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Invitación y bienvenida

Hola amig@s, bienvenid@s a este lugar, "Seguir la Senda.Ventana abierta", un blog que da comienzo e inicia su andadura el 6 de Diciembre de 2010, y con el que sólo busco compartir con ustedes algo de mi inventiva, artículos que tengo recogidos desde hace años, y también todo aquello bonito e instructivo que encuentro en Google o que llega a mí desde la red, y sin ánimo de lucro.

Si alguno de ustedes comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia, o por el contrario quiere que sea retirado de inmediato, por favor, comuníquenmelo y lo haré en seguida y sin demora.

Doy las gracias a tod@s mis amig@s blogueros que me visitan desde todas partes del mundo y de los cuales siempre aprendo algo nuevo. ¡¡¡Gracias de todo corazón y Bienvenid@s !!!!

Si lo desean, bajo la cabecera de "Seguir la Senda", se encuentran unos títulos que pulsando o haciendo clic sobre cada uno de ellos pueden acceder directamente a la sección que les interese. De igual manera, haciendo lo mismo en cada una de las imágenes de la línea vertical al lado izquierdo del blog a partir de "Ventana abierta", pasando por todos, hasta "Galería de imágenes", les conduce también al objetivo escogido.

Espero que todos los artículos que publique en mi blog -y también el de ustedes si así lo desean- les sirva de ayuda, y si les apetece comenten qué les parece...

Mi ventana y mi puerta siempre estarán abiertas para tod@s aquell@s que quieran visitarme. Dios les bendiga continuamente y en gran manera.

Aquí les recibo a ustedes como se merecen, alrededor de la mesa y junto a esta agradable meriendita virtual.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.
No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)

sábado, 25 de julio de 2020

HOY CELEBRAMOS AL APÓSTOL SANTIAGO. SÁBADO, 25 - Julio - 2020

"Ventana abierta"


Aleteia

HOY CELEBRAMOS AL APÓSTOL SANTIAGO
Patrón de España y muy querido en América Latina


El apóstol Santiago, primer apóstol mártir, viajó desde Jerusalén hasta Cádiz (España).

Sus predicaciones no fueron bien recibidas, por lo que se trasladó posteriormente a Zaragoza. Aquí se convirtieron muchos habitantes de la zona.

Estuvo predicando también en Granada, ciudad en la que fue hecho prisionero junto con todos sus discípulos y convertidos.

Santiago llamó en su ayuda a la Virgen María, que entonces vivía aún en Jerusalén, rogándole lo ayudase. La Virgen le concedió el favor de liberarlo y le pidió que se trasladara a Galicia a predicar la fe, y que luego volviese a Zaragoza.
Santiago cumplió su misión en Galicia y regresó a Zaragoza, donde corrió muchos peligros.

Una noche, el apóstol estuvo rezando intensamente con algunos discípulos junto al río Ebro, cerca de los muros de la ciudad, pidiendo luz para saber si debía quedarse o huir.
Él pensaba en María Santísima y le pedía que rogara con él para pedir consejo y ayuda a su divino Hijo Jesús, que nada podía entonces negarle.

De pronto, se vio venir un resplandor del cielo sobre el apóstol y aparecieron sobre él los ángeles que entonaban un canto muy armonioso mientras traían una columna de luz, cuyo pie, en medio de un rayo luminoso, señalaba un lugar, a pocos pasos del apóstol, como indicando un sitio determinado.

Sobre la columna, se le apareció la Virgen María. Santiago se levantó del lugar donde estaba rezando de rodillas, y recibió internamente el aviso de María de que debía erigir de inmediato una iglesia allí; que la intercesión de María debía crecer como una raíz y expandirse.

María le indicó que, una vez terminada la iglesia, debía volver a Jerusalén. Santiago se levantó, llamó a los discípulos que lo acompañaban, que habían oído la música y visto el resplandor.

Les narró lo demás, y presenciaron luego todos cómo se iba desvaneciendo el resplandor de la aparición. En el lugar de la aparición, se levantó lo que hoy es la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, un lugar de peregrinación famoso en el mundo entero.

Esa gran iglesia no fue destruida en la guerra civil española (1936-1939), puesto que las bombas que se lanzaron no explotaron, pudiéndose hoy en día verse expuestas en el interior de la Basílica.

Santiago partió de España, para trasladarse a Jerusalén, como María le había ordenado. En este viaje visitó a María en Éfeso.

María le predijo la proximidad de su muerte en Jerusalén, y lo consoló y lo confortó en gran manera. Santiago se despidió de María y de su hermano Juan, y se dirigió a Jerusalén, donde al poco tiempo fue hecho prisionero.

Fue llevado al monte Calvario, fuera de la ciudad. Durante el recorrido, estuvo predicando y aún fue capaz de convertir a algunas personas.

Cuando le ataron las manos, dijo: «Vosotros podéis atar mis manos, pero no mi bendición y mi lengua».

Un tullido que se encontraba a la vera del camino, clamó al apóstol que le diera la mano y lo sanase. El apóstol le contestó: «Ven tú hacia mí y dame tu mano». El tullido fue hacia Santiago, tocó las manos atadas del apóstol e inmediatamente sanó.

Josías, la persona que había entregado a Santiago, fue corriendo hacia él para implorar su perdón. Este hombre se convirtió a Cristo.

Santiago le preguntó si deseaba ser bautizado. Él dijo que sí, por lo que el apóstol lo abrazó y le dijo: «Tú serás bautizado en tu propia sangre». Y así se cumplió más adelante, siendo Josías asesinado posteriormente por su fe.

En otro tramo del recorrido, una mujer se acercó a Santiago con su hijo ciego para alcanzar de él la curación para su hijo, obteniéndola de inmediato.

Una vez llegado al Monte Calvario, el mismo lugar donde años antes fue crucificado nuestro Señor, Santiago fue atado a unas piedras. Le vendaron los ojos y le decapitaron.


El cuerpo de Santiago estuvo un tiempo en las cercanías de Jerusalén. Cuando se desencadenó una nueva persecución, lo llevaron a Galicia (España) algunos discípulos.

En siglos posteriores y hasta el momento actual, numerosos fieles, principalmente de Europa, recorren parcialmente el «Camino de Santiago» que les conduce a la tumba del Santo, con el fin de pedir perdón por sus pecados.



Extraído del blog “Leamos la Biblia”
San Santiago Apóstol.


