"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA DÉCIMA OCTAVA
SEMANA DEL T.O. (1)
“Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo
que deseas”.
“Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de
un grano de mostaza, dirían a esta montaña: ‘Trasládate de aquí a allá’, y la
montaña se trasladaría; y nada sería imposible para ustedes” (Mt 17,20). Esa
frase tan conocida de Jesús, que con variantes aparece en todos los sinópticos,
está en la raíz de la enseñanza contenida en la lectura evangélica que nos
presenta la liturgia de hoy (Mt 15,21-28): La importancia de la fe.
El evangelio de hoy nos presenta una mujer
cananea (pagana) que no vacila en su fe; que se mantiene firme aún ante el
aparente desprecio, e inclusive la aparente humillación por parte de Jesús; al
punto que Jesús exclama: “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que
deseas”. Y su hija, por quien había estado pidiendo, quedó sana.
Esta actitud contrasta con la de Pedro en el
evangelio que leyéramos ayer, quien, al distraer su mirada del Señor, comenzó a
hundirse; lo que provocó que Jesús le dijera: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?”.
Sí, Pedro, el mismo a quien luego Jesús le dirá: “Tú eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia…” (Mt 16,18).
Pedro se sintió distraído por lo que ocurría en
su entorno; el mar embravecido, el viento, y por un momento apartó su mirada de
Jesús, lo que hizo que su fe se resquebrajara. La mujer cananea, por su parte,
no se dejó turbar por sus circunstancias. No le importó el desprecio, la
humillación, la burla de que seguramente fue objeto; y en ningún momento apartó
su mirada de Jesús. Su fe se mantuvo íntegra.
Aquella mujer cananea creyó en Jesús y en su
Palabra, y creyó que Jesús podía curar a su hija. Por eso no se rindió y
continuó insistiendo (Cfr.
Lc 11,13; 18,1-8). De ese modo “disparó” Su poder sanador. “Pedid y se os dará;
buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá” (Mt 7,7).
Otro detalle de este pasaje es que, con su
gesto, Jesús abrió las puertas a los paganos, apartándose así del pensamiento judío
de exclusividad como “pueblo elegido”. Pablo, el apóstol de los gentiles lo
expresa con elocuencia: “Toda diferencia entre judío y no judío ha quedado
superada, pues uno mismo es el Señor de todos, y su generosidad se desborda con
todos los que le invocan” (Rm 10,12). “Todos vosotros, los que creéis en Cristo
Jesús, sois hijos de Dios… Ya no hay distinción entre judío y no judío, ni
entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer. En Cristo Jesús, todos sois uno”
(Gál. 26,28).
En nuestro peregrinar siguiendo los pasos del
Maestro, surgirán muchas distracciones, muchas tormentas, muchos mares
embravecidos, muchos aparentes desprecios de parte de Dios, muchos momentos en
que Dios aparenta ignorar nuestras súplicas. Y la mujer cananea nos brinda el
mejor ejemplo: perseverar en la fe. Y Jesús, que es el mismo ayer, hoy y
siempre, nos dirá: “qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”.
Señor yo creo, pero aumenta mi fe; dame la fe
de la mujer cananea.
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