"Ventana abierta"
Comida abundante
P. Leonardo Molina García. S.J.
NATIVIDAD DEL SEÑOR. TRES MISAS EL MISMO
DÍA
José Luis Sicre
Fe adulta
La celebración de tres misas el día de
Navidad debe de ser muy antigua, porque la famosa misa del Gallo, por la noche,
se remonta al siglo V. Sigue la misa de la aurora y se termina con la del día.
Cada una de ellas tiene sus lecturas propias, las mismas en los tres ciclos (A,
B, C). No es normal que la gente asista a las tres misas. Por eso indico
brevemente el mensaje global de los tres evangelios.
El de la misa del Gallo nos habla de un
niño que nace muy pobremente, sin nada que envidiarle a los más pobres de la
actualidad. Pero, inmediatamente después, un ángel nos presenta a ese niño como
Salvador, Mesías y Señor.
El de la misa de la aurora indica diversas
reacciones ante ese niño: los pastores corren a visitarlo y vuelven alabando y
dando gloria a Dios; los presentes se admiran; María medita todo lo que oye.
El evangelio de la misa del día, el
Prólogo de Juan, dice de ese niño algo más grande que el ángel a los pastores:
es el Verbo de Dios, que lo acompaña desde el principio, antes de la creación.
Y, aunque fue ignorado por el mundo y rechazado por su propio pueblo, se hizo
carne, habitó entre nosotros y nos concede poder ser hijos de Dios.
25 de diciembre
Misa de medianoche
Aunque desconocemos el
día y la hora en que nació Jesús, imagino que fueron estas palabras del libro
de la Sabiduría las que animaron a situar el nacimiento a medianoche: «Un
silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu palabra
todopoderosa se abalanzó desde el trono real de los cielos» (Sabiduría
18,14-15).
En cualquier caso, el papa Sixto III
(siglo V d.C.), introdujo en Roma la costumbre de celebrar en Navidad una
vigilia nocturna, a medianoche, «en seguida de cantar el gallo», en un pequeño
oratorio situado detrás del altar mayor de la Basílica de Santa María la Mayor.
Ya que los antiguos romanos denominaban Canto del Gallo al comienzo del día, a
la medianoche, se quedó con el nombre de Misa de Gallo la que se celebraba a
esta hora.
La liturgia, con tres lecturas preciosas y
muy ricas de contenido, suponen un desafío para quien pretenda comentarlas sin
agotar al auditorio.
Tres motivos de alegría (Isaías 9,2-7)
En El Danubio rojo, película
ambientada en la Segunda Guerra Mundial, la noche de Navidad, en medio del frío
y la nieve, un grupo numeroso de soldados y refugiados comienza a cantar en un
tren el villancico «Noche de Dios». Ese es el ambiente más adecuado para
entender la primera lectura. El profeta se dirige a un pueblo que camina en
tinieblas, que ha sufrido durante un siglo la opresión del imperio asirio, y le
anuncia un cambio prodigioso: un mundo de luz y alegría. Por tres motivos: el fin del opresor, el imperio asirio, que oprime a Israel
con el yugo y el bastón, como si fuera un animal de carga; será derrotado,
igual que lo fueron los madianitas en tiempos de Gedeón; el fin de la guerra, simbolizado por la desaparición, no de
lanzas y espadas, sino de los elementos menos peligrosos del soldado: bota y
túnica; la
aparición de un niño, que
se puede interpretar como el nacimiento de un príncipe o su entronización.
Influido por el ritual egipcio, se coloca sobre sus hombros un manto que
simboliza el poder, y se le dan diversos nombres: en Egipto eran cinco, aquí
son cuatro, que expresan las cualidades más admirables que se pueden esperar de
un gobernante: que sepa aconsejar, que sepa defender, que se comporte como un
padre con sus súbditos, que traiga un reinado de paz. Por último, abandonando
el influjo egipcio y con mentalidad plenamente judía, se relaciona a este niño
con David. Y su labor de paz, justicia y derecho, aparentemente imposible, será
obra del celo de Dios.