Oíd mi voz, celtíberos generosos. Luego me crucificaréis, — si es vuestro gusto, pues es preciso que beba el cáliz que mi Señor y mi Dios me ha prometido. Os anuncio a ese Dios, que es único Dios verdadero, el que hizo la tierra, el mar y las montañas. No tiene templo entre los hombres, pero el empíreo es su morada. Desde él vio un día la miseria de su heredad terrena; vio al poderoso bebiendo el sudor del débil; vio al esclavo aplacando su sed con sus propias lágrimas; vio al vicio asentado con veste sacerdotal sobre el ara de la virtud. Y para devolver la alegría al que llora, para evangelizar a los pobres, para sacar a los presos de la cautividad, envió a su Hijo vestido de nuestra propia carne; le envió menesteroso y desnudo, en el dolor y en la tristeza, para enseñar a sufrir a los que sufren, y compadecerse de los que no tienen consolador. Nació en un establo y murió en una cruz. Compañero de su vida, yo puedo dar testimonio de sus obras. En el país lejano que riega el Jordán, conviví con Él y fui uno de sus amigos. Yo le vi poner su mano sobre el cuerpo de una niña, marchito por la muerte, y devolverle en un segundo la vida; yo le vi saciar el hambre de muchos miles de hombres con cinco panes. Una mirada suya transformaba las almas; una palabra suya arrancaba a los muertos de las hoscas murallas del sepulcro. Envuelto en su cándida túnica de lino, con gesto de gracia y de dulzura, nos anunciaba el reino de su Padre; nos mandaba amarnos los unos a los otros; nos hablaba de un Dios bueno, protector de los que lloran, de los pacíficos, de los pequeños; castigador de los soberbios, de los injustos, de los engañadores....»

Así hablaba el Apóstol de las Españas. Hablaba con vehemencia y con pasión. Era la suya un alma de fuego, y a pesar de que los años y las fatigas iban doblando su cuerpo, todavía conservaba la vehemencia de la juventud. Como su hermano Juan, era audaz e impetuoso. Un día, bastó que Jesús les dijese una palabra para que se consagrasen a Él con toda la violencia de su alma. Ni Juan ni Santiago podían olvidar aquel momento: las riberas de Genezareth, doradas del sol viejo; las garzas dibujando en la paz del aire y de las aguas su vuelo de plata y de rosa; las casas de Cafarnaúm, empenachadas de humo azulado, y ellos en la barca con su padre Zebedeo, remendando la jábega rota, envueltos en el hálito del lago y en el perfume de los manzanos floridos. De repente, la llegada del Profeta, y su mirada y su llamada: «Venid en pos de Mí; Yo os haré pescadores de hombres», y siguieron a Cristo apasionadamente. Fueron dos elegidos entre los elegidos. Juntamente con San Pedro, formaron un triunvirato al lado de Jesús. Impetuosos y ardientes como el rayo, merecieron que el Maestro les bautizase con el nombre de Boenerges, Hijos del Trueno. Tenían las violencias de la tempestad. Ellos son los que, indignados de la conducta de los samaritanos, que no habían querido recibir a Jesús, le hacen con la mayor seriedad esta proposición: «¿Quieres que digamos que caiga fuego del Cielo y los abrase?» Pero esta misma intolerancia es una prueba de su amor y de su fe.

Cuando, después de la Resurrección, los Apóstoles se reparten el mundo, Santiago quiere la provincia más lejana, la más desconocida, la más misteriosa para un sencillo habitante de las riberas de Genezareth; las regiones nebulosas de Tarsis, adonde iban las naves de Salomón; el país situado en el confín de la tierra, flotando sobre las olas rugientes del mar tenebroso. Sus habitantes son altivos, ásperos, rebeldes al yugo extranjero. Toda la Iberia está sembrada de huesos de las legiones romanas, y sus campos fueron regados con sangre de cónsules y tribunos. El Hijo del Trueno necesita aventuras peligrosas: sombras de naufragios, océanos ignotos, selvas impenetrables; necesita arrostrar el tormento y la muerte. Nada sabemos de su itinerario hispánico. La tradición le representa evangelizando a través de las vías romanas, recorriendo los valles galaicos, subiendo a la meseta de los vácceos y los arévacos, atravesando los campos del Ebro y del Duero. El anuncio de la buena nueva brota, como el óleo santo, de sus labios; sus manos hacen saltar los prodigios, y su camino se constela de maravillas. Aquí y allá algunos ojos lloran al oírle hablar, algunos corazones se conmueven, y algunos ídolos ruedan hechos pedazos. Pero son muchos los que ríen escépticos, como si dijesen:

«Un nuevo dios que nos viene del Oriente.» En poco tiempo han visto llegar muchos dioses: los fenicios les trajeron a Molok y Astarté; los griegos, a Apolo y Artemis; los romanos, a Júpiter y al César. Últimamente han venido los predicadores de Isis, la egipcia de cabeza de vaca, y los predicadores de Mitra, el señor del disco solar. Ninguno de estos intrusos vale más que las antiguas divinidades: Mainake, la diosa que protege a los marinos; Ategina, la dulce enfermera que sabe de medicina tanto como Esculapio; Endovélico, «el muy bueno», que infunde valor a los guerreros cántaros, descubre el oro a los pescadores del Sil y da las buenas cosechas a los agricultores de Clunia, Deóbriga y Palancia.

Y he aquí que este judío viene hablando de un nuevo Dios oriental; un Dios que ha sido crucificado por sus enemigos, y predica la mansedumbre y la pobreza, y declara bienaventurados a los que aman la paz. Aquellos hombres, que se embriagaban en el ardor guerrero, que prefieren la libertad a la vida, que dejan en el campo los cuerpos de sus héroes para que las águilas y los buitres lleven sus almas a los palacios radiantes del sol, contemplan atónitos al extranjero, levantan los hombros y desfilan juntando y meneando los pulgares y los índices de ambas manos, como si dijeran con este remedo burlón del pico de la cigüeña:

«¡Este hombre está loco!»

Cuentan que, al llegar a César Augusta, sintióse el apóstol envuelto en una nube de mortal congoja. A la fatiga se juntaba el desaliento, y al desaliento la melancolía de la nostalgia. También el Hijo del Trueno sentía la hora de la carne, que hacía germinar el asco de la vida en el alma gigantesca del Apóstol de las Gentes. De repente, una luz delante de él, y un susurro y una ráfaga de aromas. No son las flores que crecen junto al Ebro, ni el cantar de las aguas en el cauce profundo; es una aparición celeste, una mirada que él conoce muy bien, que otras veces ha iluminado su corazón y ha encaminado su vida: es la Virgen María, que le sonríe y le habla y le consuela... Dicen que en aquel momento tuvo Santiago la visión de un glorioso porvenir. No había trabajado en vano: regada con sus sudores, la semilla evangélica germinaría en aquellas almas tercas, para producir frutos espléndidos de renunciamiento y de santidad. Su corazón fulmíneo pasaría a inflamar al gran pueblo ibérico, levantándole hasta la cumbre de los heroísmos cristianos.

