"Ventana abierta"
‘Para vivir de verdad
la Navidad’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla
23 diciembre 2018
Queridos hermanos y
hermanas:
¡Santa y feliz
Navidad! Este es mi deseo en la víspera de la Nochebuena para todos los
cristianos de la Archidiócesis. No es para menos. El lunes, en la Misa de
medianoche, la liturgia nos anunciará de nuevo la gran noticia que hace dos mil
años el ángel anunció a los pastores: “No temáis, os traigo la Buena Nueva, una gran alegría para todo
el pueblo: en la ciudad de David os ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc
2,10-11). Y volveremos a escuchar el cántico de los ángeles: “Gloria a Dios en el cielo y en
la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Por ello, nos
alegramos y regocijamos con la liturgia de la Iglesia, porque con el nacimiento
de Jesús «se
manifiesta la benignidad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres» (Tit
3,4). Así es en realidad. La encarnación y el nacimiento del Señor es fruto del
amor deslumbrante de Dios por la humanidad. «El Verbo, igual con el Padre -escribe san Juan
de Ávila- quiso
hacer romería y pasar por el mundo peregrino. Por amor toma ropa de paño
grueso, el sayal de nuestra humanidad» (Serm. 16).
La admiración, el estupor y la
gratitud deben ser en estos días las consecuencias naturales de la
contemplación del don de la Encarnación, gratitud en primer lugar al Padre de
las misericordias, de quien parte la iniciativa. Dios Padre se apiada del
hombre perdido y se acerca a nosotros por medio de su Verbo. Pone en Él un
corazón humano y lo hace uno de los nuestros. En Cristo el Padre se nos
entrega, gesto que es tanto más de agradecer por cuanto que esto acontece, como
dice san Pablo, cuando nosotros estábamos lejos y vivíamos de espaldas a Dios
(Rom 5,8-10). Esta es la maravilla que en estos días de Navidad contemplamos y
celebramos con gratitud.
Nuestra acción de gracias
deberá detenerse también en Jesús, quien en su entrada en el mundo dirige a su
Padre esta oración filial: «He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad» (Heb
10,5-7). Jesús obedece al Padre para reparar la desobediencia de Adán (Hebr
5,8), obedece hasta la muerte por nosotros (Fil 2,8), con la sumisión del que
es enteramente libre. Agradezcamos al Señor en estos días su obediencia, pues
en ella está en el origen de nuestra salvación.
No olvidemos en nuestra
contemplación serena y agradecida a la tercera persona de la Santísima
Trinidad, pues la Encarnación se realizó «por obra y gracia del Espíritu Santo». Él fue la
sombra fecunda que obró el prodigio (Lc 1,35) en una especie de Pentecostés
anticipado. Por ello, llenos de gratitud, alabamos también al Espíritu Santo.
Por último, en esta Navidad
hemos de acercamos con amor filial a Santa María, la «llena de gracia» (Lc 1,28), la esclava obediente
a la Palabra de Dios (Lc 1,38). Con María la humanidad tiene una deuda
permanente e impagable. Su fiat, su sí, su hágase en mí según tu palabra hace posible
nuestra salvación. Con gran generosidad responde a Dios que ella es su esclava
y que desea ardientemente que se realice con su cooperación su proyecto
salvador. Nosotros admiramos con emoción su grandeza y con gratitud inmensa la
alabamos como causa de nuestra alegría.
Un nuevo modo de agradecer el
nacimiento del Señor es reconocer y respetar la dignidad del hombre, que en la
encarnación recobra toda su grandeza. En el oficio de lecturas del día de
Navidad nos dirá san León Magno que, al precio de la sangre de Cristo, Dios ha
concedido al hombre una dignidad extraordinaria: ha sido hecho partícipe de la
naturaleza divina, miembro del cuerpo místico y templo del Espíritu Santo.
Cristo, pues, descubre al hombre la grandeza de su vocación. Por ello, el
misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado (GS,
22). En su encarnación, el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo
hombre, identificándose especialmente con el hambriento, el sediento, el desnudo,
el transeúnte y el inmigrante, el enfermo y el privado de libertad (Mt
25,31-46).
En consecuencia, agradecemos
el don de la Encarnación, cada vez que reconocemos, respetamos y defendemos la
dignidad inalienable del hombre, cuando lo valoramos como Dios lo valora y le
amamos como Dios le ama. Cuando curamos sus heridas o aliviamos su soledad,
cuando damos de comer al hambriento o cobijo a los sin techo, cuando tutelamos
y defendemos la dignidad de nuestros hermanos.
En su nacimiento el Señor se
hace enteramente solidario con nosotros. Por ello, sólo viviremos
auténticamente la Navidad si una fuerte carga de fraternidad alienta nuestras
relaciones y sacude nuestra indiferencia ante los hermanos. La cercanía a los
pobres es una actitud obligada si queremos vivir coherentemente la Navidad.
Os reitero a todos mi
felicitación más cordial ¡Santas y felices Pascuas para todos los cristianos de
la Archidiócesis!
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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