"Ventana abierta"
Santa Teresa de Ávila
aciprensa
Teresa nació en Ávila
el 28 de marzo de 1515. A los dieciocho años, entra en el Carmelo. A los
cuarenta y cinco años, para responder a las gracias extraordinarias del Señor,
emprende una nueva vida cuya divisa será: «O sufrir o morir». Es entonces
cuando funda el convento de San José de Ávila, primero de los quince Carmelos
que establecerá en España.
Con San Juan de la Cruz, introdujo la gran reforma
carmelitana. Sus escritos son un modelo seguro en los caminos de la plegaria y
de la perfección. Murió en Alba de Tormes, al anochecer del 4 de octubre de
1582. Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia el 27 de septiembre de 1970.
Se cree que la palabra "Teresa" viene de la palabra griega
"teriso" que se traduce por "cultivar"; cultivadora. O de
la palabra "terao" que significa "cazar", "la
cazadora". Como bien dice el Padre Sálesman en su biografía, ambos títulos
le quedan bien a Santa Teresa, por ser ella "Cultivadora" de las
virtudes y "cazadora" de almas para llevarlas al cielo.
Sus padres eran
Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila y Ahumada. La santa habla de ellos
con gran cariño. Alonso Sánchez tuvo tres hijos de su primer matrimonio, y
Beatriz de Ahumada le dio otros nueve. Al referirse a sus hermanos y medios
hermanos, Santa Teresa escribe: "por la gracia de Dios, todos se asemejan
en la virtud a mis padres, excepto yo".
Teresa nació en la ciudad castellana de Ávila, el 28 de marzo de 1515. A
los siete años, tenía ya gran predilección por la lectura de las vidas de
santos. Su hermano Rodrigo era casi de su misma edad de suerte que
acostumbraban jugar juntos. Los dos niños, eran muy impresionados por el
pensamiento de la eternidad, admiraban las victorias de los santos al
conquistar la gloria eterna y repetían incansablemente: "Gozarán de Dios
para siempre, para siempre, para siempre".
Teresa y su hermano consideraban que los mártires habían comprado la
gloria a un precio muy bajo y resolvieron partir al país de los moros con la
esperanza de morir por la fe. Así pues, partieron de su casa a escondidas,
rogando a Dios que les permitiese dar la vida por Cristo; pero en Adaja se
toparon con uno de sus tíos, quien los devolvió a los brazos de su afligida madre.
Cuando ésta los reprendió, Rodrigo echó la culpa a su hermana.
En vista del fracaso de sus proyectos, Teresa y Rodrigo decidieron vivir
como ermitaños en su propia casa y empezaron a construir una celda en el
jardín, aunque nunca llegaron a terminarla. Teresa amaba desde entonces la
soledad. En su habitación tenía un cuadro que representaba al Salvador que
hablaba con la Samaritana y solía repetir frente a esa imagen: "Señor,
dame de beber para que no vuelva a tener sed".
La madre de Teresa murió cuando ésta tenía catorce años. "En cuanto
empecé a caer en la cuenta de la pérdida que había sufrido, comencé a
entristecerme sobremanera; entonces me dirigí a una imagen de Nuestra Señora y
le rogué con muchas lágrimas que me tomase por hija suya".
Por aquella época, Teresa y Rodrigo empezaron a leer novelas de
caballerías y aun trataron de escribir una. La santa confiesa en su
"Autobiografía": "Esos libros no dejaron de enfriar mis buenos
deseos y me hicieron caer insensiblemente en otras faltas. Las novelas de
caballerías me gustaban tanto, que no estaba yo contenta cuando no tenía una
entre las manos. Poco a poco empecé a interesarme por la moda, a tomar gusto en
vestirme bien, a preocuparme mucho del cuidado de mis manos, a usar perfumes y
a emplear todas las vanidades que el mundo aconsejaba a las personas de mi
condición". El cambio que paulatinamente se operaba en Teresa, no dejó de
preocupar a su padre, quien la envió, a los quince años de edad a educarse en
el convento de las agustinas de Ávila, en el que solían estudiar las jóvenes de
su clase.
Su prudencia,
amabilidad y caridad, a las que añadía un gran encanto personal, le ganaron la
estima de todos los que la rodeaban. Según la reprobable costumbre de los
conventos españoles de la época, las religiosas podían recibir a cuantos
visitantes querían, y Teresa pasaba gran parte de su tiempo charlando en el
recibidor del convento. Eso la llevó a descuidar la oración mental y el demonio
contribuyó, al inculcarle la íntima convicción, bajo capa de humildad, de que
su vida disipada la hacía indigna de conversar familiarmente con Dios. Además,
la santa se decía para tranquilizarse, que no había ningún peligro de pecado en
hacer lo mismo que tantas otras religiosas mejores que ella y justificaba su
descuido de la oración mental, diciéndose que sus enfermedades le impedían
meditar. Sin embargo, añade la santa, "el pretexto de mi debilidad
corporal no era suficiente para justificar el abandono de un bien tan grande,
en el que el amor y la costumbre son más importantes que las fuerzas. En medio
de las peores enfermedades puede hacerse la mejor oración, y es un error pensar
que sólo se puede orar en la soledad".
Poco después de la muerte de su padre, el confesor de Teresa le hizo ver
el peligro en que se hallaba su alma y le aconsejó que volviese a la práctica
de la oración. La santa no la abandonó jamás desde entonces. Sin embargo, no se
decidía aún a entregarse totalmente a Dios ni a renunciar del todo a las horas
que pasaba en el recibidor y al intercambio de regalillos. Es curioso notar
que, en todos esos años de indecisión en el servicio de Dios, Santa Teresa no
se cansaba jamás de oír sermones "por malos que fuesen"; pero el
tiempo que empleaba en la oración "se le iba en desear que los minutos pasasen
pronto y que la campana anunciase el fin de la meditación, en vez de
reflexionar en las cosas santas".
Convencida cada vez
más de su indignidad, Teresa invocaba con frecuencia a los grandes santos
penitentes, San Agustín y Santa María Magdalena, con quienes están asociados
dos hechos que fueron decisivos en la vida de la santa. El primero, fue la
lectura de las "Confesiones" de San Agustín.
El segundo fue un
llamamiento a la penitencia que la santa experimentó ante una imagen de la
Pasión del Señor: "Sentí que Santa María Magdalena acudía en mi ayuda . .
. y desde entonces he progresado mucho en la vida espiritual".
A la santa le atraían más los Cristos ensangrentados y manifestando
profunda agonía. En una ocasión, al detenerse ante un crucifijo muy sangrante
le preguntó: "Señor, ¿quién te puso así?, y le pareció que una voz le
decía: "Tus charlas en la sala de visitas, esas fueron las que me pusieron
así, Teresa". Ella se echó a llorar y quedó terriblemente impresionada.
Pero desde ese día ya no vuelve a perder tiempo en charlas inútiles y en
amistades que no llevan a la santidad.
