y entierra entre flores los tristes recuerdos.
Apaga las luces... pero haz que a lo lejos
Beethoven suspire, nostálgico y lento.
Cerraré los ojos y sobre mis dedos
se irá deshojando, silencioso y yerto,
el llanto divino del último ensueño.
descansar tranquila! Cuando esté deshecho,
recoge sus hilos, bésalos y... luego
deja que mis manos vayan componiendo
con las hebras rotas el postrer ensueño.
con el alma alegre y el corazón lleno
de bellas quimeras, guardando en mi pecho
toda la agonía del postrer momento.
En el año de 2005 se cumplió el centenario de la poeta vitoriana Ernestina de Champourcin, una de las pocas mujeres que formó parte de la Generación del 27.
Además, estaba prevista una exposición itinerante de carácter didáctico-divulgativo. Llegó a la Universidad de Navarra a finales de noviembre y contó con paneles de imágenes y breves textos, una biografía de la poeta, su obra, vitrinas con objetos y documentos, proyección continua en DVD de su vida y obra, etc.
Ernestina de
Champourcin
Rosa Fernández Urtasun
Ernestina de Champourcin
Aunque Ernestina de Champourcin consiguió muy pronto una voz propia de gran fuerza, su poesía no se puede entender sin la profunda admiración que siempre profesó por la obra de Juan Ramón Jiménez, a quien nunca dejó de considerar su maestro. Juan Ramón abrió el camino de la poesía pura a la poesía en lengua española con unos versos, como los definía Ernestina, “sin tiempo ni espacio; en Dios”. La joven que en 1926 publicó En silencio… le envió a Juan Ramón un ejemplar con la esperanza de que “el Poeta”, como lo llamaba con frecuencia, juzgara sus escritos. No recibió contestación, pero unos meses más tarde, en La Granja, coincidió con Juan Ramón y su mujer. Al hacer las presentaciones de rigor, Juan Ramón le dijo que había leído y apreciado su poemario, y le invitó a visitarle cuando quisiera en su casa de Madrid. A partir de ese momento se convirtió en su mentor, y al igual que les sucedió a sus compañeros de generación, Ernestina tuvo el privilegio de que Juan Ramón le orientara en su escritura y en sus lecturas. De ahí nació una amistad que conservó a lo largo de su vida: también en el exilio Ernestina pudo coincidir en distintas ocasiones con él gracias a los diversos viajes que tuvo que hacer a Estados Unidos con motivo de su trabajo como traductora de congresos. Como homenaje a su persona quiso escribir, hacia el final de su vida, un libro de memorias titulado La ardilla y la rosa (Juan Ramón en mi memoria), en el que comenta diversos recuerdos y reflexiones tanto de la vida personal como de la escritura del gran poeta de Moguer.
La Generación del 27 y la mujer. El canon
Puede considerarse que Ernestina de Champourcin fue la única mujer que realmente estuvo, durante estos años, en una situación de igualdad con el resto de los poetas hoy llamados del 27.
Ernestina de Champourcin y el feminismo
Una de las características que definió a Ernestina de Champourcin como persona fue su constante preocupación porque se reconociera el valor de la mujer en el mundo cultural e intelectual. Su trabajo a favor del feminismo así entendido fue constante desde que era muy joven y se mantuvo hasta que sus fuerzas le permitieron luchar por este ideal. Ya son significativos su propio interés por escribir poesía de la misma categoría que la de los hombres, su afán por colaborar en periódicos buscando explícitamente que no fuera en páginas dedicadas en exclusiva a mujeres —que es lo que le ofrecían—, o su audacia a la hora de reseñar los trabajos de los poetas. A otro nivel, también la visión de la mujer que refleja en sus poemas resultaba muy llamativa. Por ejemplo, en una reseña a Cántico inútil (1936), Guillermo de Torre destacaba que el amor tematizado esta obra, por tener un carácter activo, no parecía propio de la mujer.
