"Ventana abierta"
Hoy se celebra a San
Juan de la Cruz, Doctor de la Iglesia
14
de diciembre de 2018
Redacción ACI Prensa
“A la tarde te
examinarán en el amor; aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu
condición”, solía decir San Juan de la Cruz, Doctor de la Iglesia, y cuya
fiesta se celebra cada 14 de diciembre.
San Juan de la Cruz nació en Fontiveros, provincia de Ávila en España,
hacia el 1542. Su familia era pobre. En la escuela empezó a aprender el oficio
de tejedor y más adelante trabajó como criado del director de un hospital.
Mientras estudiaba en el colegio de los jesuitas, practicaba mortificaciones
corporales.
A los 21 años tomó el
hábito en el convento de los Carmelitas de Medina del Campo y vivió muy
observante de la regla original del Carmelo. Fue ordenado sacerdote en 1567 y
pidió a Dios la gracia especial de que lo conservara siempre en gracia, sin
pecado, y que pudiera sufrir con valor y paciencia toda clase de dolores, penas
y enfermedades.
Se conoce con Santa Teresa de Jesús, quien después de fundar la Comunidad
de las Hermanas Carmelitas Descalzas, deseaba fundar también una comunidad de
Padres Carmelitas que sean observantes de los reglamentos con la mayor
exactitud posible. San Juan de la Cruz acepta la propuesta y se inician los
Carmelitas Descalzos.
Dios le concedió la cualidad de saber enseñar el método para llegar a la
santidad. Sus enseñanzas las fue escribiendo y resultaron unos libros muy
importantes que hicieron que sea declarado Doctor de la Iglesia. Entre sus
famosos libros está: “La subida del Monte Carmelo” y “La noche oscura del
alma”.
También fue un gran poeta. Es admirado por la musicalidad de sus poesías y
la belleza de sus versos. Su “Cántico Espiritual” es muy conocido. Partió a la
Casa del Padre un 14 de diciembre de 1591 a la edad de 49 años.
Más información:
Nació
en Fontiveros, provincia de Ávila (España), hacia el año 1542. Pasados algunos
años en la Orden de los carmelitas, fue, a instancias de Sta. Teresa de Ávila,
el primero que, a partir de 1568, se declaró a favor de su reforma, por la que
soportó innumerables sufrimientos y trabajos. Murió en Úbeda el año 1591, con
gran fama de santidad y sabiduría, de las que dan testimonio precioso sus
escritos espirituales:
"¡Oh, noche que guiaste!
¡Oh noche amable más que el alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado
transformada!."
San Juan de la Cruz.
Gonzalo de Yepes
pertenecía a una buena familia de Toledo, pero como se casó con una joven de
clase "inferior", fue desheredado por sus padres y tuvo que ganarse
la vida como tejedor de seda. A la muerte de Gonzalo, su esposa, Catalina Álvarez, quedó en la miseria y con tres hijos. Jitan, que era el menor, nació
en Fontiveros, en Castilla la vieja, en 1542.
Asistió a una escuela de niños pobres en Medina del Campo y empezó a
aprender el oficio de tejedor, pero como no tenía aptitudes, entró más tarde a
trabajar como criado del director del hospital de Medina del Campo. Así pasó
siete años. Al mismo tiempo que continuaba sus estudios en el colegio de los
jesuitas, practicaba rudas mortificaciones corporales.
A los veintiún años, tomó el hábito en el convento de los carmelitas de
Medina del Campo. Su nombre de religión era Juan de San Matías. Después de
hacer la profesión, pidió y obtuvo permiso para observar la regla original del
Carmelo, sin hacer uso de las mitigaciones (permisos para relajar las reglas)
que varios Pontífices habían aprobado y eran entonces cosa común en todos los
conventos.
San Juan hubiese querido ser hermano lego, pero sus superiores no se lo
permitieron. Tras haber hecho con éxito sus estudios de teología, fue ordenado
sacerdote en 1567. Las gracias que recibió con el sacerdocio le encendieron en
deseos de mayor retiro, de suerte que llegó a pensar en ingresar en la Cartuja.