Dos motivos de compromiso (Carta a Tito
2,11-14).
El autor une la primera venida de Jesús
(«se ha manifestado la gracia de Dios») con la segunda y definitiva («la
manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo»). ¿Motivos
de alegría? Sin duda. Pero estas dos venidas son también motivo de compromiso.
Amor con amor se paga. Hay que renunciar a la vida sin religión y a los deseos
mundanos, llevar una vida sobria y honrada, esperar la vuelta del Señor,
dedicarse a las buenas obras.
¿Un niño pobre o un personaje maravilloso?
(Lucas 2,1-14)
El evangelio de esta noche consta de dos
escenas radicalmente distintas, pero que se complementan.
El nacimiento de un niño pobre
La primera escena, que se desarrolla
únicamente en la tierra, contrasta a poderosos y débiles. Empieza hablando del
emperador Augusto, con autoridad para dar órdenes a todos sus súbditos, y del
gobernador de Siria, Cirino, que manda empadronarse a la población de su
provincia, cada cual en su ciudad, sin preocuparle las molestias que eso puede
causar.
Frente a los poderosos, los débiles,
representados por una familia muy modesta, a la que solo le cabe obedecer,
aunque la esposa deba recorrer, embarazada, los 150 km de Nazaret a Belén.
Según Lucas, cuando llegan a su destino no encuentran alojamiento y deben pasar
algunos días en la parte baja de una casa, donde están los animales. Son
pobres, y para ellos no hay sitio en el piso de arriba («la posada»).
Los «nacimientos» que se montan
actualmente en iglesias, casas particulares y otros sitios, ofrecen un pesebre
bonito y limpio. Lucas piensa en uno muy distinto, en el que habrá comido un
animal poco antes, arreglado aprisa para recostar al niño.
Es una escena de pobreza y humillación.
Basta pensar en José, un padre que no tiene otra cosa que ofrecer a su mujer y
a su hijo. La escena no se presta a comentarios románticos, sino a preguntas
candentes: ¿por qué Gabriel no le dijo a María toda la verdad? ¿Por qué le
anunció que su hijo sería el rey de Israel sin advertirle que no tendría
riqueza ni poder? ¿Por qué elige Dios el camino de la pobreza y la humillación?
¿Por qué rechazamos los cristianos a quienes no pueden pagarse un pasaje en
avión o en barco para llegar hasta nosotros? ¿Por qué no imaginamos que Dios
pueda nacer en una chabola de mala muerte, en una familia pobre que trabaja recogiendo
la aceituna? ¿Se puede esperar algo de este hijo de emigrantes, que no tendrá
cultura ni formación?
El Salvador, el Mesías, el Señor
La segunda escena se desarrolla en cielo y
tierra. Es también de poderosos y débiles, de ángeles y pastores. La profesión
de pastor, aunque a algunos le recuerde a los antiguos patriarcas de Israel,
era de las más despreciadas y odiadas en aquel tiempo, sobre todo por los
campesinos. En la escala social de la época, los pastores ocupan el penúltimo
lugar, el de las clases impuras, porque su oficio se equipara al de los
ladrones. Y pasar la noche al aire libre, vigilando el rebaño, no es la
ocupación más agradable. El hecho de que el ángel se dirija a ellos deja clara
la «política incorrecta» de Dios. El gran anuncio del nacimiento del Mesías no
se comunica al Sumo Sacerdote de Jerusalén, ni a los sacerdotes y levitas, ni a
los estudiosos escribas, ni a los piadosos fariseos.
Por otra parte, el anuncio modifica
totalmente la imagen de la escena anterior. El niño que ha nacido no es un
simple niño pobre. Su nacimiento supone «una gran alegría para todo el pueblo»,
porque es Salvador, Mesías y Señor. Este ángel anónimo es muy escueto. No
comenta ninguno de los tres títulos. Pero es más sincero que Gabriel. No oculta
que, a pesar de su grandeza, el niño está envuelto en pañales y acostado en un
pesebre.
