"Ventana abierta"
Dios te ama S. Juan Pablo II
Dios te
ama Por S. Juan Pablo II
Quien quiera que seas tú, cualquiera que sea tu
condición existencial, Dios te ama. Te ama totalmente.
La mayor prueba del amor de Dios se manifiesta
en el hecho de que nos ama en nuestra condición humana, con nuestras
debilidades y nuestras necesidades.
Ninguna otra razón puede explicar el misterio
de la cruz. Ser cristianos no es, primariamente, asumir una infinidad de
compromisos y obligaciones, sino dejarse amar por Dios.
Gracias al amor y misericordia de Cristo, no
hay pecado, por grande que sea, que no pueda ser perdonado, no hay pecador que
sea rechazado. Toda persona que se arrepiente será recibida por Jesucristo con
perdón y amor inmenso (si tu alma lo necesita, no esperes más para asistir al
sacramento de la confesión).
El amor de Dios hacia nosotros, como Padre
nuestro, es un amor fuerte y fiel, un amor lleno de misericordia, un amor que
nos hace capaces de esperar la gracia de la conversión después de haber pecado.
El
hombre tiene íntima necesidad de encontrarse con la misericordia de Dios hoy
más que nunca, para sentirse radicalmente comprendido en la debilidad de su
naturaleza herida; y sobre todo para hacer la experiencia espiritual de ese
amor que acoge, vivifica y resucita a la vida nueva.
En vuestras dificultades, en los momentos de
prueba y desaliento, cuando parece que toda dedicación está como vacía de
interés y de valor, ¡tened presente que Dios conoce vuestros afanes!
¡Dios
os ama uno por uno, Está cercano a vosotros, os comprende! Confiad en Él, y en
esta certeza encontrad el coraje y la alegría para cumplir con amor y con gozo
vuestro deber.
Volved a encontrar el camino que lleva a Dios.
No a un Dios cualquiera, sino al Dios que se ha manifestado Padre en el rostro
amabilísimo de Jesús de Nazaret.
Recordad ciertamente el abrazo tierno y
afectuoso del Padre cuando vuelve a encontrar al hijo «pródigo». Dios te ama.
Si os dejáis encontrar por Él, vuestro corazón hallará la paz.
Para entender, basta pensar en Jesús sobre la
cruz y en el ladrón crucificado con Él, a su lado. Jesús le aseguró: “¡Hoy
estarás conmigo en el paraíso!”
No olvidéis que el Señor escucha vuestra
oración. En el silencio de la cárcel, incluso cuando os invade la melancolía y
os sentís oprimidos por la amargura de la incomprensión y el abandono, nada
puede impediros que abráis el corazón a la oración y al diálogo con Dios, que
conoce la verdad de la vida de cada uno y puede repetir a quien le confía su
propia pena e implora su ayuda:
“¡Tampoco
yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más!”.
Dios ama a todos sin distinción y sin límites.
Ama a aquellos de vosotros que sois ancianos, a quienes sentís el peso de los
años.
Ama a cuantos estáis enfermos, a cuantos sufrís
de sida o de enfermedades relacionadas con el sida. Ama a los parientes y
amigos de los enfermos, y a quienes los cuidan.
Nos ama a todos con un amor incondicional y
eterno. ¿Puede acaso una mujer olvidarse de su hijo pequeño, no compadecerse
del hijo de sus entrañas?
“¡Aunque
ellas se olvidaran, yo no te olvidaría!”.
El amor de Dios es tierno y misericordioso,
paciente y lleno de comprensión.
En
la Sagrada Escritura, así como en la memoria viva de la Iglesia, el amor de
Dios es ciertamente descrito, y ha sido experimentado, como el amor compasivo
de una madre.
Cristo
invita a sus oyentes a poner su esperanza en el cuidado amoroso del Padre:
”¡No andéis preocupados por lo que comeréis o
beberéis; no os preocupéis... Vuestro Padre sabe muy bien que tenéis necesidad
de ello. Buscad, más bien, el reino de Dios!”
La paz viene cuando aprendemos a descansar en
la providencia amorosa de Dios, sabiendo que el deseo de este mundo pasa, y que
solamente su reino perdura.
Poner nuestro corazón en las cosas que duran es
estar en paz con nosotros mismos. «Dios es amor.»
Por tanto, cada uno puede dirigirse a Él con la
confianza de ser amado por Él.
El amor de Dios es un amor gratuito, que se
adelanta a la espera y a la necesidad del hombre.
«En esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó.» Nos ha amado primero, ha tomado
la iniciativa.
Esta es la gran verdad que ilumina y explica
todo lo que Dios ha realizado y realiza en la historia de la salvación. Desde
siempre, Dios ha pensado en nosotros y nos ha amado como personas únicas.
A cada uno de nosotros nos conoce por nuestro
nombre, como el Buen Pastor del Evangelio.
Pero el proyecto de Dios sobre cada uno de
nosotros se revela gradualmente, día tras día, en el corazón de la vida.
Para descubrir la voluntad concreta del Señor
sobre nuestra vida, hay que escuchar la Palabra de Dios, rezar, compartir
nuestros interrogantes y nuestros descubrimientos con los otros, a fin de
discernir los dones recibidos y hacerlos producir.
El
amor de Dios hacia los hombres no conoce límites, no se detiene ante ninguna
barrera de raza o de cultura: es universal, es para todos.
Sólo pide disponibilidad y acogida; sólo exige
un terreno humano para fecundar, hecho de conciencia honrada y de buena
voluntad.
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