Santa Teresa fundaba
por entonces los conventos de la rama reformada de las carmelitas. Cuando oyó
hablar del hermano Juan, en Medina del Campo, la santa se entrevistó con él,
quedó admirada de su espíritu religioso y le dijo que Dios le llamaba a
santificarse en la orden de Nuestra Señora del Carmen. También le refirió que
el prior general le había dado permiso de fundar dos conventos reformados para
hombres y que él debía ser su primer instrumento en esa gran empresa. La
reforma del Carmelo que lanzaron Santa Teresa y San Juan no fue con intención
de cambiar la orden o "modernizarla" sino mas bien para restaurar y
revitalizar su cometido original el cual se había mitigado mucho. Al
mismo tiempo que lograron ser fieles a los orígenes, la santidad de estos
reformadores infundió una nueva riqueza a los carmelitas que ha sido recogida
en sus escritos y en el ejemplo de sus vidas y sigue siendo una gran riqueza de
espiritualidad.
Poco después, se llevó a cabo la fundación del primer convento de
carmelitas descalzos, en una ruinosa casa de Duruelo. San Juan entró en aquel
nuevo Belén con perfecto espíritu de sacrificio. Unos dos meses después, se le
unieron otros dos frailes. Los tres renovaron la profesión el domingo de
Adviento de 1568, y nuestro santo tomó el nombre de Juan de la Cruz. Fue una
elección profética. Poco a poco se extendió la fama de ese oscuro convento de
suerte que Santa Teresa pudo fundar al poco tiempo otro en Pastrana y un
tercero en Mancera, a donde trasladó a los frailes de Duruelo. En 1570, se
inauguró el convento de Alcalá, que era a la vez colegio de la universidad; San
Juan fue nombrado rector.
Con su ejemplo, San Juan supo inspirar a los religiosos e1 espíritu de
soledad, humildad y mortificación. Pero Dios, que quería purificar su corazón
de toda debilidad y apego humanos, le sometió a las más severas pruebas
interiores y exteriores. Después de haber gozado de las delicias de la
contemplación, San Juan se vio privado de toda devoción. A este período de
sequedad espiritual se añadieron la turbación, los escrúpulos y la repugnancia
por los ejercicios espirituales. En tanto que el demonio le atacaba con
violentas tentaciones, los hombres le perseguían con calumnias.
La prueba más terrible fue sin duda la de los escrúpulos y la desolación
interior, que el santo describe en "La Noche Oscura del Alma". A esto
siguió un período todavía más penoso de oscuridad, sufrimiento espiritual y
tentaciones, de suerte que San Juan se sentía como abandonado por Dios. Pero la
inundación de luz y amor divinos que sucedió a esta prueba, fue el premio de la
paciencia con que la había soportado el siervo de Dios.
En cierta ocasión, una mujer muy atractiva tentó descaradamente a San
Juan. En vez de emplear el tizón ardiente, como lo había hecho Santo Tomás de
Aquino en una ocasión semejante, Juan se valió de palabras suaves para hacer
comprender a la pecadora su triste estado. El mismo método empleó en otra
ocasión, aunque en circunstancias diferentes, para hacer entrar en razón a una
dama de temperamento tan violento, que el pueblo le había dado el apodo de
"Roberto el diablo".
En 1571, Santa Teresa
asumió por obediencia el oficio de superiora en el convento no reformado de la
Encarnación de Ávila y llamó a su lado, San Juan de la Cruz para que fuese su
director espiritual y su confesor. La santa escribió a su hermana: "Está
obrando maravillas aquí. El pueblo le tiene por santo. En mi opinión, lo es y
lo ha sido siempre." Tanto los religiosos como los laicos buscaban a San
Juan, y Dios confirmó su ministerio con milagros evidentes.
Entre tanto, surgían graves dificultades entre los carmelitas descalzos y
los mitigados. Aunque el superior general había autorizado a Santa Teresa a
emprender la reforma, los frailes antiguos la consideraban como una rebelión
contra la orden; por otra parte, debe reconocerse que algunos de los descalzos
carecían de tacto y exageraban sus poderes y derechos. Como si eso fuera poco,
el prior general, el capítulo general y los nuncios papales, daban órdenes
contradictorias. Finalmente, en 1577, el provincial de Castilla mandó a San
Juan que retornase al convento de Medina del Campo. El santo se negó a ello,
alegando que había sido destinado a Ávila por el nuncio del Papa. Entonces el
provincial envió un grupo de hombres armados, que irrumpieron en el convento de
Ávila y se llevaron a San Juan por la fuerza. Sabiendo que el pueblo de Ávila
profesaba gran veneración al santo, le trasladaron a Toledo.
