"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA TRIGÉSIMA PRIMERA SEMANA DEL T.O. (2)
“Cuando tuvo aquél encuentro personal con Jesús en el camino a Damasco, su vida cambió”.
“Si alguno se viene
conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a
sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo
mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío” (Lc
14,26-27). Así comenzaba el Evangelio que contemplábamos en la liturgia de
ayer. La radicalidad del seguimiento. Para el verdadero discípulo de Jesús no
puede haber nada más importante que Él. Ante Él todo lo demás palidece,
incluyendo los bienes y hasta los lazos de parentesco más estrechos. No puede
haber nada que se anteponga a Él; nada que “compita” con Él; nada que sea un
obstáculo entre Él y nosotros.
En la primera lectura de hoy
(Fil 3,3-8a) san Pablo comienza por describirse a sí mismo, y la posición
privilegiada que ocupaba dentro del esquema social y religioso del pueblo
judío: “circuncidado a los ocho días de nacer, israelita de nación, de la tribu
de Benjamín, hebreo por los cuatro costados y, por lo que toca a la ley,
fariseo; si se trata de intransigencia, fui perseguidor de la Iglesia, si de
ser justo por la ley, era irreprochable”. A lo que yo añadiría que Saulo de
Tarso venía de una familia de comerciantes acaudalada y, no solo era fariseo, sino
que había estudiado en la escuela del maestro de fariseos más prestigioso de su
época, llamado Gamaliel.
Pablo venía de un ambiente
religioso basado en medios humanos, en el estricto cumplimiento de unas reglas
de conducta, en unos “títulos”. Sin embargo, cuando tuvo aquél encuentro
personal con Jesús en el camino a Damasco, su vida cambió. Lo abandonó todo por
el Reino. “Todo eso que para mí era ganancia lo consideré pérdida comparado con
Cristo; más aún, todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del
conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo
basura con tal de ganar a Cristo”.
No hay duda que Pablo está
siguiendo el modelo evangélico del perfecto discípulo que nos presenta Jesús.
Una vez conocemos a Jesús y optamos por el Reino, ya no hay marcha atrás (Cfr.
Lc 9,62); no puede haber nada más importante. Todos los “valores” de este mundo
son inútiles para nuestra salvación y, más aún, pueden convertirse en
obstáculos. Por eso tenemos que estar dispuestos a desprendernos de ellos,
dejarlos atrás, como el exceso de carga que se arroja por la borda del buque a
punto de zozobrar para poder mantenerlo a flote. “Todo lo estimo basura con tal
de ganar a Cristo”…
Señor, al igual que hiciste
con Pablo, quita de mis ojos las “escamas” que me impiden verte y conocerte en
toda tu grandeza, de manera que, conociéndote, todo lo demás lo estime “basura”
con tal de ganarte.
La lectura evangélica que contemplamos hoy (Lc 15,1-10) nos presenta dos de las “parábolas de la misericordia”, la de la “oveja perdida”, y la “moneda perdida”. Que pasen un hermoso día lleno de bendiciones.
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