"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
LUNES DE LA DÉCIMA OCTAVA SEMANA DEL
T.O. (1)
“… tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente”.
La primera lectura
que nos propone la liturgia para este lunes de la décima octava semana del
tiempo ordinario (Núm 11,4b-15), continúa presentándonos la peregrinación del
pueblo de Israel a través del desierto hacia la tierra prometida. En este
pasaje encontramos al pueblo quejándose de que estaban cansados de comer el
maná, y añorando a carne y otros alimentos que comían mientras eran esclavos en
Egipto. Aquél alimento que caía del cielo no les saciaba el hambre. Moisés se
disgustó con el pueblo, y desesperado clamó al Señor: “Yo solo no puedo cargar
con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas. Si me vas a tratar así, más vale
que me hagas morir; concédeme este favor, y no tendré que pasar tales penas”.
La lectura evangélica de hoy (Mt 14,13-21), nos presenta el pasaje de la
“primera multiplicación de los panes” (el pasado domingo XVII de este ciclo B
leímos la versión de Juan de este episodio – los referimos a nuestra reflexión para ese día). Un milagro producto de
la gratuidad, del amor. Nos dice la Escritura que al enterarse Jesús de la
muerte de Juan el Bautista, se retiró a un lugar tranquilo y apartado, como
solía hacer cuando quería hablar con el Padre (orar).
Esa multitud anónima que le seguía se enteró y acudieron a Él. Al ver el
gentío, a Jesús “le dio lástima”. La versión de Marcos nos dice que Jesús
sintió lástima de la multitud porque andaban “como ovejas sin pastor” (Mc 6,34)
y se sentó a enseñarles muchas cosas. Mateo nos añade que curó a los enfermos;
el prototipo del Buen Pastor que cuida de sus ovejas (Cfr. Jn 10).
Lo cierto es que al caer la tarde los discípulos le sugirieron a Jesús que
despidiera la gente para que cada cual resolviera sus necesidades de alimento.
La reacción de Jesús no se hizo esperar: “Dadles vosotros de comer”.
Mandó que le trajeran los cinco panes y dos peces que tenían e hizo que la
gente se sentara en la yerba. Entonces, “tomando los cinco panes y los dos
peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se
los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente”.
Como siempre, Jesús, con sus gestos, nos está mostrando el camino a
seguir. No se limitó a compadecerse, sentir lástima. Pasó de compadecerse a
compartir. Compartió todo lo que tenía: su Palabra, su Persona, y su Pan. Y en
ese compartir todo se multiplicó. Ese milagro lo vemos a diario en los que
practican la verdadera caridad; no dar lo que sobra, sino lo que tenemos; mucho
o poco.
Vemos también en esta perícopa evangélica una prefiguración de la
celebración Eucarística, en la cual nos alimentamos primero con la Palabra de
Dios para luego participar del Banquete Eucarístico. Es lo que la Iglesia,
sucesora de los apóstoles sigue haciendo hoy. Y todo producto del Amor de Dios,
que quiso permanecer con nosotros bajo las especies eucarísticas.
La Eucaristía, el verdadero pan, el único capaz de saciar nuestra hambre
de Dios, el que nos alimenta para la vida eterna. “Sus padres, en el desierto,
comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para
que aquel que lo coma no muera” (Jn 6,49-50).
Hoy, pidamos al Señor por los ministros de Su Iglesia, para continúen pastoreando Su rebaño y alimentándonos con el Pan de Su Palabra y el Pan de la Eucaristía.
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