Una vez que Teresa se retiró de las conversaciones del recibidor y de
otras ocasiones de disipación y de faltas (los santos son capaces de ver sus
faltas), Dios empezó a favorecerla frecuentemente con la oración de quietud y
de unión. La oración de unión ocupó un largo periodo de su vida, con el gozo y
el amor que le son característicos, y Dios empezó a visitarla con visiones y
comunicaciones interiores. Ello la inquietó, porque había oído hablar con
frecuencia de ciertas mujeres a las que el demonio había engañado
miserablemente con visiones imaginarias. Aunque estaba persuadida de que sus
visiones procedían de Dios, su perplejidad la llevó a consultar el asunto con
varias personas; desgraciadamente no todas esas personas guardaron el secreto
al que estaban obligadas, y la noticia de las visiones de Teresa empezó a
divulgarse para gran confusión suya.
Una de las personas a las que consultó Teresa fue Francisco de Salcedo, un
hombre casado que era un modelo de virtud. Este la presentó al Padre Daza,
doctor tenido por muy virtuoso, quien dictaminó que Teresa era víctima de los
engaños del demonio, ya que era imposible que Dios concediese favores tan
extraordinarios a una religiosa tan imperfecta como ella pretendía ser. Teresa
quedó alarmada e insatisfecha. Francisco de Salcedo, a quien la propia santa
afirma que debía su salvación, la animó en sus momentos de desaliento y le
aconsejó que acudiese a uno de los padres de la recién fundada Compañía de
Jesús. La santa hizo una confesión general con un jesuita, a quien expuso su
manera de orar y los favores que había recibido. El jesuita le aseguró que se
trataba de gracia de Dios, pero la exhortó a no descuidar el verdadero
fundamento de la vida interior. Aunque el confesor de Teresa estaba convencido
de que sus visiones procedían de Dios, le ordenó que tratase de resistir
durante dos meses a esas gracias. La resistencia de la santa fue en vano.
Otro jesuita, el P. Baltasar Alvarez, le aconsejó que pidiese a Dios ayuda
para hacer siempre lo que fuese más agradable a sus ojos y que, con ese fin,
recitase diariamente el "Veni Creator Spiritus". Así lo hizo Teresa.
Un día, precisamente cuando repetía el himno, fue arrebatada en éxtasis y oyó
en el interior de su alma estas palabras: "No quiero que converses con los
hombres sino con los ángeles".
…Ella dirá después: "El Espíritu Santo como fuerte huracán hace
adelantar más en una hora la navecilla de nuestra alma hacia la santidad, que
lo que nosotros habíamos conseguido en meses y años remando con nuestras solas
fuerzas".
La santa, que tuvo en su vida posterior repetidas experiencias de palabras
divinas afirma que son más claras y distintas que las humanas; dice también que
las primeras son operativas, ya que producen en el alma una tendencia a la
virtud y la dejan llena de gozo y de paz, convencida de la verdad de lo que ha
escuchado.
En la época en que el
P. Alvarez fue su director, Teresa sufrió graves persecuciones, que duraron
tres años; además, durante dos años, atravesó por un periodo de intensa
desolación espiritual, aliviado por momentos de luz y consuelo extraordinarios.
La santa quería que los favores que Dios le concedía, permaneciesen secretos,
pero las personas que la rodeaban estaban perfectamente al tanto y, en más de
una ocasión, la acusaron de hipocresía y presunción.
El P. Alvarez era un hombre bueno y timorato, que no tuvo el valor
suficiente para salir en defensa de su dirigida, aunque siguió confesándola.
Lamentablemente, los mediocres siempre son la mayoría. Estos se molestan ante
la auténtica santidad porque no saben cómo lidiar con las intervenciones
sobrenaturales por claras que sean. Prefieren descartarlas o ignorarlas,
asumiendo que son producto de la exageración o el desequilibrio. Para
justificar su posición apelan a las verdaderas exageraciones y desequilibrios y
agrupan lo auténtico con lo falso. En otras palabras, carecen de discernimiento
espiritual.
En 1557, San Pedro de Alcántara pasó por Ávila y, naturalmente, fue a
visitar a la famosa carmelita. El santo declaró que le parecía evidente que el
Espíritu de Dios guiaba a Teresa, pero predijo que las persecuciones y
sufrimientos seguirían lloviendo sobre ella. Las pruebas que Dios le enviaba
purificaron el alma de la santa, y los favores extraordinarios le enseñaron a
ser humilde y fuerte, la despegaron de las cosas del mundo y la encendieron en
el deseo de poseer a Dios.
En algunos de sus éxtasis, de los que nos dejó la santa una descripción
detallada, se elevaba hasta un metro. Después de una de aquellas visiones
escribió la bella poesía que dice: "Tan alta vida espero que muero porque
no muero". A este propósito, comenta Teresa: Dios "no parece
contentarse con arrebatar el alma a Sí, sino que levanta también este cuerpo
mortal, manchado con el barro asqueroso de nuestros pecados". En esos
éxtasis se manifestaban la grandeza y bondad de Dios, el exceso de su amor y la
dulzura de su servicio en forma sensible, y el alma de Teresa lo comprendía con
claridad, aunque era incapaz de expresarlo. El deseo del cielo que dejaban las
visiones en su alma era inefable. "Desde entonces, dejé de tener miedo a
la muerte, cosa que antes me atormentaba mucho". Las experiencias místicas
de la santa llegaron a las alturas de los esponsales espirituales, el
matrimonio místico y la transverberación.
Santa Teresa nos dejó el siguiente relato sobre el fenómeno de la
transverberación: "Vi a mi lado a un ángel que se hallaba a mi izquierda,
en forma humana. Confieso que no estoy acostumbrada a ver tales cosas, excepto
en muy raras ocasiones. Aunque con frecuencia me acontece ver a los ángeles, se
trata de visiones intelectuales, como las que he referido más arriba . . . El
ángel era de corta estatura y muy hermoso; su rostro estaba encendido como si
fuese uno de los ángeles más altos que son todo fuego. Debía ser uno de los que
llamamos querubines . . . Llevaba en la mano una larga espada de oro, cuya
punta parecía un ascua encendida. Me parecía que por momentos hundía la espada
en mi corazón y me traspasaba las entrañas y, cuando sacaba la espada, me
parecía que las entrañas se me escapaban con ella y me sentía arder en el más
grande amor de Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía gemir, pero al
mismo tiempo, la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan extraordinaria,
que no hubiese yo querido verme libre de ella.
El anhelo de Teresa de morir pronto para unirse con Dios, estaba templado
por el deseo que la inflamaba de sufrir por su amor. A este propósito escribió:
"La única razón que encuentro para vivir, es sufrir y eso es lo único que
pido para mí". Según reveló la autopsia en el cadáver de la santa, había
en su corazón la cicatriz de una herida larga y profunda.
El año siguiente (1560), para corresponder a esa gracia, la santa hizo el voto
de hacer siempre lo que le pareciese más perfecto y agradable a Dios. Un voto
de esa naturaleza está tan por encima de las fuerzas naturales, que sólo el
esforzarse por cumplirlo puede justificarlo. Santa Teresa cumplió perfectamente
su voto.