Como Juan se rehusase a abandonar la reforma, le encerraron en una
estrecha y oscura celda y le maltrataron increíblemente. Ello demuestra cuán
poco había penetrado el espíritu de Jesucristo en aquellos que profesaban
seguirlo.
La celda de San Juan
tenía unos tres metros de largo por dos de ancho. La única ventana era tan
pequeña y estaba tan alta, que el santo, para leer e1 oficio, tenía que ponerse
de pie sobre un banquillo. Por orden de Jerónimo Tostado, vicario general de
los carmelitas de España y consultor de la Inquisición, se le golpeó tan
brutalmente, que conservó las cicatrices hasta la muerte. Lo que sufrió
entonces San Juan coincide exactamente con las penas que describe Santa Teresa
en la "Sexta Morada": insultos, calumnias, dolores físicos, angustia
espiritual y tentaciones de ceder. Más tarde dijo: "No os extrañe que ame
yo mucho el sufrimiento. Dios me dio una idea de su gran valor cuando estuve
preso en Toledo".
Los primeros poemas de San Juan que son como una voz que clama en el
desierto, reflejan su estado de ánimo:
"En dónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido.
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido".
El prior Maldonado penetró la víspera de la Asunción en aquella celda que
despedía un olor pestilente bajo el tórrido calor del verano y dio un puntapié
al santo, que se hallaba recostado, para anunciarle su visita. San Juan le
pidió perdón, pues la debilidad le había impedido levantarse en cuanto lo vio
entrar. "Parecíais absorto. ¿En qué pensabais?", le dijo Maldonado.
"Pensaba yo en que mañana es fiesta de Nuestra Señora y sería una
gran felicidad poder celebrar la misa", replicó Juan.
"No lo haréis mientras yo sea superior", repuso Maldonado.
En la noche del día de la Asunción, la Santísima Virgen se apareció a su
afligido siervo, y le dijo: "Sé paciente, hijo mío; pronto terminará esta
Prueba."
Algunos días más tarde se le apareció de nuevo y le mostró, en visión, una
ventana que daba sobre el Tajo: "Por ahí saldrás y yo te ayudaré." En
efecto, a los nueve meses de prisión, se concedió al santo la gracia de hacer
unos minutos de ejercicio. Juan recorrió el edificio en busca de la ventana que
había visto. En cuanto la hubo reconocido, volvió a su celda. Para entonces ya
había comenzado a aflojar las bisagras de la puerta. Esa misma noche consiguió
abrir la puerta y se descolgó por una cuerda que había fabricado con sábanas y
vestidos. Los dos frailes que dormían cerca de la ventana no le vieron. Como la
cuerda era demasiado corta, San Juan tuvo que dejarse caer a lo largo de la
muralla hasta la orilla del río, aunque felizmente no se hizo daño.
Inmediatamente, siguió a un perro que se metió en un patio. En esa forma
consiguió escapar. Dadas las circunstancias, su fuga fue un milagro.
El santo se dirigió
primero al convento reformado de Beas de Segura y después pasó a la ermita
cercana de Monte Calvario. En 1579, fue nombrado superior del colegio de Baeza
y, en 1581, fue elegido superior de Los Mártires, en las cercanías de Granada.
Aunque era el fundador y jefe espiritual de los carmelitas descalzos, en esa
época participó poco en las negociaciones y sucesos que culminaron con el
establecimiento de la provincia separada de Los Descalzos, en 1580. En cambio,
se consagró a escribir las obras que han hecho de él un doctor de teología
mística en la Iglesia.
La doctrina de San Juan es plenamente fiel a la tradición antigua: el fin
del hombre en la tierra es alcanzar "Perfección de la caridad y elevarse a
la dignidad de hijo de Dios por el amor"; la contemplación no es por sí
misma un fin, sino que debe conducir al amor y a la unión con Dios por el amor
y, en último término, debe llevar a la experiencia de esa unión a la que todo
está ordenado. "No hay trabajo mejor ni más necesario que el amor",
dice el santo. "Hemos sido hechos para el amor." El único instrumento
del que Dios se sirve es el amor." "Así como el Padre y e1 Hijo están
unidos por el amor, así el amor es el lazo de unión del alma con Dios".
