"Ventana abierta"
LA SOLEDAD DE LOS ANCIANOS
La vejez no es una enfermedad,
pero representa un estado de especial vulnerabilidad.
Es muy
conveniente para los ancianos tener la mayor autonomía posible, pero también
una red de relaciones familiares y afectivas satisfactorias, siendo el apoyo
familiar y la facilidad de comunicación esenciales para su calidad de vida.
La vejez
no es una enfermedad, pero representa un estado de especial vulnerabilidad a
cuestiones como la soledad, que es sentirse sin compañía cuando uno la desea y
que es uno de los problemas más graves que conciernen a los mayores,
especialmente si carecen de afectos familiares.
La
persona mayor debe luchar contra la soledad. Si no tiene la suficiente fuerza
de voluntad o ayuda para superar los obstáculos, corre el peligro de caer en la
depresión.
Desgraciadamente, sin embargo, hay muchísimas personas mayores a
quienes no les queda otro remedio que vivir solas. Con frecuencia, además, sus
condiciones de vida no son las más adecuadas, como vivir en casas sin
calefacción o sin ascensor.
Los
periódicos informan con relativa frecuencia, del hallazgo del cadáver de una
persona anciana, encontrada en su domicilio varios días después de su
fallecimiento.
Las
personas solas necesitan mucho cariño, comprensión y, sobre todo, alguien que
les escuche. También les preocupa convertirse en personas dependientes por
falta de salud. No tenerla suele dar muchos problemas, psíquicos y físicos. Por
ejemplo, si no tienen a nadie que les acompañe a dar un paseo, entonces ya no
salen a la calle. La causa fundamental de este abandono es el ritmo de vida que
llevamos, que hace que las personas mayores vivan bastante aisladas.
Cuidar de
los ancianos y especialmente a nuestros padres es una exigencia moral, sin
olvidar que mañana seremos nosotros los que necesitaremos ser cuidados. Hay que
exigir al Estado que cubra las necesidades materiales de la persona mayor, pero
también existe el deber en la familia y en las personas próximas que se hagan
cargo del soporte afectivo.
En el ABC
del 22 de Mayo de este año, podíamos leer lo siguiente: “Hará un par de
semanas, doña Elena Valenciano, mandamás del PSOE, se descolgó con unas
declaraciones que todo el mundo pudo ver y oír en TV en las que dijo que “la
derecha quiere que las mujeres nos vayamos a cuidar a niños y viejos, y eso ni
hablar”. O sea, que es posible que sea política del partido eso de que los de derechas
cuidan infantes y viejos y los progres no. ¿Para qué querrán tener hijos…? Se
comprende su defensa del aborto y de la eutanasia, perdón, de la “muerte
digna””. Para mí es evidente que atender a los niños y ancianos no es cuestión
de mujeres ni de hombres, sino de ser personas decentes.
Pero
afortunadamente, existe una red de iniciativas para ayudar a las personas
ancianas. Es importante conocer estas iniciativas que existen para paliar la
soledad de los mayores y utilizarlas, como becas para acompañar a los ancianos
una o dos horas al día, unidades de estancia sólo diurna para que el anciano
pueda volver a su casa, programas de animación sociocultural y talleres cuyo
objetivo principal es combatir los problemas de soledad, depresión y
aislamiento con actividades que les dan otra forma de ver la vida.
También
la fe es una ayuda preciosa en la soledad. La pastoral de las personas ancianas
debe tener como objetivo prioritario ayudar y alentar al anciano en su vida de
fe, en su relación con Dios. Cuando puede parecer que mucha gente no necesita
de los demás, está claro que los que sufren, los enfermos y los ancianos sí. La
fe ayuda en la soledad y me hace sentir miembro de una comunidad, la comunidad
eclesial, en la que todos tenemos una tarea que hacer y que además hace que
nunca esté solo, porque Dios y la Iglesia están conmigo.
Además, familia
y Estado tienen deberes con respecto a los ancianos. El Estado tiene
obligaciones de colaborar en el cuidado material de los ancianos, con una
política de servicios sociales que favorezca tanto a las familias como a los
propios ancianos, mientras a su vez las familias tienen deberes de cuidados
afectivos. La justicia que se exige al Estado no supone la exención de nuestros
deberes con respecto a nuestros mayores.
La Carta
de los Derechos de la Familia de Juan Pablo II (1983) dice en su art. 9: “c)
Los ancianos tienen el derecho a encontrar dentro de su familia o, cuando esto
no sea posible, en instituciones adecuadas, un ambiente que les permita vivir
sus últimos años de vida serenamente, ejerciendo las actividades compatibles
con su edad y que les permita participar en la vida social”.
De todos modos,
lo más importante es el amor que cada uno de nosotros estamos dispuestos a dar
a los mayores que tenemos cerca. Hoy podemos darle un poco de nuestro cariño,
mañana tal vez no. Seamos conscientes de ello y no desaprovechemos la ocasión
de hacer esta buena acción.
Pedro Trevijano
(Publicado en
religionenlibertad.com el 17 de septiembre de 2012)
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