA
La Catedral de Santiago es la Iglesia madre de
la Archidiócesis Compostelana. En ella está la cátedra de su Arzobispo: de ahí
el nombre de la Catedral. Su singularidad radica en poseer la tumba del Apóstol
Santiago, por lo que la convierte a partir del siglo IX en uno de los más
importantes santuarios de toda la cristiandad. En 1884 León XIII promulga la
Bula "Deus omnipotens", confirmando la autenticidad de las reliquias
del Apóstol Santiago y exhortando a peregrinar a Compostela. En el Año Santo de
1982 el B. Juan Pablo II terminó en Compostela su visita apostólica a España.
Entonces se refirió a la Catedral Basílica como "uno de los lugares más
célebres de la historia…que encierra la tumba de Santiago, el Apóstol que según
la tradición fue el evangelizador de España…"
EL APÓSTOL SANTIAGO Y LA SANTÍSIMA VIRGEN
Por Madre Adela Galindo,sctjm
Santiago era uno de los 12 Apóstoles de Jesús;
hijo de Zebedeo, él y su hermano Juan fueron llamados por Jesús mientras
estaban arreglando sus redes de pescar en el lago Genesaret. Recibieron de
Cristo el nombre “Boanerges”, significando hijos del trueno, por su
impetuosidad. En los evangelios se relata que Santiago tuvo que ver con el
milagro de la hija de Jairo, estaba durante la Transfiguración y luego acompañó
a Jesús durante la oración en el Monte de los Olivos. En los Acotos de los
Apóstoles se relata que estos se dispersaron por diferentes regiones para
llevar la Buena Nueva al pueblo de Dios. Por las revelaciones de Jesús a Sor
María de Jesús de Agreda, una hermana franciscana, se dio a conocer que
Santiago, el Mayor, se fue a España a evangelizar. Primero a Galicia, donde
estableció una comunidad cristiana, y luego a la ciudad romana de César
Augusto, hoy conocida como Zaragoza.
El 2 de enero del año 40, el Apóstol Santiago y
sus discípulos estaban descansando en las orillas del río Egro y oyeron dulce
voces que cantaban. Enseguida vieron como el cielo se llenaba de luces y muchos
ángeles que se acercaban. Los ángeles cargaban un trono donde estaba sentada la
Reina de los Cielos. María, en ese entonces, vivía en Jerusalén y fue bilocada
a España. La Virgen le dijo a Santiago que construyera un santuario adonde Dios
sería honrado y glorificado, y le dio un pilar con su imagen para que fuese
puesto en el santuario. La Virgen también le dijo que el santuario duraría
hasta los fines del tiempo y que ella bendeciría todas las oraciones hecha
devotamente en ese lugar. Al final de la aparición, la Virgen le dijo a
Santiago que cuando estuviera construido el santuario debería regresarse a
Palestina a donde iba a morir.
El Apóstol Santiago cumplió los deseos de la
Santísima Virgen y construyó la primera iglesia cristiana en el mundo entero.
Santiago regresó a Palestina, donde fue decapitado por órdenes de Herodes el 25
de marzo del año 41 D.C. Sus discípulos recobraron su cuerpo y lo trasladaron a
Galicia, en un bote milagroso, sin que nadie lo viera, guiado solamente por
Dios.
En el Antiguo Testamento vemos como Jacob
construyó un altar a Dios y lo llamo El Bethel, que significa “Casa de Dios” (
Gen. 35, 7). Jacob es un nombre griego, pero traducido en español es Santiago.
Jacob construyó la “Casa de Dios” al igual que Santiago Apóstol construyo la
primera “Casa de Dios”, la primera Iglesia en el mundo entero.
La tumba de Santiago Apóstol fue olvidada por
más de 800 años. Bajo el reinado de Alfonso II (789-842), un ermitaño llamado
Pelagio recibió un visión, en la cual el lugar donde se encontraban los restos
del Apóstol se fue revelado. El día 25 de julio de 812, adonde supuestamente
estaba la tumba, se llenó de una luz brillante y desde entonces se conoce como
Compostela “Campo de Estrellas”. El obispo de Iria Flavia, Theodomir, después
de investigaciones declaró que eran verdaderamente los restos y la tumba del
Apóstol Santiago. Al igual que el Santo Padre, León XIII, en 1884, en forma de
Bula Papal, confirmó que los restos en Santiago de Compostela pertenecían a
Santiago Apóstol.
Santiago Apóstol también se conocía como el
“Matamoros”, matador de los moros. Se dice que había aparecido en ayuda de su
pueblo en varias ocasiones en contra de los Moros. Especialmente en el año
1492 cuando se logró la reconquista de España.
1492 fue también el año en el que Cristóbal
Colón y sus conquistadores descubrieron las Américas. Colón y sus conquistadores
tenían una devoción muy especial a una estatua de la Virgen que había aparecido
en las Montañas de las Extremaduras en España, en ese mismo siglo. Se contaba
que esta estatua fue hecha por Lucas, el evangelista. La advocación de la
estatua era la “Virgen de Guadalupe” nombrada igual que el pequeño río que
atravesaba la montaña, y que significaba “El Río de la Luz”. Los
conquistadores, Colón y Cortés, visitaban el santuario de la Virgen de
Guadalupe antes de irse a conquistar nuevas tierras.
En 1519, Cortés llegó a Veracruz, hoy en día
conocido como Lantigua, y construyó la primera Iglesia dedicada a Santiago
Apóstol. También en 1521, cuando México fue conquistada de los Aztecas, Cortés
construyó una Iglesia en las ruinas de los Aztecas que al igual fue dedicada a
Santiago Apóstol. A esta Iglesia era que Juan Diego se dirigía el 9 de
diciembre de 1531, para recibir clases de catecismo y oír la Santa Misa, ya que
era la fiesta de la Inmaculada Concepción.
Santiago Apóstol preparó el camino para la
Virgen María en España y también preparó el camino para la llegada de María
Santísima al “Nuevo Mundo”. El es el Apóstol que va delante de la Virgen María,
abriéndole el camino; él es el Apóstol de la Virgen María, también es conocido
como el Apóstol de la Paz.
En 1981, cuando Nuestra Señora se apareció en
Medjugorie, bajo el título “Reina de la Paz”, ya Santiago Apóstol se había
hecho presente. Unos años antes, una iglesia fue construida en ese lugar
dedicada a Santiago Apóstol. Santiago, siendo el Apóstol de la Paz, lleva en
sus manos las llaves para abrir la puerta que traería la paz a Medjugorie.
Debemos rezarle al Apóstol por su intercesión.
Santiago Apóstol ha preparado el camino para
que el mundo reconozca a la Virgen Santísima como un “Pilar” de nuestra
Iglesia.
www,corazones.org
Esta página es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús
y María.
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