El relato que la
santa nos dejó en su "Autobiografía" sobre sus visiones y
experiencias espirituales da muestra de una extraordinaria sencillez de estilo
y de una preocupación constante por no exagerar los hechos. La Iglesia califica
de "celestial" la doctrina de Santa Teresa, en la oración del día de
su fiesta. Las obras de la mística Doctora" ponen al descubierto los rincones
más recónditos del alma humana. La santa explica con una claridad casi
increíble las experiencias más inefables. Y debe hacerse notar que Teresa era
una mujer relativamente inculta, que escribió sus experiencias en la común
lengua castellana de los habitantes de Ávila, que ella había aprendido "en
el regazo de su madre"; una mujer que escribió sin valerse de otros
libros, sin haber estudiado previamente las obras místicas y sin tener ganas de
escribir, porque ello le impedía dedicarse a hilar; una mujer, en fin, que sometió
sin reservas sus escritos al juicio de su confesor y sobre todo, al juicio de
la Iglesia. La santa empezó a escribir su autobiografía por mandato de su
confesor" "La obediencia se prueba de diferentes maneras".
Por otra parte, el mejor comentario de las obras de la santa es la
paciencia con que sobrellevó las enfermedades, las acusaciones y los
desengaños; la confianza absoluta con que acudía en todas las tormentas y
dificultades al Redentor crucificado y el invencible valor que demostró en
todas las penas y persecuciones. Los escritos de Santa Teresa subrayan sobre
todo el espíritu de oración, la manera de practicarlo y los frutos que produce.
Como la santa escribió precisamente en la época en que estaba consagrada a la
difícil tarea de fundar conventos de carmelitas reformadas, sus obras,
prescindiendo de su naturaleza y contenido, dan testimonio de su vigor,
industriosidad y capacidad de recogimiento.
Santa Teresa escribió el "Camino de Perfección" para dirigir a
sus religiosas, y el libro de las "Fundaciones" para edificarlas y
alentarlas. En cuanto al "Castillo Interior", puede considerarse que
lo escribió para instrucción de todos los cristianos, y en esa obra se muestra
la santa como verdadera doctora de la vida espiritual.
Las carmelitas, como
la mayoría de las religiosas, habían decaído mucho del primer fervor, a
principios del siglo XVI. Ya hemos visto que los recibidores de los conventos
de Ávila eran una especie de centro de reunión de las damas y caballeros de la
ciudad. Por otra parte, las religiosas podían salir de la clausura con el menor
pretexto, de suerte que el convento era el sitio ideal para quien deseaba una
vida fácil y sin problemas. Las comunidades eran sumamente numerosas, lo cual
era a la vez causa y efecto de la relajación.
Por ejemplo, en el convento de
Ávila había 140 religiosas.
Santa Teresa comenta más tarde: "La experiencia me ha enseñado lo que
es una casa llena de mujeres. ¡Dios nos guarde de ese mal!" Ya que tal
estado de cosas se aceptaba como normal, las religiosas no caían generalmente
en la cuenta de que su modo de vida se apartaba mucho del espíritu de sus
fundadores. Así, cuando una sobrina de Santa Teresa, que era también religiosa
en el convento de la Encarnación de Ávila, le sugirió la idea de fundar una
comunidad reducida, la santa la consideró como una especie de revelación del
cielo, no como una idea ordinaria. Teresa, que llevaba ya veinticinco años en
el convento, resolvió poner en práctica la idea y fundar un convento reformado.
Doña Guiomar de Ulloa, que era una viuda muy rica, le ofreció ayuda generosa
para la empresa.
San Pedro de Alcántara, San Luis Beltrán y el obispo de Ávila, aprobaron
el proyecto, y el P. Gregorio Fernández, provincial de las carmelitas, autorizó
a Teresa a ponerlo en práctica. Sin embargo, el revuelo que provocó la
ejecución del proyecto hizo que el provincial retirase el permiso y Santa
Teresa fue objeto de las críticas de sus propias hermanas, de los nobles, de
los magistrados y de todo el pueblo. A pesar de eso, el P. Ibañez, dominico,
alentó a la santa a proseguir la empresa con la ayuda de Doña Guiomar. Doña
Juana de Ahumada, hermana de Santa Teresa, emprendió con su esposo la
construcción de un convento en Ávila en 1561, pero haciendo creer a todos que
se trataba de una casa en la que pensaban habitar. En el curso de la
construcción, una pared del futuro convento se derrumbó y cubrió bajo los
escombros al pequeño Gonzalo, hijo de Doña Juana, que se hallaba ahí jugando.
Santa Teresa tomó en brazos al niño, que no daba ya señales de vida, y se puso
en oración; algunos minutos más tarde, el niño estaba perfectamente sano, según
consta en el proceso de canonización. En lo sucesivo, Gonzalo solía repetir a
su tía que estaba obligada a pedir por su salvación, puesto que a sus oraciones
debía el verse privado del cielo.
Por entonces, llegó de Roma un breve que autorizaba la fundación del nuevo
convento. San Pedro de Alcántara, Don Francisco de Salcedo y el Dr. Daza,
consiguieron ganar al obispo a la causa, y la nueva casa se inauguró bajo sus
auspicios el día de San Bartolomé de 1562. Durante la misa que se celebró en la
capilla con tal ocasión, tomaron el velo la sobrina de la santa y otras tres
novicias.
La inauguración causó gran revuelo en Ávila. Esa misma tarde, la superiora
del convento de la Encarnación mandó llamar a Teresa y la santa acudió con
cierto temor, "pensando que iban a encarcelarme". Naturalmente tuvo
que explicar su conducta a su superiora y al P. Angel de Salazar, provincial de
la orden. Aunque la santa reconoce que no faltaba razón a sus superiores para
estar disgustados, el P. Salazar le prometió que podría retornar al convento de
San José en cuanto se calmase la excitación del pueblo.
La fundación no era bien vista en Ávila, porque las gentes desconfiaban de
las novedades y temían que un convento sin fondos suficientes se convirtiese en
una carga demasiado pesada para la ciudad. El alcalde y los magistrados
hubiesen acabado por mandar demoler el convento, si no los hubiese disuadido de
ello el dominico Báñez. Por su parte, Santa Teresa no perdió la paz en medio de
las persecuciones y siguió encomendando a Dios el asunto; el Señor se le
apareció y la reconfortó.
Entre tanto, Francisco de Salcedo y otros partidarios de la fundación
enviaron a la corte a un sacerdote para que defendiese la causa ante el rey, y
los dos dominicos, Báñez e Ibáñez, calmaron al obispo y al provincial. Poco a
poco fue desvaneciéndose la tempestad y, cuatro meses más tarde, el P. Salazar
dio permiso a Santa Teresa de volver al convento de San José, con otras cuatro
religiosas de la Encarnación.