La poesía religiosa en la obra de Ernestina de
Champourcin. La mística
La admiración de Ernestina por la poesía mística española puede rastrearse desde sus primeros versos y declaraciones poéticas. Las escuelas literarias en las que se formó —especialmente el simbolismo y la poesía pura— están estrechamente ligadas a esta tradición. Sin embargo, hay una gran diferencia entre la presencia o la influencia de la poesía mística en la obra de Ernestina anterior a la guerra y la recuperación de este género que la poeta se propone en sus obras del exilio. En su primera etapa, las lecturas de san Juan de la Cruz o de los salmos que hace Ernestina son de orden exclusivamente estético, muy cercanas a las que pueden percibirse en las obras de Juan Ramón Jiménez o Gabriel Miró. Sin embargo, tras el redescubrimiento que Ernestina de Champourcin hizo de Dios en su etapa mexicana, la poesía mística, y especialmente la del siglo de oro español, cobra para ella un significado totalmente nuevo. La mística ya no es sólo una fuente de imágenes y símbolos, sino que se convierte en el vehículo para expresar una vivencia interior. Se trata ahora propiamente de poesía religiosa, que parece pedir también un cauce formal distinto. Ernestina vuelve en Presencia a oscuras (1952) a los sonetos, las décimas, los romances y otras estrofas tradicionales de la poesía barroca. Es interesante ver el proceso a través del cual la escritora va poco a poco haciéndose con un género y un tono muy distintos de los que había cultivado en su poesía anterior a la guerra. Sin embargo, cuando ya domina este nuevo modo de escribir, hace un curioso experimento en Hai-Kais espirituales, poemario en el que utiliza la forma del haiku, tan apreciada por los modernistas, y recupera algunas de las técnicas y las imágenes propiamente vanguardistas. Pienso que esta fusión se debe a que en este poemario Ernestina quiere reflejar de manera especial el espíritu del Opus Dei, institución de la que formaba parte desde 1952, ya que en los Hai-Kais espirituales el tema fundamental es la relación con Dios como presencia y diálogo constante en cada detalle de la vida cotidiana.
El silencio sobre la obra de Champourcín hasta la actualidad
Emilio Lamo de Espinosa es catedrático de Sociología de la Universidad Complutense y sobrino de Ernestina de Champourcin. En un homenaje que se le hizo a la poeta en la Residencia de Estudiantes en 2005, año del centenario del nacimiento de Ernestina, este profesor explicaba así el silenciamiento que se produjo de la obra de esta autora:
La poesía a la vuelta del exilio
Es habitual que, al hablar de Ernestina de Champourcin como poeta de la Generación del 27, se ponga el acento sobre todo en su obra anterior a la guerra. También suele comentarse, por la radicalidad del cambio, el giro que dio durante el exilio hacia la poesía religiosa. Sin embargo, pocas veces se habla de su última poesía, la que escribió al volver a España que, sin embargo, es donde está, a mi juicio, lo mejor de su obra. Se trata de una poesía del tiempo y la eternidad en la que se conjuga la contemplación retrospectiva, la memoria, con una mirada hacia el futuro; un futuro afrontado con la lucidez y la valentía de quien mira, de cerca y a los ojos, a la muerte.
Wikipedia
Ernestina de Champourcín Morán de Loredo, nació en Vitoriael 10 de julio de 1905, de una familia católica y tradicionalista, que le ofreció una esmerada educación (en la que se refuerza el conocimiento y uso de diferentes lenguas) en un ambiente familiar, culto y aristocrático, junto a sus hermanos.
Su padre era el abogado de ideas monárquicas, pese a su inclinación liberal-conservadora, Antonio Michels de Champourcin. Poseía el título de barón de Champourcin, lo que atestiguaba que la familia paterna, provenía de la Provenza francesa.
Por su parte, Ernestina Morán de Loredo Castellanos, como se llamaba su madre, nació en Montevideo, siendo la única hija de un militar, asturiano de ascendencia, con quien viajo frecuentemente a Europa.
Alrededor de los 10 años, se trasladó, junto con el resto de la familia, a Madrid, donde fue matriculada en el Colegio del Sagrado Corazón, y recibió preparación por profesores particulares, examinándose como alumna libre de bachillerato en el Instituto Cardenal Cisneros. Su deseo de estudiar en la Universidad se vio truncado debido en parte a la oposición de su padre, pese al apoyo de su madre, dispuesta a acompañarla a las clases, para cumplir con la norma existente para las mujeres menores de edad.