En los primeros meses del año 44, el hijo del Zebedeo aparece de nuevo en Jerusalén, y los libros santos van a recoger por última vez su nombre. Protegido por Roma, el reyezuelo Herodes Agripa gobierna las regiones del Jordán. A la flexibilidad de su raza, este nieto de Herodes el Grande juntaba un arte maravilloso para intrigar e insinuarse en el espíritu de los amos del Imperio. Un momento estuvo a punto de traicionarle su estrella. Un capricho de Tiberio le lanzó desde la corte a la cárcel; otro de Calígula le subió de la cárcel al trono. Rey de Galilea, de Judea, de Samaria y de la parte oriental del Jordán, logra restablecer el Imperio de su abuelo Herodes el Grande. Más por política que por convicción, tiene el celo del mosaísmo. Embellece a Jerusalén, cuelga en el templo las cadenas de oro que le había regalado Calígula como recuerdo de su cautividad, adopta actitudes místicas, ofrece el diezmo del comino y la mostaza como el más puritano de los fariseos, se presenta en el santuario con el canastillo de las primicias, llora de emoción cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la Ley, y ofrece en un día millares de víctimas. Los judíos están orgullosos de aquel príncipe, cuya gloria empezaba a recordarles el esplendor del trono de David. Hay, sin embargo, una sombra que inquieta el sueño de los ortodoxos: es la obstinación de los discípulos del Crucificado, que se empeñan en introducir la división dentro de Israel. Estimulado por los celadores de la Ley, Agripa decide acabar con ellos. «En aquel tiempo—dicen los Actos—, Herodes hizo maltratar a algunos de la Iglesia, y mandó degollar a Santiago, hermano de Juan.» El ardor del Hijo del Trueno, su fogosidad, su entusiasmo, le señalaban entre todos al odio de los perseguidores. Un día, Cristo le había preguntado:

«¿Puedes beber el cáliz que voy a beber Yo?» Y su respuesta fue digna de un discípulo del Señor: «Puedo.» Y siguió la promesa del Salvador, que Santiago veía constantemente sobre su cabeza, como una corona de oro: «Pues bien, beberás mi cáliz.» Y le bebió sin temblar, el primero de los Apóstoles. En el siglo segundo, los ancianos de Alejandría contaban que el delator del apóstol, admirado de la firmeza con que confesaba su fe, se hizo discípulo de Jesucristo y compartió con su víctima los horrores del martirio. Habiéndose encontrado con el apóstol en el camino del suplicio, rogóle que le perdonase. Santiago se detuvo, le abrazó y le dijo: «Que la paz sea contigo.» Unos instantes después las dos cabezas rodaban por el suelo.

La persecución dispersa a los discípulos. Las rutas imperiales se iluminan, holladas por los pies de los evangelizadores de la paz; la brisa de la fe lleva a través de los pueblos las esencias del huerto de José de Arimatea. De Jope sale una barca, y en ella siete marineros y un sarcófago; salta sobre las olas blondas y azules, y el soplo de Dios la guía. Se alejan los olivares, las cúpulas y las torres; pronto desaparece también la giba huesuda del Carmelo. Entre el rumor del reino azul resuena el canto de los salmos, y el viento empuja la barquilla a través de las aguas centelleantes, de isla en isla y de promontorio en promontorio. Costas del Asia Menor, archipiélago helénico, penínsulas mediterráneas; hasta las columnas de Hércules, protegidas por los templos del Sol y de Venus marinera; hasta el mar oscuro por donde los navios de Gades y Tarteso caminaban a las islas del estaño; hasta las rías gallegas, que se visten de montes floridos y se constelan de conchas marinas con júbilo de expectación. Allí es el fin de la tierra y el fin de la navegación. Los siete marineros bajan el sarcófago, se adentran en la tierra, dan vista a las torres de Iria, y cerca de allí esconden su tesoro. El Nela y el Miño aprenden una nueva salmodia; arden los pinares célticos. Chispas de amor y luminarias de fe. Los primeros creyentes de España vienen a buscarlas entre las cenizas de Santiago, hijo del Zebedeo, uno de aquellos a quienes cupo una parte en la llama de las doce lenguas.

Viene luego la persecución. Decretos de emperadores, interrogatorios y martirios. Caen silenciosos sobre la tumba del apóstol y llueven olvidos. Es la época dura en que la semilla enraíza en la profundidad de la tierra; hielo de leyes romanas, vientos góticos y huracanes del desierto. Baja la inundación bárbara, herejía y hierro; sube una luna roja, en guadaña, símbolo de sangre y fuego. En la hora de la tribulación, España vuelve a acordarse de su apóstol. El Hijo del Trueno va a ser el compañero de su lucha milenaria contra el Islam. Nos lo dice por primera vez un obispo heroico, Odoario, que reedifica a Lugo y figura a la cabeza de los restauradores. Entre las iglesias que restaura, está la de Villa de Avezano, junto al Mino. Es en 757 cuando se empieza a organizar la Reconquista. Odoario avanza, funda y construye, él mismo nos lo dice, «en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en honor de Santiago, a quien Tú, Señor, quisiste ensalzar, estableciéndole por patrono nuestro». «Una y otra vez—añade—vimos en este lugar grandes luces, y con este motivo. Dios puso en nuestro corazón el deseo de edificar al apóstol una iglesia.» Las luces de Avezano son el prólogo de las luces de Iria. Fue en 813. Donde llovieron olvidos, llueven ahora luceros. Un ermitaño ve la estrella colgada sobre el valle; los ángeles cantan entre los pinos; la cima de Pico Sacro se cubre de escudos guerreros y de lanzas fulgurantes; el obispo Teodomiro remueve afanoso la tierra; aparece el arca de cedro con las sagradas reliquias, y aquel lugar se llamará para siempre el Campo de la Estrella.

