"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
VIGÉSIMO PRIMER DOMINGO DEL T.O. (B)
¿También vosotros queréis marcharos?
La liturgia de hoy nos presenta la culminación del “discurso del pan de vida”
(Jn 6,60-69), que hemos estado contemplando durante los pasados cuatro
domingos.
En el Evangelio que contemplábamos el pasado
domingo (Jn 6,51-59) Jesús había enfatizado en cinco ocasiones la necesidad de
“comer su carne” y “beber su sangre” para obtener la vida eterna, en una
alusión al sacramento de la Eucaristía que para ellos resultaba incomprensible.
Esto, en respuesta a los comentarios de los judíos, quienes se preguntaban: “¿Cómo
puede éste darnos a comer su carne?”
Lejos de suavizar o justificar sus palabras,
reitera que el que no coma su carne y beba su sangre “no tendrá vida” en sí
mismo, es decir, no tendrá la vida que da la Gracia, añadiendo que ello es
necesario para que podamos “habitar” en Él y Él en nosotros.
Aquellas palabras (eso de “comer” su carne y
“beber” su sangre) resultaban fuertes y escandalosas, duras, para muchos de los
“discípulos” que le seguían: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle
caso?”. Jesús no intenta convencerlos ni trata de explicar su discurso. Por el
contrario, se reitera en lo dicho y les increpa: “¿Esto os hace vacilar?, ¿y si
vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da
vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y
vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen… Por eso os he dicho que nadie
puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”. Esas palabras hicieron que
muchos discípulos suyos se echaran atrás y dejaran de seguirle.
Entonces Jesús se viró hacia donde estaban los
Doce (trato de imaginarme la escena) y les lanza un desafío: “¿También ustedes
quieren marcharse?” Como siempre, Simón Pedro tomó la palabra e hizo una
profesión de fe: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida
eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”.
Las palabras de Jesús siempre son motivo de
controversia. Ya el anciano Simeón lo había profetizado desde el comienzo (Lc
2,34). Y hoy día no es diferente. Su seguimiento es exigente, duro, el estilo
de vida que implica está reñido con los gustos, las tendencias del mundo
actual. Seguir a Jesús implica hacerse uno con Él, “comer su carne”, no solo en
la Eucaristía, sino también participar de su encarnación, y “beber la sangre”
de su sacrificio.
Los que queremos perseverar, los que queremos
permanecer fieles a Él, necesitamos comer constantemente de ese “pan de Vida”,
no solo en la mesa de la Eucaristía, sino también en la mesa de la Palabra, que
es también fuente de vida eterna: “¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras
de vida eterna”.
En la Eucaristía encontramos alimento, y en la
Palabra el aliento y el consuelo que nos permiten continuar en el camino a la
Vida eterna que Él regala de balde a los que comemos de su cuerpo y bebemos de
su sangre.
Él siempre tiene la mesa de la Eucaristía y la
mesa de la Palabra dispuestas para ti.
¡Acércate! Él te está esperando…
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