Su conocimiento de francés e inglés, y su creatividad, le llevó a comenzar desde muy joven a escribir poesía en francés, la cual, ella misma destruyó al plantearse seriamente una vocación literaria. Más tarde utilizaría estos conocimientos de idiomas para trabajar como traductora para la editorial mejicana Fondo de Cultura Económica; durante aproximadamente quince años (en los cuales deja de publicar poesía), pese al desconocimiento general de su faceta de traductora.
Su amor a la lectura y el ambiente culto familiar la pusieron en contacto con los grandes de la literatura universal desde muy pequeña, creciendo con los libros de Víctor Hugo, Lamartine, Musset, Vigny, Maurice Maeterlinck, Verlaine y de grandes místicos castellanos, como San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús.
Más tarde leyó a Valle-Inclán, Rubén Darío, Concha Espina, Amado Nervo y sobre todo, Juan Ramón Jiménez.
La figura de Juan Ramón Jiménez tiene una importancia vital en el desarrollo de Ernestina como poetisa, y de hecho, para ella fue considerado siempre como su maestro.
Como la gran mayoría de representantes de su generación, los primeros testimonios de su obra poética son poemas sueltos publicados a partir de 1923 en diversas revistas de la época, tales como Manantial, Cartagena Ilustrada o La libertad.
En 1926 María de Maeztu y Concha Méndez fundaron el Lyceum Club Femenino, proponiéndose con ello concienciar a la unidad entre las mujeres, a fin de que se ayudasen en la lucha por intervenir en los problemas culturales y sociales de su tiempo. Este proyecto interesó a Ernestina, quien se involucró en el mismo, encargándose de todo lo relativo a la literatura.
En ese mismo año Ernestina publica, en Madrid, su obra En silencio y le envía a Juan Ramón un ejemplar esperando el juicio y crítica del poeta a su primera obra. Pese a no recibir ninguna contestación, su camino se cruzó con el del admirado poeta y su mujer en La Granja de San Ildefonso. A partir de este casual encuentro surgió entre ambos una amistad que le llevó a considerarlo su mentor, y al igual que les sucedió, algo más tarde, a sus compañeros de generación. Es así como entró en contacto con algunos de los integrantes de la Generación del 27: Rafael Alberti, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Pedro Salinas, y Vicente Aleixandre. Y además, debe a su mentor conocer la poesía inglesa clásica y moderna (Keats, Shelley, Blake, Yeats).
A partir de 1927, Ernestina comienza una etapa en la que publica en los periódicos (en especial en El Heraldo y La Época) casi exclusivamente crítica literaria. En estos artículos publicados antes de la guerra civil trata cuestiones como la naturaleza de la poesía pura y la estética de la “poesía nueva” que trabajaban los jóvenes del 27, grupo del que ella se sentía integrante al compartir la misma concepción de la poesía. Publica sus primeros libros en Madrid: En silencio (1926), Ahora (1928), La voz en el viento (1931), Cántico inútil (1936), lo cual la hace ser conocida en el mundo literario de la capital. Se puede descubrir una evolución en su obra desde un Modernismo inicial a la sombra de Juan Ramón Jiménez a una poesía más personal marcada por la temática amorosa envuelta en una rica sensualidad. Quizás por ello, Gerardo Diego la seleccionó para su Antología de 1934.
En 1930, mientras realiza actividades en el Liceo Femenino, al igual que otros intelectuales de la República, conoce a Juan José Domenchina, poeta y secretario personal de Manuel Azaña, con quien contraerá matrimonio el 6 de noviembre de 1936.
Poco antes del alzamiento nacional Ernestina publicó la que sería su única novela (ya que a parte de ésta sólo escribió fragmentos de una novela inconclusa, Mientras allí se muere, en la que narra las vivencias experimentadas en su trabajo de enfermera durante la guerra civil): La casa de enfrente. Los acontecimientos políticos que sucedieron tras la mencionada justifican que su difusión quedara eclipsada. No obstante, esta obra representa un importante hito en la literatura escrita por mujeres, pues en ella la autora realiza a través de una narradora-protagonista, un fino análisis sobre la crianza, educación y socialización de las niñas burguesas en las primeras décadas del pasado siglo XX. Esta obra permite considerar a Ernestina de Champourcin como moderadamente feminista.
