"Ventana abierta"
Imagen original de la Virgen de Guadalupe en su santuario en Ciudad de México. Foto: David Ramos/ACI Prensa.
El Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe es único entre todos los grandes centros de devoción mariana, porque aquí se ha conservado y se venera el hermosísimo retrato de maría Inmaculada Madre de Dios, en la tilma del humilde indio, San Juan Diego, que fue pintado por pinceles que no eran de este mundo.
LAS APARICIONES
Diez años después de
la conquista de México, el día 9 de diciembre de 1531, Juan Diego iba rumbo al
Convento de Tlaltelolco para oír misa. Al amanecer llegó al pie del Tepeyac. De
repente oyó música que parecía el gorjeo de miles de pájaros. Muy sorprendido
se paró, alzó su vista a la cima del cerro y vio que estaba iluminado con una
luz extraña. Cesó la música y en seguida oyó una dulce voz procedente de lo
alto de la colina, llamándole: "Juanito; querido Juan
Dieguito". Juan subió presurosamente y al llegar a la cumbre vio a la
Santísima Virgen María en medio de un arco iris, ataviada con esplendor
celestial. Su hermosura y mirada bondadosa llenaron su corazón de gozo infinito
mientras escuchó las palabras tiernas que ella le dirigió a él. Ella habló en
azteca. Le dijo que ella era la Inmaculada Virgen María, Madre del Verdadero
Dios. Le reveló cómo era su deseo más vehemente tener un templo allá en el
llano donde, como madre piadosa, mostraría todo su amor y misericordia a él y a
los suyos y a cuantos solicitaren su amparo. "Y para realizar lo
que mi clemencia pretende, irás a la casa del Obispo de México y le dirás que
yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo; que aquí en el llano me edifique
un templo. Le contarás cuanto has visto y admirado, y lo que has oído. Ten por
seguro que le agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás que
yo te recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te
encomiendo. Ya has oído mi mandato, hijo mío, el más pequeño: anda y pon todo tu
esfuerzo".
Juan se inclinó ante ella y le dijo: "Señora mía: ya voy a
cumplir tu mandato; me despido de ti, yo, tu humilde siervo".
Cuando Juan llegó a la casa del Obispo Zumárraga y fue llevado a su
presencia, le dijo todo lo que la Madre de Dios le había dicho. Pero el Obispo
parecía dudar de sus palabras, pidiéndole volver otro día para escucharle más
despacio.
Ese mismo día regresó a la cumbre de la colina y encontró a la Santísima
Virgen que le estaba esperando. Con lágrimas de tristeza le contó cómo había
fracasado su empresa. Ella le pidió volver a ver al Sr. Obispo el día
siguiente. Juan Diego cumplió con el mandato de la Santísima Virgen. Esta vez
tuvo mejor éxito; el Sr. Obispo pidió una señal.
Juan regresó a la colina, dio el recado a María Santísima y ella prometió
darle una señal al siguiente día en la mañana. Pero Juan Diego no podía cumplir
este encargo porque un tío suyo, llamado Juan Bernardino había enfermado
gravemente.
Dos días más tarde, el día doce de diciembre, Juan Bernardino estaba moribundo
y Juan Diego se apresuró a traerle un sacerdote de Tlaltelolco. Llegó a la
ladera del cerro y optó ir por el lado oriente para evitar que la Virgen
Santísima le viera pasar. Primero quería atender a su tío. Con grande sorpresa
la vio bajar y salir a su encuentro. Juan le dio su disculpa por no haber
venido el día anterior. Después de oír las palabras de Juan Diego, ella le
respondió: "Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es
nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón, no temas esa ni ninguna
otra enfermedad o angustia. ¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No
estás bajo mi sombra? ¿No soy tu salud? ¿Qué más te falta? No te aflija la
enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella; está seguro de que ya
sanó".
Cuando Juan Diego oyó estas palabras se sintió contento. Le rogó que le
despachara a ver al Señor Obispo para llevarle alguna señal y prueba a fin de
que le creyera. Ella le dijo:
"Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre donde me viste y te di
órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, recógelas y en seguida
baja y tráelas a mi presencia".
Juan Diego subió y cuando llegó a la cumbre, se asombró mucho de que
hubieran brotado tan hermosas flores. En sus corolas fragantes, el rocío de la
noche semejaba perlas preciosas. Presto empezó a córtalas, las echó en su
regazo y las llevó ante la Virgen. Ella tomó las flores en sus manos, las
arregló en la tilma y dijo: "Hijo mío el más pequeño, aquí tienes
la señal que debes llevar al Señor Obispo. Le dirás en mi nombre que vea en
ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador muy digno
de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del Obispo despliegues
tu tilma y descubras lo que llevas".
Cuando Juan Diego estuvo ante el Obispo Fray Juan de Zumárraga, y le contó
los detalles de la cuarta aparición de la Santísima Virgen, abrió su tilma para
mostrarle las flores, las cuales cayeron al suelo. En este instante, ante la
inmensa sorpresa del Señor Obispo y sus compañeros, apareció la imagen de la
Santísima Virgen María maravillosamente pintada con los más hermosos colores
sobre la burda tela de su manto.
