"Ventana abierta"
P. Leonardo Molina García. S.J.
SÚPLICA, ADMIRACIÓN, VIGILANCIA
José Luis Sicre
Fe adulta
DOMINGO 1º DE ADVIENTO
¿Cuatro semanas para prepararnos a
recordar el nacimiento de Jesús? No. El Adviento es más que eso. No se trata de
recordar románticamente un hecho pasado, sino de comprender a fondo lo ocurrido
y prepararnos para el encuentro definitivo con el Señor. Para ello, la liturgia
nos sugiere tres actitudes: súplica (1ª lectura), admiración ante los bienes
recibidos (2ª lectura) y vigilancia (evangelio).
Suplica (Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7)
La primera lectura nos sitúa unos cinco
siglos antes de la venida de Jesús, cuando la situación en Jerusalén y Judá
dejaba mucho que desear desde todos los puntos de vista: político, social,
religioso. El pueblo de Israel se ve como un trapo sucio, un árbol de ramas
secas y hojas marchitas. La situación no sería muy distinta de la nuestra. Pero
el pueblo, en vez de culpar a los políticos, a los independentistas, a los
banqueros, al FMI, a los Presidentes de las grandes potencias, se reúne en
asamblea litúrgica y entona una lamentación.
Las palabras del pueblo ofrecen un curioso
contraste al hablar de Dios. A veces destaca sus rasgos positivos: es «nuestro padre», «nuestro redentor», «sales al
encuentro del que practica la justicia», «somos todos obra de tu mano».
Otras se queja de que «nos extravías de tus caminos
y endureces nuestro corazón», «estabas airado y nosotros fracasamos», «nos
ocultabas tu rostro».
Pero el pueblo reconoce que la culpa no es de Dios, sino suya: «todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado,
nuestras culpas nos arrebataban como el viento, nadie invocaba tu nombre, ni se
esforzaba por aferrarse a ti».
¿Cuál es la solución? Sorprendentemente, que Dios se convierta: «vuelve por amor
a tus siervos», «ojalá rasgases el cielo y bajases», «aparta nuestras culpas».
Los profetas anteriores (Amós, Isaías, Jeremías…) habían concedido gran
importancia a la conversión, al hecho de que el pueblo volviese a Dios y
cambiase su forma de actuar. Quienes rezan esta lamentación no confían en ellos
mismos. Debe ser Dios mismo quien
vuelva y, como buen alfarero, moldee una nueva vasija.
En el contexto del Adviento, la frase que
más llama la atención y ha motivado la inclusión de este texto en la liturgia
es: «¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!». Aunque el profeta piensa en una
venida de Dios, la liturgia nos hace pensar en la venida de Jesús. Pero ese recuerdo debe ir acompañado del
reconocimiento de nuestra debilidad y la necesidad de ser salvados.
Realidad (1 Corintios 1,3-9)
La respuesta de Dios supera con creces lo
que pedía el pueblo en la lectura de Isaías, aunque de modo distinto. Dios
Padre no rasga el cielo, no sale a nuestro encuentro personalmente. Envía a Jesús, y desde el momento en el que lo aceptamos, nuestra vida cambia por
completo.
Pablo habla de nuestro pasado, nuestro
futuro y nuestro presente.
En el pasado, Dios nos ha enriquecido en todo; nos
ha llamado a participar de la vida de su Hijo, Jesucristo. La imagen es
potente y extraña. Recuerda a la experiencia de un hijo con su madre, de la que
recibe la vida. Pero esa relación vital no termina cuando se corta el cordón
umbilical, perdura siempre.
Con respecto al futuro, aguardamos la manifestación de Jesucristo, la segunda y definitiva
venida del Señor, tema esencial para los primeros cristianos y que debería
serlo para nosotros en este tiempo de Adviento.
En el presente, «no carecemos de nada». Cuando tanta
gente se lamenta, a veces con razón, de las muchas cosas de que carece, estas
palabras pueden resultar casi hirientes: «No carecéis de ningún don». Buen
momento, este del Adviento, para pensar en qué cosas valoramos: si los
materiales, que a menudo faltan, o la riqueza espiritual que proporciona Jesús.
Esta enseñanza de Pablo no se produce en
un contexto de fría reflexión teológica, sino de oración y acción de gracias al
pensar en sus cristianos de Corinto, la más complicada y problemática de sus
comunidades.
Vigilancia (Marcos 13, 33-37)
No deja de ser irónico que precisamente el
evangelio no hable de Dios Padre ni de Jesús. Se centra en nosotros, en la actitud que debemos tener: «vigilad»,
«velad», «velad». Tres veces la misma orden en pocas líneas. Porque
el Adviento no solo pretende recordar la venida del Señor, sino también
prepararnos para el encuentro final con Él.
La actividad pública de Jesús termina con
un discurso sobre el fin del mundo y su segunda venida, que no está dirigido a
todos los discípulos, como sugiere la introducción del evangelio de hoy, sino
solo a los cuatro primeros llamados por Jesús: Pedro, Santiago, Juan y Andrés
(Mc 13,3-37). Jesús ha dicho poco antes que de los grandes edificios del templo
no quedará piedra sobre piedra. Para estos cuatro, el fin del templo de
Jerusalén equivale al fin del mundo, y desean saber cuándo ocurrirá y qué
señales lo precederán. Un tema que
a nosotros nos parece más propio de los Testigos de Jehová, pero que creaba
enorme preocupación en las primeras comunidades cristianas. El discurso
responde a estas cuestiones, pero termina con esta exhortación a la vigilancia,
que la liturgia, con pleno sentido, aplica a todos los discípulos y a todos
nosotros.
¿En qué consiste la vigilancia? Se sugiere con muy pocas palabras: «dio a cada uno de sus criados su tarea». Esa
es, en parte, la misión del Adviento: reflexionar sobre la propia tarea
recibida de Dios y examinar si la cumplimos debidamente.
De mi cosecha:
P. Leonardo
1. Me suena a la oración del PADRENUESTRO: venga a nosotros (hoy mismo) tu
reino.
2. Me suena a gracia que pido y a compromiso
hoy mismo, aceptando esa gracia
3. El camino a recorrer lo señala el
mismo Jesús, pero el mismo Jesús lo va a recorrer delante de nosotros (el
evangelio y la oración-reflexión-súplica-compromiso)
4. ¡Ojo! “camarón que se duerme, se lo lleva
la corriente”
5. Dice san Juan de la Cruz: “olvido de lo presente. memoria del criador, atención a lo interior y estarse amando al Amado”. Que si lo amamos, lo seguiremos (dice san Ignacio).
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