"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA DÉCIMA OCTAVA
SEMANA DEL T.O. (1)
“Os aseguro que si fuera vuestra fe como un
grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y vendría”.
La lectura evangélica que nos presenta la
liturgia para hoy (Mt 17,14-20) nos relata el episodio del padre que le pide a
Jesús que cure a su hijo epiléptico, diciéndole que sus discípulos no habían
sido capaces de curarlo. Nos relata el pasaje que luego de haber curado al
joven (el relato nos dice que Jesús echó el “demonio” que tenía el joven), los
discípulos se le acercaron y le preguntaron: “¿Y por qué no pudimos echarlo
nosotros?”, a lo que Jesús les contestó: “Por vuestra poca fe. Os aseguro que
si fuera vuestra fe como un grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que
viniera aquí, y vendría. Nada os sería imposible”.
Si examinamos un grano de mostaza al escuchar
esas palabras de Jesús, nos daremos cuenta de cuán pequeña, cuán débil es
nuestra fe.
En el relato de Mateo, Jesús vuelve a insistir
en la importancia de la fe como elemento esencial para recibir los milagros
(“tu fe te ha curado”) y la falta de fe como impedimento para que se realicen
los milagros (“hombre de poca fe…”). Y para afirmar su enseñanza, hace la
aseveración que se resume ese dicho popular que tanto escuchamos: “La fe mueve
montañas”.
Como hemos repetido en otras ocasiones, Dios no
“necesita” de nuestra fe para obrar milagros, si así lo entiende conveniente.
De hecho, a veces la fe surge a consecuencia de un milagro. Pero la fe es un
ingrediente importante para poder “recibir” el milagro. La fe es lo que nos hace
actuar conforme a lo que creemos. Es decir, la fe es la acción del creer.
Ese fue el problema de los apóstoles, creían,
pero les faltaba fe. Porque creer y tener fe no son sinónimos. No se puede
tener fe si no se cree, pero se puede creer y no tener fe. Hasta el demonio
cree en Dios….
Siempre me ha llamado la atención que en el
relato paralelo de Marcos (Mc 9,14-29), Jesús explica la incapacidad de sus
discípulos para echar el demonio diciendo: “esta clase (de demonio) con nada
puede ser arrojada sino con la oración” (v. 29).
Lejos de ver una discrepancia entre ambas
versiones del relato, vemos que se complementan. La eficacia de nuestra oración
va a ser directamente proporcional a nuestra fe. La oración desprovista de fe
no es oración; es a lo sumo un monólogo, es como cuando nos sorprendemos
“hablando solos”. Si no tenemos la certeza de que Dios existe, que nos ama
infinitamente, que nos escucha, que tiene el poder de ayudarnos a resolver
nuestros problemas de la manera más conveniente para nosotros (o sea, que
creemos en Él y “le creemos”), las oraciones se convierten en una campana
hueca, en palabras que el viento se lleva, no son eficaces.
Señor, yo creo; ¡aumenta mi fe!
Que pasen todos un hermoso fin de semana, sin
olvidar que el Padre les espera en su Casa para darles el abrazo más amoroso y
tierno que puedan imaginar. ¡Bendiciones!
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