La santa estableció
la más estricta clausura y el silencio casi perpetuo. El convento carecía de
rentas y reinaba en él la mayor pobreza; Las religiosas vestían toscos hábitos,
usaban sandalias en vez de zapatos (por ello se les llamó
"descalzas") y estaban obligadas a la perpetua abstinencia de carne.
Santa Teresa no admitió al principio más que a trece religiosas, pero más
tarde, en los conventos que no vivían sólo de limosnas sino que poseían rentas,
aceptó que hubiese veintiuna.
Teresa, la gran mística, no descuidaba las cosas prácticas sino que las
atendía según era necesario. Sabía utilizar las cosas materiales para el
servicio de Dios. En una ocasión dijo: "Teresa sin la gracia de Dios es
una pobre mujer; con la gracia de Dios, una fuerza; con la gracia de Dios y
mucho dinero, una potencia".
En 1567, el superior general de los carmelitas, Juan Bautista Rubio
(Rossi), visitó el convento de Ávila y quedó encantado de la superiora y de su
sabio gobierno; concedió a Santa Teresa plenos poderes para fundar otros
conventos del mismo tipo (a pesar de que el de San José había sido fundado sin
que él lo supiese) y aun la autorizó a fundar dos conventos de frailes
reformados ("carmelitas contemplativos"), en Castilla.
Santa Teresa pasó cinco años con sus trece religiosas en el convento de
san José, precediendo a sus hijas no sólo en la oración, sino también en los
trabajos humildes, como la limpieza de la casa y el hilado. Acerca de esa época
escribió: "Creo que fueron los años más tranquilos y apacibles de mi vida,
pues disfruté entonces de la paz que tanto había deseado mi alma . . . Su
Divina Majestad nos enviaba lo necesario para vivir sin que tuviésemos
necesidad de pedirlo, y en las raras ocasiones en que nos veíamos en necesidad,
el gozo de nuestras almas era todavía mayor".
La santa no se contenta con generalidades, sino que desciende a ejemplos
menudos, como el de la religiosa que plantó horizontalmente un pepino por
obediencia y la cañería que llevó al convento el agua de un pozo que, según los
plomeros, era demasiado bajo.
En agosto de 1567, Santa Teresa se trasladó a Medina del Campo, donde
fundó el segundo convento, a pesar de las múltiples dificultades que surgieron.
A petición de la condesa de la Cerda se fundó un convento en Malagón. Después
siguieron los de Valladolid y Toledo. Esta última fue una empresa especialmente
difícil porque la santa sólo tenía cinco ducados al comenzar; pero, según
escribía, "Teresa y cinco ducados no son nada; pero Dios, Teresa y cinco
ducados bastan y sobran".
Una joven de Toledo, que gozaba de gran fama de virtud, pidió ser admitida
en el convento y dijo a la fundadora que traería consigo su Biblia. Teresa
exclamó: "¿Vuestra Biblia? ¡Dios nos guarde! No entréis en nuestro
convento, porque nosotras somos unas pobres mujeres que sólo sabemos hilar y
hacer lo que se nos dice". No es que la santa rechazare la Biblia, sino
que supo descubrir que esta se habría convertido en un pretexto para faltar en
humildad.
La reforma de los religiosos carmelitas
La santa había
encontrado en Medina del Campo a dos frailes carmelitas que estaban dispuestos
a abrazar la reforma: uno era Antonio de Jesús de Heredia, superior del
convento de dicha ciudad y el otro, Juan de Yepes, más conocido con el nombre
de San Juan de la Cruz.
Aprovechando la primera oportunidad que se le ofreció, Santa Teresa fundó
un convento de frailes en el pueblecito de Duruelo en 1568; a este siguió, en
1569, el convento de Pastrana. En ambos reinaba la mayor pobreza y austeridad.
Santa Teresa dejó el resto de las fundaciones de conventos de frailes a cargo
de San Juan de la Cruz.
La santa fundó también en Pastrana un convento de carmelitas descalzas.
Cuando murió Don Ruy Gómez de Silva, quien había ayudado a Teresa en la
fundación de los conventos de Pastrana, su mujer quiso hacerse carmelita, pero
exigiendo numerosas dispensas de la regla y conservando el tren de vida de una
princesa. Teresa, viendo que era imposible reducirla a la humanidad propia de
su profesión, ordenó a sus religiosas que se trasladasen a Segovia y dejasen a
la princesa su casa de Pastrana.
En 1570, la santa, con otra religiosa, tomó posesión en Salamanca de una
casa que hasta entonces había estado ocupada por ciertos estudiantes "que
se preocupaban muy poco de la limpieza". Era un edificio grande,
complicado y ruinoso, de suerte que al caer la noche la compañera de la santa
empezó a ponerse muy nerviosa. Cuando se hallaban ya acostadas en sendos
montones de paja ("lo primero que llevaba yo a un nuevo monasterio era un
poco de paja para que nos sirviese de lecho"), Teresa preguntó a su
compañera en qué pensaba. La religiosa respondió: "Estaba yo pensando en
qué haría su reverencia si muriese yo en este momento y su reverencia quedase
sola con un cadáver". La santa confiesa que la idea la sobresaltó, porque,
aunque no tenía miedo de los cadáveres, la vista de ellos le producía siempre
"un dolor en el corazón". Sin embargo, respondió simplemente:
"Cuando eso suceda, ya tendré tiempo de pensar lo que haré, por el momento
lo mejor es dormir".
En julio de ese año, mientras se hallaba haciendo oración, tuvo una visión
del martirio de los beatos jesuitas Ignacio de Azevedo y sus compañeros, entre
los que se contaba su pariente Francisco Pérez Godoy. La visión fue tan clara,
que Teresa tenía la impresión de haber presenciado directamente la escena, e
inmediatamente la describió detalladamente al P. Alvarez, quien un mes más
tarde, cuando las nuevas del martirio llegaron a España, pudo comprobar la
exactitud de la visión de la santa.
Por entonces, San Pío V nombró a varios visitadores apostólicos para que
hiciesen una investigación sobre la relajación de las diversas órdenes
religiosas, con miras a la reforma. El visitador de los carmelitas de Castilla
fue un dominico muy conocido, el P. Pedro Fernández. El efecto que le produjo
el convento de La Encarnación de Ávila fue muy malo, e inmediatamente mandó
llamar a Santa Teresa para nombrarla superiora del mismo. La tarea era
particularmente desagradable para la santa, tanto porque tenía que separarse de
sus hijas, como por la dificultad de dirigir una comunidad que, desde el
principio, había visto con recelo sus actividades de reformadora.
