"Ventana abierta"
Comentario al Evangelio de hoy
Fernando Torres cmf
Ayer celebrábamos a los santos. Todos los
Santos de la historia de la Iglesia. Pero hoy celebramos a los difuntos, y
estos son como más nuestros. La mente y el recuerdo se nos van a nuestros
difuntos, los que hemos conocido, los que han sido de nuestra familia, los que
han formado parte de nuestra historia personal. Con ellos hablamos, tuvimos
relación. Quizá hasta nos enfadamos y discutimos. Son nuestros difuntos. Y
cuando murieron, un poco de nosotros mismos, de nuestra historia, de nuestro
ser, murió con ellos.
Es una memoria agradecida. La relación con
nuestros difuntos, de los que nos acordamos, fue una relación de cariño. Hasta
podríamos decir que esa relación no solo fue, sino que es. Está presente en
nuestros corazones y en nuestras mentes. Nos acordamos de ellos. No se trata
sólo de que tengamos su foto en la cartera. Ellos están con nosotros. Es otra
forma de presencia.
Es una memoria dolorosa. Porque su partida nos
dejó marcados. Un trozo de nuestra propia y personal historia se fue con ellos.
Alguien que formaba parte de nosotros, de nuestro yo, se fue y nos dejó más
solos. Desde entonces experimentamos con más fuerza esa soledad que forma parte
intrínseca de la vida de toda persona. Nos sentimos huérfanos porque ellos
cuidaban de nosotros, su amistad y su cariño nos mantenía firmes y nos ayudaba
a vencer las dificultades de la vida. Nos hemos quedado más solos y lo
sentimos.
Es una memoria esperanzada. Porque desde la fe
creemos que esta vida no termina en estos límites que impone la duración
de nuestro cuerpo. La fe en Jesús nos invita a mirar más allá del horizonte de
la muerte. No sabemos bien cómo pero creemos que hay vida más allá de la
muerte. Estamos convencidos de que tanto amor, tanta amistad, tanto cariño, no puede
desaparecer de golpe. Que Jesús resucitó es la afirmación más importante de
nuestra fe. Desde ella todo el Evangelio cobra sentido. Amar, servir,
entregarse por los demás, tiene un sentido nuevo. Nada es en vano. Nos
encontraremos más allá –no sabemos de qué manera– y ese amor, esa amistad, ese
cariño llegará a su plenitud.
Por eso, hoy recordamos a nuestros difuntos. Y, aunque nos duela su memoria y su recuerdo, sabemos que la vida de Dios es más fuerte que la muerte. Cuando escuchamos el mandato evangélico de amarnos unos a otros, sabemos que ese amor no se perderá. Porque Dios es amor y es vida. Y nosotros mantenemos alta la mirada y firme la esperanza. Aunque nos duela el recuerdo de nuestros seres queridos.
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