"Ventana abierta"
Archidiócesis de Sevilla
Isabel Orellana Vilches
LOLO GARRIDO: EL CIELO EN SUS
MANOS
El pasado 3 de noviembre la Iglesia celebró,
junto a san Martín de Porres, la vida de este aclamado periodista, primero en
ser beatificado. Adentrarse en la lectura de la obra de Lolo, como era
conocido, supone descubrir, junto a una prosa amena, ágil y llena de poesía, el
hondo latido de un corazón que traslucía su fe, con una alegría proverbial.
Difícil creer que provenía de un hombre apresado en una silla de ruedas,
discapacidad con la que no nació, pero a la que desde los 22 años se fueron
añadiendo, sin pausa alguna, ceguera y graves complicaciones. Desenfadado en la
descripción de su vida, rasgo de su sentido del humor, sus trabajos muestran
una sensibilidad y fortaleza imposibles de simular, que le permitían escalar el
cielo abriéndose paso en esa maraña de dificultades que debía sortear día tras
día.
Nació en Linares, Jaén, España, el 9 de agosto
de 1920. Era el quinto de siete hermanos. Sus padres Agustín y Lucía se
preocuparon de que recibiera educación con los PP. Escolapios, y su vocación al
amor con mayúsculas estuvo marcada desde el principio. A los once años se
afilió a la Acción Católica incrementándose sus afanes espirituales y apostólicos
que discurrieron en una época difícil de la historia española, tiempos
convulsos para quienes mostraban abiertamente su filiación católica. En esos
instantes que presagiaban graves zozobras, año 1935, quedó huérfano; antes
había perdido a su padre. En este segundo envite fallecieron su madre y su
abuelo, artífices del sostenimiento de la familia.
Entonces ya se apreciaba cómo debía esculpir
Dios su espíritu a través de la oración que presidía su vida. De ella brotaba
su prontitud para cumplir la voluntad divina y su inocencia evangélica. Rezo
del Rosario, grupos de oración con jóvenes… presidían su acontecer. El gozo en
el semblante traslucía la riqueza de este enamorado del Santísimo Sacramento,
que mostraba una gran pasión filial por María. Coherencia, intrepidez, y
valentía, esa fe que no conoce más temor que el de Dios, no pasaron
desapercibidas a los responsables de la Acción católica que tuvieron en el
beato uno de sus más insignes colaboradores; se ocupaba de llevar la Eucaristía
a personas cercanas y conocidas. Los rasgos inequívocos de este compromiso
espiritual conllevaron la pena de cárcel para él y dos hermanas suyas durante
tres meses. Un manojo de flores fue la excusa perfecta para su hermana Lucía
que introdujo así el hostiario en el penal un Jueves Santo, y Lolo pudo adorar
a Cristo, algo que nunca olvidó.
Pasó penurias en el frente durante la guerra en
la que estuvo destinado en Motril, Granada, y tras la contienda de nuevo sirvió
como soldado en Madrid. En esa época tenía tatuado el dolor en su organismo, y
sería su fiel compañero de viaje. A la par se iba convirtiendo en un apóstol de
las ondas y de la prensa escrita. Vertía su sabiduría en la escritura
encendiendo el ánimo de las gentes que iban reconociéndole en su talento y
virtud. Vivía en un lugar privilegiado, contemplando la parroquia dedicada a
Santa María desde el balcón de su domicilio. Dejaba por unos segundos la tarea,
y fijando su mirada en el templo hacía notar tiernamente: «Ahora frente
a frente con el Sagrario voy a echar con Él un parrafillo».
Hay formas de encarar el dolor. Él apreció
maravillosamente el instrumento poderoso que Dios puso ante sí. Cuando lo
reconocía como una «vocación», la «de enfermo», y aludiendo a su profesión
declaraba: «inválido», lo hacía con toda naturalidad, sin dejarse atrapar por
el cúmulo de limitaciones que fueron llegando a su vida. No hubo quejas ni
lamentos. Sí una meridiana claridad que anclada en su libertad espiritual le
permitía relatar su día a día. Ahí está como muestra «Las estrellas se ven
de noche». Se comprende el atosigante dolor que debía sufrir al irse
mermando tan seriamente su salud. Hubo un instante en que ya no pudo escribir
con la mano derecha y puso el coraje de aprender a hacerlo con la izquierda.
Antes de que la parálisis atenazara por completo sus manos, ataba el lápiz a
sus dedos. Finalmente comenzó a dictar sus obras en un magnetófono: se había
fugado la luz de sus ojos. Solamente estas pinceladas de su vida ponen de
manifiesto la talla humana y espiritual de este hijo de Dios que se negó a
recluirse en ese silencio y oscuridad estériles que le brindaba la
enfermedad. «…Ya sé que el dolor sin más, aséptico, desnudo, con la
arista como fin, no tiene cabida en el dulce paraíso del Amor. Ser santo, y
paciente, y amante, y loco de Cruz es vivir la magia de las adivinaciones, el
milagro de las transmutaciones…», había escrito.
Recibió su máquina de escribir con la serena
persuasión del apóstol al que guía único fin: transmitir la palabra de Dios. Y
así las primeras teclas que pulsó tradujeron los rebosantes sentimientos de su
corazón: «Señor, gracias. La primera palabra, tu nombre; que sea
siempre la fuerza y el alma de esta máquina… Que tu luz y tu transparencia
estén siempre en la mente y en el corazón de todos los que trabajen en ella,
para que lo que se haga sea noble, limpio y esperanzador». Y eso sucedió.
Creó los grupos de oración por la prensa, Obra Pía «Sinaí», vinculando
monasterios de clausura y centenares de enfermos incurables, que animaba y
sostenía a través de una revista mensual que puso en marcha al efecto, además
de sembrar el bien por doquier.
Obtuvo numerosos premios con sus obras que
abarcaron distintos géneros: ensayo, novela, diarios, textos de espiritualidad,
casi un millar de artículos de prensa… Escritos en el espacio y mismo escenario
de siempre, del que apenas salió, mientras la parálisis le invadía. «Ya,
Señor, puedo concluir; pero antes desearía pedirte que esta idea de tu
encarnación en el dolor me la dejes quieta, inmóvil, imborrable, como en esos
cortes de las películas rancias en que un hombre, se nos queda para rato con el
vaso en el aire, a dos dedos de los labios»…
Este profeta de esperanzas, de contagiosa alegría, murió el 3 de noviembre de 1971. Fue beatificado en su ciudad natal el 12 de junio de 2010.
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