"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
LUNES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA
Esteban estaba tan “lleno de gracia y poder”, que realizaba grandes
prodigios y signos delante del pueblo, y predicaba con tanta elocuencia que
nadie podía rebatir su discurso. Esa gracia y poder provenían de la efusión del
Espíritu Santo que había recibido por la oración e imposición de manos de los
Apóstoles (6,6) al ser ordenado como diácono. Tan grande era su fe, y el
Espíritu obraba con tanto poder en él, que cuando fue apresado y conducido ante
el Sanedrín, “todos los miembros del Sanedrín miraron a Esteban, y su rostro
les pareció el de un ángel”.
En ocasiones anteriores, al tratar el tema de la fe, hemos dicho que la fe
es “algo que se ve”. Porque los hombres y mujeres de fe actúan conforme a la
Palabra de Jesús, en quien confían plenamente. Y eso se ve, la gente lo nota, y
les hace decir: “Yo no sé lo que esa persona quiere, pero yo quiero de eso”. La
persona que cree en Jesús, y le cree a Jesús, actúa diferente, despliega una
seguridad que es contagiosa, y la gente le nota algo distinto en el rostro. Es
la certeza de que Dios le ama y que su voluntad es que todos alcancemos la
salvación. Eso fue lo que los del Sanedrín vieron en Esteban, al punto que “su
rostro les pareció el de un ángel”.
Durante esta semana vamos a estar “degustando” el discurso del pan de vida
contenido en el capítulo 6 del Evangelio según Juan, que comenzó el viernes de
la segunda semana de Pascua con el símbolo eucarístico de la multiplicación de los panes. Por eso estas
lecturas, aunque se refieren a hechos anteriores a la Pasión, muerte y
resurrección, las leemos en clave Pascual.
La lectura de hoy (Jn 6,22-29) nos presenta nuevamente a esa multitud
anónima que sigue a Jesús, impresionada por sus milagros. Acaban de presenciar
la multiplicación de los panes y han saciado su hambre corporal. El gentío
quiere seguirlo. Al no encontrarlo, fueron a buscarlo en Cafarnaún.
Cuando al fin lo encuentran, Jesús les cuestiona sus motivaciones para
seguirle: “Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino
porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece,
sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo
del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios”. No se trata de que las
motivaciones sean malas, pues se refieren a satisfacer necesidades humanas
básicas. Lo que Jesús quiere transmitirles a ellos (y a nosotros) es que esas
no son motivaciones válidas para seguirle.
“La obra que Dios quiere es ésta, que creáis en el que él ha enviado”, les
dice Jesús. Y para creer tenemos que conocer su Amor. “Hemos conocido el amor
que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1 Jn 4,16). Y ese amor nos hará creer
en el Resucitado, que es el pan de vida que puede saciar todas nuestras hambres
y nos conduce a la vida eterna.
¡Señor, dame de ese Pan!
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