Al principio, las religiosas se negaron a obedecer a la nueva superiora,
cuya sola presencia producía ataques de histeria en algunas. La santa comenzó
por explicarles que su misión no consistía en instruirlas y guiarlas con el
látigo en la mano, sino en servirlas y aprender de ellas: "Madres y
hermanas mías, el Señor me ha enviado aquí por la voz de la obediencia a
desempeñar un oficio en el que yo jamás había pensado y para el que me siento
muy mal preparada . . . Mi única intención es serviros . . . No temáis mi
gobierno. Aunque he vivido largo tiempo entre las carmelitas descalzas y he
sido su superiora, sé también, por la misericordia del Señor, cómo gobernar las
carmelitas calzadas". De esta manera se ganó la simpatía y el afecto de la
comunidad y le fue menos difícil restablecer la disciplina entre las carmelitas
calzadas, de acuerdo con sus constituciones. Poco a poco prohibió completamente
las visitas demasiado frecuentes (lo cual molestó mucho a ciertos caballeros de
Ávila), puso en orden las finanzas del convento e introdujo el verdadero
espíritu del claustro. En resumen, fue aquella una realización
característicamente teresiana.
En Veas, a donde había ido a fundar un convento, la santa conoció al P.
Jerónimo Gracián, quien la convenció fácilmente para que extendiese su campo de
acción hasta Sevilla. El P. Gracián era un fraile de la reforma carmelita que
acababa precisamente de predicar la cuaresma en Sevilla.
Fuera de la fundación del convento de San José de Ávila, ninguna otra fue
más difícil que la de Sevilla; entre otras dificultades, una novicia que había
sido despedida, denunció a las carmelitas descalzas ante la Inquisición como
"iluminadas" y otras cosas peores.
Los carmelitas de
Italia veían con malos ojos el progreso de la reforma en España, lo mismo que
los carmelitas no reformados de España, pues comprendían que un día u otro se
verían obligados a reformarse. El P. Rubio, superior general de la orden, quien
hasta entonces había favorecido a santa Teresa, se pasó al lado de sus enemigos
y reunió en Plasencia un capítulo general que aprobó una serie de decretos
contra la reforma. El nuevo nuncio apostólico, Felipe de Sega, destituyó al P.
Gracián de su cargo de visitador de los carmelitas descalzos y encarceló a San
Juan de la Cruz en un monasterio; por otra parte, ordenó a Santa Teresa que se
retirase al convento que ella eligiera y que se abstuviese de fundar otros
nuevos.
La santa, al mismo tiempo que encomendaba el asunto a Dios, decidió
valerse de los amigos que tenía en el mundo y consiguió que el propio Felipe II
interviniese en su favor. En efecto, el monarca convocó al nuncio y le
reprendió severamente por haberse opuesto a la reforma del Carmelo.
En 1580 obtuvo de Roma una orden que eximía a los carmelitas descalzos de
la jurisdicción del provincial de los calzados. "Esa separación fue uno de
los mayores gozos y consolaciones de mi vida, pues en aquellos veinticinco años
nuestra orden había sufrido más persecuciones y pruebas de las que yo podría
escribir en un libro. Ahora estábamos por fin en paz, calzados y descalzos, y
nada iba a distraernos del servicio de Dios".
Indudablemente Santa Teresa era una mujer excepcionalmente dotada. Su
bondad natural, su ternura de corazón y su imaginación chispeante de gracia,
equilibradas por una extraordinaria madurez de juicio y una profunda intuición,
le ganaban generalmente el cariño y el respeto de todos. Razón tenía el poeta
Crashaw al referirse a Santa Teresa bajo los símbolos aparentemente opuestos de
"el águila" y "la paloma". Cuando le parecía necesario, la
santa sabía hacer frente a las más altas autoridades civiles o eclesiásticas, y
los ataques del mundo no le hacían doblar la cabeza. Las palabras que dirigió
al P. Salazar: "Guardaos de oponeros al Espíritu Santo", no fueron el
reto de una histérica sino la verdad. Y no fue un abuso de autoridad lo que la
movió a tratar con dureza implacable a una superiora que se había incapacitado
a fuerza de hacer penitencia. Pero el águila no mata a la paloma, como puede
verse por la carta que escribió a un sobrino suyo que llevaba una vida alegre y
disipada: "Bendito sea Dios porque os ha guiado en la elección de una
mujer tan buena y ha hecho que os caséis pronto, pues habíais empezado a
disiparos desde tan joven, que temíamos mucho por vos. Esto os mostrará el amor
que os profeso". La santa tomó a su cargo a la hija ilegítima y a la
hermana del joven, la cual tenía entonces siete años: "Las religiosas
deberíamos tener siempre con nosotras a una niña de esa edad".
El ingenio y la
franqueza de Teresa jamás sobrepasaban la medida, ni siquiera cuando los
empleaba como un arma. En cierta ocasión en que un caballero indiscreto alabó
la belleza de sus pies descalzos, Teresa se echó a reír y le dijo que los
mirase bien porque jamás volvería a verlos. Los famosos dichos "Bien
sabéis lo que es una comunidad de mujeres" e "Hijas mías, estas son
tonterías de mujeres", demuestran el realismo con que la santa consideraba
a sus súbditas.
Criticando un escrito de su buen amigo Francisco de Salcedo, Teresa le
escribía: "El señor Salcedo repite constantemente: 'Como dice el Espíritu
Santo', y termina declarando que su obra es una serie de necedades. Me parece que
voy a denunciarle a la Inquisición".
La intuición de Santa Teresa se manifestaba sobre todo en la elección de
las novicias. Lo primero que exigía, aun antes que la piedad, era que fuesen
inteligentes, es decir, equilibradas y maduras, porque sabía que es más fácil
adquirir la piedad que la madurez de juicio. "Una persona inteligente es
sencilla y sumisa, porque ve sus faltas y comprende que tiene necesidad de un
guía. Una persona tonta y estrecha es incapaz de ver sus faltas, aunque se las
pongan delante de los ojos; y como está satisfecha de sí misma, jamás se
mejora".
"Aunque el Señor diese a esta joven los dones de la devoción
y la contemplación, jamás llegará a ser inteligente, de suerte que será siempre
una carga para la comunidad". ¡Que Dios nos guarde de las monjas
tontas!".
En 1580, cuando se
llevó a cabo la separación de las dos ramas del Carmelo, Santa Teresa tenía ya
sesenta y cinco años y su salud estaba muy debilitada. En los dos últimos años
de su vida fundó otros dos conventos, lo cual hacía un total de diecisiete. Las
fundaciones de la santa no eran simplemente un refugio de las almas
contemplativas, sino también una especie de reparación de los destrozos
llevados a cabo en los monasterios por el protestantismo, principalmente en
Inglaterra y Alemania.
Dios tenía reservada para los últimos años de vida de su sierva, la prueba
cruel de que interviniera en el proceso legal del testamento de su hermano
Lorenzo, cuya hija era superiora en el convento de Valladolid. Como uno de los
abogados tratase con rudeza a la santa, ésta replicó: "Quiera Dios
trataros con la cortesía con que vos me tratáis a mí". Sin embargo, Teresa
se quedó sin palabra cuando su sobrina, que hasta entonces había sido una
excelente religiosa, la puso a la puerta del convento de Valladolid, que ella
misma había fundado. Poco después, la santa escribía a la madre de María de San
José: "Os suplico, a vos y a vuestras religiosas, que no pidáis a Dios que
me alargue la vida. Al contrario, pedidle que me lleve pronto al eterno
descanso, pues ya no puedo seros de ninguna utilidad".