La estrella en éxtasis sobre el bosque se convierte en polvo de luz astral, y nace el camino de Santiago. Europa se estremece y emprende la marcha hacia la tumba descubierta. Alfonso el Casto se arrodilla el primero, y tras él una muchedumbre innumerable de reyes y de obispos, de menestrales y de guerreros, de siervos y de señores. El alma anhelante de la cristiandad recorre esa ruta durante siglos, con el bordón en la mano, la caperuza en la cabeza, el zurrón a la espalda y el manto adornado de conchas y azabaches. El camino francés—Roncesvalles, La Calzada, Burgos, León, Santiago—se ilumina de esperanzas, florece de leyenda, se anima de charlas, se alegra de canciones, se inunda de divinas misericordias que le transforman en torrente caudaloso de las luces invisibles del Cielo. La cadena de la peregrinación se agita numerosa de un lado a otro del mundo cristiano. Todas las lenguas y todos los trajes: labriegos de las orillas del Danubio y rubios habitantes del Báltico; pares de la corte de París y conquistadores normandos; ascetas del Oriente y artistas de Lombardía; santos aureolados de fuego místico y penitentes que buscan el olvido de sus crímenes. Pasa Raimundo de Tolosa, con sus caballeros y sus trovadores; Leonor de Aquitania, con los esplendores de su belleza; San Hugo y Pedro el Venerable, seguidos de sus cluniacenses; Luis de Francia, con todo el aparato cortesano; San Francisco, acompañado de su pobreza; San Simeón, el monje sirio,, de barba nevada y torrencial; San Gualberto y San Teobaldo; mensajeros de la remota Germania; Raimundo Lulio, que humedece el suelo con su llanto amoroso, y San Guillermo de Montevérgine, que arrastra las cadenas de su penitencia.


La basílica compostelana, la más bella de todas las basílicas que levantó el arte románico, recibe a todos los peregrinos en un abrazo cosmopolita. «Allí—dice el guía de la peregrinación, el Códice Calixtino, que describe con la más bella prosa del mundo las maravillas y emociones de la ruta—, allí, coros de peregrinos, agrupados por sus nacionalidades, entonan cánticos al son de las cítaras, ¡os tímpanos, las flautas, las violas y las chirimías. Unos lloran sus pecados, otros leen los santos libros, otros reparten limosnas a los paralíticos. El rumor se levanta hasta las nubes; la muchedumbre se mueve como las olas del mar. Las gentes entran, salen, presentan sus dones. El que llega triste, se retira alegre. Las puertas están siempre abiertas, y no se conoce lo que es una noche oscura. Por allí pasan los pobres y los felices, los caballeros y los peones, los ciegos y los mancos, los próceres y los menestrales, los prelados y los abades. Unos caminan con los pies descalzos; otros, cargados de hierro y plomo para las obras de la basílica; éstos, con una cruz en la mano; aquéllos, distribuyendo su dinero a los menesterosos. Hay quienes presentan los grillos y cadenas de que fueron librados por la virtud del Apóstol; y todos llevan la llama de la fe en sus pechos y una plegaria ferviente en los labios.»

Entre tanto, el Hijo del Trueno acompaña a los cruzados de la fe, preside la obra de la Reconquista, cabalga entre los guerreros tremolando el estandarte de la cruz, y al grito de «¡Santiago, y cierra, España!», las armas cristianas avanzan triunfantes hacia el Sur. Hasta que llegue el momento en que el pescador de Galilea, conocedor de mares y tormentas, guíe a las tres carabelas de la reina Isabel en la aventura más sublime de la historia de los hombres.


SANTIAGO MAYOR, APÓSTOL
Fiesta: 25 de julio


www,corazones.org
Esta página es obra de Las  Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.


Oficio de lectura

Santiago es uno de los doce Apóstoles de Jesús; hijo de Zebedeo. El y su hermano Juan fueron llamados por Jesús mientras estaban arreglando sus redes de pescar en el lago Genesaret.

Recibieron de Cristo el nombre "Boanerges", significando hijos del trueno, por su impetuosidad.

En los evangelios se relata que Santiago tuvo que ver con el milagro de la hija de Jairo. Fue uno de los tres Apóstoles testigos de la Transfiguración y luego Jesús le invitó, también con Pedro y Santiago, a compartir más de cerca Su oración en el Monte de los Olivos.

Los Hechos de los Apóstoles relatan que éstos se dispersaron por todo el mundo para llevar la Buena Nueva.  Según una antigua tradición, Santiago el Mayor se fue a España.

Primero a Galicia, donde estableció una comunidad cristiana, y luego a la ciudad romana de César Augusto, hoy conocida como Zaragoza. La Leyenda Aurea de Jacobus de Voragine nos cuenta que las enseñanzas del Apóstol no fueron aceptadas y solo siete personas se convirtieron al Cristianismo. Estos eran conocidos como los "Siete Convertidos de Zaragoza".  Las cosas cambiaron cuando la Virgen Santísima se apareció al Apóstol en esa ciudad, aparición conocida como la Virgen del Pilar. Desde entonces la intercesión de la Virgen hizo que se abrieran extraordinariamente los corazones a la evangelización de España.

En los Hechos de los Apóstoles descubrimos fue el primer apóstol martirizado. Murió asesinado por el rey Herodes Agripa I, el 25 de marzo de 41 AD (día en que la liturgia actual celebra La Anunciación). Según una leyenda, su acusador se arrepintió antes que mataran a Santiago por lo que también fue decapitado. Santiago es conocido como "el Mayor", distinguiéndolo del otro Apóstol, Santiago el Menor.
La tradición también relata que los discípulos de Santiago recogieron su cuerpo y lo trasladaron a Galicia (extremo norte-oeste de España).  Su restos mortales están en la basílica edificada en su honor en Santiago de Compostela. En España, Santiago es el más conocido y querido de todos los santos.  En América hay numerosas ciudades dedicadas al Apóstol en Chile, República Dominicana, Cuba y otros países.

Santiago y la Virgen María

Santiago Apóstol preparó el camino para la Virgen María en España y también preparó su llegada al "Nuevo Mundo". El es el Apóstol de la Virgen María, también es conocido como el Apóstol de la Paz.
En 1519, Cortes llegó a Veracruz, y en Lantigua construyó la primera Iglesia dedicada a Santiago Apóstol en el continente Americano. También en 1521, cuando México fue conquistada, Cortes construyó una Iglesia en las ruinas de los Aztecas que al igual fue dedicada a Santiago Apóstol. A esta Iglesia era que Juan Diego se dirigía el 9 de diciembre de 1531, para recibir clases de catecismo y oír la Santa Misa, ya que era la fiesta de la Inmaculada Concepción.

