De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
VIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO DEL T.O. (CICLO B)
“Escuchad y entended
todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de
dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del
hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios,
adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación,
orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre
impuro”. Con esas palabras de Jesús, dirigidas a todos los que le rodeaban,
concluye el evangelio que nos brinda la liturgia para este vigésimo segundo
domingo del tiempo ordinario (Mc 7,1-8.14-15.21-23).
Un grupo de fariseos y escribas se había acercado a Jesús para criticarle
que sus discípulos no seguían los ritos de purificación exigidos por los
preceptos para antes de las comidas, específicamente las relativas a lavarse
las manos de cierta manera antes de comer. Vemos que Marcos pasa el trabajo de
explicar las costumbres judías, mientras el texto paralelo de Mateo (15,1-2)
omite la explicación. La razón es que Marcos escribe para los paganos de la
región itálica, que no conocían esas costumbres, mientras Mateo escribe para
los judíos de Palestina convertidos al cristianismo.
Jesús critica el fariseísmo de aquellos que habían creado todo un cuerpo
de preceptos que llegaban inclusive a suplantar la Ley de Dios. Esos preceptos
mostraban una obsesión con la pureza ritual cuyo cumplimiento se tornaba en
algo vacío, que se quedaba en un ritualismo formal que no guardaba relación con
lo que había en su corazón. Por eso una vez más les llama “hipócritas”.
Los fariseos habían incurrido en lo que la primera lectura contempla
cuando dice: “Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando
cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor,
Dios de vuestros padres, os va a dar. No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis
nada; así cumpliréis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando
hoy” (Dt 4,1-2.6-8).
En ningún lugar del decálogo dice que hay que lavarse las manos hasta los
codos, frotándose por cierto número de veces, etc. Lo que sí dice es que no se
puede fornicar, ni robar, ni matar, ni cometer adulterio, codiciar, etc. Esas
son las cosas que tornan al hombre impuro porque son fruto de la maldad que
sale de su corazón.
Una vez más Jesús nos recuerda que Dios no se fija en lo exterior al
momento de juzgarnos; Él, que “ve en lo oculto” (Mt 6,6), mirará la pureza o
impureza de nuestro corazón. A esa mirada nadie puede escapar… Pidámosle pues,
al Señor que nos conceda un corazón puro como el de un niño (Cfr. Mt 18,4), de manera que de
nuestro corazón no salga nada que pueda tornarnos impuros.
Hoy, día del Señor, acudamos a su Casa y supliquémosle: “Señor, dame un corazón puro que sea agradable a ti”.
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