De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
DÉCIMO OCTAVO DOMINGO DEL T.O. (B)
“Señor, danos siempre ese pan”.
La primera lectura de hoy (Ex 16,2-4.12-15) nos
sirve de marco de referencia para el evangelio (Jn 6,24-35). Esta lectura nos
presenta al pueblo en el desierto, luego de haber sido liberado de la
esclavitud en Egipto, “murmurando” contra Dios por haberlos enviado al desierto
para morir de hambre, y a un Dios providente que les envía codornices y maná
para saciar su hambre.
No habían pasado tres meses desde que Dios los
había liberado de las plagas que envió sobre el pueblo egipcio, de haberlos
liberado de la esclavitud en Egipto, y de haber separado las aguas del mar Rojo
para huir del ejército del faraón, y ya se les había olvidado todo lo que Dios
había hecho por ellos. Tan solo pensaban en hartarse de carne y pan.
Las codornices y el maná que Dios les provee
son alimento material que tiene como propósito satisfacer el hambre corporal.
Así mismo recibieron los judíos el pan de la multiplicación que Jesús les
acababa de dar en la multiplicación de los panes que leyéramos el domingo
pasado (Jn 6,1-15).
En el evangelio de hoy esas mismas personas
siguen a Jesús hasta el otro lado del mar de Galilea y Jesús, que ve en lo más
profundo de nuestros corazones, sabe que lo han seguido por interés, que no han
comprendido el significado del milagro: “Os aseguro que vosotros no me buscáis
porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta
hartaros. No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que
permanece y os da vida eterna. Ésta es la comida que os dará el Hijo del
hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él”.
Ante las preguntas de los que le seguían, Jesús
les asegura que no fue Moisés quien les dio a comer pan en el desierto, sino el
Padre, y que ahora el verdadero pan que Dios les da “es aquel que ha bajado del
cielo y da vida al mundo”. Se nos está presentando Él mismo como ese único pan
capaz de satisfacer el hambre de eternidad, de vida eterna. Por eso se presenta
diciendo: “Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá
hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed”. Ese “Yo soy” que repercute
a lo largo del evangelio según san Juan (“Yo soy… la luz del mundo,… la
resurrección y la vida,… la puerta,… el Buen Pastor,… la vid,… el camino, la
verdad y la vida”.) nos evoca el nombre con que Yahvé se presentó a Moisés en
la zarza ardiendo (Ex 3,14). De ese modo Jesús revela su divinidad.
Este pasaje también prefigura la Eucaristía,
ese “pan” que no solo satisface el hambre corporal, sino que también es el
alimento para el alma que nos da las fuerzas para llegar a la Casa del Padre.
Hoy, día del Señor, tenemos que preguntarnos:
¿Me acerco al Señor para que Él satisfaga mis necesidades materiales, o me
acerco buscando ese alimento espiritual que da la fortaleza para continuar mi
camino a la vida eterna?
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