"Ventana abierta"
La Buena Semilla
Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.
2 Corintios 8: 9
Los hombres más ricos del mundo
Parece que uno de los hombres más ricos del mundo es el soberano de un estado muy pequeño en el Sudeste Asiático. En su palacio hay oro por todas partes: su trono es de oro macizo, su cetro también, y su residencia tiene más de 1800 habitaciones…
Pero toda la riqueza acumulada por este monarca no le permitirá comprar su salvación eterna. Dejará este mundo como el más pobre de los mortales, es decir, con las manos vacías.
Podemos indignarnos ante las desigualdades sociales que nos parecen escandalosas; o también empezar a soñar: ¿qué haría yo si tuviese uno de esos millones de dólares?
No envidiemos esa superabundancia de bienes terrenales. Más bien, busquemos, si aún no lo hemos hallado, el único tesoro eterno, el único que puede repartirse infinitamente sin que nunca disminuya, el cual es ofrecido gratuitamente a todos los hombres: el tesoro del conocimiento de Dios mediante Jesucristo el Salvador.
Para permitirnos poseerlo, para conocer a Dios mismo como nuestro Padre, el Hijo de Dios se despojó de toda la gloria del cielo; vino a los más pobres de la tierra y se ocupó de su sufrimiento y de su miseria. Y más aún, Jesús dio su vida en la cruz en rescate por todos; luego resucitó y subió al cielo. ¿Puede usted decir como el apóstol: “El Hijo de Dios… me amó y se entregó a sí mismo por mí”? (Gálatas 2: 20).
Si es así, entonces usted posee para siempre el mayor de los tesoros: ¡Jesús en el cielo!
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