"Ventana abierta"
DOMINICAS LERMA
¿SABÍAS QUE…
… PUSIERON PRECIO A LA CABEZA DE DOMINGO?
Sí, ya estaba decidido: ese predicador extranjero debía
ser silenciado. Y de manera contundente.
Varios líderes de las principales casas cátaras de la
zona llevaban tiempo vigilando sus movimientos. Y la simple condescendencia
había ido evolucionando en auténtica preocupación. El que parecía un miserable
sacerdote católico estaba resultando ser un auténtico líder, que atraía cada
vez a más y más adeptos. La hegemonía cátara en la zona comenzaba a peligrar.
Pero no iban a consentirlo.
Tras la reunión de emergencia en el castillo de uno de
los señores que les amparaban, se llegó de forma unánime a la conclusión de que
el forastero debía ser eliminado. Y cuanto antes.
Uno de los perfectos se dio cita con su sicario de
confianza. No era la primera vez que hacían negocios. Su mercenario sabía
realizar estos trabajitos de manera impecable. El asesino no disimulaba su
satisfacción. Matar a un sacerdote no iba a ser complicado… y sabía que sus
clientes pagaban bien. El asunto se resolvería sin complicaciones, prometió.
Satisfechos, los dos hombres apuraron sus jarras de vino, saboreando ya la
victoria.
Lo que no podían imaginar era que la influencia de
Domingo había crecido mucho más de lo que calculaban. El posadero, tan
sonriente como siempre, paseaba de una mesa a otra, voceando animadamente,
fingiendo estar volcado en atender a todos los huéspedes… pero, en realidad,
escuchaba con disimulo la conversación de aquellos dos hombres. Había captado
palabras sueltas, palabras que le habían llenado de preocupación… El posadero
conocía a Domingo desde hacía solo unas semanas, pero ya le consideraba, más
que un amigo, un hermano. No permitiría que nada malo le sucediera. Debía
avisarle… sin levantar sospechas.
* * *
El día amaneció radiante en Prulla. Aquella prometía ser
una jornada intensa para el grupo de predicadores. En varios pueblos cercanos
había necesidades urgentes que atender, así que, para llegar a todo, se
dividirían.
Pero, al salir de la iglesia del convento donde habían
estado orando todos juntos, algo extraño llamó su atención. Un muchacho venía
cabalgando a toda prisa en un mulo.
-¡Fray Domingo, fray Domingo! -gritó nada más verle- ¡No
salga de Prulla, se lo ruego!
Nuestro amigo y sus compañeros miraron extrañados al
jovencito, que saltó de su cabalgadura. Traía un mensaje de su padre, el
posadero. La noche anterior, dos tipos habían estado hablando de dar muerte “al
sacerdote extranjero”. Los cátaros les habían espiado… hasta el punto que
sabían perfectamente que, ese día, el grupo de predicadores iba a dividirse, y
que Domingo viajaría solo, tomando el camino de Fanjeaux.
Los dos hermanos y Beltrán se miraron alarmados.
Ciertamente, todos aquellos datos eran correctos. Les habían estado vigilando…
y con la peor de las intenciones.
Domingo, en cambio, permanecía sereno. Tranquilizó al
muchacho y, tras agradecerle todo su esfuerzo, le animó a volver a la posada
antes de que alguien pudiese verle por allí. Aquella posibilidad, aunque
aterradora, era ahora más que probable…
Un silencio tenso envolvió al grupo tras despedir al
jovencito. Todos miraban a Domingo, sin saber qué hacer. Sin embargo, al
volverse hacia ellos, nuestro amigo lucía su mejor sonrisa, ¡e incluso pareció
extrañado de que siguiesen ahí parados! ¡La misión les esperaba!
Lo intentaron todo, le dijeron de todo… pero fue en
vano. Domingo estaba decidido a continuar con el día tal y como estaba
planeado. Había muchas personas sedientas de la Palabra, a las que habían
prometido una visita, ¡y ahora no iban a echarse atrás! Y, viendo que sus
compañeros no estaban nada convencidos, les recordó aquellas palabras del
Evangelio: “No tengáis miedo…”.
Noel, tan impulsivo como siempre, le pidió que, al
menos, le dejase acompañarle, pero el recio castellano se lo prohibió terminantemente.
Cada uno tenía su misión, y cada uno tomaría su camino.
Y, tras darles su bendición, Domingo se puso en marcha.
Los tres jóvenes le observaron mientras se marchaba, sintiendo un nudo en el
estómago.
-Voy a avisar a las hermanas -susurró Guillermo- Que
recen… que recen mucho… Ahora son ellas las únicas que pueden cuidarle…
Pero no se movió. Ninguno de los tres era capaz de
apartar su mirada, viendo alejarse al que era ya un auténtico padre para ellos.
-¿Qué hace? -preguntó Beltrán.
Noel, que tanto había compartido ya con Domingo, no pudo
ocultar su preocupación:
-Cantar… como siempre.
-No -puntualizó Guillermo- Como siempre no. Está
cantando más fuerte que nunca…
PARA ORAR
-¿Sabías que… el Señor quiere que vivas cantando?
Bueno, igual dicho así… literalmente… bueno, pues tal
vez no… ¡o quizá sí!
No faltan santos que aseguran que “quien canta ora dos
veces”. San Agustín animaba a cantar incluso a los que desafinaban, pues les
decía que esta vida solo es el ensayo, ¡y que en el Cielo serían grandiosos
solistas!
Más allá de nuestras dotes musicales, no podemos negar
que en los salmos aparecen numerosas invitaciones al canto, ¡incluso a la
danza! En el fondo, no es más que una invitación… ¡a la alegría!
“Estad siempre alegres”, indica san Pablo. Y esa alegría
tan profunda, tan perenne, solo puede nacer del corazón confiado: ¡ese era el
secreto de Domingo!
Nuestro Padre sabía que su vida, su obra, ¡todo!, estaba
en manos de Jesucristo. Y había experimentado tantas veces su amor, su
protección, su cuidado… que, incluso en medio del peligro, ¡seguía cantando!
Cristo te ama con un amor infinito e incondicional.
Tanto, que ha dado toda su Sangre por ti. Eres tan valioso a Sus ojos… que
nunca se apartará de tu lado. Y, si vamos de la mano con quien camina sobre el
mar, detiene las tormentas y vence a la muerte… ¡¡nos sobran motivos para
cantar!!
VIVE DE CRISTO
No hay comentarios:
Publicar un comentario