LA CURACIÓN DE JUAN BERNARDINO
El mismo día, doce de
diciembre, muy temprano, la Santísima Virgen se presentó en la choza de Juan
Bernardino para curarle de su mortal enfermedad. Su corazón se llenó de gozo
cuando ella le dio el feliz mensaje de que su retrato milagrosamente aparecido
en la tilma de Juan Diego, iba a ser el instrumento que aplastara la religión
idólatra de sus hermanos por medio de la enseñanza que el divino códice-pintura
encerraba.
Te-coa-tla-xope en la lengua Azteca quiere decir "aplastará la
serpiente de piedra". Los españoles oyeron la palabra de los labios de
Juan Bernardino. Sonó como "de Guadalupe. Sorprendidos se preguntaron el
por qué de este nombre español, pero los hijos predilectos de América, conocían
bien el sentido de la frase en su lengua nativa. Así fue como la imagen y el
santuario adquirieron el nombre de Guadalupe, título que ha llevado por cuatro
siglos.
Se lee en la Sagrada Escritura que en tiempo de Moisés y muchos años
después un gran cometa recorría el espacio. Tenía la apariencia de una
serpiente de fuego. Los indios de México le dieron el nombre de Quetzalcoatl,
serpiente con plumas. Le tenían mucho temor e hicieron ídolos de piedra, en
forma de serpiente emplumada, a los cuales adoraban, ofreciéndoles sacrificios
humanos. Después de ver la sagrada imagen y leer lo que les dijo, los indios
abandonaron sus falsos dioses y abrazaron la Fe Católica. Ocho millones de
indígenas se convirtieron en sólo siete años después de la aparición de la
imagen.
LA TILMA DE JUAN DIEGO
La tilma en la cual
la imagen de la Santísima Virgen apareció, está hecha de fibra de maguey. La
duración ordinaria de esta tela es de veinte años a lo máximo. Tiene 195
centímetros de largo por 105 de ancho con una sutura en medio que va de arriba
a abajo.
Impresa directamente sobre esta tela, se encuentra la hermosa figura de
Nuestra Señora. El cuerpo de ella mide 140 centímetros de alto.
Esta imagen de la Santísima Virgen es el único retrato auténtico que
tenemos de ella. Su conservación en estado fresco y hermoso por más de cuatro
siglos, debe considerarse milagrosa. Se venera en la Basílica de Nuestra Señora
de Guadalupe en la Ciudad de México, donde ocupa el sitio de honor en el altar
mayor.
La Sagrada Imagen duró en su primera ermita desde el 26 de diciembre, 1535
hasta el año de 1622.
La segunda iglesia ocupó el mismo lugar donde se encuentra hoy la
Basílica. Esta duró hasta 1695. Unos pocos años antes fue construida la llamada
Iglesia de los Indios junto a la primera ermita, la cual sirvió entonces de
sacristía para el nuevo templo. En 1695, cuando fue demolido el segundo templo,
la milagrosa imagen fue llevada a la Iglesia de los Indios donde se quedó hasta
1709 fecha en que se dedicó el nuevo hermoso templo que todavía despierta la
admiración de Mexicanos y extranjeros.
LA CORONACIÓN
El doce de octubre de
1895 la bendita imagen de la Santísima Virgen fue coronada por decreto del
Santo Padre, León XIII, y el doce de octubre de 1945, cincuentenario de la
coronación, su Santidad Pío XII en su célebre radio mensaje a los Mexicanos le
aplicó el titulo de Emperatriz de las Américas.
Muy recientemente, el doce de octubre de 1961, su Santidad Juan XXIII,
dirigió un radio mensaje a los Congresistas del II Congreso Interamericano
Mariano quienes se encontraron presentes dentro de la Nacional e Insigne
Basílica de Guadalupe. En este día, a las doce en punto, se escuchó la sonora
voz del Santo Padre quien pronunció las siguientes palabras:
Amadísimos Congresistas y fieles todos de América:
María, Madre de Dios y Madre nuestra, esa tierna palabra que estos días
vuestros labios repiten sin fin con el título bendito de Madre de Guadalupe,
abre este nuestro saludo que dirigimos a cuantos tomáis parte en el Segundo
Congreso Mariano Interamericano y a todos los países de América.
Feliz oportunidad ésta del 50 aniversario del Patronato de María
Santísima de Guadalupe sobre toda la América Latina, que tanto bien ha
producido entre los pueblos del Continente, para alentaros en vuestras
manifestaciones de mutuo amor y de devoción a la que es Madre de vida y Fuente
de gracia.
Día histórico aquél doce de octubre en que el grito "tierra"
anunciaba la unión de dos mundos, hasta entonces desconocidos entre sí, y
señalaba el nacimiento a la fe de esos dos continentes; a la fe en Cristo
-"luz verdadera que ilumina a todo hombre"- (Jo. 1, 9.) de la cual
María es como la "aurora consurgens" que precede la claridad del día.
Más adelante "la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por
quien se vive", derrama su ternura y delicadeza maternal en la colina, del
Tepeyac, confiando al indio Juan Diego con su mensaje unas rosas que de su
tilma caen mientras en ésta queda aquél retrato suyo dulcísimo que manos
humanos no pintaran.