Durante la Guerra civil, Juan Ramón y su esposa, Zenobia, preocupados por los niños huérfanos o abandonados, fundaron una especie de comité denominado "Protección de Menores". Ernestina se les unió en calidad de enfermera, pero debido a ciertos problemas con algunos milicianos tuvo que dejarlo y entrar como auxiliar de enfermera en el hospital regentado por Lola Azaña.
Una de las consecuencias del trabajo de su marido Juan José, como secretario político de Azaña, fue que el matrimonio no tuvo más remedio que abandonar Madrid, iniciando un periplo que les llevó a Valencia, Barcelona y Francia, donde estuvieron en Toulouse y París, hasta que, finalmente, en 1939, fueron invitados por el diplomático y escritor mejicano Alfonso Reyes, quien era fundador y director de la Casa de España de Méjico, convirtiendo este país en el lugar definitivo de su exilio.
Pese a que en un primer momento Ernestina escribió numerosos versos para revistas como Romance y Rueca, su actividad creativa se reduce ante las necesidades económicas que le hicieron centrar su actividad en su trabajo de traductora para el Fondo de Cultura Económica y de intérprete para la Asociación de Personal Técnico de Conferencias Internacionales.
Su etapa en Méjico es una de sus etapas más fecundas, publicó Presencia a oscuras (1952), Cárcel de los sentidos (1960) y El nombre que me diste (1960).
Su mentor Juan Ramón Jiménez, trabajaba como agregado cultural en la embajada española en Estados Unidos; y otros componentes del grupo del 27 se exiliaron también a América como fue el caso, entre otros de Emilio Prados y Luis Cernuda.
Pese a todo el cambio no fue fácil. El matrimonio no tuvo hijos, y sobrellevaron de forma muy distinta el desgajamiento de sus raíces. Mientras, Juan José Domenchina, su esposo, no llevó bien su nueva vida como exiliado, y murió prematuramente en 1959; ella, por su parte llegó a tener fuertes sentimientos de arraigo con esta su nueva “patria”. Es en este momento cuando la religiosidad vivida durante su niñez se agudiza, dando a su obra un misticismo desconocido hasta el momento. Es ahora cuando publica Hai-kais espirituales (1967), Cartas cerradas (1968) y Poemas del ser y del estar (1972).
En 1972 Ernestina regresó a España. La vuelta no fue fácil y hubo de vivir un nuevo período de adaptación a su propio país, experiencia que hizo surgir en ella sentimientos que reflejó en obras como Primer exilio (1978). Los sentimientos de soledad y de vejez y una invasión de recuerdos de los lugares en los que había estado y las personas con las que había vivido fueron inundando cada uno de sus posteriores poemarios: La pared transparente (1984), Huyeron todas las islas (1988), Los encuentros frustrados (1991), Del vacío y sus dones (1993) y Presencia del pasado (1996).
La obra titulada La ardilla y la rosa (Juan Ramón en mi memoria) (1981), es una selección comentada de su correspondencia con Zenobia, realizada por Ernestina y publicada por la editorial de la Fundación Zenobia-Juan Ramón Jiménez y la tituló Los libros de Fausto; Zenobia a su vez, publicó un pequeño y revelador libro, titulado “Vivir con Juan Ramón” que condensa páginas de su “Diario” de 1916 y su texto “Juan Ramón y yo”.
Murió en Madrid el 27 de marzo de 1999.
Reconocimiento
Para Emilio Lamo de Espinosa (catedrático de Sociología de la Universidad Complutense y sobrino de Ernestina de Champourcin) una de las razones del silencio sobre la obra de esta gran literata española es debido a su mística. Para este autor, el intimismo de su obra y el creciente peso de la poesía religiosa, hizo que no se le tuviera en cuenta, ni su gran labor social, ni su compromiso a la causa republicana, ni sus actividades en pro del reconocimiento de los derechos de las mujeres a ser tratadas al igual que sus compañeros hombres. . Y así lo hizo constar en un homenaje que se le hizo a la poeta en la Residencia de Estudiantes en 2005, año del centenario del nacimiento de Ernestina.
