"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA TRIGÉSIMA
TERCERA SEMANA DEL T.O. (1)
Dos de ellos habían negociado el oro y lo
habían multiplicado.
El Evangelio de hoy (Lc 19,11-28) nos presenta
la versión de Lucas de la “parábola de los talentos” que leemos en el relato
evangélico de Mateo (Mt 25,14-30). Lucas coloca este relato inmediatamente
después del relato de Zaqueo que leíamos en la liturgia de ayer y, además de
darle un sabor escatológico, lo enmarca en un contexto histórico contemporáneo
a Jesús con el cual los que le escuchaban podían relacionarse. Resulta que un
tal Arquelao, quien estaba a cargo de la ciudad de Jericó, había marchado a
Roma para pedir un título de rey al emperador, y un grupo de sus enemigos
habían conspirado para que se denegara su petición.
Además, para el tiempo en que Lucas escribe su
relato, ya los detractores del cristianismo comenzaban a burlarse y a cuestionar
la veracidad de la promesa de la segunda venida de Jesús para instaurar su
Reino definitivo. “¿Dónde está la promesa de su Venida? Nuestros padres han
muerto y todo sigue como al principio de la creación” (2 Pe 3,4). Los
contemporáneos de Jesús, los que le escuchaban, y hasta sus discípulos, tenían
la noción de que el Reino de Dios se iba a concretizar de un momento a otro. No
habían comprendido el “ya, pero todavía” que mencionáramos en días recientes.
Hemos de tener presente que cuando Jesús cuenta
esta parábola, ya se está acercando a Jerusalén, la Pascua está “a la vuelta de
la esquina”. Hay expectativa. ¿Qué mejor momento para que Jesús proclame su
Reinado definitivo? Por eso le recibirán entre vítores y palmas en unos días,
cuando haga su entrada en Jerusalén. Jesús lo sabe y quiere sacarles del error
(su Reino no es de este mundo, Jn 18-36).
Por eso les propone la parábola del hombre que
se marchó “a tierras lejanas” a buscar un título de rey y encomendó una “mina”
(onza) de oro a cada uno de sus empleados. Al regresar les pidió cuentas. Dos
de ellos habían negociado el oro y lo habían multiplicado. Como premio, el
hombre les dio autoridad sobre un número de ciudades equivalente a las veces
que lo habían multiplicado. En cambio, al que lo guardó para que no se le
perdiera por temor a perderlo, y se lo devolvió sin ganancia, lo regañó
diciendo a los presentes: “Quitadle a éste la onza y dádsela al que tiene
diez”. Cuando le cuestionan su actitud, el hombre contestó: “Al que tiene se le
dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”.
¿Qué nos quiere decir Jesús con ésta parábola?
En primer lugar, que Él se va a marchar para regresar, más nadie sabe cuándo,
excepto el Padre (Cfr.
Mt 24,36). Pero antes de irse nos va a encomendar su Palabra. ¿Qué vamos a
hacer con ella? Tenemos que hacerla producir, fructificar, multiplicarse; cada
cual según su capacidad. “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a
toda creatura” (Mc 16,15). Y los que así lo hagan, recibirán su justa
recompensa. Si, por el contrario, nos la guardamos y no la hacemos producir, se
nos quitará hasta esa misma Palabra, con todas las promesas que contiene.
Señor, danos la valentía y sagacidad para
“negociar” tu Palabra de manera que rinda fruto en abundancia, y así ser merecedores
de la gloria eterna.
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