Afortunadamente, los pastores no son
especialistas en la Biblia ni teólogos. En tal caso habrían preguntado de
inmediato de qué o de quién iba a salvar ese niño; si era un mesías-rey, como
David, o un mesías-sacerdote, como Aarón; si su señorío era igual que el de
Dios o que el del César; si los pañales y el pesebre debían ser interpretados
de forma real o simbólica… y cómo se compagina la «gran alegría para todo el
pueblo» con el hecho de que, años después, el pueblo termine alejándose del
Calvario golpeándose el pecho. En realidad, los pastores no tienen tiempo de
preguntar nada porque, de pronto, aparece una legión del ejército celestial
alabando a Dios y proclamando la paz.
¿Qué harán los pastores? Quien desee
saberlo tendrá la respuesta en el evangelio de la Misa de la Aurora.
Pero el lector del evangelio puede ponerse
en su lugar y advertir el mensaje que le está proponiendo Lucas. La vida de
Jesús se puede interpretar de dos formas muy distintas: desde una óptica
puramente humana o desde la fe. La primera resulta descarnada y dura. La
segunda puede parecer ingenua; si no de cuento de hadas, de cuento de ángeles.
Si se mantiene en la primera, terminará viendo a Jesús como un personaje
peligroso y considerando justa su condena a muerte. Si acepta la segunda, a
pesar de todas las dudas, terminará creyendo en él como su Salvador.
25 de diciembre
Misa de la aurora
El evangelio de la
misa del Gallo nos dejaba con una duda: ¿qué harán los pastores tras escuchar
al ángel y al coro celeste? No han recibido ninguna orden, solo una buena
noticia. Lucas no se limita a contar su reacción.
Tres reacciones ante la noticia (Lucas
2,15-20)
El evangelio empieza y termina con los
pastores, que corren a Belén y vuelven alabando y dando gloria a Dios.
Esta gente, tan despreciada socialmente, corre hacia Jesús, cree que un niño
envuelto en pañales y en un pesebre puede ser el futuro salvador, aunque ellos
no se beneficiarán de nada, porque, cuando ese niño crezca, ellos ya habrán
muerto. La visita de los pastores simboliza lo que dirá Jesús más tarde: «Te
alabo Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las
has revelado a la gente sencilla».
Está también presente un grupo anónimo,
que podría entenderse como referencia a la demás personas de la posada, pero
que probablemente representa a todos los cristianos, que se admiran de
lo que cuentan los pastores.
Finalmente, el personaje más importante,
María, que conserva lo escuchado y medita sobre ello. En los
relatos de la infancia, Lucas ofrece dos imágenes muy distintas de María. En la
anunciación, Gabriel le comunica que será la madre del Mesías, y ella termina
alabando en el Magnificat las maravillas que Dios ha hecho en
ella. Sin embargo, cuando Jesús nace, Lucas habla de María de forma muy
distinta. A partir de ese momento, todo lo relacionado con Jesús le resulta
nuevo y desconcertante: lo que dicen los pastores, lo que dirá Simeón, lo que
le dirá Jesús a los doce años cuando se quede en Jerusalén. En esas
circunstancias, María no repite: «proclama mi alma la grandeza del Señor». Se
limita a callar y meditar, igual que hará a lo largo de toda la vida pública de
Jesús.
Estas tres actitudes se complementan: la
admiración lleva a la meditación y termina en la alabanza de Dios.
Lucas juega con el lector, lo desafía.
¿Qué salvador les ha nacido a los pastores? ¿Qué señal portentosa puede ser un
niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre? Al día siguiente, los
pastores estarán de nuevo con el rebaño, vigilando en medio del frío. Pero su
vida ha cambiado, y la dureza de su vida no les impide alabar y dar gloria a
Dios. Con ello se convierten en un ejemplo perfecto para el cristiano.
