"Ventana abierta"
La Buena Semilla
Aunque de nada tengo mala conciencia, no por
eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor.
1 Corintios 4: 4
Orad por nosotros; pues confiamos en que
tenemos buena conciencia, deseando conducirnos bien en todo.
Hebreos 13: 18
La conciencia: un instrumento
sensible
Desde la desobediencia inicial de nuestro
ancestro Adán, como seres responsables tenemos esta facultad indispensable
llamada conciencia. Podemos compararla a un instrumento de medida que detecta
si un pensamiento, una palabra o una acción es buena o mala, honesta o
deshonesta, justa o falsa, etc. En resumen, ella distingue entre el bien y el
mal.
Se sabe que todo instrumento de medida puede
perder su sensibilidad. Puede deteriorarse y dar falsas indicaciones. Esto
también sucede fácilmente con nuestra conciencia. Este delicado instrumento se
desajusta progresivamente debido al contacto con el mal, pierde su
sensibilidad, se endurece. Además, si nos acostumbramos a no escuchar nuestra
conciencia, se vuelve como un organismo enfermo que se habitúa a dosis de
medicamento cada vez más fuertes y que deja de reaccionar. ¡Es una situación de
las más peligrosas!
Un velocímetro distorsionado no puede evitar
que el automovilista tenga que pagar una multa debido a un exceso de velocidad.
Si el mío marca 50 km/hora mientras paso por un pueblo, pero el radar de la
policía grabó 70, tendré que pagar la multa.
Como la conciencia es debilitada a causa del
mal que tolero, también puede estar bien despierta cuando es afinada por la
Palabra de Dios. Jesús dijo: “Tu palabra es verdad” (Juan 17: 17). Esta es
la “norma segura” a la cual el cristiano siente continuamente la necesidad de
referirse (Proverbios 22: 21).
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