"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
TRIGÉSIMO TERCER DOMINGO DEL T.O. (A)
“Pues debías haber puesto mi dinero en el
banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses”.
“Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus
empleados y los dejó encargados de sus bienes”, y luego se marchó. Así comienza
la “parábola de los talentos” que nos presenta la liturgia de hoy (Mt
25,14-30). A cada uno le dejó talentos según su capacidad; a uno cinco, a otro
dos, y a otro uno. Al final de la parábola vemos que “al cabo de mucho tiempo”
el hombre regresó a pedir cuentas a cada uno sobre qué había hecho con los
talentos que le había encomendado. Siempre me ha llamado la atención el uso en
esta parábola de la moneda muy valiosa llamada “talento”, que es la misma
palabra que utilizamos para describir los dones, los carismas, las habilidades
que Dios nos ha prodigado.
La figura del hombre que se va a extranjero nos
evoca la persona de Jesús, quien luego de su gloriosa resurrección, nos dejó a
cargo de “sus bienes” (“Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda
creatura” – Mc 16,15), para regresar en el último día, cuando tendremos que
rendir cuentas sobre nuestra gestión aquí en la tierra.
Y Dios, que es justo, nunca nos va a exigir más
de lo que podemos dar (“a cada cual según su capacidad”), pero la parábola nos
está diciendo que tenemos que dar el máximo, utilizar esos talentos que Dios
nos ha encomendado para la gran obra de la construcción de Reino. La actitud
del que, temeroso, escondió la moneda para no perderla, nos apunta a otra exigencia.
No podemos “sentarnos” sobre nuestros talentos para no arriesgarnos a
perderlos. No. Tenemos que estar dispuestos a arriesgarlo todo por el Reino. No
arriesgar nada equivale a no ganar nada. Se nos ha encomendado la semilla del
Reino. Si nos conformamos con guardarla en nuestro corazón y no salimos a
sembrarla por temor a que no dé fruto, estaremos obrando igual que el empleado
que hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Por eso insisto
tanto en que tenemos que formarnos para que podamos formar a otros.
Como hemos dicho en innumerables ocasiones,
evangelizar, “invertir” los bienes que el Señor nos ha encomendado no quiere
decir que todos tenemos que salir a predicar de palabra el evangelio por campos
y ciudades. El Señor es claro: “a cada cual según su capacidad”. Hay muchas
formas de predicar la Buena Nueva del Reino, siendo nuestro ejemplo de vida,
arriesgándonos a la burla y al discrimen, la mejor de ellas. Hoy tenemos que
preguntarnos: ¿Cuáles son mis talentos que puedo poner al servicio del prójimo
para adelantar la causa del Reino? Cantar, acompañar enfermos, cocinar,
limpiar, barrer, leer, enseñar, predicar… Cuando regrese el “Señor”, ¿qué
cuentas voy a rendir?
En esta parábola encontramos nuevamente la
figura del “banquete” como premio para el que ha sabido administrar sus
talentos, y las tinieblas y el “llanto y el rechinar de dientes” para el que no
lo ha hecho. Y tú, ¿a dónde quieres ir?
Espero que estés pasando un lindo fin de semana. Si aún no lo has hecho, visita la Casa del Padre; Él te espera. Y si aún no puedes hacerlo presencialmente, hazlo virtualmente por internet o televisión.
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