Así quería Nuestra Señora continuar mostrando su oficio de Madre: Santa
María de Guadalupe, siempre símbolo y artífice de esta fusión que formaría la
nacionalidad mexicana y, en expansión cargada de sentidos, rebasaría las
fronteras para ofrecer al mundo ese coro magnífico de pueblos que rezan en
español.
Primero Madre y Patrona de México, luego de América y de Filipinas: el
sentido histórico de su mensaje iba cobrando así plenitud, mientras abría sus
brazos a todos los horizontes en un anhelo universal de amor.
Abre el alma a la esperanza cuando en ese mismo Continente se viene
estudiando y poniendo en práctica para elevar el nivel de vidas de los pueblos
humanos. Vemos con aplauso las iniciativas encaminadas a procurar personal
preparado para el apostolado a los países escasos de clero o de religiosos en
el deseo de sostener su fe y de continuar la misión salvadora de la Iglesia.
¡Cuánto podrá ayudar a mantener vivos estos ideales cristianos de
fraternidad vuestro Congreso! Qué altura y qué nobleza adquieren las relaciones
entre los individuos y los pueblos cuando se las contempla a la luz de nuestra
fraternidad en Cristo: "onmes vos fratres estis" (Mat. 23,8) según
proclama el lema de vuestro Congreso. .
Y cuanto en esta convivencia alienta el amor y la consideración de una
Madre común, entonces los vínculos de la familia humana adquieren la eficacia
de algo más vital, más sentido que sublima el poder y la fuerza de cualquier
ley.
Tenéis ahí a María, la Madre común, puesto que es Madre de Cristo, la
que con su solicitud y compasión maternal ha contribuido a que se nos devuelva
la vida divina y sobrenatural, la que en la persona del discípulo amado nos fue
donada como Madre espiritual por Cristo mismo en la cruz.
Salve Madre de América! Celestial Misionera del nuevo Mundo, que desde
el Santuario del Tepeyac has sido, durante más de cuatro Siglos Madre y Maestra
en la fe de los pueblos de América. Sé también su amparo y sálvalos oh
Inmaculada María; asiste a sus gobernantes, infunde nuevo celo a sus Prelados,
aumenta las virtudes en el clero; y conserva siempre la fe en el pueblo.
Oiga María estos votos para que los presente a Cristo en cuyo nombre y
con el más vivo afecto de nuestro corazón de Padre os bendecimos.
San Juan Diego
San Juan Diego nació
en 1474 en el "calpulli" de Tlayacac en Cuauhtitlán, México,
establecido en 1168 por la tribu nahua y conquistado por el jefe Azteca
Axayacatl en 1467. Cuando nació recibió el nombre de Cuauhtlatoatzin, que
quiere decir "el que habla como águila" o "águila que
habla".Juan Diego perteneció a la más numerosa y baja clase del Imperio
Azteca, sin llegar a ser esclavo. Se dedicó a trabajar la tierra y fabricar
matas las que luego vendía. Poseía un terreno en el que construyó una pequeña
vivienda. Contrajo matrimonio con una nativa pero no tuvo hijos.
Entre 1524 y 1525 se convierte al cristianismo y fue bautizado junto a su
esposa, él recibió el nombre de Juan Diego y ella el de María Lucía. Fueron
bautizados por el misionero franciscano Fray Toribio de Benavente, llamado por
los indios "Motolinia" o " el pobre".
Antes de su conversión Juan Diego ya era un hombre piadoso y religioso.
Era muy reservado y de carácter místico, le gustaba el silencio y solía caminar
desde su poblado hasta Tenochtitlán, a 20 kilómetros de distancia, para recibir
instrucción religiosa. Su esposa María Lucía falleció en 1529. En ese momento
Juan Diego se fue a vivir con su tío Juan Bernardino en Tolpetlac, a sólo 14
kilómetros de la iglesia de Tlatilolco, Tenochtitlán. Durante una de sus
caminatas camino a Tenochtitlán, que solían durar tres horas a través de
montañas y poblados, ocurre la primera aparición de Nuestra Señora, en el lugar
ahora conocido como "Capilla del Cerrito", donde la Virgen María le
habló en su idioma, el náhuatl.
Juan Diego tenía 57 años en el momento de las apariciones, ciertamente una
edad avanzada en un lugar y época donde la expectativa de vida masculina apenas
sobrepasaba los 40 años.Luego del milagro de Guadalupe Juan Diego fue a vivir a
un pequeño cuarto pegado a la capilla que alojaba la santa imagen, tras dejar
todas sus pertenencias a su tío Juan Bernardino. Pasó el resto de su vida
dedicado a la difusión del relato de las apariciones entre la gente de su
pueblo.
Murió el 30 de mayo de 1548, a la edad de 74 años. Juan Diego fue
beatificado en abril de 1990 por el Papa Juan Pablo II y proclamado santo
el 31 de Julio de 2002 . (Biografía extraída de la agencia
católica de noticias ACIPRENSA).
No hay comentarios:
Publicar un comentario