"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL DÉCIMOSÉPTIMO DOMINGO DEL T.O. (A)
“El reino de los cielos se parece también a un
comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender
todo lo que tiene y la compra”.
En la lectura evangélica (Mt 13,44-52) que nos
presenta la liturgia para este decimoséptimo domingo del tiempo ordinario,
retomamos la narración de Mateo del segundo gran sermón (también llamado
“discurso parabólico”) de Jesús, en el cual nos presenta siete parábolas del
Reino. En el evangelio de hoy encontramos tres de esas parábolas; la del tesoro
escondido, la de la perla de gran valor y, la que más nos inquieta, la de la
red.
Jesús nos está diciendo que en la vida del
cristiano, del verdadero seguidor de Jesús, no hay más valioso que los valores
del Reino; tanto que tenemos que estar dispuestos a “venderlo” todo con tal de
adquirirlos, con tal de asegurar ese gran tesoro que es la vida eterna. Eso
incluye dejar “casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos y campos” por el
nombre de Jesús. Y su promesa es generosa, “el ciento por uno” en el presente,
y “la vida eterna” en el mundo venidero (Mt 19,27-39; Mc 10,28-31; Lc
18,28-30).
Es cierto que a veces ese “abandonarlo todo” se
nos hace difícil, sobre todo cuando a eso tenemos que añadir las persecuciones,
las burlas, las humillaciones, las pruebas que encontramos en el camino, que en
ocasiones nos hacen dudar… Lo único que nos permite seguir adelante es la
certeza de que Dios no nos abandona, y aunque no nos libre de la prueba, nos
acompañará en ella. Y aún medio de la prueba podremos sentirnos felices,
sabiendo que Él nos ama incondicionalmente y está a nuestro lado, y que
nuestros “nombres están inscritos en el cielo” (Cfr. Lc 10,20). Esa es la verdadera “alegría del
cristiano”.
Pero la cosa no termina ahí. En la parábola de
la red Jesús nos advierte que el anuncio del Reino va dirigido a todos, los
“buenos” (los que escuchan la Palabra y la ponen en práctica), y los malos (los
que escuchan la Palabra y la rechazan o la ignoran): “El reino de los cielos se
parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces:
cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en
cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán
los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno
encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”.
Esa última frase, “allí será el llanto y el
rechinar de dientes”, aparece al menos cinco veces en Mateo y una en Lucas,
siempre relacionada con el Juicio Final. Aunque en lenguaje bíblico el rechinar
de dientes aparece como ejemplo de rabia y odio (Cfr. Job 16,9; Sal 35,16; Hc 7,54), cuando se une
al llanto se refiere al dolor y la desesperación de los que quedarán excluidos
de la salvación.
Esta parábola de la red nos invita a hacer
introspección, a analizar nuestra vida de fe. Y la pregunta es obligada: cuando
salgan los “ángeles del Señor” a separar los peces buenos de los malos, ¿en
cuál de los grupos seré contado?
Lo bueno es que todavía estamos a tiempo; el
Señor NUNCA se cansa de tocar a la puerta. Anda, ábrele (tu corazón), Él te lo
ha prometido: entrará a tu casa y cenará contigo, y tú con Él (Cfr. Ap 3,20).
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