"Ventana abierta"
EL AJEDREZ Y LA MUERTE
Web católico de Javier Olivares
Era una noche oscura y fría. Daniel bebía un café sentado en su sillón favorito
en la sala de estudio de su casa. Su familia dormía, mientras él reflexionaba
sobre muchas cosas; tantas que perdió la noción del tiempo. Eran las 3 de la
mañana, llevó su taza vacía al lavaplatos, y abrió el refrigerador para
prepararse algo de comer. Cuando cerró la puerta vio junto a él una figura muy
conocida, pero nada apreciada. La espectral imagen lo miró fijamente y le dijo
con voz tenue: ¿Sabes a qué he venido?
Él asintió con la cabeza y dijo: Sí, lo sé, ya es mi hora.
Confundida, la Muerte
preguntó a su víctima:
¿No vas a llorar? ¡Todos lo hacen! Se arrodillan, suplican, juran que serán mejores, ruegan por otra oportunidad; mientras que tú, aceptas mi llegada con resignación.
Temeroso aún y con un nudo en la garganta, Daniel respondió:
- ¿De qué serviría? Nunca me darás otra oportunidad, tú sólo
haces tu trabajo.
- Tienes razón, sólo hago mi trabajo.
- ¿Puedo despedirme de mi familia? preguntó Daniel con la ligera esperanza de
recibir un “sí”.
- Tú lo has dicho, hago mi trabajo. Yo no decido la hora ni el lugar, mucho
menos los detalles… lo siento Daniel.
- No tienes por qué disculparte.
- Poca gente piensa en su familia mientras está en vida, pero al llegar este
momento, todos piden lo mismo.
- No lo entiendes - dijo Daniel con tono de reproche – yo perdí a mi padre
cuando tenía 15 años, y mi sufrimiento fue grande… pero mi hija menor tiene
sólo 4, déjame decirle que la amo.
- Tuviste 4 años para decírselo, tuviste muchos días libres, muchos cumpleaños,
fiestas, y otros momentos en que pudiste decírselo a tu hija que la amabas…
pero ¿por qué sólo pensaste en tu hija?
- Mi hijo mayor no me creería, y mi esposa, bueno… a ella no creo que le
interese si la amo o no. Nos hemos distanciado mucho. Pero mi niña, no hay día
que entre por la puerta y no esté ahí para recibirme con un beso.
Deja de hablar, se hace tarde – lo interrumpió la muerte – pero… está bien
¿sabes?, este momento hace que mucha gente haga conciencia de cómo vivió su
vida. Lástima que lo hagan demasiado tarde.
Ambos salieron de la casa. Un extraño tren aguardaba en la calle y lo
abordaron.
- No todo es aburrido en el estado de la muerte. No puedo decirte lo que pasará
al llegar, pero te propongo que juguemos al ajedrez “para matar el tiempo”.
Con una sonrisa y con una lágrima, Daniel dijo: ¡Qué curioso! ¡Creí que no
tenías sentido del humor!.
El juego se inició. Daniel no se calmaba aunque comenzó ganando; consiguió un
“alfil” y un “caballo”. Pero era obvio que eso no lo alegraba.
La Muerte le preguntó: ¿A qué te dedicabas en vida?
- Soy… es decir, era, un simple empleado en una fábrica de calzado.
- ¿Obrero?
- No, trabajaba en administración.
- Ah… supongo que te encargabas de ver si faltaba algún producto, o dinero.
- Sí, en parte así era.
- Hay algo que no entiendo…
- ¿Qué es lo que no entiendes?
¿Por qué ustedes teniendo tantas cosas buenas por hacer, se encierran en el
trabajo, se olvidan de los sentimientos, no les importan los demás, se vuelven
egoístas y violentos, pero cuando los visito, demuestran ternura, humildad,
tristeza, miedo, e incluso lloran? ¿Por qué esperan que llegue yo, si ya nada
podrán hacer?
- No lo sé.
- En cambio, soy un simple “peón”, haciendo lo que debo hacer y nada más.
Mientras ustedes son dueños de su propia vida, capaces de decidir qué harán con
ella ¿y para qué? si su decisión más común es desperdiciarla o vivirla mal.
- Te creía más cruel – comentó Daniel.
- ¡Nada es lo que parece!
El silencio reinó por unos instantes mientras Daniel ponía en “jaque” a la
muerte.
- Dime... ¿qué pensabas cuando te casaste?
- Pensaba ser feliz, en formar una linda familia, en formar parte de la alta
sociedad.
- ¿Y lo lograste?
- Es broma ¿verdad? Me encontraste solo en mi cocina durante la madrugada, y te
pedí despedirme de mi hija. Es obvio que no lo hice. - Si hubiera mostrado más
amor a mi familia, la petición de despedirme no hubiera sido necesaria.
- Ya las lágrimas se habían secado en el rostro de Daniel y de pronto exclamó
suavemente ¡Jaque mate!
- La Muerte sonrió y dijo ¡Felicidades!
- Daniel suspiró y respondió: Es una pena que no sirva de nada. No me importaba
ganar, de todos modos ya estoy aquí… un simple juego de ajedrez no aleja de mi
mente a mi familia, mis hijos, mi esposa.
- Las lágrimas brotaron de nuevo en el rostro de Daniel quien se cubrió el
rostro con sus manos.
- Mientras él sollozaba, la muerte exclamó: ¡Hemos llegado!
- Daniel intentó calmarse, pero al abrir los ojos estaba de nuevo en su viejo
sillón. Secó sus lágrimas. Eran las 6:45 de la mañana, y en lugar de gritar
¡ESTOY VIVO! como lo haría cualquier otro, salió al patio y dijo con voz tenue:
GRACIAS, DIOS MÍO… Entró nuevamente a su casa, entró en la habitación de su
hija y la abrazó, a la de su esposa e hizo lo mismo. Entró al cuarto de su
hijo, le hizo cosquillas en los pies y le dijo: Hijo. Despierta ¡es domingo!.
¿Me despiertas para decirme que es domingo?
No hijo, os he despertado para deciros que os amo.
“Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.
Tiempo de nacer, y tiempo de morir”
(Eclesiastés 3: 1-2)
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