El amor lleva a las alturas de la contemplación, pero como que amor es
producto de la fe, que es el único puente que puede salvar el abismo separa a
nuestra inteligencia de la infinitud de Dios, la fe ardiente y vívida el
principio de la experiencia mística. San Juan no se cansó nunca de inculcar esa
doctrina tradicional con su estilo maravilloso y sus ardientes palabras.
Las verdades que enseñó no deben empañarse por las prácticas que puedan
ser exageradas. Al mismo tiempo se ha de tener cuidado en discernir que es
exageración. ¿Cuál es nuestro punto de referencia?, ¿Fueron todos los santos
exagerados?, ¿Fue Jesucristo exagerado, aceptando morir en la Cruz? ¿O no será
más bien que nosotros no sabemos amar hasta el extremo?
Dios no pide lo mismo a todos. Él sabe la capacidad y el corazón de cada
uno. El amor expande el corazón y las capacidades de entrega.
Solía pedir a Dios tres cosas: que no dejase pasar un solo día de su vida
sin enviarle sufrimientos, que no le dejase morir en el cargo de superior y que
le permitiese morir en la humillación y el desprecio.
Con su confianza en Dios (llamaba a la Divina Providencia el patrimonio de
los pobres), obtuvo milagrosamente en algunos casos provisiones para sus
monasterios. Con frecuencia estaba tan absorto en Dios, que debía hacerse
violencia para atender los asuntos temporales.
Su amor de Dios hacía que su rostro brillase en muchas ocasiones, sobre
todo al volver de celebrar la misa. Su corazón era como un ascua ardiente en su
pecho, hasta el punto de que llegaba a quemarle la piel. Su experiencia en las
cosas espirituales, a la que se añadía la luz del Espíritu Santo, hacían de un
consumado maestro en materia de discreción de espíritus, de modo que no era
fácil engañarle diciéndole que algo procedía de Dios.
Juan dormía unas dos o tres horas y pasaba el resto de la noche orando
ante el Santísimo Sacramento.
Después de la muerte
de Santa Teresa, ocurrida en 1582, se hizo cada vez más pronunciada una
división entre los descalzos. San Juan apoyaba la política de moderación del
provincial, Jerónimo de Castro, en tanto que el P. Nicolás Doria, que era muy
extremoso, pretendía independizar absolutamente a los descalzos de la otra rama
de la orden.
El P. Nicolás fue elegido provincial y el capítulo general nombró a Juan
vicario de Andalucía. El santo se consagró a corregir ciertos abusos,
especialmente los que procedían del hecho de que los frailes tuviesen que salir
del monasterio a predicar. El santo opinaba que la vocación de los descalzos
era esencialmente contemplativa. Ello provocó oposición contra él.
San Juan fundó varios conventos y, al expirar su período de vicario, fue
nombrado superior de Granada. Entre tanto, la idea del P. Nicolás había ganado
mucho terreno y el capítulo general que se reunió en Madrid en 1588, obtuvo de
la Santa Sede un breve que autorizaba una separación aún más pronunciada entre
los descalzos y los mitigados. A pesar de las protestas de algunos, se privó al
venerable P. Jerónimo Gracián de toda autoridad y se nombró vicario general al
P. Doria. La provincia se dividió en seis regiones, cada una de las cuales
nombró a un consultor para ayudar al P. Gracián en el gobierno de la
congregación. San Juan fue uno de los consultores.
La innovación produjo grave descontento, sobre todo entre las religiosas.
La venerable Ana de Jesús, que era entonces superiora del convento de Madrid,
obtuvo de la Santa Sede un breve de confirmación de las constituciones, sin
consultar el asunto con el vicario general. Finalmente, se llegó a un
compromiso en ese asunto. Sin embargo, en el capítulo general de Pentecostés de
1591, San Juan habló en defensa del P. Gracián y de las religiosas.
El P. Doria, que siempre había creído que el santo estaba aliado con sus
enemigos, aprovechó la ocasión para privarle de todos sus cargos y le envió
como simple fraile al remoto convento de La Peñuela. Ahí pasó San Juan algunos
meses entregado a la meditación y la oración en las montañas, "porque
tengo menos materia de confesión cuando estoy entre las peñas que cuando estoy
entre los hombres."
