"Ventana abierta"
¿Qué hay de tan especial en este tiempo
litúrgico que en sí mismo es una preparación de algo más grande?
1. El tiempo litúrgico de Adviento
«Ven Señor Jesús» Ap 22,20
La Madre Iglesia nos ofrece diversos “tiempos”
que acompañan el despliegue del Misterio de Cristo a lo largo del año.
Semejante a las estaciones del año y a muchísimos elementos cíclicos de la
naturaleza, la vida espiritual del hombre está llamada a tener un ritmo. La
repetición anual de los tiempos litúrgicos permite revivir y ahondar riquezas
de la vida cristiana que no se pueden captar y asimilar en una sola temporada.
El año tiene ritmos, parecido a los ritmos del “spinning” o los ciclos de la
máquina elíptica, con sus intensas subidas, bajadas y descansos.
El que existan ritmos diversos como iniciativa
divina para ejercitar la vida espiritual lo sugirió el mismo Jesús cuando dijo:
“¡Les tocamos la flauta, y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y
no lloraron!” (Lc 7,31-35). Dios está tocando una melodía para
nosotros en cada tiempo litúrgico.
¿A qué nos mueve la melodía del
Adviento ?
El Adviento no es un tiempo de exultante
regocijo como lo son la Navidad y la Pascua. No se trata de un tiempo de danza
pascual, ni de llanto cuaresmal, sino de silente alegría, una espera reflexiva,
dulce y profunda. Hay una invitación a vivir la alegría, pero no la alegría del
pleno día (el blanco pascual y navideño) sino la alegría del amanecer (un
morado que va esclareciendo). Su sobria alegría pide una preparación firme,
determinada, íntegra.
En Adviento Jesús nos susurra:
“Escoge una alegría estable, escoge recordar
cuánto te amo al punto de descender del Cielo a la tierra por ti. Alégrate
porque vine y vendré en cualquier momento por ti. Prepárame una habitación que
estoy preparando la tuya en el Cielo. Renuncia con firmeza a los hábitos que
obstaculizan mi entrada, y regálame el Sí que merezco, tal
como lo hizo mi Madre”.
2. El Adviento sugiere una revolución espiritual
«Ya es hora de que os despertéis del sueño […]La noche
esta muy avanzada, el día se acerca» Rom 13,11-12.
Lejos de ser un tiempo “dulzón” o sentimental,
el Adviento sugiere más bien una revolución espiritual.
Los tres personajes
esenciales del Adviento:
Isaías, Juan Bautista y María, son
personajes vibrantes, llenos de energía y pasión.
No son sólo lindas
personas, sino que son revolucionarios y atrevidos. No se mimetizan con la
tibieza del ambiente, ni se desalientan ante la opresión sufrida. Tienen pasión
por lo imposible, pues, saben que nada es imposible para Dios.
Isaías profetiza el triunfante regreso del exilio luego de la terrible
humillación a manos de los Babilonios en el 587 a.C. La élite de Israel había
sido llevada cautiva y el Templo destruido. Cuando el Creador del
universo parecía derrotado, Isaías grita a viva voz la visión de la esperanza,
¡la victoria de nuestro Rey! (Ver Is 52,7-10)
Unos 500 años después del exilio aparece Juan
el Bautista en el desierto de Judea. Un estremecedor personaje
vestido con piel de camello, alimentado con langostas y miel silvestre. ¿Cuál
es su mensaje? Hacer oír directamente a Isaías, revivir la esperanza del
corazón. “Yo soy la voz que clama en el desierto. Preparen el camino” (Jn 1,23).
El reino de Dios está a la mano, ¡la victoria se está dando! No
hagan “como si fuera verdad”, pues de verdad el Reino de Dios está aquí. ¡La
victoria definitiva es de nuestro Dios!
María es la figura predilecta del Adviento.
Ella abre la puerta al Rey para que entre
al exilio de nuestro mundo. En su “Hágase” le dice a su manera
al Ángel: “Sí, Ven, ¡Ven Señor!” Es el más valiente de estos
personajes porque es la más creyente. Ella es la espiritualidad del Adviento
encarnada. Sin manejar los detalles ni las implicancias de su decisión
simplemente se rinde, cae de rodillas ante el amor inmenso. No la detienen las
habladurías ni el peligro que corre ante este misterioso embarazo. Dice Sí a la
sorpresa de Dios y va pronto a servir a Isabel. No hay pereza en ella. Estamos
ante un personaje vibrante, vital, que se ha dejado poseer por el propósito de
la vida misma y por eso va, se mueve. No está atascada en el más mínimo letargo
espiritual, no despilfarra la energía del Espíritu, ni cae en espacio
egocéntrico alguno. Conquistada por Aquel que la trasciende y que une a toda la
humanidad, Ella se mueve veloz pero sin disiparse, va sin desparramar su
vida en el camino, va recogida y enfocada en su misión. Ésta es la
actitud del Adviento.