Una buena noticia para Jerusalén y la
Iglesia (Isaías 62, 11-12)
Este breve pasaje recoge una imagen típica
de la época del destierro en Babilonia: Jerusalén como esposa y madre. Como
esposa, su marido, el Señor, la ha abandonado; como madre, ha perdido a su
hijos, ha quedado despoblada. El profeta le anuncia un cambio radical: su
marido vuelve, como salvador, acompañado de sus hijos.
La liturgia aplica este anuncio de la
llegada de un salvador al nacimiento de Jesús. Y en los pastores podemos ver a
ese «pueblo santo» y a «los redimidos del Señor». Cuando se piensa en los
millones de cristianos que celebran la Navidad, vemos cómo se cumple la antigua
profecía.
Una buena noticia para nosotros (Carta a
Tito 3,4-7)
El evangelio habla de tres reacciones ante
el nacimiento de Jesús. La carta de Pablo se centra en Dios y en nosotros.
Ante todo, lo ocurrido es una
manifestación de la bondad de Dios y de su amor al hombre. Como diría el cuarto
evangelio: «De tal manera amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único»
(Juan 3,16). Si la gente se admiró de lo que decían los pastores, igual debemos
admirarnos nosotros de esta prueba del amor de Dios. Sobre todo, teniendo en
cuenta que no es algo que nosotros hayamos merecido ni ganado por nuestros
propios méritos.
Además, la salvación que entonces tuvo
lugar se actualiza en nuestro bautismo, que nos hace nacer de nuevo, nos
concede abundantemente el Espíritu Santo, y nos hace herederos de la vida
eterna, donde «estaremos siempre con el Señor» (1 Tesalonicenses 4,17)
25 de diciembre
Misa del día
La misa de la aurora nos presentó a María meditando lo que han contado los pastores. Es una pena que Lucas, que transmitió en el Magníficat su reacción a las palabras de Isabel, en este caso guarde silencio. Dos teólogos cristianos, los autores del cuarto evangelio y de la carta a los Hebreos, sí nos dejaron su reflexión sobre Jesús y su nacimiento. La liturgia les antepone la visión de un profeta-poeta.
«El Señor ha consolado a su pueblo»
(Isaías 52,7-10)
El texto de Isaías de la misa de la aurora
presentaba a Jerusalén como esposa y madre, que recupera a su esposo y sus hijos.
Este la presenta como ciudad, sin rey y en ruinas después de la caída en manos
de los babilonios. Pero el mensaje de esperanza es el mismo: Dios vuelve a ella
como rey, y las ruinas, reconstruidas, cantarán de alegría. Como en el caso
anterior, la liturgia aplica la venida de Dios-rey a Jesús, que nace como
Mesías y Salvador.
«El Señor nos ha hablado por su Hijo»
(Hebreos 1,1-6)
Imaginemos al autor de la carta ante el
pesebre. Pero el niño no acaba de nacer, él escribe bastantes años después. Es
mucho lo que ya se ha dicho y discutido sobre Jesús. Y él comienza su carta con
un resumen ambicioso, que abarca desde el comienzo de los siglos hasta la
glorificación del Señor.
Lo primero que destaca es la novedad de
que Dios nos hable a través de su Hijo, no a través de profetas. Un hecho tan
grande que no debemos esperar algo distinto y mayor: estamos en la «etapa
final».
Luego acumula palabras para describir la
dignidad del Hijo. Retrocede del momento en el que hereda todo (se supone que
tras la resurrección) al momento en el que intervino en la creación del mundo.
Habla de su identidad e identificación con Dios con expresiones misteriosas:
«reflejo de su gloria, impronta de su ser». Dedica una frase, casi de pasada, a
la vida terrena, en la que solo sugiere, de forma velada, su muerte, que
purifica nuestros pecados. Y termina con su triunfo a la derecha de la Majestad
y su encumbramiento por encima de los ángeles.
San Ignacio de Loyola, al hablar del
nacimiento de Jesús, sugiere al ejercitante pensar cómo el Señor nace en suma
pobreza «y al cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío,
de injurias y afrentas, para morir en cruz» (Ejercicios espirituales, nº
110). El autor de la carta a los Hebreos tiene una perspectiva más amplia. No
menciona aquí los sufrimientos y la muerte (tema que desarrollará más adelante)
sino su triunfo y su gloria.
