"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA DÉCIMA OCTAVA SEMANA DEL T.O. (1)
Al verlo creyeron que era un fantasma, se
sobresaltaron, y dieron un grito.
“Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”. Esa frase,
pronunciada por Jesús, sienta la tónica del pasaje que nos brinda el Evangelio
de hoy (Mt 14,22-36).
El trasfondo de la frase es el siguiente: Jesús
acababa de realizar el milagro de la multiplicación de los panes y había
instruido a sus discípulos que se subieran a la barca y se adelantaran a la
otra orilla mientras Él despedía la gente para luego retirarse a orar, como
solía hacer. Tal vez Jesús no quería que los discípulos se contagiaran con la
excitación del pueblo por el milagro, o mejor dicho, por el aspecto material
del milagro, ignorando el verdadero significado del mismo; la tendencia que
tenemos de confundir lo temporal con lo eterno. De hecho, la versión de Juan
nos dice que la multitud intentaba tomar a Jesús por la fuerza y hacerle rey
(Jn 6,15).
Volviendo al relato, cuando la barca en que
navegaban los discípulos iba a mitad de camino, siendo ya de noche, Jesús se
percató que tenían un fuerte viento contrario y estaban pasando grandes
trabajos para poder adelantar, así que decidió ir caminando hasta ellos sobre
las aguas. Al verlo creyeron que era un fantasma, se sobresaltaron, y dieron un
grito. Fue en ese momento que Jesús les dijo: “Ánimo, soy yo, no tengáis
miedo”.
Aquí se hace más obvio que los discípulos no
habían comprendido en tu totalidad el verdadero significado y alcance del
milagro de la multiplicación de los panes. De lo contrario, sabrían que, más
que un acto de taumaturgia (capacidad para realizar prodigios), como podría
hacerlo un mago, lo que ocurrió allí fue producto del Amor de Dios. Si lo
hubiesen entendido, estarían inundados del Amor de Dios, estarían conscientes
de la divinidad de Jesús, y no habrían sentido temor cuando lo vieron caminar
sobre las aguas.
Es aquí que la narración de Mateo se aparta de
los paralelos de Marcos y Juan. Nos dice Mateo que Pedro, como para confirmar
la identidad de Jesús, le dijo: “Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando
sobre el agua”, a lo que Él le respondió: “Ven”. Pedro comenzó a caminar hacia
Jesús sobre las aguas (porque le creyó a Jesús; llevó a cabo un acto de fe),
hasta que apartó su mirada de Jesús y la fijó sobre la tempestad. Entonces se
asustó, comenzó a hundirse, y gritó: “Señor, sálvame”. Jesús inmediatamente le
extendió su mano y lo increpó: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?” Dudó porque
aún no había aprendido que no podía fiarse de sus propias fuerzas.
Inmediatamente la Escritura añade: “En cuanto subieron a la barca, amainó el
viento”.
¡Cuántas veces en nuestras vidas nos
encontramos “remando contra la corriente”, llegando al límite de nuestra
resistencia! En esos momentos, si abrimos nuestros corazones al Amor
misericordioso de Dios, escucharemos una dulce voz que nos dice al oído:
“Ánimo, soy yo, no tengas miedo”. Créanme, ¡se puede! Yo he logrado enfrentar
situaciones que de otro modo hubiesen sido aterradoras, con la alegría y
tranquilidad que solo el saberme amado por Dios podían brindarme. Porque Jesús
“entró en la barca [conmigo], y amainó el viento”.
“Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo” (Sal 23,4).
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