"Ventana abierta"
La Buena Semilla
Cristo padeció una sola vez por los pecados, el
justo por los injustos, para llevarnos a Dios.
1 Pedro 3: 18
¡Necesito un Salvador!
Si caigo al agua sin saber nadar, no necesito
buenos consejos, ni lecciones de natación, sino a alguien que me salve
sacándome del agua.
Si tengo muchas facturas que no puedo pagar,
necesito a alguien que me libre de las manos de los acreedores y de los
alguaciles, aceptando pagar en mi lugar.
Por naturaleza soy pecador, culpable a los ojos
de Dios. Lo que necesito no es una lección de moral, sino un Salvador que pague
en mi lugar mis pecados y sufra el castigo ante la justicia divina.
Así como una moneda tiene dos caras
inseparables, Dios es inseparablemente amor y luz. Como es amor, nos busca para
hacer de nosotros sus hijos. Como es luz, no puede soportar en su presencia a
ningún pecador cargado con sus faltas. Su justicia exige que nos condene, pues
todo acto malo, al igual que toda palabra mala, debe ser castigado. Dios es
justo castigando a los pecadores, sin embargo, en su gran amor quiere que los
culpables lleguen a ser justos a sus ojos santos. ¿Cómo?
Las exigencias de la justicia de Dios y la
abundancia de su amor se expresaron en la cruz. El mal tenía que ser castigado;
y lo fue cuando el Hijo de Dios se entregó y murió en la cruz en nuestro lugar.
Él es nuestro rescate; él sufrió el castigo que nosotros merecíamos por
nuestros pecados: ¡esta es su justicia, y al mismo tiempo su amor hacia
nosotros!
Los que creen son “justificados gratuitamente
por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:
24).
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