Podría afirmarse que Ernestina ha padecido la mala suerte de las “terceras vías”, al no acabar de estar claramente ni en la derecha ni en la izquierda, un poco como le ocurre, salvando las distancias al propio Ortega y Gaset, rechazado por unos por ateo y por los otros porque era elitista, acusado al tiempo de ser de derechas y de ser de izquierdas.
También considera Emilio Lano de Espinosa que la posición de Ernestina se debe fundamentalmente al carácter de la propia autora, de su independencia de criterio total y rotunda, salvaje, casi asocial, y al tiempo de su voluntad de no ser tipificada, categorizada, cosificada.
A pesar poder considerar a Ernestina de Champourcin como la única mujer que realmente estuvo, en una situación de igualdad con el resto de los poetas hoy llamados de 27, su reconocimiento en España no se produce hasta 1989, y a partir de ese año, se le concede el Premio Euskadi de Literatura en castellano en su modalidad de Poesía (1989), el Premio Mujer Progresista, la nominación al Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1992 y la Medalla al Mérito Artístico del Ayuntamiento de Madrid en 1997.
Ernestina de Champourcín y el feminismo
Podría calificarse a Ernestina de Champourcín como feminista, entendiendo como tal, la persona que vive una constante preocupación por que se reconociera el valor de la mujer en el mundo cultural e intelectual. Es por ello por lo que su labor a favor del feminismo así entendido fue constante desde muy joven y hasta el final de sus fuerzas.
Para autores como José Angel Ascunce, Ernestina de Champourcín luchó en todo momento por la dignidad de la mujer, y esta opinión la refleja en su libro "Poesía a través del tiempo".
De todos modos, la propia autora en una entrevista que le realizó Edith Checa (periodista, locutora y redactora departamento de radio UNED en 1997, niega rotundamente que se le pueda calificar como feminista en el sentido general que se da a este término. Ella sólo se consideraba una poetisa.
Tuvo un interés propio por escribir poesía de la misma categoría que la de los hombres, además colaboró en periódicos buscando explícitamente que no fuera en páginas dedicadas en exclusiva a mujeres (sección en la que se solían publicar las colaboraciones de las mujeres), y demostró gran audacia a la hora de reseñar los trabajos de los poetas.
De hecho, la visión de la mujer que refleja en sus poemas es llamativa, con mujeres activas, que toman iniciativa, que no se dejan llevar, que tratan de ser dueñas de sus vidas.
Su activismo le llevó a colaborar desde 1926 en el Liceum Club Femenino que impulsó María de Maeztu, la primera asociación femenina española cuyo fin era, según sus estatutos, “defender los intereses morales y materiales de la mujer, admitiendo, encauzando y desarrollando todas aquellas iniciativas y actividades de índole exclusivamente económica, benéfica, artística, científica y literaria que redunden en su beneficio”. Más tarde, durante se época en el exilio en Méjico, promovió las actividades culturales y formativas entre las mujeres indígenas que vivían en el Distrito Federal, y animó a algunas mujeres intelectuales de allí a poner en marcha sus propias asociaciones y revistas literarias.
Prestó gran apoyo y consejo, desde finales de los años 20 hasta el final de su vida, a todas aquellas mujeres que acudían a ella al querer dedicarse a la poesía. Ernestina las invitaba no sólo a escribir, sino también a darse a conocer, involucrarse en la vida cultural, etc.
La atención casi exclusiva que le dedicó a su marido en los últimos años de su vida, y el giro hacia una religiosidad más profunda en su madurez, hizo que algunos autores lo consideraran como un retroceso con respecto a los ideales por los que había luchado hasta entonces. Para Ernestina, en cambio, todo esto era el fruto lógico de su capacidad de decisión como mujer y de su entrega hacia aquello en lo que creía. Así, el profundo amor que sentía por su marido le llevó a cuidar de él cuando la necesitaba, en unos años en los que la angustia por la situación política española y la pena de no poder volver a su patria anclaron a Juan José en una profunda desesperanza. Por su parte, con la poesía religiosa, Ernestina plantea su redescubrimiento de Dios como algo liberador, que llena de sentido y de plenitud su vida cotidiana y que le hace sentir necesidad de escribir nuevamente tras unos años de silencio poético.