Pero no todos estaban dispuestos a dejar en paz al santo, ni siquiera en
aquel rincón perdido. Siendo vicario provincial, San Juan, durante la visita al
convento de Sevilla, había llamado al orden a dos frailes y había restringido
sus licencias de salir a predicar. Por entonces, los dos frailes se sometieron
pero un consultor de la congregación recorrió toda la provincia tomando
informes sobre la vida y conducta de San Juan, lanzando acusaciones contra él,
afirmando que tenía pruebas suficientes para hacerle expulsar de la orden. Muchos
de los frailes prefirieron seguir la corriente adversa a Juan que decir la
verdad que hace justicia. Algunos llegaron hasta quemar sus cartas para no caer
en desgracia.
En medio de esa tempestad San Juan cayó enfermo. El provincial le mandó
salir del convento de Peñuela y le dio a escoger entre el de Baeza y el de Úbeda.
El primero de esos conventos estaba mejor provisto y tenía por superior a un
amigo del santo. En el otro era superior el P. Francisco, a quien San Juan
había corregido junto con el P. Diego. Ese fue el convento que escogió.
La fatiga del viaje empeoró su estado y le hizo sufrir mucho. Con gran
paciencia, se sometió a varias operaciones. El indigno superior le trató
inhumanamente, prohibió a los frailes que le visitasen, cambió al enfermero
porque le atendía con cariño, sólo le permitía comer los alimentos ordinarios y
ni siquiera le daba los que le enviaban algunas personas de fuera. Cuando el
provincial fue a Úbeda y se enteró de la situación, hizo cuanto pudo por San
Juan y reprendió tan severamente al P. Francisco, que éste abrió los ojos y se
arrepintió.
Después de tres meses
de sufrimientos muy agudos, el santo falleció el 14 de diciembre de 1591.
En su muerte no se había disipado todavía la tempestad que la ambición del
P. Nicolás y el espíritu de venganza del P. Diego habían provocado contra él en
la congregación de la que había sido cofundador y cuya vida había sido el
primero en llevar.
La muerte del santo trajo consigo la revalorización de su vida y tanto el
clero como los fieles acudieron en masa a sus funerales. Dios quiso que se
despejaran las tinieblas y se vieses su vida auténtica para edificación de
muchas almas. Sus restos fueron trasladados a Segovia, pues en dicho convento
había sido superior por última vez.
Santa Teresa había
visto en Juan un alma muy pura, a la que Dios había comunicado grandes tesoros
de luz y cuya inteligencia había sido enriquecida por el cielo. Los escritos
del santo justifican plenamente este juicio de Santa Teresa, particularmente
los poemas de la "Subida al Monte Carmelo", la "Noche Oscura del
Alma", la "Llama Viva de Amor" y el "Cántico
Espiritual", con sus respectivos comentarios. Así lo reconoció la Iglesia
en 1926, al proclamar doctor a San Juan de la Cruz por sus obras Místicas.
La doctrina de San Juan se resume en el amor del sufrimiento y el completo
abandono del alma en Dios. Ello le hizo muy duro consigo mismo; en cambio, con
los otros era bueno, amable y condescendiente. Por otra parte, el santo no
ignoraba ni temía las cosas materiales, puesto que dijo: "Las cosas
naturales son siempre hermosas; son como las migajas de la mesa del
Señor."
San Juan de la Cruz vivió la renuncia completa que predicó tan
persuasivamente. Pero a diferencia de otros menores que él, fue "libre,
como libre es el espíritu de Dios". Su objetivo no era la negación y el
vacío, sino la plenitud del amor divino y la unión sustancial del alma con
Dios. "Reunió en sí mismo la luz extática de la Sabiduría Divina con la
locura estremecida de Cristo despreciado".
Vuestro emblema fue siempre padecer y ser despreciado. ¡Oh, si pudiese yo al menos resignarme en mis tribulaciones, ya que no soy tan generoso como tú en el padecer y ser despreciado! A ti, pues, que en tantos sufrimientos fuísteis siempre paciente, resignado y gozoso, a ti me encomiendo para que me enseñéis a resignarme en mis muchas penas. Tampoco me faltan fuertes pesares y pesadas cruces, y muy a menudo cansado y desalentado me quedo..., me abato..., y caigo. Ten compasión de mí, y ayúdame a llevar con resignación y gozo mis cruces, con la mirada siempre vuelta al cielo. Os tomo por protector mío, por mi maestro y mi guía aquí en la tierra, para ser vuestro compañero en la patria del Paraíso.
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