La historia del Verbo de Dios (Juan
1,1-5.9-14) (forma breve)
Dos advertencias:
1. Según
muchos comentaristas, el autor del cuarto evangelio utilizó al comienzo un
himno sobre el Verbo Dios, introduciendo por medio, en dos ocasiones, sendas
referencias a Juan Bautista. La liturgia permite elegir entre la forma larga,
con todo el texto actual, y la breve, que suprime lo referente a Juan. Es esta
la que comentaré brevemente, presentando el himno como una historia del Verbo
de Dios en cinco etapas.
2. Para
comprender esta historia habría que conocer las reflexiones sobre la Sabiduría
de Dios en los dos siglos antes de Jesús. En el segundo domingo después de Navidad
se vuelve a leer el prólogo de Juan, y la lectura que lo acompaña es, con
razón, la del libro del Eclesiástico.
Primera etapa: la Palabra junto a Dios
En el principio existía el Verbo, y el
Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto
a Dios.
«En el principio creó Dios el cielo y la
tierra». Así comienza el libro del Génesis. Para el autor del prólogo, en ese
momento existía ya el Verbo, junto a Dios. Es lo mismo que se dice de la
Sabiduría en el libro de los Proverbios y en el Eclesiástico.
Segunda etapa: el Verbo y la creación
Por medio de él se hizo todo, y sin él no
se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz
de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Aunque parece una nueva matización del
Génesis, supone un desarrollo. Allí se dice que Dios crea por su palabra («dijo
Dios») y su acción. Aquí, esa palabra se convierte en compañera suya
imprescindible durante el acto creador. Todo fue creado por el Verbo: sol,
luna, estrellas, montañas, mar, animales de toda especie, ser humano. Además de
habernos creado, es también nuestra vida y nuestra luz. Dos términos claves en
la teología del cuarto evangelio, que presentará a Jesús como «el camino, la
verdad y la vida». En esa misma teología encaja la referencia a la tiniebla
como símbolo de la oposición a Jesús y a Dios.
Tercera etapa: el mundo, creado por el
Verbo, lo ignora.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por
medio de él, y el mundo no lo conoció.
El mundo no se refiere aquí a los seres
inanimados sino a las personas que ignoran a Dios, no lo adoran, o prescinden
de él. El autor del Prólogo piensa en los pueblos paganos, que podrían haber
conocido al Dios verdadero, pero que habían caído en diversas formas de
idolatría.
Cuarta etapa: la Palabra se instala en
Israel; unos lo rechazan, otros la acogen.
Vino a su casa, y los suyos no lo
recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a
los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
¿Qué hará el Verbo cuando se vea ignorado
por el mundo? Para un judío, la respuesta es clara: refugiarse en Israel, el
pueblo elegido, igual que hacía la Sabiduría: «Eché raíces entre un pueblo
glorioso, en la porción del Señor, en su heredad». Pero el Verbo se encuentra
con una desagradable sorpresa: «los suyos no lo recibieron». Da la impresión de
que un autor posterior consideró esta afirmación demasiado pesimista y añadió
que algunos lo recibieron, convirtiéndose en hijos de Dios. Pero este aparente
añadido destruye el dramatismo del himno primitivo.
Quinta etapa: el Verbo se hace carne y
habita entre nosotros.
La Palabra ha sufrido dos derrotas: el
mundo la ignora, su pueblo la rechaza. ¿Qué haría cualquiera de nosotros en su
lugar? Quedarse junto a Dios y olvidarse de todos. Afortunadamente, Dios no es
así. El Verbo toma la decisión más asombrosa que se puede imaginar.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre
nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
Reflexión final
El fiel cristiano que haya acudido a la iglesia pensando escuchar unas lecturas bonitas y sencillas sobre Jesús niño y los pastores se encuentra en la misa del día con unas lecturas muy teológicas, pero que le recuerdan la dignidad e importancia de ese niño que ve en el pesebre.
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