En 1981, se reportó el comienzo de las apariciones de Nuestra Señora en Medjugorie bajo el titulo "Reina de la Paz". Ya Santiago Apóstol se había hecho presente. Unos años antes, se había construido una Iglesia en ese lugar dedicada a Santiago Apóstol. Santiago siendo el Apóstol de la Paz, lleva en sus manos las llaves para abrir la puerta que traería la paz a Medjugorie.

Santiago Apóstol ha preparado el camino para que el mundo reconozca a la Virgen Santísima como "Pilar" de nuestra Iglesia.

La Basílica de Santiago de Compostela:
            Custodia de los mortales Apóstol Santiago el Mayor.
Santiago, Primer Apóstol Mártir

Después de evangelizar España, Santiago regresó a Palestina donde fue asesinado. Sus discípulos recobraron su cuerpo y lo trasladaron a Galicia, en una barca milagrosa, guiada solamente por Dios. Se cuenta que su cuerpo fue enterrado en el antiguo palacio de Lupa que fue convertido en Iglesia.

Descubrimiento de la tumba del Apóstol

La tumba de Santiago Apóstol fue olvidada por más de 800 años. Bajo el reinado de Alfonso II (789-842), un ermitaño llamado Pelagio recibió en visión, conocimiento del lugar donde se encontraban los restos del Apóstol. El campo donde yacía la tumba escondida se llenó de una luz brillante y desde entonces se le conoce como "Compostela" (Campo de Estrellas).

El hallazgo de la tumba ocurre en un momento providencial. Los cristianos se encontraban abatidos bajo el imperio del Islam y la fe cristiana corría el peligro de ser erradicada. La lucha por la reconquista duró hasta el año 1492.  Ese largo período de tiempo forzó a los cristianos a una guerra de supervivencia en la que se apoyaban del auxilio del Apóstol y de la Virgen Santísima.

El obispo de Iria Flavia, Theodomir, después de investigaciones declaró que eran verdaderamente los restos y la tumba del Apóstol Santiago. El Santo Padre, León XIII, en 1884, en forma de Bula Papal confirmó que los restos en Santiago de Compostela pertenecían a Santiago Apóstol.
Matamoros.

Santiago Apóstol llegó a ser conocido como el "Matamoros", matador de los moros. Ese nombre se origina durante la Reconquista y da a entender que las tropas Cristianas tenían al Apóstol como patrón.

En la actualidad comprendemos mejor que la guerra no es contra seres de carne y hueso sino contra principados y potestades, es decir contra Satanás y sus demonios. Santiago sigue siendo el protector y guía de los Cristianos en la batalla actual por la fe.

Santiago de Compostela como lugar de Peregrinación
En la edad media, todos los caminos conducían a Santiago de Compostela. Jerusalén había sido conquistada por los moros y los cristianos no podían peregrinar allí.  Quedaban como principales lugares de peregrinación Roma y Santiago de Compostela, la cuidad, localizada en el extremo noroeste de España, y por lo tanto de Europa.

Todos los países Europeos tenían sus lugares santos, pero en Santiago, el peregrinaje llegaba a un punto culmen. Hasta la palabra peregrinación la asociaban con la cuidad de Santiago. 

Muchos peregrinos caminaban hacía la tumba de Santiago. 
La ruta a Santiago se hizo tan famosa que los pueblos y monasterios del camino adquirieron notoriedad.
Como muchas personas llegaban desde todas  partes de Europa, no existía un camino exacto... En Francia habían cuatro lugares que se designaban como el comienzo del camino hacía Santiago de Compostela. En España, estos caminos confluían en dos principales caminos, el Camino Aragonés y el Camino Francés, siendo este último el mas famoso.

El Camino Francés sigue el antiguo camino Romano, la Vía Traiana. Hay evidencia de que había una tradición de hacer peregrinación por este camino ya en los tiempos Romanos para llegar 80 kilómetros más allá de Santiago de Compostela, hasta Finisterre, o el "fin de la tierra", un lugar de muchas connotaciones místicas y mitológicas.
En la actualidad siguen utilizando los caminos miles de peregrinos y, aunque las motivaciones que los mueven son diversas, es impresionante observar la devoción de muchos de ellos.  Los testimonios de conversión y gracia abundan.

Según una venerada tradición, la Santísima Virgen María se manifestó en Zaragoza sobre una columna o pilar, signo visible de su presencia. Esta tradición encontró su expresión cultual en la misa y en el Oficio que, para toda España, decretó Clemente XII. Pío VII elevó la categoría litúrgica de la fiesta. Pío XII otorgó a todas las naciones sudamericanas la posibilidad de celebrar la misma misa que se celebraba en España.
El Pilar, lugar privilegiado de oración y de gracia (Del Oficio Divino)

Historia de la Virgen del Pilar

La tradición, tal como ha surgido de unos documentos del siglo XIII que se conservan en la catedral de Zaragoza, se remonta a la época inmediatamente posterior a la Ascensión de Jesucristo, cuando los apóstoles, fortalecidos con el Espíritu Santo, predicaban el Evangelio. Se dice que, por entonces (40 AD), el Apóstol Santiago el Mayor, hermano de San Juan e hijo de Zebedeo, predicaba en España. Aquellas tierras no habían recibido el evangelio, por lo que se encontraban atadas al paganismo. Santiago obtuvo la bendición de la Santísima Virgen para su misión.

Los documentos dicen textualmente que Santiago, "pasando por Asturias, llegó con sus nuevos discípulos a través de Galicia y de Castilla, hasta Aragón, el territorio que se llamaba Celtiberia, donde está situada la ciudad de Zaragoza, en las riberas del Ebro. Allí predicó Santiago muchos días y, entre los muchos convertidos eligió como acompañantes a ocho hombres, con los cuales trataba de día del reino de Dios, y por la noche, recorría las riberas para tomar algún descanso".

En la noche del 2 de enero del año 40, Santiago se encontraba con sus discípulos junto al río Ebro cuando "oyó voces de ángeles que cantaban Ave, María, gratia plena y vio aparecer a la Virgen Madre de Cristo, de pie sobre un pilar de mármol". La Santísima Virgen, que aún vivía en carne mortal, le pidió al Apóstol que se le construyese allí una iglesia, con el altar en torno al pilar donde estaba de pie y prometió que "permanecerá este sitio hasta el fin de los tiempos para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio".

