"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES
DE LA TRIGÉSIMA SEGUNDA SEMANA DEL T.O.
“Levántate, vete; tu fe te ha salvado”.
El Evangelio que nos presenta la liturgia de
hoy (Lc 17,11-19) es el relato de la curación de los diez leprosos. Esta
narración, exclusiva de Lucas, nos dice que mientras Jesús se dirigía a
Jerusalén “vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a
gritos le decían: ‘Jesús, maestro, ten compasión de nosotros’.” Continúa
diciendo la narración que Jesús se limitó a decirles: “ld a presentaros a los
sacerdotes”. Y mientras iban de camino, quedaron limpios.
En tiempos de Jesús los leprosos eran separados
de la sociedad (Cfr.
Lv 13), no podían acercarse a las personas sanas, quienes tampoco podían
acercarse a ellos para no quedar “impuros”. De hecho, mientras se desplazaban
de un lugar a otro tenían que ir tocando una campanilla, mientras gritaban
“¡impuro, impuro!”, para que nadie se les acercara. Si alguno de ellos se
sanaba, solo los sacerdotes podían declararlos curados, “puros”. Entonces podían
reintegrarse a la sociedad. Por eso todo el diálogo entre Jesús y los leprosos
tiene lugar con estos “a lo lejos”.
Notamos que en este relato Jesús ni tan
siquiera les dijo que quedaban curados, se limitó a decirles que fueran ante
los sacerdotes para que estos certificaran su curación y les devolvieran su
dignidad. Los leprosos no cuestionaron las instrucciones de Jesús, confiaron en
su palabra y se dirigieron hacia los sacerdotes. Ese acto de fe los curó: “Y,
mientras iban de camino, quedaron limpios”.
Esta parte del relato sirve de preámbulo a la
parte verdaderamente importante del pasaje. Al percatarse de que habían sido
sanados, solo uno, un samaritano, un “no creyente”, uno que no pertenecía al
“pueblo elegido”, alabó a Dios, regresó corriendo donde Jesús, se echó por
tierra a sus pies, y le dio las gracias. Solo uno, un “proscrito”. De ahí que
Jesús le pregunte: “¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde
están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?”
Tal vez el samaritano fue el único que
experimentó la curación considerándola como un don, mientras los otros nueve la
consideraron un “derecho” por pertenecer al pueblo elegido. Más aún, contrario
a los demás, que fueron directamente a cumplir con la prescripción legal de
comparecer al sacerdote para que les declarara puros, este antepuso la alabanza
y el agradecimiento al que le había curado, por encima del cumplimiento de la
letra de la ley. Esa fe del samaritano es la que hace que Jesús le diga como
frase conclusiva del pasaje: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado”. Los otros
nueve quedaron curados de su enfermedad física. El samaritano, con su fe, y su
reconocimiento de la misericordia divina, encontró la salvación.
Tenemos que preguntarnos, ¿alabo al Padre y me
postro a los pies de Jesús, dándole gracias por los dones recibidos de su
bondad y misericordia? ¿O me creo que por el hecho de “portarme bien”, asistir
a misa y acercarme a los sacramentos me merezco todo lo que me da?
Hoy, demos gracias a Dios por todos los dones recibidos de su misericordia divina, reconociendo que los recibimos por pura gratuidad suya, como una muestra de su amor infinito hacia nosotros.
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