En la fundación del convento de Burgos, que fue la última, las
dificultades no escasearon. En julio de 1582, cuando el convento estaba ya en
marcha, Santa Teresa tenía la intención de retornar a Avila, pero se vio
obligada a modificar sus planes para ir a Alba de Tormes a visitar a la duquesa
María Henríquez. La Beata Ana de San Bartolomé refiere que el viaje no estuvo
bien proyectado y que Santa Teresa se hallaba ya tan débil, que se desmayó en
el camino. Una noche sólo pudieron comer unos cuantos higos. Al llegar a Alba
de Tormes, la santa tuvo que acostarse inmediatamente. Tres días más tarde,
dijo a la Beata Ana: "Por fin, hija mía, ha llegado la hora de mi
muerte". El P. Antonio de Heredia le dio los últimos sacramentos y le
preguntó dónde quería que la sepultasen. Teresa replicó sencillamente:
"¿Tengo que decidirlo yo? ¿Me van a negar aquí un agujero para mi
cuerpo?" Cuando el P. de Heredia le llevó el viático, la santa consiguió
erguirse en el lecho, y exclamó: "¡Oh, Señor, por fin ha llegado la hora
de vernos cara a cara!" Santa Teresa de Jesús, visiblemente transportada
por lo que el Señor le mostraba, murió en brazos de la Beata Ana a las 9 de la
noche del 4 de octubre de 1582.
Precisamente al día siguiente, entró en vigor la reforma gregoriana del
calendario, que suprimió diez días, de suerte que la fiesta de la santa fue
fijada, más tarde, el 15 de octubre.
Santa Teresa fue sepultada en Alba de Tormes, donde reposan todavía sus
reliquias. Su canonización tuvo lugar en 1622. El 27 de septiembre de 1970
Pablo VI le reconoció el título de Doctora de la Iglesia. En la actualidad, las
carmelitas descalzas son aprox. 14.000 en 835 conventos en el mundo. Los
carmelitas descalzos son 3.800 en 490 conventos.
Oración a Santa Teresa de Jesús - de San Alfonso de Ligorio
Oh, Santa Teresa, Virgen seráfica, querida esposa de Tu Señor Crucificado, tú, quien en la tierra ardió con un amor tan intenso hacia tu Dios y mi Dios, y ahora iluminas como una llama resplandeciente en el paraíso, obtén para mí también, te lo ruego, un destello de este mismo fuego ardiente y santo que me ayude a olvidar el mundo, las cosas creadas, aún yo mismo, porque tu ardiente deseo era verle adorado por todos los hombres.
Concédeme que todos mis pensamientos deseos y afectos sean dirigidos siempre a hacer la voluntad de Dios, la Bondad suprema, aun estando en gozo o en dolor, porque Él es digno de ser amado y obedecido por siempre.
Obtén para mí esta gracia, tú que eres tan poderosa con Dios, que yo me llene de fuego, como tú, con el santo amor de Dios. Amén.
Nada te
turbe
Nada te turbe, nada te espante todo se pasa,
Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza,
quien a Dios tiene nada le falta sólo Dios basta.
Vivo sin
vivir en mí
Vivo ya fuera de mí después que muero de amor, porque vivo en el Señor que
me quiso para sí. Cuando el corazón le di, puso en él este letrero: que muero
porque no muero. Esta divina prisión del amor en que yo vivo, ha hecho a Dios
mi cautivo, y libre mi corazón; y causa en mí tal pasión ver a Dios mi
prisionero, que muero porque no muero. ¡Ay! ¡Qué larga es esta vida! ¡Qué duros
estos destierros, esta cárcel, estos hierros en que el alma está metida! Sólo
esperar la salida me causa un dolor tan fiero, que muero porque no muero. ¡Ay!
¡Qué vida tan amarga do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor, no es
la esperanza larga; quíteme Dios esta carga, más pesada que el acero, que muero
porque no muero. Solo con la confianza vivo de que he de morir, porque muriendo
el vivir me asegura mí esperanza; muerte do el vivir se alcanza, no te tardes,
que te espero, que muero porque no muero. Estando ausente de ti, ¿qué vida
puedo tener, sino muerte padecer la mayor que nunca vi? Lástima tengo de mí,
por ser mi mal tan entero, que muero porque no muero. Mira que el amor es
fuerte: Vida no me seas molesta; mira que sólo te resta, para ganarte,
perderte; venga ya la dulce muerte, venga el morir muy ligero, que muero porque
no muero. Aquella vida de arriba es la vida verdadera, hasta que esta vida
muera, no se goza estando viva: muerte, no me seas esquiva; viva muriendo
primero, que muero porque no muero. Vida ¿qué puedo yo darle a mi Dios, que
vive en mí si no es perderte a ti, para mejor a Él gozarle? Quiero muriendo
alcanzarle, pues a Él sólo es el que quiero, que muero porque no muero.
Sobre
aquellas palabras
Ya toda me entregué y di y de tal suerte he trocado, que es mi amado para
mí, y yo soy para mi amado. Cuando el dulce cazador me tiró y dejó rendida, en
los brazos del amor mi alma quedó caída. Y cobrando nueva vida de tal manera he
trocado que es mi amado para mí, y yo soy para mi amado.
Hirióme con una flecha
enherbolada de amor, y mi alma quedo hecha una con su Criador, ya no quiero
otro amor pues a mi Dios me he entregado, y mi amado es para mí, y yo soy para
mi amado.
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Otra biogafía
Nace en Ávila el 28
de Marzo de 1515, en la casa señorial de Don Alonso Sánchez de Cepeda y Doña
Beatriz Dávila de Ahumada. Eran 10 los hermanos de Teresa y 2 los hermanastros,
pues su padre tuvo dos hijos en un matrimonio anterior.
Es bautizada el 4 de Abril del mismo año.
Desde muy pequeña manifestó
interés por las vidas de los santos y las gestas de caballería. A los 6
años llegó a iniciar una fuga con su hermano Rodrigo para convertirse en
mártir en tierra de moros, pero fue frustrada por su tío que los descubre aún a
vista de las murallas.
Juegan entonces a ser
ermitaños haciéndose una cabaña en el huerto de la casa.
Reina entonces en España un espíritu
de aventura y conquista: parten guerreros a Flandes, conquistadores a América,
y la literatura vive de este espíritu. En manos de Teresa caen algunos de estos
libros y entonces ella sueña con ser una de las damas que se acicalan y
perfuman para sus galanes ilustres. El coqueteo le gusta, pues encuentra además
la complicidad de sus primas y la corteja un primo suyo.
Su madre muere en 1528
contando ella 13 años, y pide entonces a la Virgen que la adopte hija suya. Sin
embargo sigue siendo “…
enemiguísima de ser monja,” (Vida 2,8), y al ver su padre con
malos ojos su relación con su primo, decide internarla en 1531 en el colegio de
Gracia, regido por agustinas, donde ella echará de menos a su primo pero se
encontrará muy a gusto.