Desapareció la Virgen y quedó ahí el pilar. El Apóstol Santiago y los ocho testigos del prodigio comenzaron inmediatamente a edificar una iglesia en aquel sitio y, con el concurso de los conversos, la obra se puso en marcha con rapidez. Pero antes que estuviese terminada la Iglesia, Santiago ordenó presbítero a uno de sus discípulos para servicio de la misma, la consagró y le dio el título de Santa María del Pilar, antes de regresarse a Judea. Esta fue la primera iglesia dedicada en honor a la Virgen Santísima.

Muchos historiadores e investigadores defienden esta tradición y aducen que hay una serie de monumentos y testimonios que demuestran la existencia de una iglesia dedicada a la Virgen de Zaragoza.  El más antiguo de estos testimonios es el famoso sarcófago de Santa Engracia, que se conserva en Zaragoza desde el siglo IV, cuando la santa fue martirizada. El sarcófago representa, en un bajo relieve, el descenso de la Virgen de los cielos para aparecerse al Apóstol Santiago.

Asimismo, hacia el año 835, un monje de San Germán de París, llamado Almoino, redactó unos escritos en los que habla de la Iglesia de la Virgen María de Zaragoza, "donde había servido en el siglo III el gran mártir San Vicente", cuyos restos fueron depositados por el obispo de Zaragoza, en la iglesia de la Virgen María. También está atestiguado que antes de la ocupación musulmana de Zaragoza (714) había allí un templo dedicado a la Virgen.

La devoción del pueblo por la Virgen del Pilar se halla tan arraigada entre los españoles y desde épocas tan remotas, que la Santa Sede permitió el establecimiento del Oficio del Pilar en el que se consigna la aparición de la Virgen del Pilar como "una antigua y piadosa creencia".

Numerosos milagros de la Virgen

En 1438 se escribió un Libro de milagros atribuidos a la Virgen del Pilar, que contribuyó al fomento de la devoción hasta el punto de que, el rey Fernando el católico dijo: "creemos que ninguno de los católicos de occidente ignora que en la ciudad de Zaragoza hay un templo de admirable devoción sagrada y antiquísima, dedicado a la Sta.y Purísima Virgen y Madre de Dios, Sta. María del Pilar, que resplandece con innumerables y continuos milagros".

El Gran milagro del Cojo de Calanda (1640)  Se trata de un hombre a quien le amputaron una pierna.  Un día años más tarde, mientras soñaba que visitaba la basílica de la Virgen del Pilar, la pierna volvió a su sitio.  Era la misma pierna que había perdido. Miles de personas fueron testigos y en la pared derecha de la basílica hay un cuadro recordando este milagro.

El Papa Clemente XII señaló la fecha del 12 de octubre para la festividad particular de la Virgen del Pilar, pero ya desde siglos antes, en todas las iglesias de España y entre los pueblos sujetos al rey católico, se celebraba la dicha de haber tenido a la Madre de Dios en su región, cuando todavía vivía en carne mortal.

Tres rasgos peculiares que caracterizan a la Virgen del Pilar y la distinguen de las otras:

1- Se trata de una venida extraordinaria de la Virgen durante su vida mortal. A diferencia de las otras apariciones la Virgen viene cuando todavía vive en Palestina: ¨Con ninguna nación hizo cosa semejante", cantará con razón la liturgia del 2 de enero, fiesta de la Venida de la Virgen.

2- La Columna o Pilar que la misma Señora trajo para que, sobre él se construyera la primera capilla que, de hecho, sería el primer Templo Mariano de toda la Cristiandad.

3- La vinculación de la tradición pilarista con la tradición jacobea (del Santuario de Santiago de Compostela). Por ello, Zaragoza y Compostela, el Pilar y Santiago, han constituido dos ejes fundamentales, en torno a los cuales ha girado durante siglos la espiritualidad de la patria española.

Simbolismo del pilar

El pilar o columna: la idea de la solidez del edificio-iglesia con la de la firmeza de la columna-confianza en la protección de María.

La columna es símbolo del conducto que une el cielo y la tierra, "manifestación de la potencia de Dios en el hombre y la potencia del hombre bajo la influencia de Dios". Es soporte de los sagrado, soporte de la vida cotidiana. María, la puerta del cielo, la escala de Jacob, ha sido la mujer escogida por Dios para venir a nuestro mundo. En ella la tierra y el cielo se han unido en Jesucristo.

Las columnas garantizan la solidez del edificio, sea arquitectónico o social. Quebrantarlas es amenazar el edificio entero. La columna es la primera piedra del templo, que se desarrolla a su alrededor; es el eje de la construcción que liga entre si los diferentes niveles. María es también la primera piedra de la Iglesia, el templo de Dios; en torno a ella, lo mismo que los apóstoles reunidos el día de pentecostés, va creciendo el pueblo de Dios; la fe y la esperanza de la Virgen alientan a los cristianos en su esfuerzo por edificar el reino de Dios.

Vemos en Ex 13, 21-22, que una columna de fuego por la noche acompañaba al pueblo de Israel peregrino en el desierto, dirigiendo su itinerario.

En la Virgen del Pilar el pueblo ve simbolizada "la presencia de Dios, una presencia activa que, guía al pueblo de elegido a través de las emboscadas de la ruta".

Liturgia Eucarística del Pilar:

Los textos utilizados son: en la primera lectura, 1 Crónicas 15, donde se recuerda a la Virgen simbolizada por el arca de la alianza, la presencia de Dios en medio de su pueblo, a través de María, lo cual es gozo para la Iglesia. La segunda lectura (He 1, 12-14) y el evangelio (Lc. 11, 272-28) nos hablan también de la presencia de la Virgen en la iglesia y de las alabanzas que el pueblo le tributa. El prefacio celebra las maravillas que Dios ha realizado en María, "esperanza de los fieles y gozo de todo nuestro pueblo". Durante la oración colecta se pide por intercesión de la Virgen "fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor", así como en la oración de las ofrendas, donde se muestra el deseo de "permanecer firmes en la fe".

Antífona de entrada: se piensa en la Virgen como "la columna que guiaba y sostenía día y noche al pueblo en el desierto", y en el salmo responsorial se recuerda "el Señor me ha coronado, sobre la columna me ha exaltado".

En el aleluya: "afianzó mis pies sobre la roca y me puso en la boca una cántico nuevo".

Domina en la liturgia la idea de la presencia de María en la Iglesia y de la firmeza que su intercesión y su devoción procura al pueblo de Dios.

