"Ventana abierta"
IRÉ MANDANDO LAS CATEQUESIS DEL PAPA SOBRE LA ORACIÓN DEL PADRENUESTRO
1. Enséñanos a
orar
Los Evangelios
nos presentan retratos muy vívidos de Jesús como hombre de oración. Jesús
rezaba. A pesar de la urgencia de su misión y el apremio de tantas personas que
lo reclaman, Jesús siente la necesidad de apartarse en soledad y rezar. El
Evangelio de Marcos nos cuenta este detalle desde la primera· página del
ministerio público de Jesús ( Mc 1, 35).
El día inaugural de Jesús en Cafarnaúm
terminó triunfalmente. Cuando el sol se ha ocultado, una multitud de enfermos
llega a la puerta donde vive Jesús: el Mesías predica y sana. Se cumplen las
antiguas profecías y las expectativas de mucha gente que sufre: Jesús es el
Dios cercano, el Dios que libera. Pero esa multitud es todavía pequeña en
comparación con muchas otras multitudes que se reunirán alrededor del profeta
de Nazaret; a veces se trata de reuniones inmensas, y Jesús es el centro de
todo, el esperado por el pueblo, la respuesta a la esperanza de Israel.
Y sin embargo,
Él se desliga; no se convierte en rehén de las expectativas de quienes lo han
elegido como líder. Pues es un peligro que corren los líderes: apegarse
demasiado a la gente, no tomar distancia. Jesús se da cuenta y no se convierte
en rehén de la gente. Desde la primera noche en Cafarnaúm demuestra que es un
Mesías singular. En la última parte de la noche, cuando está a punto de
amanecer, los discípulos lo siguen buscando, pero no consiguen encontrarlo.
¿Dónde está? Hasta que, por fin, Pedro lo localiza en un lugar aislado,
completamente absorto en la oración, y le dice: «¡Todos te buscan!» (Mc 1, 37).
La exclamación parece la cláusula que confirma el éxito de un plebiscito, la
prueba del buen resultado de una misión.
Pero Jesús dice
a los suyos que debe ir a otro lugar; que no es la gente la que lo busca a Él,
sino que es ante todo Él quien busca a los demás. Por eso no debe echar raíces,
sino seguir siendo un peregrino por los caminos de Galilea (vv. 38-39). Y
también peregrino hacia el Padre, es decir: rezando. En un camino de oración.
Jesús reza.
Y todo sucede en
una noche de oración.
En distintas
páginas de las Escrituras parece ser ante todo la oración de Jesús, su
intimidad con el Padre, la que lo gobierna todo. Lo será especialmente. por
ejemplo, en la noche de Getsemaní El último trecho del camino de Jesús (el más
difícil de todos los que había recorrido hasta entonces) parece encontrar su
significado en la escucha continua de Jesús a su Padre. Una oración que
ciertamente no es fácil; es más, es una auténtica agonía en el sentido del
agonismo de los atletas; y sin embargo, es una oración capaz de sostener el
camino de la cruz.
Este es el punto
esencial: allí, Jesús rezaba.
Jesús rezaba
intensamente en los actos públicos, cuando compartía la liturgia de su pueblo,
pero también buscaba lugares apartados, separados de la vorágine del mundo;
lugares donde fuera posible descender al secreto de su alma: es el profeta que
pisa las piedras del desierto y sube a lo alto de los montes. Las últimas
palabras de Jesús antes de expirar en la cruz son palabras de los Salmos, es
decir, de la oración, de la oración de los judíos: rezaba con las
oraciones que su madre le había enseñado.
Jesús rezaba
como reza toda persona en el mundo, Y, sin embargo, su modo de rezar también
encerraba un misterio, algo que seguramente no escapó a los ojos de sus
discípulos, pues encontramos en los Evangelios esa súplica tan simple e inmediata:
«Señor, enséñanos a orar» (Lc 11, 1). Ellos veían que Jesús rezaba y tenían
ganas de aprender a rezar: «Señor, enséñanos a rezar», Y Jesús no se niega,
no está celoso de su intimidad con el Padre: Él ha venido precisamente para
introducirnos en esta relación con el Padre. Y así se convierte en maestro de oración
para sus discípulos, como ciertamente quiere serlo para todos nosotros.
Nosotros también deberíamos decir: «Señor enséñame a rezar. Enséñame».
Aunque recemos
quizá desde hace muchos años, siempre debemos aprender! La oración del hombre,
este anhelo que nace de forma tan natural de su alma, es quizás uno de los
misterios más profundos del universo. Y ni siquiera sabemos si las oraciones
que dirigimos a Dios son efectivamente las que Él quiere escuchar. La Biblia
también nos da testimonio de oraciones inoportunas, que al final son rechazadas
por Dios: no hay más que recordar la parábola del fariseo y el publicano. Solo
este último, el publicano, regresa del templo a su casa justificado, porque
el fariseo era orgulloso y le gustaba que la gente lo viese rezar y fingía
rezar: su corazón estaba helado. Y dice Jesús: este no está justificado
«porque el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado»
(Le 18, 14). El primer paso para rezar es ser humildes, dirigirse al Padre y
decir: «Mírame, soy pecador, soy débil, soy malo»: cada uno sabe lo que tiene
que decir. Pero se empieza siempre con la humildad, y el Señor escucha.
La
oración humilde es escuchada por el Señor.
Por eso, al
comenzar este ciclo de catequesis sobre la oración de Jesús, lo más hermoso y
justo que todos tenemos que hacer es repetir la invocación de los discípulos:
«¡Maestro, enséñanos a rezar!».
Será hermoso repetirlo en este tiempo de
Adviento: «Señor, enséñame a rezar». Todos podemos ir un poco más allá y rezar
mejor; pero pidámoselo al Señor. «Señor, enséñame a rezar». Hagámoslo en
este tiempo de Adviento y Él ciertamente no dejará que nuestra invocación
caiga en el vacío.
Entre el 5/12/2018 y 22/05/2019
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