A medida que se hace mayor, la
vocación religiosa se le va planteando como una alternativa, aunque en lucha
con el atractivo del mundo.
Su hermano Rodrigo parte a
América, su hermana María al matrimonio y una amiga suya ingresa en La
Encarnación. Con ella mantendrá largas conversaciones que la llevan al
convencimiento de su vocación, ingresando, con la oposición de su padre, en
1535.
Dos años después, en 1537,
sufre una dura enfermedad, que provoca que su padre la saque de la Encarnación
para darle cuidados médicos, pero no mejora y llega a estar 4 días
inconsciente, todo el mundo la da por muerta. Finalmente se recupera y puede
volver a La Encarnación dos años despues en 1539, aunque tullida por las
secuelas, tardará en valerse por sí misma alrededor de 3 años.
Muere su padre en 1544.
La vida conventual era
entonces muy relajada con cerca de 200 monjas en el monasterio y gran libertad
para salir y recibir visitantes. Teresa tenía un vago descontento con este
régimen tan abierto, pero estaba muy cómoda en su amplia celda con bonitas
vistas, y con la vida social que le permitían las salidas y las visitas en el
locutorio.
En la cuaresma del año 1554,
contando ella 39 años y 19 como religiosa llora ante un Cristo llagado
pidiéndole fuerzas para no ofenderle. Desde este momento su oración mental se
llena de visiones y estados sobrenaturales, aunque alternados siempre con
periodos de sequedad.
Aunque recibe muchas visiones
y experiencias místicas elevadas, es una visión muy viva y terrible del
infierno la que le produce el anhelo de querer vivir su entrega religiosa con
todo su rigor y
perfección, llevándola a la reforma del Carmelo y la primera fundación.
Esta primera fundación será una
aventura burocrática y humana con muchos altibajos: su confesor aprueba un día
y reprueba otro, el Provincial apoya con entusiasmo, para luego retirarse, y el
Obispo que nunca había dudado de Santa Teresa, llegado el momento titubea. En
un momento parece que todo fracasa y Teresa, siempre obediente, se retira a su
celda sin nada poder hacer, aunque Doña Guiomar de Ulloa y el Padre Ibáñez
logran de Roma la autorización.
Por obediencia parte entonces
a Toledo varios meses, para consolar a la viuda Luisa de la Cerda. Esta
distancia favorecerá los progresos del monasterio de San José de Ávila, que
continúan con mayor discreción, a escondidas, a pesar de los rumores. Regresará
para encontrarse con el breve del Papa.
Fundado el 24 de Agosto de
1562, encuentra una terrible hostilidad, proveniente de la Iglesia que ve
ninguneada su autoridad, se alzan algunas voces pidiendo el derribo del nuevo
convento, toda la ciudad está alborotada, y Teresa debe abandonarlo dejando a
las cuatro novicias solas, para volver a su celda de La Encarnación. Sólo se
podrá incorporar un año después de su fundación, dejando la celda amplia y las
comodidades de La Encarnación por las estrecheces de San José de Ávila, pequeño
y austero hasta el extremo.
Por mucho tiempo parece que la
fundación de la nueva orden tendría sólo este monasterio, hasta que Teresa
vuelve a llorar al saber que las necesidades de misiones en América son
importantes. Escucha entonces en oración: “…Espera
un poco hija, y verás grandes cosas.”, y poco después le llegan
instrucciones y autorización para fundar más conventos.
Comienza aquí una intensa
actividad de Santa Teresa que sólo termina con su muerte, en la que compaginará
el gobierno de su orden, con las fundaciones de nuevos conventos y la redacción
de sus libros, sin perder nunca el buen ánimo ni la esperanza, en la confianza
de que no era su voluntad lo que estaba cumpliendo y que le llegarían los
apoyos que necesitara, como así fue en todo momento.
Fundó en total 17 conventos:
Ávila (1562), Medina del Campo (1567), Malagón (1568), Valladolid (1568),
Toledo (1569), Pastrana (1569), Salamanca (1570), Alba de Tormes (1571),
Segovia (1574), Beas de Segura (1575), Sevilla (1575), Caravaca de la Cruz
(1576), Villanueva de la Jara (1580), Palencia (1580), Soria (1581),
Granada (1582) y Burgos (1582), en el año de su muerte.
La fundación de Granada la
hizo Ana de Jesús, aunque en vida de la Santa, por lo que no siempre aparece en
las enumeraciones.
A estos conventos hay
que sumar el primero del Carmelo masculino que funda con San Juan de la Cruz en
Duruelo (1567). Santa Teresa conoció a San Juan de la Cruz en Medina del Campo
contando ella 52 años y él 24, y le convenció para unirse a la reforma,
olvidando sus planes de retirarse a la cartuja de El Paular.
Regresando de la fundación de
Burgos, hace parada en Medina del Campo, pero es requerida en Alba de Tormes
por la Duquesa de Alba. Está enferma y agotada. Muere en brazos de Ana de San
Bartolomé la noche del 4 de Octubre al 15 de Octubre de 1582 (y esto por
coincidir con el cambio del calendario Juliano al Gregoriano).
Muere sin haber publicado
ninguna de sus obras, sin haber logrado fundar en Madrid (a pesar de su
ilusión), sin haber separado la orden de descalzos de la de calzados y con
dudas sobre si sus monasterios se podrían mantener con el espíritu que ella
infundió.
Teresa escribió muy poco por
iniciativa suya, muchas cartas, alguna poesía y anotaciones. Pero sus obras
maestras son fruto de la obediencia a sus superiores, que veían el interés de
que escribiera sus experiencias y enseñanzas. Y así comienza todos sus escritos
mayores aceptando su encargo con obediencia, pero con notable esfuerzo por su
parte.
Escribir le supone un esfuerzo
importante, lo hace, en ocasiones, ocupando la otra mano con la rueca, tal y
como ella explica: “… casi hurtando el
tiempo y con pena porque me estorbo de hilar y por estar en casa pobre y con
hartas ocupaciones” (Vida 10,7)
La Inquisición vigiló muy de
cerca sus escritos temiendo textos que incitaran a seguir el cisma iniciado en
Europa, o se alejaran en algún punto de la recta doctrina. Muchos de sus textos
están autocensurados, temiendo esta vigilancia. Su manuscrito “Meditaciones
Sobre El Cantar de los Cantares” lo quemó ella misma por orden de su confesor,
en una época en que estaba prohibida la difusión de las Sagradas Escrituras en
romance.
Su vida es fiel reflejo de lo
que avisaba a sus monjas: que las gracias recibidas en la oración son para
darnos fuerza en servir a los demás. Aunque Teresa es conocida por lo elevado
de las gracias místicas y visiones que recibe, su oración no la aparta del
mundo, sino que hace que se entregue con especial fuerza y respaldo a las obras
que le son encomendadas sufriendo en viajes, discusiones y continuas trabas,
burlas y desplantes de sus contemporáneos.
