"Ventana abierta"
Archidiócesis de Sevilla
‘La riqueza de los años’
Carta pastoral del Arzobispo de Sevilla
Queridos
hermanos y hermanas:
Una hojeada a las actas del I
Congreso Internacional de Pastoral de los Ancianos celebrado en Roma en
enero, con el lema ‘La riqueza de
los años’, me sugiere dedicar esta carta semanal a nuestros
ancianos, que en muchos casos viven en situación de dependencia absoluta y que
en muchos casos se sienten particularmente vulnerables por el deterioro físico,
las enfermedades y el temor al contagio del coronavirus. El paso de los años no
merma, sin embargo, la dignidad de los ancianos, que como afirma la Escritura, “todavía en la vejez producen
fruto” (Sal 92, 15). Por ello, en nuestros días es necesario
superar la mentalidad tan difundida que hace radicar el valor de la persona en
la juventud, la vitalidad, la salud, la belleza, la eficacia y la utilidad.
A juicio de los sociólogos, el
envejecimiento de la población mundial será uno de los fenómenos más relevantes
del siglo XXI. Esta previsión realista constituye un reto para nuestra época,
el reto de afirmar sin excepciones la dignidad de la persona anciana. Una
sociedad es justa en la medida en que da respuesta a las necesidades básicas de
todos sus miembros, especialmente los más débiles, guiándose no por criterios
económicos o de utilidad, sino por sólidos principios morales, en primer lugar,
por el principio de solidaridad, la ayuda recíproca entre las generaciones y el
respeto de la vida de nuestros mayores hasta su ocaso natural. Los ancianos no
han de ser considerados como una carga, sino como un verdadero recurso, que
enriquece la vida familiar y social. En consecuencia, no deben ser relegados a
una situación de marginación y soledad.
Los ancianos aportan a la
familia los valores propios de su edad, el sentido de la historia y de la
propia identidad, la experiencia y el valor de las relaciones interpersonales.
En la vida de la Iglesia, la aportación de los ancianos es decisiva, como
colaboradores en las parroquias, apóstoles de sus coetáneos, portadores de
humanidad, testigos en el sufrimiento y cooperadores con sus hijos en la
transmisión de la fe a los nietos como verdaderos catequistas de estos, como
pedía el papa Benedicto XVI a los abuelos en la clausura del Encuentro Mundial
de las Familias en Valencia en julio de 2006.
El primer ámbito de acogida y
atención de los ancianos es la familia, su lugar natural. Las residencias, hoy
tan en boga, públicas o privadas, por muy confortables y bien equipadas que
estén, no dejan de ser un mal menor o un mal necesario, pues como dice una
célebre canción mejicana, “aunque
la jaula sea de oro, no deja de ser prisión”. Cuando por
razones de fuerza mayor la familia tiene que delegar el cuidado del anciano a
una institución, debe tratar en lo posible de recrear la vida familiar en la
nueva situación con visitas frecuentes, procurando que la asistencia que recibe
sea rica en humanidad y valores auténticos. En este sentido, es necesario
destacar el servicio impagable que han prestado y siguen prestando a los
ancianos tantas Congregaciones religiosas femeninas, creando en sus residencias
un clima verdaderamente familiar y hogareño, impregnado de afecto y cariño.
Por desgracia, la realidad en
muchos casos es muy distinta. Cuanto más tiempo libre tienen las familias más
solos están sus mayores. Esa es una de las tristes conclusiones de un estudio
sobre la soledad de los ancianos en once residencias de las ciudades del sur de
Madrid. Solo el 40% de residentes reciben visitas entre enero y junio. Cuando
llegan las vacaciones veraniegas esa cifra cae a un 15% En navidades la
situación es parecida. Solo un 36% recibió visitas en los últimos días festivos
navideños y solo el 16% fueron recogidos para cenar en casa por Nochebuena. El
11% cenó en casa para Nochevieja y el 4% para Reyes. Solo el 1% recibió regalos
por Reyes que no fueran ropa.
En una carta dirigida a los
ancianos en 1999, san Juan Pablo II, anciano y enfermo, nos hacía esta
confidencia: “Sigue
siendo verdad que los años pasan aprisa; el don de la vida, a pesar de la
fatiga y el dolor, es demasiado bello y precioso para que nos cansemos de él”.
Los últimos años de este Papa grande corroboraron la profunda verdad que
esconden estas palabras que hago mías. A pesar de los años y los achaques,
queridos hermanos ancianos, no os canséis del don de la vida, que sigue siendo
un regalo precioso para vuestras familias, para la Iglesia y la sociedad.
Vuestros sufrimientos y dolores, ofrecidos a Dios con amor, son también un
tesoro para nuestra Iglesia diocesana. Encomendad en vuestras plegarias a los
sacerdotes, seminaristas, religiosos y laicos para que vivamos fiel y
santamente nuestras respectivas vocaciones. Rezad por vuestros obispos, que
también rezan por vosotros y ofreced vuestros dolores por las vocaciones al
sacerdocio y a la vida consagrada.
Para todos, y muy
especialmente para los ancianos y enfermos que viven solos, mi saludo fraterno
y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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