"Ventana abierta"
Carta Pastoral del Arzobispo de Sevilla
‘Para vivir de verdad la Navidad’
Queridos hermanos y hermanas:
¡Santa y feliz Navidad! Este es mi deseo en la
víspera de la Nochebuena para todos los cristianos de la Archidiócesis. No es
para menos. El lunes, en la Misa de medianoche, la liturgia nos anunciará de
nuevo la gran noticia que hace dos mil años el ángel anunció a los
pastores: “No temáis, os traigo la Buena Nueva, una gran alegría para
todo el pueblo: en la ciudad de David os ha nacido el Salvador, el Mesías, el
Señor” (Lc 2,10-11). Y volveremos a escuchar el cántico de los
ángeles: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres
que ama el Señor”. Por ello, nos alegramos y regocijamos con la liturgia de
la Iglesia, porque con el nacimiento de Jesús «se manifiesta la
benignidad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres» (Tit
3,4). Así es en realidad. La encarnación y el nacimiento del Señor es fruto del
amor deslumbrante de Dios por la humanidad. «El Verbo, igual con el
Padre -escribe san Juan de Ávila- quiso hacer romería y pasar
por el mundo peregrino. Por amor toma ropa de paño grueso, el sayal de nuestra
humanidad» (Serm. 16).
La admiración, el estupor y la gratitud deben
ser en estos días las consecuencias naturales de la contemplación del don de la
Encarnación, gratitud en primer lugar al Padre de las misericordias, de quien
parte la iniciativa. Dios Padre se apiada del hombre perdido y se acerca a
nosotros por medio de su Verbo. Pone en Él un corazón humano y lo hace uno de
los nuestros. En Cristo el Padre se nos entrega, gesto que es tanto más de
agradecer por cuanto que esto acontece, como dice san Pablo, cuando nosotros
estábamos lejos y vivíamos de espaldas a Dios (Rom 5,8-10). Esta es la
maravilla que en estos días de Navidad contemplamos y celebramos con gratitud.
Nuestra acción de gracias deberá detenerse
también en Jesús, quien en su entrada en el mundo dirige a su Padre esta
oración filial:
«He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad» (Heb
10,5-7).
Jesús obedece al Padre para reparar la desobediencia de Adán (Hebr
5,8), obedece hasta la muerte por nosotros (Fil 2,8), con la sumisión del que
es enteramente libre. Agradezcamos al Señor en estos días su obediencia, pues
en ella está en el origen de nuestra salvación.
No olvidemos en nuestra contemplación serena y
agradecida a la tercera persona de la Santísima Trinidad, pues la Encarnación
se realizó «por obra y gracia del Espíritu Santo». Él fue la sombra
fecunda que obró el prodigio (Lc 1,35) en una especie de Pentecostés
anticipado. Por ello, llenos de gratitud, alabamos también al Espíritu Santo.
Por último, en esta Navidad hemos de acercamos
con amor filial a Santa María, la «llena de gracia» (Lc 1,28),
la esclava obediente a la Palabra de Dios (Lc 1,38).
Con María la humanidad
tiene una deuda permanente e impagable. Su fiat, su sí,
su hágase en mí según tu palabra hace posible nuestra
salvación. Con gran generosidad responde a Dios que ella es su esclava y que
desea ardientemente que se realice con su cooperación su proyecto salvador.
Nosotros admiramos con emoción su grandeza y con gratitud inmensa la alabamos
como causa de nuestra alegría.
Un nuevo modo de agradecer el nacimiento del
Señor es reconocer y respetar la dignidad del hombre, que en la encarnación
recobra toda su grandeza. En el oficio de lecturas del día de Navidad nos dirá
san León Magno que, al precio de la sangre de Cristo, Dios ha concedido al
hombre una dignidad extraordinaria: ha sido hecho partícipe de la naturaleza
divina, miembro del cuerpo místico y templo del Espíritu Santo. Cristo, pues,
descubre al hombre la grandeza de su vocación. Por ello, el misterio del hombre
sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado (GS, 22). En su
encarnación, el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre,
identificándose especialmente con el hambriento, el sediento, el desnudo, el
transeúnte y el inmigrante, el enfermo y el privado de libertad (Mt 25,31-46).
En consecuencia, agradecemos el don de la
Encarnación, cada vez que reconocemos, respetamos y defendemos la dignidad
inalienable del hombre, cuando lo valoramos como Dios lo valora y le amamos
como Dios le ama. Cuando curamos sus heridas o aliviamos su soledad, cuando
damos de comer al hambriento o cobijo a los sin techo, cuando tutelamos y
defendemos la dignidad de nuestros hermanos.
En su nacimiento el Señor se hace enteramente
solidario con nosotros. Por ello, sólo viviremos auténticamente la Navidad si
una fuerte carga de fraternidad alienta nuestras relaciones y sacude nuestra
indiferencia ante los hermanos. La cercanía a los pobres es una actitud
obligada si queremos vivir coherentemente la Navidad.
Os reitero a todos mi felicitación más cordial
¡Santas y felices Pascuas para todos los cristianos de la Archidiócesis!
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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