Fue beatificada por Pablo V en
1614, canonizada por Gregorio XV en 1622, y nombrada doctora de la Iglesia
Universal por Pablo VI en 1970. La primera mujer de las tres actuales doctoras
de la Iglesia. Las otras son Santa Catalina de Siena y otra carmelita descalza:
Santa Teresita del Niño Jesús.
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Las diez
huellas de Santa Teresa de Jesús en Sevilla (I)
ABC de Sevilla
Escrito por FRAN PIÑERO
9- Octubre - 2014
El próximo 28 de
marzo se cumplen 500 años del nacimiento de una de las santas más influyentes e
interesantes de todos los tiempos: Santa
Teresa de Jesús. La efemérides ha movido al Papa Francisco a
proclamar un Año Jubilar Teresiano que arrancará el próximo 15 de octubre.
El Arzobispado
de Sevilla ha preparado una serie de actos que vienen a
conmemorar la vida y obra de la austera religiosa, reforzados por
el hecho de que existen importantes vínculos entre la santa y la ciudad. Este
es un repaso por la primera parte de las diez huellas teresianas en la ciudad.
1) El cenobio hispalense
Desde que fundase, en
1562, la congregación de Carmelitas
Descalzas con el convento de San José de Ávila,
Santa Teresa de Jesús se dedicó a extender por toda España los recios valores
de su reforma.
Así, en apenas 20 años estableció un total de 17 cenobios en ciudades como:
Valladolid, Toledo, Salamanca, Sego, Palencia o
Burgos. Y también en Sevilla.
El lugar elegido en primera instancia fue la actual calle Alfonso XII,
entonces conocida como calle Armas.
Varias hipótesis tratan de explicar este
nombre, desde ser lugar de residencia de armeros hasta los múltiples escudos de
armas de las casas solariegas que los nobles de la época habían concentrado en
esta privilegiada vía, cercana a la Puerta de Goles.
En medio de todo ello estableció su undécimo convento Teresa de Ávila, no
sin ciertas dificultades. Desde su llegada a la capital hispalense, en
pleno fulgor de la etapa como Puerto
de Indias, el 26 de mayo de 1575, la Santa no terminó de
encajar en la ciudad. Las elevadas temperaturas y el bullicio, en lo físico, y
algunas traiciones que la pusieron en complicada posición frente a la
Inquisición, en lo personal, caracterizaron esta primera etapa.
2) Calle Zaragoza
El convento de las Carmelitas Descalzas tuvo su "segunda"etapa en el actual número 60 de la calle Zaragoza / Raúl Doblado.
Teresa de Jesús llegó
a la ciudad acompañada de otras 6 monjas, y fijaron su residencia en una casa
arrendada. Sin embargo, la abulense quería dejar a su comunidad en un inmueble
propio antes de proseguir con su piadoso periplo.
De esta forma se realiza la primera de las «mudanzas», concretamente
al actual número 60
de la calle Zaragoza. En el recibidor de la casa luce un rótulo
que atestigua el pasado carmelita de la vivienda, pues mucho ha cambiado su
fisonomía desde entonces.
Las religiosas llegaron a la que hoy se conoce como «Casa de Santa Teresa» el
29 de mayo de 1576, apenas un año después de la fundación. Un corto lapso de
tiempo. Serios problemas.
3) Castillo de San Jorge
El Castillo de San Jorge fue sede de la Inquisición, un tribunal ante el que Santa Teresa fue denunciada en dos ocasiones / Jesús Spínola
En el emblemático
enclave trianero, sede
de la Inquisición entre 1481 y 1626, se halla otra de las
huellas de Teresa de Ávila en Sevilla, pues la Santa fue acusada al Tribunal
por revolucionaria.
Los fundamentos de su austera reforma no eran bien vistos por todos, pero
fue María del Corro,
una viuda admitida en la congregración por la propia Teresa, la que llevó a
cabo la acusación.
Aunque el litigio no prosperó, por expresa orden del inquisidor
general, Gaspar de
Quiroga, la vinculación entre la Santa y la Inquisición
permaneció latente. En 1578, las carmelitas volvieron a estar en entredicho por
su «excesiva vida contemplativa y su excesivo vínculo con sacerdotes». Pese a
todo, el juicio volvió a resolverse de manera favorable.
4) Monasterio de la Cartuja
Vista aérea del Monasterio de la Cartuja, en cuya Huerta recibía audiencia Santa Teresa de Jesús / Rocío Ruz
Durante su estancia
fundacional en Sevilla, Santa Teresa visitó numerosos templos y monasterios.
Uno de ellos fue el de Santa
María de las Cuevas, en la Isla de La Cartuja.
No fue algo exclusivo. Las grandes personalidades de la época solían hacer
parada en dicho cenobio. Así lo hicieron todos los Reyes de España que pasaron
por Sevilla, como Felipe
II, Cristóbal
Colón o el humanista Arias
Montano.
Pero en el caso de la santa había un plus en la visita, pues era de los
pocos lugares hispalenses donde se sentía del todo bien. Protegida. En gran
parte por su excelente relación con el prior, Fernando Pantoja, que
le ayudó a lograr su objetivo en Sevilla.
Como las directrices eclesiásticas del momento impedían el acceso a
mujeres al recinto, Teresa de Jesús se veía obligada a recibir audiencia en
la Huerta Grande.
Por ello, se terminó edificando la capilla de Santa Ana, del siglo XVI, como
símbolo de tantas reuniones entre ambos religiosos y que aún se conserva,
aunque reformada como pabellón de recreo en la etapa de Pickman.
Curiosamente, dentro del recinto existe otra capilla de Santa Ana,
previa, donde reposaron temporalmente los restos de Colón y recibió culto
el Cristo de la
Clemencia de Martínez Montañés. Ambos pasaron a la Catedral de
Sevilla.
5) San José de las Teresas
Iglesia del convento de San José de las Teresas, con San Juan y el Niño Jesús, de Juan de Mesa, en el altar mayor / V. Gómez
Diez años después de
su llegada a la calle Zaragoza, la congregación decide volver a cambiar de
emplazamiento, para alejarse del frenético ritmo que imponía la cercanía
respecto al Puerto de Indias.
Sin embargo, fue San
Juan de la Cruz, cofundador de la orden en su rama masculina y
amigo de la santa desde la juventud, quien se implicó en la organización del
nuevo convento. La frágil salud de la religiosa y la incesante lucha por
extender su doctrina habían culminado con su muerte el 4 de octubre de 1582.
Esta ha sido su residencia definitiva en Sevilla, en pleno barrio de Santa Cruz, donde aún
permanecen realizando labores de encuadernación, lavandería y venta de dulces.
Una manera de conocer el templo es aprovechar su apertura al público el
próximo día 15, con motivo de la onomástica de la fundadora. Este es uno de los
lugares donde podrá conseguir la indulgencia de este Año Jubilar Teresiano que
ahora comienza.
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