Los tres personajes son vigorosos y
desafiantes, pues confían en que lo más grande está por venir. Para ellos no
todo está arreglado aún, están abiertos, vigilantes, disponibles para acoger la
salvación y comunicarla. En ellos vemos que nuestra vida en este mundo es un
Adviento continuo. Nunca está resuelta del todo, nunca del todo apacible, nunca
del todo bajo control. Siempre anhelamos más, habitados por cierta
insatisfacción vamos hacia delante, anhelando más y más… La vida en sí es un
Adviento permanente.
3. El Adviento es un tiempo de sanante “transformación
espiritual”.
«Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan
los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los
centinelas». Sal 127,1
Moldeados por la mentalidad autosuficiente del
mundo moderno solemos decirnos: “yo defino mi vida, mi número de hijos, mi
imagen, mis metas y conquistas, yo, yo, yo”. Pues, el Adviento nos recuerda que
no tengo el control de mi vida. Hay problemas que no puedo resolver. Debo
clamar y rogar:
¡Ven, ven, Oh Emmanuel… estoy indefenso, ¡necesitado!
No me bastan mis conocimientos, mis terapias y
lecturas de autoayuda. Lo mejor que puedo hacer es rogar, suplicar, esperar y
confiar. ¡No tengo el control de mi vida! Si el ser humano no se rinde ante
Dios simplemente no crecerá, no estará en la correcta postura espiritual. El
Adviento enseña a rogar su venida. Nos dice: “Deja de estar adicto al control
de tu vida, de querer poseer todo lo que te provoca y evitar sufrir a toda
forma”. El Adviento viene a remover nuestros cálculos para esperar
lo que sólo Dios puede hacer.
Esto podría parecer malo, pero no es así, pues
en lo más fundamental no tenemos el control de nada. El Adviento abre ese nivel
de realidad más hondo y por eso es un tiempo de sanante “transformación
espiritual”.
4. El Adviento enseña a esperar
«Estén atentos y vigilantes». Mc 13,33
Luego de habernos golpeado y movido a reconocer
que somos radicalmente impotentes ante lo más fundamental, el Adviento nos
enseña a esperar. Quiere que esperemos, pero con el corazón en la mano.
Esperando de Dios lo máximo, la máxima comunión y alegría. Reconocemos que lo
que nuestro corazón ansía más es justamente lo que no podemos obtener por
nosotros mismos. Sacándonos de nuestra zona de confort, el Adviento nos mueve a
esperar, pero no a esperar como quien espera una pizza en el restaurante, sino
a esperar por lo que mi corazón está tan sediento. Un amor personal e
incondicional. Esperar atrevidamente, con pasión, por lo imposible. Hay que
recordar que por naturaleza estamos hechos para algo (Alguien en realidad) que
supera nuestra naturaleza.
Pero… ¿qué es esperar? ¿hacer nada? Cuando
éramos niños y nos moríamos de ganas de hacer algo, nuestros padres nos decían:
“¡espera!” Usualmente nos limitábamos a aburrirnos, a no hacer nada, a ser
pasivos y sólo esperar. Pero cuando la Madre Iglesia nos llama a esperar no
está significando un esperar pasivo. La espera cristiana es la más activa
posible, pues es sobretodo una experiencia receptiva.
Dios siempre
está actuando e interactuando. Dios siempre es el primero en moverse, en tomar
la iniciativa, por tanto, acoger o recibir es una acción firme y determinada,
que implica el concurso de mente, sensibilidad, pasión y lo íntimo del corazón.
Eso requiere, espera activa, espera en receptividad, atenta, despierta, hacia
delante. Dios está esperando a que seamos receptivos. No nos va a atropellar,
pues, Él es reverente, es fino y respetuoso.
Una cosa más sobre el “esperar”. Es
importante ponernos en el “cronograma” de Dios y no a Dios en el nuestro.
Muchas
veces no estamos listos para lo que Dios nos ha prometido. Uno dirá: “¡Pero Él
nos ha prometido tanto!” Sí, es verdad que la Escritura está llena de promesas
y que nos quiere dar de todo, pero debemos de pasar por una especie de tiempo
de entrenamiento en la escuela de Dios. Así como cualquier niño que desea
aprender a tocar un instrumento o jugar algún deporte, a veces
debemos de pasar por un largo tiempo de preparación y disciplina.
Al hablar de la oración, San Agustín dice que
muchas veces Dios retarda su respuesta para que el corazón del orante se dilate
y se capacite para el don. A veces nuestro corazón simplemente no está listo y
nos hace esperar. El Adviento ayuda a amar el “cronograma” de Dios, donde en el
momento idóneo se nos dará lo más conveniente y nos colmará de una alegría sin
igual. No dejemos de esperar en Él.
Acoge y asimila lo que Dios te habla en el
corazón y luego ¡a moverte en la dirección en la que te llama!
Movimiento de vida cristiana
No hay comentarios:
Publicar un comentario