El día 12 de octubre de 1492, precisamente cuando las tres carabelas de Cristóbal Colón avistaban las desconocidas tierras de América, al otro lado del Atlántico, los devotos de la Virgen del Pilar cantaban alabanzas a la Madre de Dios en su santuario de Zaragoza, pues ese mismo día, conocido hoy como el Día de la Raza, era ya el día de la Virgen del Pilar.

Fiesta: 25 de julio

Audiencia General de S.S. Benedicto XVI
21 de junio, 2006


Queridos hermanos y hermanas: Hoy hablamos del apóstol Santiago. Las listas bíblicas de los Doce mencionan dos personas con este nombre: Santiago, el hijo de Zebedeo, y Santiago, el hijo de Alfeo (cf. Mc 3, 17-18; Mt 10, 2-3), que por lo general se distinguen con los apelativos de Santiago el Mayor y Santiago el Menor. Ciertamente, estas designaciones no pretenden medir su santidad, sino sólo constatar la diversa importancia que reciben en los escritos del Nuevo Testamento y, en particular, en el marco de la vida terrena de Jesús. Hoy dedicamos nuestra atención al primero de estos dos personajes homónimos.

El nombre Santiago es la traducción de Iákobos, trasliteración griega del nombre del célebre patriarca Jacob. El apóstol así llamado es hermano de Juan, y en las listas a las que nos hemos referido ocupa el segundo lugar inmediatamente después de Pedro, como en el evangelio según san Marcos (cf. Mc 3, 17), o el tercer lugar después de Pedro y Andrés en los evangelios según san Mateo (cf. Mt 10, 2) y san Lucas (cf. Lc 6, 14), mientras que en los Hechos de los Apóstoles es mencionado después de Pedro y Juan (cf. Hch 1, 13). Este Santiago, juntamente con Pedro y Juan, pertenece al grupo de los tres discípulos privilegiados que fueron admitidos por Jesús a los momentos importantes de su vida.

Santiago pudo participar, juntamente con Pedro y Juan, en el momento de la agonía de Jesús en el huerto de Getsemaní y en el acontecimiento de la Transfiguración de Jesús. Se trata, por tanto, de situaciones muy diversas entre sí: en un caso, Santiago, con los otros dos Apóstoles, experimenta la gloria del Señor, lo ve conversando con Moisés y Elías, y ve cómo se trasluce el esplendor divino en Jesús; en el otro, se encuentra ante el sufrimiento y la humillación, ve con sus propios ojos cómo el Hijo de Dios se humilla haciéndose obediente hasta la muerte.

Ciertamente, la segunda experiencia constituyó para él una ocasión de maduración en la fe, para corregir la interpretación unilateral, triunfalista, de la primera: tuvo que vislumbrar que el Mesías, esperado por el pueblo judío como un triunfador, en realidad no sólo estaba rodeado de honor y de gloria, sino también de sufrimientos y debilidad. La gloria de Cristo se realiza precisamente en la cruz, participando en nuestros sufrimientos.

Esta maduración de la fe fue llevada a cabo en plenitud por el Espíritu Santo en Pentecostés, de forma que Santiago, cuando llegó el momento del testimonio supremo, no se echó atrás. Al inicio de los años 40 del siglo I, el rey Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande, como nos informa san Lucas, "por aquel tiempo echó mano a algunos de la Iglesia para maltratarlos e hizo morir por la espada a Santiago, el hermano de Juan" (Hch 12, 1-2). La concisión de la noticia, que no da ningún detalle narrativo, pone de manifiesto, por una parte, que para los cristianos era normal dar testimonio del Señor con la propia vida; y, por otra, que Santiago ocupaba una posición destacada en la Iglesia de Jerusalén, entre otras causas por el papel que había desempeñado durante la existencia terrena de Jesús.

Una tradición sucesiva, que se remonta al menos a san Isidoro de Sevilla, habla de una estancia suya en España para evangelizar esa importante región del imperio romano. En cambio, según otra tradición, su cuerpo habría sido trasladado a España, a la ciudad de Santiago de Compostela.

Como todos sabemos, ese lugar se convirtió en objeto de gran veneración y sigue siendo meta de numerosas peregrinaciones, no sólo procedentes de Europa sino también de todo el mundo. Así se explica la representación iconográfica de Santiago con el bastón del peregrino y el rollo del Evangelio, características del apóstol itinerante y dedicado al anuncio de la "buena nueva", y características de la peregrinación de la vida cristiana. Por consiguiente, de Santiago podemos aprender muchas cosas: la prontitud para acoger la llamada del Señor incluso cuando nos pide que dejemos la "barca" de nuestras seguridades humanas, el entusiasmo al seguirlo por los caminos que él nos señala más allá de nuestra presunción ilusoria, la disponibilidad para dar testimonio de él con valentía, si fuera necesario hasta el sacrificio supremo de la vida. Así, Santiago el Mayor se nos presenta como ejemplo elocuente de adhesión generosa a Cristo. Él, que al inicio había pedido, a través de su madre, sentarse con su hermano junto al Maestro en su reino, fue precisamente el primero en beber el cáliz de la pasión, en compartir con los Apóstoles el martirio.

Y al final, resumiendo todo, podemos decir que el camino no sólo exterior sino sobre todo interior, desde el monte de la Transfiguración hasta el monte de la agonía, simboliza toda la peregrinación de la vida cristiana, entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, como dice el concilio Vaticano II. Siguiendo a Jesús como Santiago, sabemos, incluso en medio de las dificultades, que vamos por el buen camino.

EXTRACTOS DEL DISCURSO DEL B. JUAN PABLO II
EN SU VISITA A SANTIAGO DE COMPOSTELA

9 de noviembre, 1982


"Por esto, yo, Juan Pablo, hijo de la nación polaca que se ha considerado siempre europea, por sus orígenes, tradiciones, cultura y relaciones vitales; eslava entre los latinos y latina entre los eslavos; Yo, Sucesor de Pedro en la Sede de Roma, una Sede que Cristo quiso colocar en Europa y que ama por su esfuerzo en la difusión del cristianismo en todo el mundo.

Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades. Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. No te enorgullezcas por tus conquistas hasta olvidar sus posibles consecuencias negativas. Note deprimas por la pérdida cuantitativa de tu grandeza en el mundo o por las crisis sociales y culturales que te afectan ahora. Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo. Los demás continentes te miran y esperan también de ti la misma respuesta que Santiago dio a Cristo: «lo puedo».

