"Ventana abierta"
Leonardo Molina García
LAS MANOS SUCIAS Y EL CORAZÓN LIMPIO
Fe adulta, José Luis Sicre DOMINGO
XXII
Domingo 22
Después de cinco domingos leyendo el
evangelio de Juan, volvemos al de Marcos, base de este ciclo B. Durante un mes
nos ha ocupado el tema de comer el pan de vida. Este domingo el problema no
será comer el pan, sino comer con las manos sucias. Una pregunta
malintencionada de los fariseos y de los doctores de la ley (los escribas)
provoca la respuesta airada de Jesús, una enseñanza algo misteriosa a la gente,
y la explicación posterior a los discípulos. El texto de la liturgia ha
suprimido algunos versículos, empobreciendo la acusación de Jesús y uniendo lo
que dice a la gente con la explicación a los discípulos.
La tradición de los mayores y el
mandamiento de Dios (Marcos 7,1-8.14-15.21-23)
Antes de dar la palabra a los fariseos y
escribas es interesante recordar lo que cuenta Marcos inmediatamente antes.
Después de la multiplicación de los panes y los peces, Jesús ha cruzado a la
región de Genesaret, recorriendo pueblos, aldeas y campos, acogido con enorme
entusiasmo por gente sencilla, que busca y encuentra en él la curación de sus
enfermedades.
La
intervención de los fariseos y escribas
De repente, el idilio se rompe con la
llegada desde Jerusalén de fariseos (seglares super piadosos) y de algunos
escribas (doctores de la ley de Moisés). No todos los escribas pertenecían al
grupo fariseo, pero sí algunos de ellos, como aquí se advierte. Para ellos, lo
importante es cumplir la voluntad de Dios, observando no solo los mandamientos,
sino también las normas más pequeñas transmitidas por sus mayores. Lo esencial no
es la misericordia, sino el cumplimiento estricto de lo que siempre se ha
hecho. Por eso, no les conmueve que Jesús cure a un enfermo; pero les irrita
que lo haga en sábado.
Con esta mentalidad, cuando se acercan al
lugar donde está Jesús, advierten, escandalizados, que algunos de los
discípulos están comiendo con las manos sucias. El lector moderno,
instintivamente, se pone de su parte. Le parece lógico, incluso necesario, que
una persona se lave las manos antes de comer, y que se lave la vajilla después
de usarla. Es cuestión elemental de higiene. Sin embargo, aunque en su origen
quizá también fuese cuestión de higiene entre los judíos, los grupos más
estrictos terminaron convirtiéndola en una cuestión religiosa. Lo que está en
juego es la pureza ritual. Por eso, los fariseos no se quejan de que los
discípulos coman con las manos sucias, sino con las manos impuras,
saltándose con ello la tradición de los mayores. Aunque el Antiguo
Testamento contiene numerosas normas, algunas de carácter higiénico, nunca
menciona la obligación de lavarse las manos, ni de lavar vasos, jarras y ollas;
esto forma parte de «las tradiciones de los mayores», tan sagradas para los
fariseos como las costumbres de la madre fundadora o del padre fundador para
algunas congregaciones religiosas, o de cualquier minucia litúrgica para
algunos ritualistas.
La respuesta airada de Jesús
La reacción de Jesús es durísima. Tras
llamarlos hipócritas, les hace tres acusaciones: 1) su corazón está lejos de
Dios; 2) enseñan como doctrina divina lo que son preceptos humanos; 3) dejan de
observar los mandamientos de Dios para aferrarse a las tradiciones de los
hombres.
Estas acusaciones resultan durísimas a
cualquier persona, pero especialmente a un fariseo, que desea con todas sus
fuerzas estar cerca de Dios, agradarle cumpliendo su voluntad.
El problema, según Jesús, es que el
fariseo termina dando a esas tradiciones más importancia que a los mandamientos
de Dios. Incluso las utiliza para dejar de hacer lo que Dios quiere y quedarse
con la conciencia tranquila. Para demostrarlo, Jesús cita un ejemplo que la
liturgia ha suprimido. [También nuestro Señor ha sido víctima de la censura
eclesiástica.] Dios ordena honrar a los padres, es decir, sustentarlos en caso
de necesidad. Imaginemos un fariseo con suficientes bienes materiales. Puede
atender a sus padres económicamente. Pero su comunidad le dice que esos bienes
los declare qorbán, consagrados al Señor. A partir de ese momento,
no puede emplearlos en beneficio de sus padres, pero sí de su grupo. «Y así
invalidáis el precepto de Dios en nombre de vuestra tradición. Y de ésas hacéis
otras muchas».
