"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA TRIGÉSIMA SEGUNDA SEMANA DEL T.O. (2)
“El mandamiento que tenemos desde el principio,
amarnos unos a otros”.
La liturgia de hoy nos presenta como primera
lectura un pasaje del libro más corto de la Biblia (2 Jn 4-9), tan corto que ni
tan siquiera está dividido en capítulos y tiene apenas trece versículos. La
carta está dirigida a una comunidad desconocida, a quien el apóstol se refiere
como “Señora elegida”.
Dos temas se tratan en la carta: el mandamiento
y primacía del amor, y la importancia de la creencia en la encarnación de
Cristo.
Sobre el primero Juan le expresa a la comunidad
que no les dice nada nuevo, que meramente desea reiterar “el mandamiento que
tenemos desde el principio, amarnos unos a otros”, y que debe regir nuestra
conducta como cristianos. A renglón seguido añade que “amar significa seguir
los mandamientos de Dios”. Una fórmula tan sencilla como compleja por sus
profundas implicaciones.
El mismo Juan dirá más adelante al escribir su
relato evangélico que Jesús resumió todos los mandamientos en uno: “Les doy un
mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado,
ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que
ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (Jn
13,34-35). En otras palabras, el que ama cumple todos los mandamientos, pues
todos los mandamientos tienen como denominador común el amor; amor a Dios y
amor al prójimo.
El segundo tema que plantea Juan en su carta se
refiere a los herejes que negaban la encarnación del Verbo (herejía que aún
persiste en nuestro tiempo): “Es que han salido en el mundo muchos embusteros,
que no reconocen que Jesucristo vino en la carne. El que diga eso es el
embustero y el anticristo”. Juan fue el primero en utilizar la palabra
“anticristo” para referirse a aquellos que se oponen o pretenden sustituir a
Cristo (Cfr. 1 Jn 2,18; 4,3).
El apóstol enfatiza a los destinatarios de esta
carta que todo el que se “propasa” y no permanece en la doctrina de Cristo no
posee a Dios. Esta aseveración es consistente con las palabras que el mismo
Juan pone en boca de Jesús en su Evangelio: “Nadie va al Padre, sino por mí. Si
ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y
lo han visto. El que me ha visto, ha visto al Padre” (Jn 14,6b-7.9b). Está
claro que si Cristo no se hubiera encarnado no habríamos tenido la plena
revelación de Dios, que se concretiza cuando “llegada la plenitud de los
tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley” (Gal
4,4). En otras palabras, solo encontramos a Dios en la “encarnación de Dios”,
en Jesucristo.
Gracias Padre, porque te dignaste encarnar a tu Hijo para que conociéndolo a Él llegáramos al conocimiento de tu persona, y de tu infinito amor que has derramado sobre nosotros por el Espíritu Santo que nos has dado (Rm, 5,5).
No hay comentarios:
Publicar un comentario