"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
JUEVES DE LA TRIGÉSIMA SEGUNDA SEMANA DEL T.O. (2)
Es la Ley del amor que motiva a san Pablo en la
primera lectura de hoy a pedirle a su amigo y discípulo Filemón que reciba a
Onésimo “no como esclavo, sino mucho mejor: como hermano querido”.
“Después que Juan fue arrestado, Jesús se
dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: ‘El
tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la
Buena Noticia’” (Mc 4,14-15).
En la lectura evangélica que nos propone la
liturgia para hoy (Lc 17,20-25), unos fariseos le preguntaban a Jesús que
cuándo iba a llegar el Reino de Dios, a lo que Jesús contestó: “El reino de
Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí;
porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros”. Luego se tornó a sus
discípulos y les dijo: “Llegará un tiempo en que desearéis vivir un día con el
Hijo del hombre, y no podréis. Si os dicen que está aquí o está allí no os
vayáis detrás. Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así
será el Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser
reprobado por esta generación”.
Les decía esto porque a pesar de todas sus
enseñanzas, todavía algunos discípulos tenían la noción de un reino
terrenal. En el relato de la pasión que nos hace Juan, encontramos a
Jesús diciendo a Pilato: “Mi reino no es de este mundo”. Luego, con la
culminación del misterio pascual (su pasión, muerte, resurrección y
glorificación), pero sobre todo con su resurrección, Jesús vence la muerte e
inaugura definitivamente el Reino que había anunciado. Y ese Reino se hace
presente en el corazón de todo aquél que le acoge y le recibe como su Rey y
salvador.
A la pregunta de si el Reino de Dios está entre
nosotros, escuchamos a los teólogos decir: “Ya, pero todavía…” Es decir, el
Reino ya está entre nosotros (Jesús se encarnó entre nosotros y nos dejó su
presencia – Mt 18,20; 28-20), pero todavía le falta, no está completo; está
como algunas páginas cibernéticas “en construcción”. Es un Reino, vivo,
dinámico, en crecimiento. Y todos estamos llamados a convertirnos en obreros de
esa construcción, a trabajar en ese gran proyecto que es la construcción del Reino, que estará consumado el día final, cuando Jesús reine en los corazones
de todos los hombres, cuando “como el fulgor del relámpago brille de un
horizonte a otro”. Entonces contemplaremos su rostro y llevaremos su nombre
sobre la frente, y reinaremos junto a Él por toda la eternidad (Ap 22,4-5).
Y ese reinado, el “gobierno” que Jesús nos
propone y nos promete, es uno regido por una sola ley, la ley del amor, en el
cual Él, que es el Amor, reina soberano (Cfr. 1Jn 4,1-12).
Es precisamente esa Ley del amor que motiva a
san Pablo en la primera lectura de hoy (Fil 7-20) a pedirle a su amigo y
discípulo Filemón, por amor a Cristo, que perdone a su esclavo Onésimo por
haberle faltado, y lo reciba “no como esclavo, sino mucho mejor: como hermano
querido”.
Hoy debemos preguntarnos: Jesús, ¿reina ya en mi corazón? ¿Estoy haciendo la labor que me corresponde, según mis carismas, en la construcción del Reino? Pablo lo hizo…
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