CATEDRAL DE SANTIAGO DE COMPOSTELA

La Catedral de Santiago es la Iglesia madre de la Archidiócesis Compostelana. En ella está la cátedra de su Arzobispo: de ahí el nombre de la Catedral. Su singularidad radica en poseer la tumba del Apóstol Santiago, por lo que la convierte a partir del siglo IX en uno de los más importantes santuarios de toda la cristiandad. En 1884 León XIII promulga la Bula "Deus omnipotens", confirmando la autenticidad de las reliquias del Apóstol Santiago y exhortando a peregrinar a Compostela. En el Año Santo de 1982 el B. Juan Pablo II terminó en Compostela su visita apostólica a España. Entonces se refirió a la Catedral Basílica como "uno de los lugares más célebres de la historia…que encierra la tumba de Santiago, el Apóstol que según la tradición fue el evangelizador de España…"

EL APÓSTOL SANTIAGO Y LA SANTÍSIMA VIRGEN
Por Madre Adela Galindo,sctjm


Santiago era uno de los 12 Apóstoles de Jesús; hijo de Zebedeo, él y su hermano Juan fueron llamados por Jesús mientras estaban arreglando sus redes de pescar en el lago Genesaret. Recibieron de Cristo el nombre “Boanerges”, significando hijos del trueno, por su impetuosidad. En los evangelios se relata que Santiago tuvo que ver con el milagro de la hija de Jairo, estaba durante la Transfiguración y luego acompañó a Jesús durante la oración en el Monte de los Olivos. En los Acotos de los Apóstoles se relata que estos se dispersaron por diferentes regiones para llevar la Buena Nueva al pueblo de Dios. Por las revelaciones de Jesús a Sor María de Jesús de Agreda, una hermana franciscana, se dio a conocer que Santiago, el Mayor, se fue a España a evangelizar. Primero a Galicia, donde estableció una comunidad cristiana, y luego a la ciudad romana de César Augusto, hoy conocida como Zaragoza.

El 2 de enero del año 40, el Apóstol Santiago y sus discípulos estaban descansando en las orillas del río Egro y oyeron dulce voces que cantaban. Enseguida vieron como el cielo se llenaba de luces y muchos ángeles que se acercaban. Los ángeles cargaban un trono donde estaba sentada la Reina de los Cielos. María, en ese entonces, vivía en Jerusalén y fue bilocada a España. La Virgen le dijo a Santiago que construyera un santuario adonde Dios sería honrado y glorificado, y le dio un pilar con su imagen para que fuese puesto en el santuario. La Virgen también le dijo que el santuario duraría hasta los fines del tiempo y que ella bendeciría todas las oraciones hecha devotamente en ese lugar. Al final de la aparición, la Virgen le dijo a Santiago que cuando estuviera construido el santuario debería regresarse a Palestina a donde iba a morir.

El Apóstol Santiago cumplió los deseos de la Santísima Virgen y construyó la primera iglesia cristiana en el mundo entero. Santiago regresó a Palestina, donde fue decapitado por órdenes de Herodes el 25 de marzo del año 41 D.C. Sus discípulos recobraron su cuerpo y lo trasladaron a Galicia, en un bote milagroso, sin que nadie lo viera, guiado solamente por Dios.

En el Antiguo Testamento vemos como Jacob construyó un altar a Dios y lo llamo El Bethel, que significa “Casa de Dios” ( Gen. 35, 7). Jacob es un nombre griego, pero traducido en español es Santiago. Jacob construyó la “Casa de Dios” al igual que Santiago Apóstol construyo la primera “Casa de Dios”, la primera Iglesia en el mundo entero.

La tumba de Santiago Apóstol fue olvidada por más de 800 años. Bajo el reinado de Alfonso II (789-842), un ermitaño llamado Pelagio recibió un visión, en la cual el lugar donde se encontraban los restos del Apóstol se fue revelado. El día 25 de julio de 812, adonde supuestamente estaba la tumba, se llenó de una luz brillante y desde entonces se conoce como Compostela “Campo de Estrellas”. El obispo de Iria Flavia, Theodomir, después de investigaciones declaró que eran verdaderamente los restos y la tumba del Apóstol Santiago. Al igual que el Santo Padre, León XIII, en 1884, en forma de Bula Papal, confirmó que los restos en Santiago de Compostela pertenecían a Santiago Apóstol.

Santiago Apóstol también se conocía como el “Matamoros”, matador de los moros. Se dice que había aparecido en ayuda de su pueblo en varias ocasiones en contra de los Moros. Especialmente en el año 1492 cuando se logró la reconquista de España.

1492 fue también el año en el que Cristóbal Colón y sus conquistadores descubrieron las Américas. Colón y sus conquistadores tenían una devoción muy especial a una estatua de la Virgen que había aparecido en las Montañas de las Extremaduras en España, en ese mismo siglo. Se contaba que esta estatua fue hecha por Lucas, el evangelista. La advocación de la estatua era la “Virgen de Guadalupe” nombrada igual que el pequeño río que atravesaba la montaña, y que significaba “El Río de la Luz”. Los conquistadores, Colón y Cortés, visitaban el santuario de la Virgen de Guadalupe antes de irse a conquistar nuevas tierras.

En 1519, Cortés llegó a Veracruz, hoy en día conocido como Lantigua, y construyó la primera Iglesia dedicada a Santiago Apóstol. También en 1521, cuando México fue conquistada de los Aztecas, Cortés construyó una Iglesia en las ruinas de los Aztecas que al igual fue dedicada a Santiago Apóstol. A esta Iglesia era que Juan Diego se dirigía el 9 de diciembre de 1531, para recibir clases de catecismo y oír la Santa Misa, ya que era la fiesta de la Inmaculada Concepción.

Santiago Apóstol preparó el camino para la Virgen María en España y también preparó el camino para la llegada de María Santísima al “Nuevo Mundo”. El es el Apóstol que va delante de la Virgen María, abriéndole el camino; él es el Apóstol de la Virgen María, también es conocido como el Apóstol de la Paz.

En 1981, cuando Nuestra Señora se apareció en Medjugorie, bajo el título “Reina de la Paz”, ya Santiago Apóstol se había hecho presente. Unos años antes, una iglesia fue construida en ese lugar dedicada a Santiago Apóstol. Santiago, siendo el Apóstol de la Paz, lleva en sus manos las llaves para abrir la puerta que traería la paz a Medjugorie. Debemos rezarle al Apóstol por su intercesión.

Santiago Apóstol ha preparado el camino para que el mundo reconozca a la Virgen Santísima como un “Pilar” de nuestra Iglesia.

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Esta página es obra de Las  Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.


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