"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA TRIGÉSIMA TERCERA SEMANA DEL T.O. (1)
“¡Hijo de David, ten compasión de mí!”.
La lectura evangélica que nos propone la
liturgia para hoy (Lc 18, 35-43) nos presenta un ejemplo lo que es la
perseverancia en la fe. El pasado sábado leímos el pasaje del “juez inicuo” (Lc
18,1-8). En aquella parábola encontrábamos a una viuda que recurría ante un
juez para pedirle que le hiciera justicia frente a su adversario. Y aunque el
juez “ni temía a Dios ni le importaban los hombres”, fue tanta la insistencia
de la viuda que el juez terminó haciéndole justicia con tal de salir de ella:
“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está
fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara”.
En el pasaje de hoy leemos que cuando se
acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino, pidiendo
limosna, y al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le
explicaron: “Pasa Jesús Nazareno”. Para ese tiempo la fama de Jesús se había
extendido por toda Palestina, así que aquél hombre de seguro había oído hablar
de Jesús y cómo este expulsaba demonios y curaba a los enfermos.
“¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”,
le grita el ciego a Jesús, aunque no puede verlo. El ejemplo perfecto de un
acto de fe. Mas cuando le regañan y le piden que calle, él no se rinde.
Continúa gritando con más fuerza: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”. El
ejemplo perfecto de perseverancia en la fe. Y Jesús, conmovido por la
perseverancia de aquel ciego (que el paralelo de Marcos nos dice que se llamaba
Bartimeo), pidió que se lo acercaran y le preguntó: “¿Qué quieres que haga por
ti?” “Señor, que vea otra vez”, contestó el ciego. A lo que Jesús le responde:
“Recobra la vista, tu fe te ha curado” (otras versiones dicen “tu fe te ha
‘salvado’”). De nuevo el ingrediente indispensable para los milagros: la fe. “Todo
lo que pidan con fe, lo alcanzarán” (Mt 21,22); “Cuando pidan algo en la
oración, crean que ya tienen y lo conseguirán” (Mc 11,24).
Aquél hombre no tenía visión en sus ojos, pero
supo “ver” a Jesús con su alma y reconoció en Él al Hijo de Dios. A veces nosotros
nos apantallamos con todas las imágenes que bombardean nuestra visión física y
eso nos impide ver a Jesús aunque lo tengamos de frente. ¡Cuántas veces se nos
presenta como un mendigo, o un enfermo, un inmigrante “indocumentado”, o un
preso (Cfr. Mt 25,31 ss.) y no lo
reconocemos! Y perdemos la oportunidad de nuestras vidas…
“¡Hijo de David, ten compasión de mí!”… Un
grito que sale de lo más profundo de un hombre condenado a vivir en las
tinieblas; el mismo que brota de los labios del creyente cuando está sumido en
las tinieblas del pecado. “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”… Un grito de
dolor, pero no de desesperanza. Por el contrario, es un grito de esperanza
producto de la fe. Es el grito de un hombre que cree en Jesús y cree que Él
puede sanarle; es decir, le cree a Jesús. El modelo prefecto de fe. Y esa fe le
obtuvo la salvación.
Señor yo creo, pero aumenta mi fe…
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