Fuentes archivísticas
El archivo personal de Ernestina de Champourcin se encuentra en el Archivo General de la Universidad de Navarra y es de acceso libre.
Poesía de Ernestina y sus obras
La poesía de Ernestina de Champourcín es profunda y ligera, suave y contundente: melodiosa. Los versos de Ernestina, son de fácil y agradable lectura, y en ellos supo expresar certeramente la intensa hondura de su alma. Esto hace que su temática sea muy distinta a la de algunos de sus contemporáneos.
En parte de su obra se rememora la poesía de los grandes místicos españoles: Santa Teresa y San Juan de la Cruz; así como la obra de Juan Ramón Jiménez. De hecho, en Presencia a oscuras (1952) utiliza sonetos, décimas, romances y otras estrofas tradicionales de la poesía barroca.
Es muy habitual al hablar de Ernestina de Champourcin como poeta de la Generación del 27, hacer recaer la atención sobre todo en su obra anterior a la guerra. Lo cual lleva inmediatamente a comentar, la radicalidad del cambio, que se produjo en la autora durante el exilio, que la lleva hacia la poesía religiosa.
Pero, en cambio, pocas veces se habla de su última poesía, de la que escribió al regresar a España en la que, para algunos autores está lo mejor de su obra, ya que se trata de una poesía en la que se conjuga la contemplación retrospectiva, la memoria, sin dejar de tener una mirada hacia el futuro afrontado con la lucidez y la valentía de quien se acerca a la muerte.
Es por ello por lo que los expertos consideran que en la obra de Ernestina se pueden ver tres etapas, dos de ellas muy claras. Una primera etapa, la de la poesía del amor humano (1905-1936), que abarca los cuatro libros publicados con anterioridad a la guerra civil. Desde En silencio(1926) hasta Cántico inútil (1936), en los que la autora evoluciona pasando de unos orígenes que podrían calificarse de tardorrománticos y modernistas a una “poesía pura” muy próxima a la de Juan Ramón Jiménez.
La segunda etapa, que se separaría de la anterior por un período de nula producción poética, en los primeros momentos del exilio en Méjico, debidos a la necesidad de mantener una actividad remunerada económicamente; que podría denominarse la de la poesía del amor divino (1936-1974), se inicia con Presencia a oscuras (1952) obra que supone un nuevo tiempo en su poesía. La temática pasa a centrarse del amor humano al amor divino. Se puede ver que la protagonista de obras como El nombre que me diste... (1960), Cárcel de los sentidos (1964), Haikais espirituales (1967), Cartas cerradas (1968) y Poemas del ser y del estar (1972),tiene una profunda inquietud religiosa.
Una tercera etapa, la de la poesía del amor sentido (1974-1991), es la que se inicia con la vuelta del exilio, momento en el que surgen nuevas inquietudes en Ernestina: ser capaz de volver a adaptarse a su nueva situación, reencontrarse con lugares al tiempo conocidos e irreconocibles, lo que le hace iniciar una nueva etapa en su poesía, que se caracteriza por la evocación de tiempos y lugares. Los libros finales, como Huyeron todas las islas (1988), son una recapitulación y un epílogo, de una poesía que es a la vez intimista y trascendente.
Obras
Traducciones
Son muchas las traducciones que llevan su firma. Tradujo a los británicos Elizabeth Barrett Browning (Sonetos del portugués, de 1944) y William Golding (Nobel inglés,de quien tradujo El dios escorpión: Tres novelas cortas de 1973). También es traducción suya la antología Obra escogida de Emily Dickinson (1946) y Cuentos de Edgar Allan Poe (1971). También realizó versiones españolas del Diario V: 1947-1955 (1985), de la escritora francesa Anaïs Nin; del filósofo francés Gaston Bachelard, tradujo El aire y los sueños (1943); y del historiador y pensador rumano Mircea Eliade: El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis (1951).
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