Un lector crítico podría acusar a Marcos
de tratar un tema tan complejo de forma ligera y demagógica. Conociendo a los
fariseos de aquel tiempo (bastante parecidos a los de ahora), la reacción de
Jesús es comprensible y su acusación justificada. Sobre todo, para los primeros
cristianos, que sufrían los continuos ataques de estos que presumían de
religiosos.
Enseñanza a la gente
Como los fariseos y escribas no responden,
aquí podría haber terminado todo. Sin embargo, Jesús aprovecha la ocasión para
enseñar algo a la gente a propósito de la pureza e impureza: «Nada que entre de
fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace al
hombre impuro.»
La explicación a los discípulos
No sabemos si Jesús se quedó contento con
esta breve enseñanza. Lo que es seguro es que la gente no la entendió, y los
discípulos tampoco. Por eso, cuando llegan a la casa (nuevo detalle suprimido
por la liturgia), le preguntan qué ha querido decir. Y él responde que lo que
entra por la boca no llega al corazón, sino al vientre, y termina en el
retrete. Entra y sale sin contaminar a la persona. Lo que la contamina no es lo
que entra en el vientre, sino lo que sale del
corazón. Para aclararlo, enumera trece realidades que brotan del corazón.
[Resulta raro que Marcos no cite catorce, número de plenitud (2 x 7), pero
ningún asistente a misa va a notarlo, y el predicador probablemente tampoco].
Esta enseñanza de que el peligro no viene
de fuera, sino de dentro, resultará a algunos muy discutible. ¿No vienen de
fuera la pornografía, la droga, las invitaciones a la violencia terrorista? ¿No
nos influyen de forma perniciosa el cine, la televisión, la literatura?
Lo anterior es cierto. Pero Jesús no entra
en estas cuestiones, se refiere al caso concreto de los alimentos. Otra de las
frases del evangelio suprimidas en la liturgia de hoy dice que Jesús, con su
enseñanza de que lo que entra en el vientre no contamina al hombre, «declaró
puros todos los alimentos». Por eso los cristianos podemos comer carne de
cerdo, de liebre, de avestruz, gambas (camarones en ciertos países de América
Latina), cigalas, langostinos y cualquier alimento que nos apetezca, según
nuestra costumbre y nuestra economía. Un cambio revolucionario, porque todas
las religiones obligan a observar una serie de normas dietéticas.
Por otra parte, aunque Jesús se centre en
los alimentos, su enseñanza tiene un valor más general y desvela nuestra
comodidad e hipocresía. El Papa Francisco habría caído en el error de los
fariseos si hubiera culpado de la pederastia y los abusos sexuales en la
Iglesia a los influjos externos, a la cultura del goce y del libertinaje. El
mal no viene de fuera, sale de dentro. Y con el mismo criterio debe enjuiciar
cada uno de nosotros su realidad. Nuestro mayor enemigo somos nosotros mismos.
No echemos la culpa a los demás.
Los mandamientos de Dios (Deuteronomio
4,1-2.6-8)
La importancia que concede Jesús a la ley
de Dios frente a las tradiciones humanas ha animado a elegir este texto del
Deuteronomio como paralelo al evangelio. Los responsables de la elección no han
caído en la cuenta de un problema. Moisés ordena: «No añadiréis ni suprimiréis
nada de las prescripciones que os doy». Jesús, sin embargo, añadió y suprimió.
Por ejemplo, a propósito de los alimentos puros e impuros, como acabo de
indicar; tanto el Levítico como el Deuteronomio contienen una extensa lista de
animales impuros, que no se pueden comer (Lv 11; Dt 14,3-21). Esta primera
lectura no debe interpretarse como una aceptación radical y absoluta de la ley
mosaica, porque Jesús se encargó de interpretarla y modificarla.
La religiosidad verdadera (Santiago
1,17-18.21-27)
Los cristianos tenemos el mismo peligro
que los fariseos de engañarnos, dando más valor a cosas menos importantes. El
final de esta breve lectura ofrece un ejemplo muy interesante. ¿En qué consiste
la religión verdadera, la que agrada a Dios? ¿En oír misa diaria, rezar el
rosario, hacer media hora de lectura espiritual? Eso es bueno. Pero lo más
importante es preocuparse por las personas más necesitadas; el autor, siguiendo
una antigua tradición, las simboliza en los huérfanos y las viudas. Cuando
recordamos la parábola del Juicio Final («porque tuve hambre…») se advierte que
el autor de esta carta piensa igual que Jesús.
Lo importante es la pureza de corazón. Ahí hay que atacar. Por eso una de las bienaventuranzas es, “felices los limpios de corazón”. Es la sede de la limpieza auténtica. En toda nuestra vida. En todos los aspectos, no sólo en el campo sexual…(sin excluirlo…)
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